Alexei
La noche estaba cargada de una calma tensa, como si el aire mismo se estuviera conteniendo, esperando que algo estallara. La gala, como todas las demás, se desarrollaba con su aire artificial de perfección, las sonrisas perfectas, las conversaciones perfectas, las cámaras enfocando cada paso, cada gesto, cada mirada. Y ahí estábamos nosotros, Aria y yo, de nuevo jugando nuestro papel en esta farsa.
La boda se acercaba, y con ella, una sensación de inevitabilidad que no podía sacudirme. Estaba atrapado en un mundo de deber y expectativas, donde mis propios deseos no importaban. Pero Aria… Aria no lo hacía más fácil. Cada vez que la veía, cada vez que me enfrentaba a su mirada desafiante, algo dentro de mí se agitaba. ¿Por qué seguía empujándome hasta el límite? ¿Por qué cada vez que pensaba que había entendido su postura, ella conseguía desconcertarme aún más?
Nos encontrábamos en el centro del salón, rodeados de los mismos rostros de siempre, sonriendo como si nuestras vidas estuvieran perfectamente en orden. La música sonaba suavemente en el fondo, el brillo de los candelabros iluminaba las paredes de mármol, pero el calor que me recorría no tenía nada que ver con el ambiente del palacio.
"¿Por qué estás tan distante?", me preguntó Aria, su voz baja, casi un susurro, aunque suficientemente fuerte como para hacerme girar hacia ella. Sus ojos, esos malditos ojos, me retaron sin decir una sola palabra más. Podía ver la incomodidad en su postura, pero también algo más, algo que no estaba dispuesto a admitir aún.
"¿Te quejas de que estoy distante, o de que no me comporto como esperas?", respondí, mi tono sarcástico saliendo más rápido de lo que esperaba. "Es difícil encontrar el equilibrio entre lo que tú quieres y lo que el mundo quiere de nosotros."
Su respiración se aceleró ligeramente, pero en lugar de mostrarme su habitual desafío, algo pasó por su rostro. Una chispa de algo más, algo que no quería identificar. Pero el deseo estaba allí, palpable entre nosotros, como si los ojos de todos no pudieran ver lo que estaba ocurriendo en realidad.
"¿De verdad no te importa? ¿De verdad eres tan frío?", preguntó, su tono cargado de una emoción que no lograba identificar. Me hizo pensar en la distancia que habíamos creado entre nosotros, en lo que había comenzado como una farsa y cómo, sin quererlo, había ido creciendo una tensión mucho más profunda.
"Me importa mucho menos de lo que te imaginas", dije, pero al decirlo, supe que estaba mintiendo. La verdad era que me importaba más de lo que debería. Pero no podía dejar que ella lo supiera, no podía permitir que las reglas del juego cambiaran. "Pero lo que no puedo soportar es que sigas empujando todos mis botones, Aria."
Se mantuvo en silencio, observándome, como si evaluara mis palabras, mis gestos. Por un segundo, sentí que estaba en una batalla sin sentido, luchando contra algo que ni siquiera entendía completamente. Su actitud me sacaba de quicio, pero había algo más, algo que no podía negar. Algo que me hacía sentir la necesidad de acercarme a ella, de confrontarla de una manera que no era parte del guion.
Fue entonces cuando algo ocurrió, algo que nadie esperaba, ni siquiera nosotros dos. Sin pensarlo, sin meditarlo, la atracción que habíamos estado ignorando explotó de manera inesperada. Sin un segundo de advertencia, la tomé de la muñeca y la acerqué a mí, un impulso desenfrenado que ni ella ni yo pudimos evitar. El aire entre nosotros se cargó de tensión, nuestras respiraciones entrecortadas, y antes de que pudiera reaccionar, sus labios se encontraron con los míos en un beso urgente, desesperado.
El mundo se desvaneció. El salón, las luces, las risas, todo desapareció mientras mis manos la mantenían cerca, sin querer dejarla ir. Era como si todo el dolor, toda la frustración de los últimos días, estuviera vertiéndose en ese momento, en ese beso. Y Aria no se apartó. Al principio, pensé que sería un choque, que ella se separaría, que me empujaría lejos, pero no lo hizo. Al contrario. Sentí sus dedos en mi pecho, su respiración acelerada, y algo dentro de mí se encendió, algo que no sabía que podía sentir.
El beso no fue suave. No fue dulce ni tierno. Fue crudo, impulsivo, un estallido de deseo reprimido durante demasiado tiempo. Fue un "te odio y te quiero" al mismo tiempo, una mezcla de pasiones contrarias que nos consumieron por completo. Y, por un momento, todo tuvo sentido, como si todo lo que habíamos construido fuera solo una fachada que podía ser destruida con un solo acto.
