CRISTINE FERRERAMe levanté de mi escritorio, pensando que no tenía niñera para mis hijos y recordando mi discusión con Eliot durante el desayuno del hotel. ¿Debía disculparme? Tal vez… ¿Debía de admitir que recordaba cada segundo de esa noche y que, así como él, yo también abrí mi pecho y le ofrecí no solo mi cuerpo sino también mi corazón?—¡Ahhh! —grité furiosa y sentí como mis ojos se humedecieron. Pateé el sofá con todas mis fuerzas y solo logré lastimarme la pierna. Caí con la habilidad de un osito panda sobre el mueble, tomé uno de los cojines y cubrí mi rostro antes de volver a gritar. ¡Estaba eufórica!, pero… también muy frustrada.<
CRISTINE FERRERAMe precipité hacia la puerta mientras veía mi celular, esperando que la maestra me llamara y me gritara por ser una madre desnaturalizada y cruel que dejaba a sus bellos y dulces bebés abandonados. ¡Dios! Me estaba convirtiendo en mi madre. ¿Qué seguía? ¿Comprometerlos a casarse con una completa desconocida en un par de años a cambio de dinero?Salí de la oficina sin fijarme y casi caigo hacia atrás. Por reflejo manoteé y me agarré de lo primero que alcancé, mi sorpresa fue que… a lo que se aferraron mis manos, fue a las solapas del saco de Eliot, quien de inmediato me atrapó por la cintura y me pegó a su cuerpo haciéndome temblar.Se me fue el aire por completo y no sentía de la
CRISTINE FERRERA—Te propongo algo… —dijo Eliot pensativo, clavando cada vez más su mirada en mí, dejándome sin aliento, hipnotizada. Cuando lo veía a los ojos era tan difícil despegarme de ellos, ni siquiera me sentía capaz de parpadear.—No —respondí sospechando lo que quería. Regresé a mi escritorio y comencé a buscar en los cajones hasta que encontré una caja de curitas con estampado de dinosaurios—. No hay nada que puedas decir o a hacer que…—Yo cuidaré de ellos —insistió ignorando mis negativas mientras yo cubría su herida. Noté que sonrió al ver los dinosaurios, pero… no había de otra, a los niños les encantaban, incluso en el mater
CRISTINE FERRERAUna serie de golpes en la puerta me despertaron. Con la cabeza revuelta y aún sin saber si seguía dormida revisé la hora en mi celular, faltaban como diez minutos para que sonara la alarma. Me senté en el borde del colchón, con cuidado de no despertar a ninguno de mis bebés, y esperé, ¿había sido una alucinación? La respuesta se presentó como más golpes pausados, pero constantes.Por inercia tanteé con los pies hasta encontrar mis pantuflas. ¿Quién podía llegar tan temprano? Bostezando y arrastrando mi pobre alma llegué hasta la puerta, y con el único ojo que tenía abierto me di cuenta de que se trataba de Eliot quien estaba del otro lado.—¡Buenos días, se&nt
CRISTINE FERRERAEra obvio que a los niños no les importó, ni siquiera prestaron atención a la lentitud de sus movimientos y como cada uno de sus músculos se tensaban, luciéndose como un maldito pavo real. Por inercia no pude evitar posar mis manos en mi vientre, reconociendo que este último tiempo, desde que me había hecho con la marca, me había descuidado, pero solo un poco, nada que algo de tiempo en el «gym» no arreglara. —¡Wow! ¡Eliot es muy fuerte! —exclamó Leonardo sorprendido—. ¡Se parece a mí muñeco de acción! ¿Verdad, mami?—¡Ay, tampoco es para tanto! —respondí torciendo los ojos, pero… el idiota de Eliot estaba más… delicioso de lo que jamás estaría ese estúpido muñeco. ¡Ahhh! ¡Malditos pensamientos intrusivos! ¡Atrás! ¡Dejen esta pura y casta cabeza!—Entonces… ¿Así está bien? —preguntó Eliot sabiendo perfectamente lo que estaba consiguiendo en mí, pues se había puesto la filipina sin cerrarla, mostrando su perfecto abdomen. Me acerqué y subí el cierre de una sola inten
ELIOT MAGNANINo supe por cuantos minutos me quedé viendo fijamente a Cristine, pero era imposible apartar la vista de ella. No solo por cómo había dominado a esos tres latosos con mucha facilidad, sino que… se veía… tan… deseable. Me quedé en completo silencio mientras mis ojos se paseaban entre sus largas y torneadas piernas, su estrecha cintura y su atractivo escote. Me sentí tentado a hincarme ante ella y besarla desde sus delicados tobillos de bailarina hasta sus pechos. Además, su aroma opacaba el de las gardenias que llenaban el departamento, tal vez lo detectaba más fácil por sus feromonas que me invitaban a cortejarla, tentando mis instintos más básicos.Cuando noté que ya había pasado demasiado tiempo en silencio, tuve que agitar un poco la cabeza para desprenderme de ella y su imagen. Regresé por el pasillo y noté que los niños eran bastante independientes. Leonardo y Bruno ya estaban vistiéndose y Gerardo se remojaba en la tina. En cuanto me vieron, los tres sonrieron amp
CRISTINE FERRERA—¿Me puedes explicar por qué no me han llamado para nada? —preguntó Rinaldi entrando a la oficina sin importarle que Brenda intentara detenerlo.—¿Perdón? —pregunté levantando la mirada de mis pendientes y de pronto, al verlo a los ojos, una chispa de rencor se avivó.—¿Se te olvida que soy el asesor de esta marca? —insistió tomando asiento y con una sola mirada le pedí a Brenda que nos dejara solos. No muy convencida, accedió.—No lo sé… Tu reciente comportamiento no va con las políticas de la empresa —contesté con toda la seriedad que podía, aunque por dentro quería estallar a carcajadas, señ
CRISTINE FERRERA—¡Auch! —exclamé mientras Eliot veía la marca que los dedos de Rinaldi habían dejado en mi cuello. —Llamaré a un doctor… —agregó con un resoplido y sacó su teléfono. —No es necesario… —contesté posando mi mano sobre la suya y bajando su celular. No pude evitar sonreír, pues noté que aún usaba el uniforme que le había confeccionado. Era curioso que esos dinosaurios de colores no le quitaran la ferocidad que lo caracterizaba.—Lo lamento… creo que me queda demasiado justa. —Me sonrió de una manera que no sabía cómo interpretar. Era la misma sonrisa que veía en mis hijos cuando me confesaban una travesura, mezcla de ternura y piedad. Jamás lo había visto de esa manera y sentí tan bonito que me conmovió. Entonces dobló su brazo hacia delante, mostrándome que la manga se había desprendido de la espalda, de seguro al golpear con tanta fuerza a Rinaldi. —Dámela… la arreglaré —contesté con media sonrisa. Se quitó la prenda, de nuevo luciendo su piel. Esta vez estaba demas