Cásate conmigo, princesa
Cásate conmigo, princesa
Por: Sam V.
La propuesta imposible

Aria

Nunca imaginé que mi vida sería una jaula dorada. Todos esos lujos, las sonrisas falsas y las apariencias que tengo que mantener… pero nada de eso me hacía sentir libre. Al contrario, todo lo que me rodeaba me mantenía encadenada. Y ahora, la única salida que mi familia real veía para mí era un matrimonio arreglado con un príncipe del que nada sabía, salvo que mi destino y el suyo estaban atados por la corona, no por el amor.

“La princesa Aria, ¿te das cuenta de lo que esto significa?”, me dijo mi madre con una sonrisa tan fría que ni el sol de la mañana lograba derretirla. “El matrimonio con el príncipe Alexei es una oportunidad para nuestra familia. Es un compromiso de sangre, de poder, de influencia.”

Sí, claro. Solo faltaba añadir “y de sumisión”. Porque eso era lo que sentía al escucharla hablar: un compromiso, pero no el mío, sino el de mi libertad. Sus palabras eran un susurro de promesas vacías, de sacrificios ocultos bajo una fachada de brillo y glamour.

Cuando mis ojos se encontraron con los de mi padre, que se encontraba en la cabecera de la mesa, la misma expresión seria, calculadora y distante, se reflejó en su mirada. Su silencio era su forma de darme la orden. No tenía elección. La corona lo exigía. Y yo... bueno, yo no era más que un peón en este tablero de ajedrez.

El príncipe Alexei. Apenas conocía su nombre, pero el solo hecho de escuchar su título me provocaba un nudo en el estómago. “Un hombre serio, de familia respetable, el heredero del trono vecino”, me dijeron. Como si esas palabras pudieran borrar todo lo que sentía: la opresión, la impotencia, la furia que quemaba mi pecho.

La primera vez que lo vi, ni siquiera me dio tiempo a pensar en algo positivo. No fue en una gala elegante ni en un evento lleno de luces. No, nuestra primera vez fue en una habitación privada, en el castillo de nuestros padres, rodeados por un aire tenso y distante. Los dos éramos prisioneros, y aunque nuestras cadenas eran diferentes, el resultado era el mismo: ninguno de los dos estaba realmente libre.

De pie frente a mí, Alexei no hizo nada para ocultar su desdén. Su mirada fría recorrió mi figura de arriba a abajo, y aunque su rostro era impasible, pude ver esa chispa de desinterés reflejada en sus ojos. “Así que esta es la princesa que tengo que… aceptar”, murmuró, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara.

Eso fue todo lo que dijo en nuestro primer encuentro. No se presentó, no ofreció una sonrisa. Ni siquiera un saludo. Solo esa condena silenciosa.

Y ahí estaba yo, atrapada entre la rabia y la resignación. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué mi vida estaba tan limitada por los caprichos de la familia real y las alianzas políticas?

Mi madre apareció de repente, interrumpiendo mi tormenta de pensamientos. Con una sonrisa radiante, se acercó a Alexei y lo saludó con una efusividad tan exagerada que me hizo querer desmayarme en el acto. “Alexei, qué placer tenerte aquí. Mi hija y tú se llevarán de maravilla, estoy segura. Ya verás que todo saldrá bien.” Su voz sonaba a esa mezcla de superioridad y amabilidad calculada que tanto odiaba.

La situación se volvía cada vez más surrealista, como si fuéramos actores en una obra de teatro, representando papeles que ninguno de nosotros había elegido. Todo por el bien de la corona.

El momento más desconcertante llegó cuando nos invitaron a una rueda de prensa. Los medios de comunicación ya estaban al acecho, y las cámaras comenzaron a hacer clic, capturando cada uno de nuestros movimientos. Yo traté de mantener la compostura, sonriendo y mirando a mi alrededor como si estuviera en un evento cualquiera, pero el nudo en mi estómago crecía a medida que los flashes iluminaban mi rostro.

De repente, una mano fría se posó sobre la mía. Miré hacia abajo y allí estaba, Alexei, sujetando mi mano con firmeza. Fue como si todo en el mundo se desvaneciera y solo quedáramos nosotros dos en ese espacio tan cerrado, rodeados de luces y ojos curiosos. No me atrevía a mirarlo a los ojos, temía que la ira se filtrara en mi expresión.

Entonces, en un gesto tan calculado como repentino, él giró mi mano y la levantó suavemente para acercarse a su rostro. El beso fue rápido, pero lo suficiente como para que todos los presentes lo captaran. Las cámaras estallaron en flashes, y el sonido de los clics llenó el aire. El beso fue forzado, sin pasión, como si ambos estuviéramos cumpliendo una obligación, y sin embargo, sentí un estremecimiento recorriéndome al contacto de su piel.

Me aparté lo más rápido posible, buscando recuperar algo de control, pero Alexei no pareció inmutarse. Su expresión era la misma: seria, casi indiferente, como si ni siquiera le importara lo que estaba ocurriendo.

La sonrisa de mi madre brillaba aún más al ver las cámaras capturando cada segundo, y mi padre, por fin, me dirigió una mirada aprobatoria. “Es perfecto”, murmuró, como si nada de esto tuviera importancia, como si fuera simplemente un intercambio de intereses.

Pero a mí no me parecía perfecto. No me parecía correcto.

Me sentía atrapada, más que nunca.

Las cámaras continuaron enfocándonos, y el abrazo incómodo de la obligación se apoderó de mí. No importaba cuánto intentara rebelarme en mi mente, lo único que podía hacer era sonreír, seguir el guion, y esperar a que las cámaras se apagaran.

Sin embargo, en ese beso forzado, en ese primer roce, algo más ocurrió. Una chispa, aunque pequeña, se encendió. Algo que no esperaba. Algo que me hizo preguntarme si lo que yo sentía era solo odio, o si había algo más bajo la superficie.

Pero ese pensamiento fue tan fugaz como mi respiración entrecortada.

Porque mientras las cámaras seguían tomando fotos, mientras mi madre seguía sonriendo y mi padre observaba, la realidad era que yo ya no era solo una princesa atrapada por el destino. Ahora, compartía ese destino con un príncipe que ni siquiera sabía si lo soportaba.

Y esa era la primera lección de este matrimonio imposible: todo podía cambiar con un solo beso.

Las cámaras no dejaban de hacer clic. La presión sobre mi pecho era insoportable, como si todo el peso del reino cayera sobre mis hombros, obligándome a sostener una sonrisa que no era mía, que no tenía nada que ver con lo que sentía. Miraba al frente, a la multitud que nos observaba desde las gradas, mientras mi madre y mi padre intercambiaban miradas aprobatorias con los periodistas. La escena se desenvuelve con la precisión de una coreografía ensayada mil veces: yo, la princesa, el príncipe, las cámaras. Perfectos, deslumbrantes, como una pareja hecha a medida para el espectáculo. Pero, en el fondo, sabía que todo era una mentira.

Alexei aún no había soltado mi mano, y su grip, aunque firme, era impersonal. Era un gesto calculado, como cada uno de sus movimientos. Yo, por mi parte, me mantenía rígida, sin atreverme a mirarlo a los ojos. No podía permitir que viera lo que estaba pasando en mi mente. Me imaginaba a mí misma empujándolo hacia atrás, gritando que todo esto era absurdo, pero no lo hacía. En su lugar, me limité a sonreír, a mantener la compostura, mientras mi mente daba vueltas, buscando una salida que no existía.

Nos movimos juntos, como una pareja sin alma, caminando hacia el escenario principal, donde la rueda de prensa nos esperaba. Las cámaras no dejaban de enfocarnos, y el sonido de los flashes seguía retumbando en mis oídos, como un tambor que marcaba el ritmo de mi cautiverio. A medida que avanzábamos, sentí cómo la mirada de Alexei se deslizaba sobre mí. Aunque su rostro estaba impasible, pude ver cómo su mirada recorría mi figura. No sé si lo hacía con desdén o si simplemente se estaba acostumbrando a la idea de que esta era su nueva realidad.

Finalmente, llegamos al podio, y Alexei me soltó la mano con un gesto tan discreto que casi me hizo pensar que no lo había hecho en absoluto. Pero lo había hecho, y la ausencia de su contacto me dejó con una extraña sensación de vacío. No sé si era alivio o decepción, pero sentí que algo en mi interior se desmoronaba. Quizás la pregunta que me asaltaba ahora era más profunda: ¿por qué no podía dejar de pensar en él, incluso después de tan solo un par de minutos juntos?

“Bienvenidos, todos”, comenzó mi madre, con su sonrisa encantadora y su tono de voz perfectamente controlado. “Hoy es un día histórico para nuestra familia, un día que marca un nuevo comienzo para nuestra nación. La princesa Aria y el príncipe Alexei están comprometidos en matrimonio, uniendo dos casas, dos destinos, en beneficio de todos.”

