¿Por qué tenía hambre de estar a solas con ella, incluso entonces, cuando sabía que tenía que ser un miserable y hacer que ella lo apartara de su vida y de su corazón, por completo?Una vez dentro del vestidor, la presionó contra la puerta, con su cara cerca de la de ella. Ella parecía invitar a besarla y a pesar de todo lo que le había dicho, se moría por hacerlo.—No puedo verte más —anunció con voz grave.—No tienes que amarme —susurró ella. Luego pareció avergonzada. Le estaba rompiendo el corazón. Ella creía que no la amaba. Ese era el plan, después de todo; pero tenía que hacerle saber lo maravillosa que era.—No digas eso —replicó con dureza—. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte y amarte.—Pero tú no. —Su voz tembló, ligeramente. ¡Dios, aquello era una agonía! Había tenido casi la misma conversación con Eliza, pero por una razón muy diferente y con resultados opuestos.Tenía que responderle. —No. Yo no.Angeline cerró los ojos, sus oscuros y brillantes ojos. Carl v
—Está helada. Estás loca —gritó Angeline a su hermana menor, Rose, por encima del sonido de las olas. La arena y las rocas estaban cubiertas por la nieve de la noche anterior. Dejó que Rose la convenciera de tomar el tren del mediodía para ir a la playa, supuestamente para ver las gaviotas.—No importa. Hace sol y las vistas son preciosas. Parece como salidas de un cuadro. —Alzó la voz su hermana.—¡Apenas puedo oírte!—Cuando tocas el piano, ¿es mágico para ti, como hacer el amor con un hombre?¡Eso lo escuchó!—¿Hay algo que quieras decirme? —inquirió ella.Rose señaló a lo largo de la playa aislada.De pie en el paseo marítimo, en el extremo más alejado había un hombre con traje de marinero, evidentemente esperándolas. Rose sonrió rápidamente a su hermana mayor y empezó a correr hacia él. Angeline suspiró y cerró su gruesa capa de lana en el pecho, mientras el viento de diciembre intentaba arrebatársela. Rose estaba enamorada. Otra vez. Iba a ser una Navidad interesante.Por suer
—Creo que necesito tocar el piano. He estado holgazaneando, últimamente.—Sí. —Estuvo de acuerdo, con la cara seria—. Rose dijo que ayer solo tocaste durante cuatro horas.—Debí haber tocado durante cinco. —Angeline le lanzó una sonrisa irónica.—Estoy tan contenta de que hayas pospuesto esto hasta ahora —comentó Angeline , mientras Egbert la rodeaba con una manta a ella y a Carling—. Hubiera odiado perderme este monumental viaje. —«Lo que sería mucho mejor si Carl estuviera a mi lado».Se amonestó a sí misma por pensar en él, en centésima vez en una semana, y no dejarlo en el pasado, donde pertenecía.—Sin ti, no hubiera sido lo mismo —dijo Carling, apretando su brazo.Empezaron en una bodega típica y trataron de disfrutar de las cosas cotidianas de l
Angeline vio a Carl mucho antes de que él la viera. Con el sol primaveral calentándola por fuera, la visión de él la hizo calentarse por dentro. Estaba sentado con un chico en un banco fuera de la consulta del doctor y, para su sorpresa, le gritaba.—Solo dame tu mano. —Alzó la voz.El chico, a quien Angeline reconoció como el hijo de Ely, Jack, se negó.—Esto no te dolerá, te lo aseguro. —Agarró su mano y el chico se la arrebató—. Es solo una maldita astilla —rugió Carl. Y esta vez tuvo éxito en asegurar su mano.—¡Mamá! —lloriqueó Jack.—¡Jesús! —exclamó él.Angeline se encontró corriendo hacia ellos. A ese ritmo, el pueblo lincharía a Carl antes de que acudieran a él para que los curara.—Jack, &iq
—Te llevaré —ofreció con gentileza. —No. —Ella levantó la mano—. Iré sola. Necesitas estar aquí en caso de que vengan más pacientes, ¿verdad? —retrocedió, poniendo distancia entre los dos—. Hablaremos más tarde. Si ves a Selena… —Se detuvo y lo miró fijamente. Él sonrió a medias. —Le diré que estás aquí, para que pueda empezar a cocinar. —Casi tenía la puerta cerrada cuando le preguntó—: Angeline , ¿cuánto tiempo te vas a quedar? Ella dudó. —Un par de días, como mucho. —Por su reacción ante él, sabía que si su estancia fuera más larga nunca se marcharía. Incluso en ese momento, podía sentir lo doloroso que iba a ser.Después de que Angeline cerrara la puerta, Carl contó hasta cinco y luego gritó de alegría. Dios, había sido bueno, verla de nuevo. Mejor que bueno, había sido increíble. Se sintió instantáneamente vivo y feliz, despreocupado, y estaba a punto de empezar a cantar como un jilguero en la época de reproducción. La misma habitación y el mismo pueblo que había sido conf
—¿De verdad van a abrir una bodega?—Ese es su sueño, o al menos, es el de Egbert. Y Carling está muy feliz por compartirlo. Dondequiera que su hombre vaya, ella también va —bromeó, pero la sombra que cruzó el rostro de Carl le arrancó la sonrisa—. ¿Qué es lo que pasa? Sin pensarlo, extendió el brazo al otro lado de la mesa y le tocó la mano.Él saltó, pero no se apartó. En su lugar, miró hacia abajo, a su pálida mano sobre la suya más grande, y luego le acarició los nudillos con el pulgar, enviando escalofríos hasta su columna vertebral.Era demasiado fácil imaginarlo acariciando otras partes de su cuerpo. Demasiado fácil recordar que estaba en sus brazos, casi indefensa ante el placer que le daba. Lentamente, Angeline apartó su mano y la dejó sobre el regazo. No había respondido a su pregunta y parecía que no tenía intención de hacerlo.—Será mejor que te lleve a casa —dijo, poniéndose de pie bruscamente.—Angeline , ¿estás ahí? —La despertó una voz desde las escaleras. Al princi
Angeline usó la carreta de Selena para llegar a la finca de Lenoi a unos veinte minutos de la ciudad. Con el clima templado, podría haber caminado, pero habría sido un largo viaje y podría volver a casa después del atardecer. En cualquier caso, la historia de la serpiente de cascabel le había dado una pausa para caminar por las afueras de la ciudad, tal como era. Al señor Lenoi, padre, debía gustarle vivir aislado, pensó al ver que dejaba a un lado cualquier apariencia de camino. Todo el paisaje se extendía en un amplio espacio abierto, seguramente, por eso a Carl le encantaba cabalgar entre los pastos verdes que la rodeaban. El cielo era verde y, después del largo invierno, los prados se tornaban amarillentos en el horizonte. Había plantas rojas de matorral, aunque ella no tenía ni idea de lo que eran, y muchas flores blancas. Las colinas se extendían hasta las montañas más grandes en la distancia. El entorno era precioso y enorme, e hizo que Angeline quisiera correr hacia el telef
Angeline solo pudo pensar en la pobre y desafortunada señora Lenoi. La madre de Carl no había tenido lujos y, en ese momento, cayó en la cuenta de que la afortunada que Carl tomara por esposa, esperaría vivir allí. Excepto Eliza. Angeline no podía imaginar a la elegante rubia, bañándose en la cocina. Si se hubiera casado con ella, lo más probable es que hubieran vivido en la casa de los Prentice en la ciudad. Supo que ya no tenía más tiempo para hacer preguntas, porque él se quitó la camisa sucia más rápido de lo que ella tardó en parpadear. De repente, se encontró contemplando su estómago plano y ondulante. Una línea de vello oscuro se estrechaba hasta su... —¡Carl! —advirtió, pero él se desabrochó el cinturón y puso las manos en la bragueta de sus pantalones. Como ella se quedó allí de pie, mirándolo, se encogió de hombros y abrió un botón, luego otro, y Angeline empezó a ver más pelo oscuro. De hecho, ella pudo ver que no llevaba nada más debajo. Angeline huyó antes de que ex