PIERO BERNARDIDe pronto Donna se hincó ante la tumba y apretó los labios mientras posaba sus manos en la tierra.—Lo siento, no quise dañar tu imagen después de tu muerte, no quise lucrar con esa noticia, fue ruin y… si pudiera cambiar las cosas, créeme que lo haría. Estoy tan arrepentida porque no tuve el juicio para respetar la memoria de una mujer muerta. —De nuevo las lágrimas comenzaron a fluir por sus mejillas—. Sé que Piero dice que eras tan dulce que me hubieras perdonado, y eso solo hace que me sienta peor. »Me hace pensar que tal vez eres… fuiste… mucho mejor que yo y no lo dudo. En verdad, lo siento mucho. Por un momento el ambiente se volvió denso, me sentía con la mente revuelta. Alcé la mirada hacia el horizonte notando como tonos anaranjados y violetas empezaban a teñir el cielo y pensé en ella como siempre, y al mismo tiempo de manera diferente. «Dios sabe cuánto te amé, y también sabe cuándo me dolió perderte. Todas las noches repaso las últimas palabras que te di
DONNA CRUZDesperté sin saber si la visita al cementerio había sido real o no, pero por lo menos la cabeza ya no me daba vueltas. Cuando me di cuenta aún tenía el abrigo de Piero entre mis brazos y no pude evitar sonreír cuando olfateé un poco más la prenda. Olía delicioso y varonil. ¡Ese hombre era tan guapo que hacía que me derritiera!Bueno, cuando todo esto acabara sabía que tendría un par de fantasías con él en mis sueños. Eso era lo que le quedaba a las chicas como yo. No era por demeritarme, pero sabía que Piero estaba en otra liga. Me planté frente al espejo y no vi nada extraordinario. No me consideraba fea, pero con mi estatura tampoco me sentía hermosa. Cuando se es tan bajita, una puede aspirar a verse «bonita», pero solo las altas de piernas torneadas, piel blanca y ojos claros son consideradas hermosas. —Malditos estándares de belleza —refunfuñé mientras torcía los ojos y me alejaba del espejo. —Señorita Cruz, que alegría ver que despertó —dijo una mujer entrada en año
PIERO BERNARDIDe un brinco me lancé hacia Donna, evitando que cayera, la envolví en mis brazos y cuando tuve su rostro tan cerca del mío, de nuevo me encontré hipnotizado por su belleza. Siempre que la veía con tanta atención recordaba todas las veces que escuché del encanto de las latinas. Su piel de ese tono adorable, un moreno claro, sus cabellos castaños y sus ojos grandes. Tenía las medidas perfectas, unos pechos de buen tamaño, tal vez pequeños para mis manos, pero suaves y cálidos, una cintura estrecha y unas caderas de infarto, piernas largas y torneadas, que comenzaban con unos muslos carnosos, pero firmes, demostrándome que sus hazañas para obtener información la mantenían en forma, pese a esa delicada barriguita muestra de la comida callejera a la que debía recurrir. Sus pantorrillas, de la misma manera que el resto de sus piernas, eran firmes y ejercitadas, y culminaban en unos tobillos delgados y unos pies pequeños. ¿Cómo sabía todo eso? Bueno, había sido yo quien le q
PIERO BERNARDIDonna despertó, tallándose la cara y bostezando. Cuando me vio sentado en el borde de la cama me sonrió de esa manera tan adorable que siempre me desarmaba. ¿En verdad podía dejarla ir tan fácil? Tal vez sí, pero yo me quedaría con el corazón roto. —¿Estás bien? —pregunté mientras acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja. ¿Cómo una mujer como ella, tan hermosa, talentosa y astuta, se quedaría al lado de un mafioso como yo? Ella buscaba ayudar a los demás mientras yo los destruía. ¿Cómo podría funcionar? Bueno, si ella me daba la oportunidad, haría que funcionara. No me importaba hacer sacrificios ni venderle mi alma al diablo. —Algo mareada… Conocer a Samantha Sforza fue… raro, ¿sabes? No es lo mismo leer noticias sobre ella que tenerla enfrente. —¿Te asustaste o más bien estabas emocionada? —pregunté con media sonrisa. —Supongo que ambas, fue como conocer a tu artista favorito y saber que tiene la facilidad de matarte y desaparecer tu cuerpo si así lo qui
PIERO BERNARDI—Lo bueno es que solo necesitaba reposo y cualquier movimiento brusco podía ser perjudicial para ella —refunfuñó Nikolai mientras Samantha y yo veíamos a Donna saltar dentro de la tinaja llena de uvas, tomada de las manos de Misha que parecía alentarla a que se divirtiera.—Bueno, una cosa es lo que solicita el médico y otra es lo que termina haciendo el paciente —soltó Samantha encogiéndose de hombros.—¿Qué tienes que decir a tu favor, Piero? —preguntó Nikolai cruzándose de brazos.—Que quiero disfrutar lo que posiblemente será nuestro último día juntos —respondí sin esconder el miedo que seguía latiendo en mi pecho. Entonces Donna se acercó al borde de la tinaja, con las mejillas enrojecidas y una sonrisa hermosa. Parecía una niña.
PIERO BERNARDICon minuciosidad recorrí su cuerpo con mi boca, la llené de besos tiernos, suplicantes, le rogué con mi alma que se quedara. La tomé, haciendo arder su cuerpo, disfrutando de sus suspiros profundos y sus gemidos desesperados. Torturé su intimidad con caricias suaves y movimiento lentos, para después entrar profundamente en ella, con embestidas violentas que sacudían la cama. Pude sentir la desesperación de sus dedos al aferrarse a mi piel, mientras sus muslos temblaban y su respiración entrecortada luchaba con sus deliciosos gimoteos.Mi miedo lo convertí en lujuria y la derramé en su cuerpo hasta que este no parecía soportar más. En cada oportunidad dudé si sería correcto correrme dentro de ella, parecía una sucia trampa para que se quedara conmigo, a
DONNA CRUZVi sus ojos y quise creer cada una de sus palabras. Me incliné para besarlo, mientras nuestro abrazo se estrechaba cada vez más.—Me quedaré contigo —dije contra su boca, sintiendo su aliento revolviéndose con el mío—. Quiero quedarme contigo.Lo que sentía por Piero era extraño, demasiado súbito e intenso, era como si desde siempre hubiéramos estado juntos. Me sentía tan bien con él.—Júramelo… —susurró envolviendo mi mentón con su mano, parecía tener miedo de que le estuviera mintiendo—. Dijiste que querías un hijo con mis ojos, prométeme que lo tendremos. DONNA CRUZ—Tiene la tonta idea de que yo puedo darle un giro a su vida —agregué con desilusión—. Quería que le dijera que estaría con él y solo entonces él dejaría de hacerle daño a los demás, como si yo fuera suficiente para hacerlo feliz.—No lo culpo por creer eso —contestó Piero sentándose a mi lado—. Yo lo pienso. Estoy seguro de que tenerte en mi vida me hará inmensamente feliz.Me quedé sin palabras. ¿Hablaba en serio? No pude evitar sonreír como tonta.—Pero para que eso suceda, debes de mantenerte vivo —solté sin ocultar mi angustia y me abracé a su cuello—. No te vayas, no lo hagas, podemos quedarnos aqu&iCapítulo 404: Jimena, tienes que saber la verdad