Mi estómago se revolvió. ¿Destinos? La palabra resonó en mi mente como un eco distante. No era una elección. Era una condena disfrazada de honor. Mi futuro ya estaba decidido, y no había espacio para mis propios deseos o sueños. Era una pieza más en el tablero, y el juego no se detendría por mis sentimientos.

Alexei se adelantó ligeramente, tomando el micrófono con una tranquilidad que me hizo envidiarlo. No había nervios en su postura, ni una pizca de duda. “Es un honor para mí comprometerme con la princesa Aria”, dijo, su voz baja y controlada. “Nuestro matrimonio simboliza la unión de dos familias con el mismo objetivo: la estabilidad de nuestros pueblos y el bienestar de nuestras naciones.”

Lo miré de reojo. ¿De verdad pensaba que las palabras que acababa de decir tenían algún significado real? Lo decía como si fuera una declaración política, como si estuviera leyendo un guion. La mirada de sus ojos estaba fija en el público, sin siquiera atreverse a mirarme. Y, por alguna razón, eso me molestó más de lo que pensaba.

El instante en que sus ojos finalmente se cruzaron con los míos, su expresión no cambió. No había calidez, ni simpatía. Solo la misma indiferencia que había mostrado desde el primer momento. No me sorprendió, pero algo dentro de mí se quebró. No sabía si era mi orgullo, mi esperanza inútil, o simplemente mi conciencia de que este matrimonio, en su mayoría, solo existía en el papel.

La rueda de prensa continuó con preguntas y respuestas predecibles, preguntas sobre nuestros planes, sobre cómo nos sentíamos con la noticia, cómo veríamos nuestra vida juntos. Todo estaba planeado. Yo respondía con la sonrisa perfecta, mientras mi mente divagaba. En algún momento, perdí la cuenta de las veces que había repetido las mismas palabras: “Nos sentimos honrados.” “Es un honor.” ¿Hasta cuándo podría seguir mintiendo así?

Las cámaras siguieron capturando cada gesto, cada respiración, y yo sentí cómo el peso del mundo se acumulaba sobre mis hombros. La presión era insoportable. Mientras Alexei respondía con naturalidad, yo me sentía cada vez más encerrada. Cada mirada, cada comentario, me recordaba que este era mi destino, que no tenía escape.

Finalmente, la rueda de prensa llegó a su fin, y un par de reporteros se acercaron a mí para hacer preguntas más personales, algo sobre mis sentimientos, sobre cómo había reaccionado al compromiso. Tomé aire, preparándome para el siguiente conjunto de mentiras que tendría que contar. Justo cuando estaba a punto de abrir la boca, Alexei me interrumpió.

“Creo que ya hemos tenido suficiente por hoy, ¿no?”, dijo, su tono autoritario pero no exento de una pequeña dosis de desprecio. Todos los ojos se volvieron hacia él, y yo pude ver cómo sus palabras impactaban en los periodistas, que no se atrevieron a replicar. Era el príncipe, después de todo.

Me quedé en silencio, observando cómo se tomaba el control de la situación, y por un momento me sentí inútil. Lo odiaba y, al mismo tiempo, sentía una extraña sensación de admiración por su dominio. Nadie podría dudar de su poder. Nadie se atrevería a cuestionarlo.

“Vamos, Aria. Ya hemos cumplido con lo que se espera de nosotros.” La forma en que dijo mi nombre fue casi despectiva, como si yo fuera una obligación más en su vida. Ni siquiera esperó a que respondiera. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, y yo lo seguí automáticamente, como una sombra que no podía evitar su destino.

De repente, me detuve al llegar a las puertas del salón. Algo en mi interior me decía que no podía dejar que todo esto siguiera su curso sin cuestionarlo. No era solo un matrimonio. Era mi vida, mi futuro.

“¿Qué es lo que esperas de mí, Alexei?” Le pregunté, mi voz temblando a pesar de mi intento de mantenerme firme. No podía mirarlo directamente, pero sentía que debía hacerle esa pregunta. Necesitaba saber si existía alguna posibilidad, aunque fuera mínima, de que algo cambiara entre nosotros.

Él no se detuvo. Siguió caminando, pero su voz llegó hasta mí, fría, cortante. “Lo mismo que tú de mí: nada más que una fachada.”

El golpe fue duro. Esa última frase resonó en mi mente mientras salíamos del salón, y por primera vez, me pregunté si había alguna forma de salvar lo que quedaba de mi libertad.

El beso en la rueda de prensa seguía grabado en mi mente, y con él, una pregunta inquietante: ¿realmente lo odiaba, o había algo más que no me atrevía a admitir?

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