CRISTINE FERRERA—No te soltaré… —susurré con la voz rota, así como mi alma, y no pude controlar mis sollozos—. No lo haré… No lo haré… No puedo… No… Si lo hago, el resto de mis días serán miserables. No… Ya lo decidí y no hay manera de cambiarlo. —Cristine… —Antes de que insistiera, tomé su rostro entre mis manos y lo besé. Sus labios eran cálidos y dulces, tanto que calmaron mi dolor y me llenaron de seguridad y mucha determinación. —Ya tomé mi decisión… Te guste o no —contesté contra sus labios y cuando abrí los ojos, le dediqué la sonrisa más dulce que aún me quedaba—. Te amo, Eliot, nunca dejé de amarte… y nunca dejaré de hacerlo. —Cristine… Entiéndeme… —Posé mi mano sobre sus labios, silenciándolo antes de dar media vuelta y regresar por el pasillo. Sabía que el tiempo se me acababa y tenía que estar lista para salir del hospital junto con Sloane—. ¡Cristine!Me detuve y cuando volteé vi la desesperación en sus ojos. —Te amo… Te adoro… Por favor, no lo hagas —susurró, pero c
CRISTINE FERRERASé lo difícil que es separarte del hombre que amas porque te lastima, pero… ¿qué tan doloroso debe de ser, no solo separarte de él, sino intentar destruirlo? ¿Cómo lo puedes lograr sin que te tiemble la mano? Tal vez por eso admiraba bastante a Sloane, había estado en su lugar, o por lo menos lo había intentado y lo mejor que había hecho en aquel entonces fue alejarme por completo, parecía menos doloroso.—Y… ¿qué tal te fue con Carla? Estaba tan pálida como un fantasma cuando la vi. —Cambié de tema, buscando mejorar el humor de Sloane.—¡Se cagó encima! —exclamó con alegría, había pasado del rencor y la tristeza a la felicidad, como si hubiera cambiado de canal—. No sabes lo jodidamente satisfactorio que fue ver a esa perra sufriendo, casi convulsiona del estrés. Fue hermoso. Una lástima que no pudiera tomarle fotos. —¿Será suficiente para sacarla del juego? —pregunté mientras metía la peluca y las prótesis en la bolsa. —¡Nah! De seguro buscará la forma de regresar
CRISTINE FERRERA—Sé que ese hombre no era mi papá… —dijo Leonardo sentado en el césped, arrancando el pasto y separándolo uno por uno, a la sombra del enorme árbol de naranjas que tenía Zafrina en su enorme jardín. Tanto Sloane como yo estábamos sentadas a su lado, mientras que nuestros hijos jugaban un poco más alejados. Quería creer que Luca los estaba cuidando, pero en realidad ellos estaban agarrándolo de muñeco de trapo mientras Zafrina era quien en verdad los vigilaba desde la elegante mesa de herrería con un vaso de té helado en la mano, burlándose del nulo caso que le hacían a Luca mientras este luchaba por mantener su dignidad.—¿Cómo te diste cuenta? —preguntó Sloane viendo a mi pequeño con atención, tal vez analizándolo como la terapeuta que era. —Lo sentí —confesó Leonardo y frunció el ceño, parecía tan confundido y al mismo tiempo tan seguro. Posó su manita en el pecho y levantó su mirada rota hacia mí—. ¿Por qué no nos dijiste que era nuestro tío? ¿Dónde está papá? T
CRISTINE FERRERA—¡También los bebés se hacen con lujuria! —gritó Luca como el chismoso entrometido que era. —¡Mami! ¡¿Qué es la lujuria?! —exclamó Brian desde lejos haciendo que Sloane solo cerrara los ojos, de seguro maldiciendo a Luca internamente. —¡Fácil! Yo sé —respondió Bruno cruzándose de brazos y con la frente en alto, mientras yo palidecía y me sentía nauseabunda—. Es cuando tienes muchas cosas caras… cuando tienes muchos lujos. Me sentí más tranquila sabiendo que mi bebé aún tenía su inocencia intacta, entonces Gerardo empeoró la situación:—¡Ah! Entonces… la abuelita Zafrina es muy… ¿lujuriosa? —preguntó con inocencia haciendo que Zafrina terminara arrojando el té por la nariz. —Cariño… no lo niego, menos cuando se trata de mi amigo del bingo, pero… creo que estás confundiendo lujuria con lujo —contestó Zafrina limpiándose con una servilleta mientras veía su vestido arruinado por el té que había derramado—. Luca, si por tus «ocurrencias» vuelvo a arruinar otro de mis v
