El príncipe enemigo

Alexei

El reloj en la pared me observa con impaciencia. Otra reunión, otro día, otra obligación. El peso de mi familia, de mi deber, me aplasta con la misma intensidad que el día anterior, y el día anterior a ese. El compromiso con Aria es solo una parte más de un juego que nunca quise jugar. Pero aquí estoy, atrapado en la telaraña de la realeza, donde cada movimiento está controlado, cada palabra calculada. Nada más que una marioneta en manos de aquellos que deberían haberme protegido.

A veces me pregunto por qué me siento tan desconectado de todo esto. Si no fuera por el deber, si no fuera por mi familia, ¿realmente querría estar aquí? ¿Realmente querría ser el príncipe? No tengo una respuesta clara. Solo sé que me están manipulando, y lo peor es que no puedo hacer nada al respecto.

El día después de la rueda de prensa fue un caos absoluto. Aria, esa princesa insoportable, no dejó de darme dolores de cabeza. Cuando la conocí en público, su comportamiento fue lo que esperaba: distante, arrogante, una princesa perfecta. Pero en privado... en privado, su actitud era algo completamente diferente. Ella no temía desafiarme, cuestionar mi autoridad. Y eso, sinceramente, me desconcertó.

La mayoría de las mujeres con las que he estado antes han sido fáciles de manejar. Saben cuál es su lugar, se ajustan a las reglas, juegan al juego con la elegancia y la discreción de quienes entienden su rol. Pero Aria... no. Aria es un problema.

Ese mismo día, después de la rueda de prensa, tuve que lidiar con ella en el palacio. Cuando entró en mi despacho, lo primero que hizo fue mirarme como si estuviera evaluando a un desconocido. No me dijo una palabra, solo se quedó allí, con su mirada fija en mí. Una mirada desafiante, como si todo esto fuera una gran broma. Y lo era, ¿verdad? ¿Qué soy yo en su vida más que una ficha más en un tablero de ajedrez real? Una pieza que ella debe tolerar para cumplir con su deber.

"¿Estás esperando que te hable?" dije, incapaz de aguantar el silencio incómodo. Mi tono fue cortante, el mismo que uso con todos los que me desafían. Pero a ella parece no importarle. La princesa, tan perfecta en apariencia, tan vulnerable en su arrogancia.

"¿Eso te molesta, príncipe?" respondió con una sonrisa juguetona, pero con un brillo de ironía en sus ojos. "Que no esté a tus pies, como las demás mujeres con las que probablemente estés acostumbrado a tratar."

Me quedé en silencio, observándola. Esa maldita sonrisa me hacía hervir la sangre. Era como si estuviera burlándose de mí, como si se sintiera completamente ajena al poder que yo tenía. Pero no lo estaba. Lo sabía. Y eso me irritaba aún más.

"No soy como las demás", dijo, como si leyera mis pensamientos. "Y no te acostumbres a que te obedezca sin cuestionarlo. Estoy aquí porque no tengo más opción."

Su voz sonaba firme, decidida. Y eso, maldita sea, me intriga más de lo que debería. Yo esperaba que se sometiera, que aceptara su destino como cualquier otra princesa en su lugar. Pero Aria... Aria no juega a eso. Aria quiere el control, aunque no lo diga explícitamente. Y me cuesta admitirlo, pero eso me atrae, aunque me aterra al mismo tiempo.

En la cena esa noche, la situación no mejoró. Ella se sentó frente a mí, desafiando las normas del protocolo una vez más. Normalmente, las princesas se sentarían con las manos delicadamente sobre la mesa, con posturas correctas y sonrisas a medias. Pero Aria no. Aria se recostó un poco hacia atrás, con los codos sobre la mesa, mirando a todos los demás como si no les importara en lo más mínimo. Y sus ojos... sus ojos me seguían, como si pudiera sentir su mirada constante sobre mí, desafiándome a ser quien soy, desafiándome a reaccionar.

"¿Es tu costumbre ignorar todas las reglas de la corte, princesa?" le pregunté, mi tono más brusco de lo que quería admitir.

"No soy una princesa común", respondió con una sonrisa mordaz. "Y tú, Alexei, no eres el príncipe que crees ser."

Eso me dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir. Pero me mantuve firme, sin mostrar debilidad. Sabía que ella estaba buscando una reacción. Tal vez pensaba que podía intimidarme, que podía hacerme dudar de lo que había sido mi vida hasta ahora. Pero no lo haría. No cedería tan fácilmente.

