Mentiras que duelen

Aria

El vestido que llevaba puesto me asfixiaba. No por lo ajustado del corsé ni por la opulencia de la tela, sino porque era un recordatorio de la farsa en la que estaba atrapada. La princesa perfecta. La prometida ejemplar. La futura reina de un país que apenas conocía.

Y Alexei…

Él también estaba jugando su papel a la perfección. Demasiado bien. Desde aquel beso bajo la luna, algo en él había cambiado. O tal vez era solo mi percepción la que se había alterado. Ahora parecía más atento, más… humano. Y eso era lo que más me aterraba.

Los flashes de las cámaras seguían cegándome mientras sonreía para la prensa, con su mano descansando en la curva de mi espalda, su toque tan natural como si de verdad nos perteneciera. Los periodistas devoraban la escena: el príncipe y su prometida, tan enamorados, tan felices.

Mentira.

Pero lo peor de todo era que, en los últimos días, una pequeña parte de mí había empezado a desear que fuera real.

Cuando por fin escapamos del evento, lo seguí hasta sus aposentos sin pensarlo dos veces. La necesidad de respuestas era más fuerte que mi orgullo.

Alexei cerró la puerta tras de sí y se giró para enfrentarme con esa mirada calculadora, mezcla de frialdad y algo más que no alcanzaba a descifrar.

—¿Qué está pasando aquí? —exigí, cruzándome de brazos.

—No entiendo a qué te refieres —respondió con calma.

Solté una risa seca.

—Oh, por favor, Alexei. No juegues conmigo.

Dio un paso hacia mí, y mi corazón se apretó en mi pecho.

—No estoy jugando, Aria.

—¿Ah, no? —Lo desafié con la mirada—. Porque últimamente pareces disfrutar demasiado de esta farsa.

Él frunció el ceño, su mandíbula apretándose.

—Lo único que hago es lo necesario para mantener la estabilidad.

—¿Y besarme frente a toda la prensa también era necesario?

Un destello cruzó sus ojos, algo entre irritación y… ¿culpa?

—Fue un impulso —dijo, su tono más bajo.

—¿Un impulso? —Repetí con incredulidad—. Entonces dime, Alexei, ¿qué más de esto es un impulso? ¿Tus sonrisas fingidas? ¿Tu forma de tocarme cuando estamos en público?

Él me sostuvo la mirada, pero no respondió de inmediato. El silencio entre nosotros fue como un latigazo en la piel.

Y entonces lo vi. Por un instante, su máscara resquebrajándose. Algo que intentaba ocultar.

—Dímelo —insistí, dando un paso más cerca, sin darme cuenta de que ahora estábamos apenas a centímetros de distancia—. Dime qué demonios estamos haciendo.

Su mirada bajó a mis labios por una fracción de segundo.

—No lo sé —susurró.

Y ahí estaba. La verdad cruda.

No lo sabía.

No sabía por qué su cuerpo reaccionaba al mío, por qué su voz temblaba apenas perceptiblemente cuando estábamos solos. No sabía por qué, pese a todo, había algo entre nosotros que no tenía sentido y, sin embargo, estaba ahí.

Pero no podía permitirme caer en eso.

No podía olvidar que, detrás de ese príncipe enigmático, había algo más. Algo que todavía no me había dicho.

Entonces lo vi en sus ojos. La sombra de una mentira.

—¿Qué estás escondiendo? —pregunté, con un nudo formándose en mi estómago.

Alexei tensó la mandíbula.

—No es el momento…

—¿No es el momento? —repetí con incredulidad—. Llevamos semanas fingiendo una relación ante el mundo, y ahora me dices que no es el momento.

Él desvió la mirada por primera vez, y eso fue suficiente para que lo supiera.

Había algo.

Algo que cambiaría todo.

Mi corazón latía con fuerza mientras lo veía debatirse internamente.

—Alexei… —susurré, mi voz apenas un aliento.

—No quieres saberlo, Aria —dijo, su tono ahora afilado, pero también… roto.

Pero ya era demasiado tarde.

Porque en el fondo, ya lo sabía.

La verdad estaba ahí, flotando entre nosotros. Una mentira disfrazada de protección. Y dolía.