Cuando finalmente nos separamos, respirando pesadamente, el sonido de las cámaras nos recordó la realidad. Nos miramos, ambos sorprendidos, ambos con el mismo nudo en el estómago. No sé qué esperábamos, pero no estaba preparado para la mirada que Aria me dio en ese momento. Sus ojos, antes llenos de desafío, ahora estaban llenos de algo más, algo que no lograba identificar.
"¿Qué acaba de pasar?", preguntó, su voz quebrada, aunque con una calma sorprendente. La pregunta, que debería haber sido retórica, me dejó sin palabras.
"Lo que acaba de pasar", comencé, con la mente en caos, "es lo que no se supone que pase."
"Entonces, ¿qué hacemos con esto?", me desafió, y no pude evitar notar el ligero temblor en su voz. Sus palabras eran frías, pero el fuego detrás de ellas era evidente. Yo también estaba completamente desorientado, pero no podía dejar de pensar en cómo había sentido cada segundo de ese beso. Algo había cambiado. Algo más que solo una jugada ante las cámaras.
"No sé", respondí, mi voz tan suave que apenas pude escucharla. "No sé qué estamos haciendo, pero no podemos seguir ignorando lo que pasó."
Ambos miramos alrededor, como si el mundo todavía pudiera ser lo que era antes de ese beso. Pero el daño ya estaba hecho. La conexión que habíamos compartido ya no podía borrarse, y la línea entre lo que queríamos y lo que debíamos hacer se desdibujaba rápidamente.
A medida que nos alejábamos de las miradas curiosas, el peso de lo sucedido no se desvaneció. Nos habíamos expuesto más de lo que ambos estábamos dispuestos a admitir. Y en ese momento, supe que no podía volver atrás. Ni ella, ni yo. La tormenta entre nosotros apenas comenzaba.
La tensión seguía suspendida en el aire como una cuerda demasiado tensa, a punto de romperse. Aria y yo apenas habíamos intercambiado palabras después de ese beso. Era como si ninguno de los dos supiera qué hacer con lo que acababa de suceder. No era solo el hecho de que lo hubiéramos hecho frente a todos, sino la manera en que había sucedido. Había sido impulsivo, crudo… y demasiado real.
Nos apartamos del bullicio del evento, encontrando un rincón más discreto en los jardines del palacio. La luna brillaba sobre nosotros, reflejándose en el agua de la fuente cercana, y el murmullo de la fiesta parecía distante, como si perteneciera a otra realidad.
—¿Vas a decir algo o seguirás mirándome así? —preguntó Aria, cruzándose de brazos. Su tono era desafiante, pero en sus ojos había algo que delataba su confusión.
—¿Qué esperas que diga? —repuse con voz tensa, pasando una mano por mi cabello. Aún podía sentir la presión de sus labios contra los míos, la forma en que su cuerpo se había amoldado al mío durante esos fugaces segundos.
—Tal vez que fue un error —sugirió, aunque su voz carecía de convicción.
Un error. Sí, probablemente eso era lo que debía decir. Que había sido una jugada estúpida, un desliz, una respuesta impulsiva a toda la tensión que habíamos acumulado en los últimos días. Pero no pude pronunciar esas palabras. Porque no era verdad.
Aria soltó un suspiro y miró hacia la luna, como si esta pudiera darle respuestas que yo no podía. Su perfil, iluminado por la suave luz plateada, era casi irreal. Y por un momento, me quedé observándola, estudiando cada detalle de su expresión.
—No fue solo por las cámaras, ¿verdad? —susurró, volviendo su mirada hacia mí.
El peso de su pregunta cayó entre nosotros como un ancla.
—No —admití en voz baja, y el simple hecho de decirlo en voz alta hizo que la verdad fuera aún más imposible de ignorar.
Ella cerró los ojos por un momento, como si estuviera procesando mis palabras, como si necesitara unos segundos para aceptar lo que eso significaba. Cuando los abrió de nuevo, su expresión era diferente. Más vulnerable.
—Esto es un desastre —murmuró.
—Sí —coincidí, sin apartar la mirada de ella.
Un silencio pesado se instaló entre nosotros, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que hablaba más que las palabras.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Una pregunta sencilla, pero con una respuesta imposible. Porque por más que tratara de racionalizarlo, de encontrar una salida lógica, no había ninguna que no nos llevara de vuelta a lo mismo: la atracción innegable, el deseo latente, la confusión de sentir que odiaba lo que esta situación nos estaba obligando a hacer, pero al mismo tiempo… que la quería a ella.
