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Culpable
Culpable
Por: Natalia Díaz
Visita inesperada

         “El ser humano posee dos cara como una moneda; la que se muestra a todo aquel que se acerque y la que se reflejaba únicamente frente al espejo”.

                                               Natalia Díaz

La cárcel es el infierno en la tierra, donde encierran a los seres más despiadados y son sometidos a enfrentar la justicia y pagar por sus atroces crímenes. Al pasar por el cedazo de la justicia y ser juzgado, de ser hallado culpable; deberás cumplir con lo que un juez disponga. A veces eres sentenciado con una pena mínima, mientras que otras veces eres condenado a pasar el resto de tu vida detrás de los barrotes. Es duro, ¿no?

¿Alguna vez has pensado en la cantidad de personas que día tras día son condenadas injustamente sin haber cometido ningún crimen? No quiero pensar que fui la única desdichada.

Hace once meses fui acusada injustamente por el asesinato de mi amiga Rebecca el cual no cometí, pero que al sol de hoy me ha marcado en todos los aspectos. Mi padre adoptivo contrató a un buen abogado que logró sacarme de ese infierno. Pensé que esa angustia y ese infierno que viví allí terminaría al momento de poner un pie fuera, pero al salir me encontré con uno peor. El supuesto hermano de Rebecca ha estado detrás de cada paso que doy. No satisfecho con el veredicto del juez, ha hecho hasta lo indecible con tal de hacerme la vida imposible.

Con solo dieciocho años, mi reputación ha sido totalmente dañada. No puedo asistir más a la universidad, incluso he querido buscar un trabajo, pero por mis antecedentes no me toman en consideración. Estoy segura de que ese demonio está detrás de todo eso también. No conozco absolutamente nada de él, apareció de la nada luego de salir de la cárcel. Ni siquiera su verdadero rostro lo he visto, porque la única vez que nos encontramos frente a frente tenía una máscara puesta.

A raíz de todo lo que ha ocurrido recientemente, mi papá decidió mandarme a vivir a una casa algo distante. A donde quiera que vaya, todos parecieran seguirme con la mirada. Puedo notar la manera en que me observan como si fuera un monstruo. Me afecta sentirme enmarcada y juzgada por todos a mi alrededor, solo por eso decidí tomar en consideración el consejo de mi papá.

Es la primera vez que estaré lejos de mis padres. Cuando las aguas se calmen regresaré con ellos. Por ahora no quiero que se tengan que enfrentar a la misma angustia que he tenido que vivir durante estos meses. Sé lo cargado que ya están por mi culpa.

Me instalé en la casa, asegurando todas mis pertenencias. Me siento muy agobiada y sola. No puedo dejar de pensar en lo que vi esa noche, pero más al traer a mi mente lo que pasé en la cárcel. El tiempo parecía eterno en aquel lugar. Tenía miedo de dormir. Sentía que, si cerraba los ojos mucho tiempo, alguien trataría de lastimarme. Estaba rodeada de mujeres que en apariencia lucían muy agresivas y capaces a todo. No había privacidad en ningún momento, ni siquiera para hacer necesidades. Fue horrible.

Busco plasmar todos mis sentimientos y recuerdos en un papel. De alguna manera hace que sienta un peso menos encima. No podría hacer nada más estando aquí. Paso largas horas al día escribiendo, se ha vuelto una especie de terapia y escape a la realidad.

Como comenzaba a sentirme agotada, fui a la ducha a refrescarme. Me tomé mis medicinas pues me ayudan a poder descansar mejor. Luego regresé a mi habitación. Secaba mi cabello con la toalla, cuando escuché una voz detrás de mí.

—¿Así que papi le ha cumplido otro capricho a su doncella?

Logré reconocer esa voz de inmediato, algo que me provocó ligeros escalofríos. ¿Cómo ha entrado a mi casa si recuerdo haber cerrado todo? En primer lugar, ¿por qué ha venido de nuevo? Me volteé en dirección a él y lo vi detenido en la puerta de mi habitación. Esta vez no llevaba una máscara, sino un antifaz negro, dejando al descubierto solo su perfilada nariz, su refinada barba y su boca. Tenía puesta una camisa negra manga larga y con botones. Aunque llevaba sus mangas dobladas a la altura de sus codos y unos guantes negros que me pusieron nerviosa.

—¿Qué hace aquí? ¿Cómo se atreve a entrar a mi casa? — retrocedí, en busca de localizar mi teléfono, pues recuerdo haberlo dejado sobre la mesa de noche, pero ahí no estaba.

—¿Creíste que mudándote ibas a evadir tu castigo? — se detuvo en medio de la habitación y lo miré con desconfianza—. Pues te lo repetiré hasta que te quede claro. Pudiste comprar al juez y salir libremente a la calle como si nada, pero de mí jamás te vas a librar— sacó una cuchilla de su bolsillo y retrocedí aún más, hasta que toqué la pared—. Cada lágrima que le hiciste derramar a mi hermana es la misma que te haré derramar a ti. No tengo prisa para hacerlo. Pienso torturarte despacio, de todas las maneras posibles, hasta que tú misma me ruegues que ponga fin a tu tormento— la arrojó inesperadamente contra la pared y pasó tan cerca que casi me hago encima.

Mi corazón latía a una velocidad inaudita. Mis piernas no paraban de temblar. En sus labios se reflejó una sonrisa muy siniestra y escalofriante. Pareciera disfrutar de lo que hace.

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