Dios, cómo dolía.

El aire entre nosotros se había vuelto espeso, cargado de una tensión sofocante que parecía presionar contra mi pecho. Alexei me miraba con esa intensidad contenida que hacía que mi piel ardiera, pero no era solo deseo lo que había en su expresión.

Era culpa.

Y eso solo avivó mi furia.

—Dímelo, Alexei. Ahora.

Su mandíbula se tensó aún más, y durante un momento, pensé que se negaría. Que intentaría disfrazarlo con otra mentira cuidadosamente construida. Pero entonces dejó escapar un suspiro, el tipo de suspiro que viene cuando ya no puedes seguir ocultando la verdad.

—Tu padre no negoció esta unión solo por alianzas políticas.

Mi estómago se contrajo.

—¿Qué quieres decir?

Alexei bajó la mirada un instante, como si buscara las palabras adecuadas para suavizar el golpe. Pero cuando volvió a mirarme, su expresión era de pura determinación.

—Tu familia estaba al borde de la ruina, Aria. Tu padre hizo esto para salvarlos.

Mi corazón se detuvo un segundo.

—No…

Pero sí.

Encajaba demasiado bien. Las reuniones a puerta cerrada, las miradas nerviosas de mi madre, el silencio incómodo cuando preguntaba por el estado financiero de nuestra familia.

Siempre había asumido que este matrimonio era una estrategia de poder, un simple acuerdo entre dos monarquías. Pero ahora… ahora todo tomaba otro significado.

Yo no era una pieza de ajedrez en el juego político de mi padre.

Yo era su sacrificio.

—Sabías esto todo el tiempo —susurré, sintiendo una oleada de traición abrirse paso por mi pecho.

Alexei no se molestó en negarlo.

—Sí.

Un escalofrío me recorrió.

—¿Y no pensaste que merecía saberlo?

—No era mi lugar —respondió con voz grave—. Y no iba a humillarte así.

Solté una risa amarga.

—¿Humillarme? ¿Te das cuenta de que lo que realmente me humilla es enterarme de esto ahora? De que todo lo que creí entender sobre este matrimonio era una mentira.

—No era una mentira. —Su tono se endureció—. Sí, tu padre negoció esto por necesidad, pero eso no cambia lo que está pasando entre nosotros.

—¿Y qué demonios está pasando entre nosotros, Alexei? —Lo desafié, sintiendo mi rabia elevarse de nuevo—. Porque para mí, todo esto es una farsa.

—¿De verdad? —dijo en un susurro peligroso, acortando la distancia entre nosotros en un solo paso.

Su proximidad me hizo contener el aliento.

—Si todo es una farsa, entonces dime, Aria, ¿por qué cuando te toco, te estremeces?

Su mano se deslizó apenas por mi muñeca, como si quisiera probar su punto. Y maldita sea, mi piel reaccionó al instante.

Odiaba que tuviera razón.

Odiaba que, a pesar de la ira que me consumía, su cercanía siguiera teniendo ese efecto en mí.

—No confundas atracción con algo real —escupí, negándome a ceder.

—¿No es real? —murmuró, inclinándose apenas.

Sus labios estaban demasiado cerca.

Su voz era demasiado suave.

—No.

Lo dije con firmeza. Pero entonces su mano subió hasta mi mandíbula, sus dedos rozando mi piel con una delicadeza que me dejó sin aliento.

—Mírame a los ojos y dime que no sentiste nada cuando te besé.

Mi garganta se cerró.

Porque no podía hacerlo.

No podía mentirle.

Y él lo sabía.

La tensión entre nosotros alcanzó su punto más alto. Alexei estaba tan cerca que podía sentir su respiración contra mis labios, su cuerpo irradiando un calor que me envolvía como un veneno dulce y letal.

Pero entonces…

Se apartó.

Lento. Con un control absoluto que me dejó aún más desarmada.

—No confundas enojo con negación, princesa —susurró, su tono grave y peligroso—. Porque por más que quieras pelear contra esto… ya es demasiado tarde.

Me quedé ahí, con el corazón latiendo como un tambor desbocado, observándolo alejarse.

Y supe que tenía razón.

Era demasiado tarde.

Para ambos.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP