CRISTINE FERRERA—¿Qué hago? —pregunté cubriéndome el rostro con ambas manos mientras apoyaba los codos en la mesa—. ¿Cómo confiar en él? No puedo. Solo ve las fotos. —Cristine… Abre bien los ojos antes de tomar una decisión, tómala con seguridad, y una vez que lo hagas, ciérralos, porque habrá consecuencias y en ambos casos, serán dolorosas. —Berenice me estrechó intentando mitigar un poco el dolor que sus palabras me habían causado. Solo entonces pude romper en llanto, escondiendo mi rostro en su hombro y aferrándome a sus ropas con ambas manos, como si fuera un salvavidas y yo me estuviera ahogando en medio del mar.Tomadas de la mano salimos de la cafetería y llegamos al auto donde Zafrina ya nos esperaba, de brazos cruzados y con el rostro cargado de preocupación. Cada segundo en silencio se encajaba en mi piel y la agonía de pensar en enfrentar a Eliot me estaba matando. Quería llorar, quería desmoronarme, pero apreté los labios y dejé que las lágrimas cayeran por mis mejillas
CRISTINE FERRERA—Borra esas malditas fotos y deja de seguirme —siseó Eliot iracundo—. Esto es más grande que una tonta infidelidad. Estás jugando con la seguridad incluso de ustedes. —¡¿Qué tanto estás dispuesto a mentir, Eliot?! —exclamó Zafrina desesperada, sacudiendo el teléfono—. ¡Ya basta! ¡Deja de enredar la realidad de tu traición! Entonces Derek apareció de la nada, ni siquiera me había fijado de lo cerca que estaba hasta que le arrebató el teléfono a Zafrina y comenzó a borrar todo. Ella lo golpeaba en el brazo, pero no tenía sentido, Derek parecía no sentir dolor mientras se deshacía de todo. —¡Eres un maldito traidor igual que tu hermano! —vociferó Zafrina sin dejar de golpearlo, cuando vio que no podía hacer nada por recuperar su celular, volteo hacia Eliot, con toda esa rabia y señaló hacia la puerta—. ¡Fuera de mi casa! Sus palabras cortaron el aire y de paso me partieron por la mitad. Mi corazón estaba dividido entre darle el beneficio de la duda a Eliot o ponerme
CRISTINE FERRERA—¿Por qué no me dijo que todo era para protegernos desde un principio? —pregunté con la mirada perdida. —Porque de seguro el idiota se puso nervioso —contestó Luca riendo a carcajadas. ¿Cómo podía mantener su buen humor?—. Ahí te das cuenta de que Eliot no es muy bueno mintiendo, no cuando lo agarras en la movida. —Negó la existencia de esa mujer… —susurré entornando los ojos y volteando hacia él.—¿Qué pasa cuando un niño tira un jarrón y llegas corriendo y le preguntas por lo que ocurrió? ¿Qué es lo primero que dice? —preguntó divertido, haciendo que frunciera el ceño—. Su primera respuesta será: Yo no fui, ¿cuál jarrón?, o… no sé.»El cerebro de un hombre es muy básico, Cristine. La primera respuesta de Eliot fue: ¿cuál mujer?, porque de seguro el idiota no había pensado en la posibilidad de que lo descubrieras. Si hubiera considerado eso, tal vez su respuesta hubiera sido diferente. —Entonces… ¿estuve mal al desconfiar de él? —En cuanto mi voz se quebró, Luca d
BERENICE SPOTIMe asomé con cautela a la habitación de Zafrina. El escándalo sobre la partida de Eliot ya lo sabíamos todos, excepto los niños, pero eran muy inteligentes y era cuestión de tiempo de que se dieran cuenta que había problemas. Toqué suavemente en la puerta haciendo que Zafrina, quien estaba en su tocador aplicándose sus productos de belleza, me viera a través del reflejo. Su aspecto pensativo y abstraído de pronto se dispersó y me mostró una sonrisa. Giró sobre su taburete y extendiendo una mano me invitó a pasar.—Berenice, cariño. ¿Qué necesitas? —preguntó con esa voz tan dulce. Entré con una sonrisa nerviosa y me senté en el borde de la cama, con la mano sobre el regazo, dejando que mis dedos se anclaran a mi vestido de maternidad que ella misma me había regalado.—Ese bebé está cada vez más grande —agregó posando su mano en mi vientre—. Tú serás la primera en dar a luz, pero las otras no distarán de la fecha. Tendremos tres bendiciones iluminando esta casa dentro d