Di un paso hacia ella, acortando la distancia entre nosotros. Aria no se movió, no se alejó. Solo me miró con esos ojos desafiantes, como si esperara que yo hiciera algo. Como si quisiera que tomara una decisión que ninguno de los dos estaba preparado para tomar.
—No tengo la menor idea —admití, y eso pareció hacerla sonreír levemente, como si fuera la primera vez que me escuchaba decir algo sincero.
—Bien —susurró—. Porque yo tampoco.
La brisa nocturna nos envolvía, pero el calor entre nosotros era innegable. No intenté besarla de nuevo, y ella no intentó apartarse. Solo nos quedamos allí, suspendidos en el punto exacto entre lo que éramos y lo que podríamos ser.
Y supe, en ese momento, que no había vuelta atrás.
AriaEl vestido que llevaba puesto me asfixiaba. No por lo ajustado del corsé ni por la opulencia de la tela, sino porque era un recordatorio de la farsa en la que estaba atrapada. La princesa perfecta. La prometida ejemplar. La futura reina de un país que apenas conocía.Y Alexei…Él también estaba jugando su papel a la perfección. Demasiado bien. Desde aquel beso bajo la luna, algo en él había cambiado. O tal vez era solo mi percepción la que se había alterado. Ahora parecía más atento, más… humano. Y eso era lo que más me aterraba.Los flashes de las cámaras seguían cegándome mientras sonreía para la prensa, con su mano desc
AriaNunca imaginé que mi vida sería una jaula dorada. Todos esos lujos, las sonrisas falsas y las apariencias que tengo que mantener… pero nada de eso me hacía sentir libre. Al contrario, todo lo que me rodeaba me mantenía encadenada. Y ahora, la única salida que mi familia real veía para mí era un matrimonio arreglado con un príncipe del que nada sabía, salvo que mi destino y el suyo estaban atados por la corona, no por el amor.“La princesa Aria, ¿te das cuenta de lo que esto significa?”, me dijo mi madre con una sonrisa tan fría que ni el sol de la mañana lograba derretirla. “El matrimonio con el príncipe Alexei es una oportunidad para nuestra familia. Es un compromiso de sangre, de poder, de influencia.”Sí, claro. Solo faltaba añadir “y de sumisión”. Porque eso era lo que sentía al escucharla hablar: un compromiso, pero no el mío, sino el de mi libertad. Sus palabras eran un susurro de promesas vacías, de sacrificios ocultos bajo una fachada de brillo y glamour.Cuando mis ojos
AlexeiEl reloj en la pared me observa con impaciencia. Otra reunión, otro día, otra obligación. El peso de mi familia, de mi deber, me aplasta con la misma intensidad que el día anterior, y el día anterior a ese. El compromiso con Aria es solo una parte más de un juego que nunca quise jugar. Pero aquí estoy, atrapado en la telaraña de la realeza, donde cada movimiento está controlado, cada palabra calculada. Nada más que una marioneta en manos de aquellos que deberían haberme protegido.A veces me pregunto por qué me siento tan desconectado de todo esto. Si no fuera por el deber, si no fuera por mi familia, ¿realmente querría estar aquí? ¿Realmente querría ser el príncipe? No tengo una respuesta clara. Solo sé que me están manipulando, y lo peor es que no puedo hacer nada al respecto.El día después de la rueda de prensa fue un caos absoluto. Aria, esa princesa insoportable, no dejó de darme dolores de cabeza. Cuando la conocí en público, su comportamiento fue lo que esperaba: distan
AriaEl cielo estaba cubierto de nubes oscuras, la tormenta llegaba con furia. A través de las ventanas del palacio, el viento azotaba los cristales, anunciando la llegada de la tormenta que todos temían. La electricidad en el aire era palpable, como si el mismo cielo estuviera dispuesto a romperse. Y, en medio de todo eso, yo me encontraba en el salón de estar, atrapada en el mismo lugar que Alexei, obligado por circunstancias más allá de nuestro control."Perfecto", murmuré para mí misma, buscando un rincón donde escapar de la mirada penetrante del príncipe. Si las cosas fueran diferentes, si mi vida fuera solo mía, tal vez podría haberme refugiado en el jardín, alejarme de las paredes frías del palacio. Pero no. Hoy, el destino tenía otros planes para mí.Alexei estaba allí, como siempre, impecable, pero con esa ligera tensión que ahora conocía bien. Podía ver la lucha en sus ojos, esa ira contenida, esa frustración con todo lo que no podía controlar. Él también estaba atrapado. Y,