Capítulo 4.


Brianda despertó con los ojos hinchados. Tuvo que usar demasiado maquillaje para disimular la hinchazón en el trabajo.

Llevaba ya tres horas en la oficina pero no lograba concentrarse en el trabajo a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas. 

Suspiró pesadamente, se sentía molesta y engañada... ¿Por qué Valeria le habría ocultado que Milagros era adoptada? No conseguía comprender y no conseguía deja r de pensar en ello.

Sonaron unos golpecitos en la puerta y acto seguido se abrió. Era Inés, su secretaria.

-Señorita, el señor Anderson está al teléfono, ¿Quiere que le pase la llamada?

-Si, por favor y después ve a la planta sexta y pide los presupuestos que faltan por revisar.

Inés asintió y unos instantes después le pasó la llamada.

-Buenos días Brianda, la llamo para invitarla a una reunión que será en mi empresa dentro de unos días. Se dará una breve charla de un nuevo sistema operativo que creo que puede ser de su interés. A continuación habrá una cena en uno de los mejores restaurantes de la cuidad con varios socios en común que tenemos... ¿Cuento con usted?. —dijo Oliver al otro lado del teléfono.

-Si, claro, allí estaré, gracias por la invitación... Es muy amable de su parte señor Anderson.

Cruzaron dos o tres palabras más y colgó la llamada.

Estaba mentalmente exhausta de tanto darle vueltas al tema de Valeria. Y seguía sin saber qué hacer.

Se apoyó en el espaldar del sofá de cuero negro y echó hacia atrás su cabeza. 

No quería pensar, pero era como si su mente le jugara una mala pasada.

Su teléfono sonó nuevamente, lo que le hizo darse un tremendo susto y, por ende, saltar literalmente del asiento. Era Shara. Pulsó la tecla de respuesta y lo llevo a su oído derecho.

-Niña... Le recuerdo que hoy tiene que volver a casa a las seis de la tarde, acuérdese que tenemos que hacer los preparativos para la Navidad. -Comentó con voz alegre la mujer, que contaba ya con más de cincuenta años.

Navidad. 

Ni siquiera se había dado cuenta que había llegado diciembre.

Llevó la mano izquierda a su frente y la frotó suavemente con su dedo índice.

-Está bien Shara, allí estaré. Gracias por hacerme recordarlo, últimamente ni siquiera sé en el día que vivo.

Las demás horas pasaron de igual manera, no pudo concentrarse y todo para ella fue más difícil, dado que no se motivaba ni un poco.

Miró su reloj. Las seis menos cuarto. Cerró su ordenador y tomó su maletín. Ya acabaría en casa si es que lograba inspirarse.

Salió por la puerta de su oficina y bajo en el ascensor hasta el garaje donde aparcaba el coche.

Se subió a este y condujo hasta su casa.

Una vez llegado se cambió de ropa y, junto con Shara, fueron hasta el centro comercial. Ella odiaba ir de compras.Las aglomeraciones de gente en las tiendas, las largas colas para pagar en caja o las típicas señoras peleando por quién vio primero algún adorno eran algo que detestaba y evitaba en medida de lo posible. Pero era inevitable.

Shara parecía feliz. Cogía de todo por todos los pasillos, cosas que a Brianda le parecían innecesarias, pero por ver cómo disfrutaba su querida niñera mantenía la boca cerrada.

Mientras caminaba empujando el carrito por otro de los muchos pasillos le vio. A él.

Inmediatamente sus ojos quedaron posados en él, que parecía no haberla visto. Él estaba teniendo una especie de discusión con otra señora más o menos de la edad de Shara. 

Se quedó inmóvil nuevamente. Por más que lo intentaba sus piernas no reaccionaban. Solo podía estar ahí, mirándole. 

De pronto tuvo una especie de "Flash". En el aparecían Oliver y ella en ese mismo pasillo discutiendo por un adorno de Navidad para la casa de sus padres. Y lo amaba. 

Cuando Shara la llamó, el "Flash" desapareció y sintió un fuerte dolor de cabeza. 

Al parecer, Oliver se percató de su presencia y se acercó hasta ellas. 

-Brianda, ¿Te encuentras bien? —preguntó el apuesto joven bastante preocupado.

-Si, es solo que me duele un poco la cabeza nada más... Pero Shara y yo ya nos íbamos...  -respondió aturdida Brianda.

-Vengan usted y Shara, Rosi y yo les invitamos un café, seguramente vas a sentirte mejor después de tomarlo. —dijo y él mismo la tomó en brazos y la sacó del centro comercial hasta su coche.

Una vez en el coche los cuatro, Oliver condujo hasta su casa. 

Brianda solo daba vueltas al hecho de que en su "flash" sentía amor por él. Aunque realmente no podía negar que no le pareciera guapísimo, pero amor no sentía en este preciso momento. También le daba vueltas al hecho de que Oliver había llamado a la niñera por su nombre y ella no recordaba haberles presentado previamente.

Cuando llegaron, Oliver la ayudó a bajar.

Shara y Rosi, el ama de llaves de Oliver que así se llamaba por lo que había oído, la acompañaron hasta dentro mientras Oliver cerraba el coche y luego las iba siguiendo.

Por dentro su casa era preciosa. Aunque decorada bastante seria, pero no dejaba de ser un bello lugar. Como era por fuera no había conseguido fijarse dado el mareo que traía.

Se sentó sobre un sofá blanco de piel. Rosi se marchó a la cocina a preparar el café y Shara con ella. Oliver se sentó a su lado. Su rostro denotaba preocupación.

-¿Estás segura de que te sientes bien? Creo que es mejor llamar un médico. —dijo convencido.

Le costó media hora hacerle entender que no necesitaba un médico. 

Por fin Shara y Rosi llegaron con el café. Era realmente delicioso, pero le parecía haberlo tomado antes. Miró a Oliver.

-Gracias por preocuparte por mí, Oliver. -Dijo agradecida sin dejar de mirar sus ojos.

-No es nada, Brianda... Realmente me gustaría ser tu amigo... Si me lo permites, claro. -Respondió él mientras daba un sorbo al café.

-Si... Cuenta con eso, Oliver. -Le mostró una pequeña sonrisa al acabar la frase.

Oliver le extendió la mano nuevamente.

-Entonces... ¿Amigos?. -Preguntó éste dubitativo.

Tomó su mano y con una leve sonrisa contestó ella:

-Amigos.

Shara sonreía y Rosi con ella. Brianda no comprendía nada, pero ambas parecían conocerse. Era como si todos se conocieran y ella no supiera quien es quien pero prefirió no estropear el momento y guardar silencio prudentemente.

Pero de una cosa estaba totalmente segura: Oliver Anderson sería su amigo desde ese momento y esperaba que él la ayudara a descubrir los secretos que rodeaban a Valeria y su hija... Y a cada pequeñez que ella veía que se le estaba escapando de las manos...

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