BERENICE SPOTISalimos de la mansión en su auto deportivo, me sentía inquieta por como Luca veía su reloj una y otra vez hasta que por fin tuve que romper el silencio, no era normal verlo tan nervioso. —¿Qué ocurre? ¿A dónde vamos? ¿Por qué pareces tan ansioso? —pregunté sin detenerme haciendo que obtuviera una sonrisa como primera respuesta. —Lo que pasa es que en cualquier momento tus padres irán a la mansión con su séquito de abogados —contestó y la sonrisa se me disolvió. —¿De qué hablas? —Mi corazón se aceleró. Como si supiera que la noticia había causado estragos en mí, posó su mano sobre la mía, dándole un suave apretón. —Tus padres saben donde te escondí y ahora quieren recuperarte, pero no debes preocuparte, Jimena encontró una manera de que no puedan arrancarte de mí. —En ese momento nos detuvimos en el taller automotriz que me había regalado y no pude evitar sonreír. Hacía mucho tiempo que quería regresar. —¿Me piensas esconder aquí? —pregunté emocionada, saliendo del
LUCA MAGNANIMe aferré con ambas manos a la cortina, intentando que no se cerrara, cuando pensaba levantarla, una patada en la corva me hizo hincarme. —Has sido todo un problema desde que te presentaste a mi casa… —dijo Jerry detrás de mí, me tomó por el cabello y me azotó la cabeza contra la cortina, haciendo que la visión se me nublara por un momento y el estruendo calara en mis oídos. Sabía que, si soltaba la cortina, si no la levantaba, no podría salvar a Berenice—. No pensé que esto sería tan fácil. Me golpeó en las costillas, pero no le di el gusto de escucharme quejar. —Jerry… no… —susurró una voz femenina más al fondo, no tuve que quebrarme mucho la cabeza para saber que se trataba de Carla—. Por favor, no lo lastimes. —¡Carla! ¡¿Es en serio?! ¿Después de todo lo que te ha hecho, planeas defenderlo? ¿Entiendes por qué se aferra a esa cortina? No lo hace por ti, lo hace por ella, por la mujer que escogió en vez de ti —reclamó Jerry, sonaba agotado, como si fuera una plática
LUCA MAGNANILa castaña retrocedió con una sonrisa nerviosa y las palmas estiradas hacia Jerry, como si quisiera dar la pelea por terminada.—¡Oye tú! —exclamé llamando su atención y cuando volteó hice un movimiento con la cabeza para que viniera hacia nosotros.Sin chistar, sonrió de manera infantil y corrió con todas sus ganas, dejando a Carla noqueada en el piso y a Jerry sosteniendo su cara sangrante, mientras sus ojos se agudizaban con furia.—¡Yo manejo! —gritó deslizándose por el cofre del auto y estirando la mano, esperando que le arrojara las llaves. ¿Estaba loca? ¿En verdad creía que le daría las llaves?
LUCA MAGNANI—Como estos bebitos son aún muy pequeñitos, hay que mandarlos a la incubadora —dijo la enfermera tomando a mi hijo con cuidado—. Se les tendrá que administrar maduradores pulmonares y vigilarlos muy de cerca, pero papá y mamá podrán estar junto a ellos en todo momento.Una segunda enfermera tomó a mi niña de brazos de Berenice y junto con su colega salieron del quirófano. Entonces la mano de Berenice me tomó con fuerza.—No te separes de ellos… Yo estaré bien, solo ve —pidió llena de miedo, como si no pudiera confiar en ninguna enfermera y tal vez tenía razón, compartía su trauma.Salí del quirófano y segu&ia