Después de la cena, nos encontramos en los jardines del palacio, caminando por la misma senda de siempre, pero esta vez había algo diferente en el aire. La tensión entre nosotros era palpable. Aria caminaba a mi lado, pero la distancia emocional entre nosotros era mucho más grande que cualquier distancia física que pudiera existir.

"¿Qué quieres realmente de mí, Aria?" le pregunté finalmente, la pregunta saliendo de mis labios con una sinceridad que ni siquiera yo esperaba. "¿Qué esperas de este compromiso? ¿Qué esperas de mí?"

Ella me miró, sus ojos brillando en la oscuridad. "Lo que yo quiero no importa", dijo suavemente. "Estoy aquí porque no tengo elección. Como tú. Pero a diferencia de ti, no pienso conformarme con lo que me den. Si vas a estar en mi vida, al menos hazlo de manera interesante."

Esa respuesta me dejó sin palabras. ¿Interesante? Lo último que había esperado era que ella me desafiara de esa manera, que se atreviera a tratarme como si yo fuera tan solo otro obstáculo que debía superar. Y, maldita sea, me hizo preguntarme por qué no podía dejar de pensar en ella. Había algo en su actitud que me atraía de una manera que no quería reconocer.

El evento que se realizó un par de días después puso a prueba todo lo que pensaba que sabía sobre Aria. Era una gala benéfica, uno de esos eventos en los que las apariencias lo son todo. La princesa debía actuar como una perfecta dama de la corte, seguir las reglas del protocolo a la perfección. Pero Aria, por supuesto, decidió hacer lo contrario.

Cuando todo el mundo estaba perfectamente alineado en sus asientos, ella se levantó y caminó hacia un rincón apartado, ignorando completamente las miradas indignadas que la seguían. Yo no sabía si debía seguirla o quedarme en mi asiento, pero algo dentro de mí me impulsó a levantarme y seguirla.

"¿Qué estás haciendo?" le susurré con firmeza, mientras la encontraba al borde de la sala, en un rincón oscuro. "¿Por qué te comportas así?"

Ella me miró con una sonrisa que, por alguna razón, no era de arrogancia esta vez. Era una sonrisa de desafío, sí, pero también de libertad.

"Estoy haciendo lo que quiero", dijo en voz baja, su tono más suave de lo habitual, pero igual de firme. "Y si eso te molesta, entonces tal vez el problema no sea yo, sino tú."

Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente mientras observaba cómo se alejaba de mí, como si hubiera dejado caer una bomba a mis pies y se hubiera marchado sin mirar atrás.

Yo, el príncipe Alexei, tan acostumbrado a estar en control de todo, tan acostumbrado a tener el poder en mis manos, me encontré completamente desconcertado por esa mujer.

Lo que había sucedido en ese rincón oscuro de la gala benéfica permaneció en mi mente durante toda la noche. Mi mente seguía regresando a Aria, esa princesa que parecía desafiar todo lo que representaba la realeza, y eso me desconcertaba profundamente. La forma en que se comportaba, tan libre, tan decidida, me hacía preguntarme si ella realmente entendía lo que estaba arriesgando. Pero luego me di cuenta: no le importaba. Lo que hacía no era solo un acto de rebeldía, era una declaración. Ella no quería ser solo una pieza más en el juego real. Quería jugar a su manera, y yo estaba empezando a preguntarme si eso, quizás, era algo que me atraía.

El resto de la gala pasó en un completo vacío para mí. La música, las risas, los brindis, todo parecía lejano mientras mis ojos buscaban constantemente a Aria, esa mujer que no lograba sacudirme de la cabeza. La vi en varias ocasiones, hablando con otros invitados, pero siempre había algo en su postura, algo en su actitud que me decía que ella no pertenecía a ese mundo. No de la manera en que todos los demás lo hacían. Y eso, nuevamente, era desconcertante.

No volví a cruzarme con ella esa noche, y aunque intenté mantener mi fachada de príncipe impecable, sabía que no podía ignorar lo que sentía. No era solo frustración, no era solo irritación. Era algo más complicado. Algo que me atraía y me enfurecía al mismo tiempo. Ella no seguía las reglas, y, por alguna razón, eso me retaba. Y cuando algo me reta, mi primer instinto es someterlo, controlarlo. Pero con Aria... no estaba seguro de querer hacerlo.

Al llegar al palacio, el silencio reinaba. La casa parecía demasiado grande para estar sola. Como si estuviera vacía, incluso cuando había gente en ella. Al menos eso es lo que pensé cuando me encontré caminando por los pasillos con las luces tenues y la quietud que siempre venía con la noche. La presencia de Aria seguía rondando en mi mente.