SLOANE D’MARCOZafrina apartó sus manos de la mía, pero yo me mantuve apretando esa rosa, sintiendo como el filo de aquella aguja escondida se volvía incómodo y me tentaba a apretar más para sentir su filo traspasar mi piel, como un impulso autodestructivo al cual no podía renunciar. De pronto chasqueó los dedos haciendo no solo que yo despertara del trance en el que me había sumergido, sino que todas sus ayudantes salieron de la habitación, presurosas, llevándose cada vestido y accesorio que habían traído consigo. La mirada de Zafrina se agudizó y por fin, después de darle muchas vueltas en la cabeza, me tomó de la mano y me llevó hasta la cama para sentarnos. —Esa rosa… fue idea de tu madre —soltó en un suspiro, dejándome sin aire. —¿De mi madre? —De nuevo vi el adorno tan hermoso y no entendí.—¿Alguna vez te preguntaste por qué tu padre odia tanto a los Magnani? ¿Nunca lo sospechaste? —preguntó levantando la mirada, con semblante atormentado—. Yo no nací siendo una diseñadora e
SLOANE D’MARCO—¿Cómo sabes eso? —pregunté con voz entrecortada y no quise verla a los ojos. Después de un silencio que pareció durar años, por fin Zafrina contestó:—Tu madre me lo dijo… la última vez que la vi. Aún recuerdo ese día. Fui a dejarle un lindo vestidito para la princesita de la casa. —Me dedicó una sonrisa cargada de nostalgia y una mirada rota antes de acariciar mi mejilla—. Entonces ella me confesó que la señora Magnani, culpable o tal vez despechada, le dijo la verdad y le mostró pruebas de la infidelidad de tu padre.»Me dijo que lo enfrentó, que lo aborreció, pero que sabía que no llegaría a ningún lado. Dijo que ya estaba cansada de pelear
SLOANE D’MARCO—Hacía mucho tiempo que no veía a Zafrina, siempre me gustó regalarle los vestidos más costosos y hermosos a tu madre, así que la contactaba seguido —agregó mi padre ofreciéndome su mano. Cada vez que me veía parecía deshacerse en melancolía y nostalgia—. Le pedía que vistiera a mi muñequita, que la dejara hermosa para mí y siempre cumplía. Esta vez dejó hermosa a mi bebita, no solo para mí, sino para atraer las miradas de todos los hombres más codiciados y ricos de la ciudad. Tengo esperanza de que tal vez, con algo de suerte, conozcas a un hombre mejor que Rinaldi. Aunque, a decir verdad, ya tengo en mente a algunos posibles afortunados.—Supongo que les harás algún examen de la mente para corroborar
DEREK MAGNANI—¿Qué insinúas? —pregunté entornando los ojos y acercándome a Carla. —Tiene que desaparecer… ella… ella debe de…. —No permití que terminara su frase cuando la tomé por el cuello y la puse contra la pared, intentando contener mi furia. El corazón me latía en la garganta y veía en rojo. Pensé que se asustaría, que pensaría que soy igual o peor que su esposo, pero mantuvo su mirada fija en mí, ni siquiera parpadeó—. Sabes qué es lo único que podemos hacer para detenerla. La conoces mejor que yo y sabes que no se detendrá a menos que hagamos lo que tenemos que hacer. —Yo me encargaré de ella… No te metas —dije entre dientes, entornando la mirada mientras ella posaba sus manos en mi brazo, guardando la compostura. —Recuerda que ella te dio la espalda y dejó que te pudrieras por más de 20 años en esa celda. Recuerda que para ella dejaste de existir y no le importó, no le remordió la conciencia abandonarte. ¿Te preocupa tu hijo?, podemos quedarnos con él, yo lo amaría y lo c