Me dirigí a mi despacho, decidido a dejar de pensar en ella. Pero como si fuera una maldición, mi puerta se abrió sin previo aviso. Y ahí estaba ella, de pie en el umbral, como si hubiera aparecido de la nada.

"¿Qué haces aquí?", le pregunté, mi tono más brusco de lo que pretendía. Por un segundo, el ambiente tenso entre nosotros parecía enloquecerme, como si sus ojos pudieran perforarme hasta el alma.

"Vengo a hablar contigo", respondió, con esa calma que me irritaba profundamente. "No me mires así. No estoy aquí para pelear."

Estaba claro que no se iba a ir. Y, por alguna razón, tampoco quería que se fuera.

"¿Y qué quieres hablar, Aria? ¿De qué sirve seguir este juego de apariencias?", dije, buscando controlarme, pero sabiendo que mi frustración ya era evidente. Me detuve, mirándola con más intensidad de la que esperaba. Su presencia llenaba el aire con una electricidad que no podía ignorar. Algo en su mirada desafiaba cualquier atisbo de autoridad que intentara imponer.

"Tal vez hablemos de las reglas", dijo, su voz serena pero cargada de algo que no pude identificar. "O de cómo tú mismo eres un prisionero de ellas. ¿No te cansas de jugar a este maldito juego con las manos atadas, Alexei?"

Mis manos se apretaron en los brazos de la silla en la que estaba sentado, como si esa conversación fuera más un reto a mi dignidad que un intercambio de palabras. "¿De qué hablas?", dije, intentando mantener mi compostura. "Soy un príncipe. No tengo la opción de no jugar."

"Lo sé", respondió con suavidad, pero su mirada fue directa, sin titubeos. "Lo que quiero saber es por qué lo haces. ¿Es por tu familia? ¿Por el poder? ¿O es solo porque te han enseñado a hacerlo, como si no tuvieras otra opción?"

Esa pregunta me golpeó de lleno, y aunque traté de mantenerme impasible, mi mente se quedó atrapada en sus palabras. El por qué de mis decisiones, el por qué de mi vida... nunca me lo había preguntado realmente. Siempre fue lo que se esperaba, lo que debía hacer. Un príncipe. Un hombre de deber, de honor, de responsabilidades. Pero lo que ella sugería era diferente. Me estaba preguntando si tenía alguna voluntad propia.

"¿Qué quieres de mí, Aria?", dije finalmente, alzando la vista para enfrentarla. "¿Realmente quieres que te diga lo que esperas o prefieres seguir pretendiendo que no estamos atrapados en esta vida juntos?"

Ella no se movió, no titubeó. "Lo que quiero", dijo con una sonrisa que no me dejaba claro si era una broma o algo más serio, "es que dejes de actuar como si fueras el único que tiene que cargar con el peso de esta corona. Tal vez, solo tal vez, podríamos hacerlo juntos. Pero, para eso, tienes que aprender a ver más allá de tus propias reglas, Alexei."

Mi pulso se aceleró con esas palabras. Por primera vez, me encontraba ante algo más que una simple obligación de realeza. Era un desafío, un desafío que venía de la última persona que pensaba que se atrevería a hacerlo. Aria.

"No me pidas eso", respondí, aunque, por dentro, sabía que no podía ignorar la semilla que ella había plantado en mí. Estaba lidiando con algo mucho más grande que ella misma. Estaba enfrentándome a un sentimiento que no entendía. A una necesidad de liberarme de las reglas, aunque me aterraba hacerlo.

Ella se acercó un paso más, reduciendo la distancia entre nosotros. "No te estoy pidiendo nada", dijo, su tono bajo, su respiración más cercana. "Te estoy ofreciendo algo que tal vez no hayas considerado. La opción de ser libre. Si tan solo te atrevieras."

Esas palabras... esas malditas palabras. Por un segundo, me pregunté si realmente estaba escuchando. Si realmente lo que me ofrecía era una vida diferente. Pero lo que sabía, lo que me aterraba, era que esa vida me alejaba de todo lo que conocía. Me alejaba de mi familia, de mi deber, de lo que se esperaba de mí.

"Solo quiero que lo pienses", dijo, y antes de que pudiera replicar, se dio la vuelta y salió del despacho, dejando un vacío en el aire.

Me quedé allí, en la penumbra, con el peso de sus palabras pesando sobre mí. Quería odiarla, quería rechazarla. Pero algo me decía que no podía hacerlo. Algo dentro de mí sabía que, sin importar cuánto tratara de negarlo, Aria no era solo un obstáculo que debía soportar. Era mucho más.

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