Capítulo 4

Los días se fueron con normalidad para Nancy. Su vida era tan rutinaria y monótona de la universidad al restaurante, que no tuvo tiempo de pensar en nada ni en nadie. Aunque de manera inconsciente pasaba a diario por el parque, porque una parte de sí anhelaba encontrarse a aquel militar una vez más. Quizás quería saber por sí misma si Carla le decía la verdad.

Ese día en particular hubo mucho ajetreo en el restaurante, por lo que, una vez el último comensal se marchó, se dedicó a recoger y limpiar. Por suerte Carla y su hermana le ayudaban, porque ella sola con su abuela no daban abasto.  

—Entonces, ¿no te has encontrado al militar? —inquirió Carla, recogiendo las sillas mientras Nancy barría el salón—. Pensé que sí vendría.

—Pues ya ves que no —se encogió de hombros—. Sueñas demasiado si crees que un militar tan guapo como él se fijaría en alguien como yo.

—¿Y cómo es alguien como tú?

Nancy detuvo su labor y se señaló de pies a cabeza con el palo de la escoba. El jean desgastado y la camiseta vieja le daba un aire descuidado, pero no era más que la ropa que usaba para trabajar, sobre todo cuando hacía aseo al restaurante para no oler a jabón y cloro. Estaba sudada y su cabello estaba despeinado.

—Mírame nada más y compáralo con ese hombre tan pulcro. ¿No te diste cuenta de su porte? Jamás se involucraría con una mujer tan simple como yo.

—Tú eres preciosa, que te quieras hacer menos, es un cuento diferente. Es obvio que ahora no estás con el mejor aspecto ni la mejor presentación, pero eso no le resta nada a tu belleza —la rubia torció los labios—. Me molesta que no te des el valor que mereces tú misma.

—Sí me lo dio, yo me valoro y me quiero —suspiró—. Pero no hay que volar tan alto, Carla. Somos de mundos diferentes.

—Sí, como no —bufó—. Si sigues así, vas a quedarte vistiendo santos.

—En algún momento de mi vida llegará ese amor, por ahora, solo quiero enfocarme en mis estudios y en ayudar a la abuela.

—Ya llegó —indicó, esbozando una sonrisa ladeada y divertida.

—Por supuesto que no —prosiguió Nancy, retomando su trabajo, ajena a la persona que se encontraba detrás de ella—. Muy sexi y guapo, eso no te lo voy a negar ni a ti ni a nadie. Pero de aquí a ser el amor de mi vida, jamás. No soy tan soñadora y lo sabes…

—¡Victoria, ven aquí ahora mismo, pequeña demonio! —gritó una joven, saliendo furiosa de la cocina.

La pequeña envuelta en risas se abalanzó sobre Nancy, pero ella no fue tan rápida de atraparla entre sus brazos y la niña la golpeó con fuerza, haciendo que cayera hacia atrás. Cerró los ojos esperando el golpe, pero contrario a lo que creía, sintió un cuerpo amortiguando su caída.

Nancy levantó la mirada con el rostro un poco girado hacía atrás y su corazón se saltó un latido. ¿Cómo apareció tan de repente? Fue lo que se preguntó, tratando de entender qué hacía el militar allí, una vez tomándola entre sus brazos y salvándola de la caída.

En ese momento, el mundo a su alrededor se detuvo. Se había dado cuenta del atractivo del hombre, pero no lo había detallado como ahora. Se perdió en el color verde de sus ojos, eran tan claros y bonitos que parecían azules. Ni siquiera supo distinguir el color, solo podía pensar que eran los ojos más bonitos que había visto en su vida. Tenía los labios delgados, pero se apreciaban tan carnosos. Miró a detalle su nariz perfilada, su mandíbula cuadrada y el espesor de sus cejas.

Repasó sin disimulo alguno el rostro del hombre y se grabó cada rasgo en su memoria, pensando que jamás volvería a toparse con alguien tan bello. Deliraba, pero no sabía si por el calor que desprendía el cuerpo del hombre, el aroma de su masculino perfume o el hechizo de su mirada. O quizás era todo junto y por eso no podía alejarse de él. Cual fuera el caso, quería estar otro poquito más entre sus brazos y recostada en su pecho.

Mason, por su lado, quedó igual de embelesado con la chica. Se había repetido a diario que no debía dejarse llevar por esa atracción que surgió en cuanto se perdió en su oscura mirada, pero de nuevo teniéndola entre sus brazos, su corazón se alborotó como nunca y deseó seguir lo que su ser le gritaba.

La volvió a contemplar a profundidad, como queriendo buscar algún detalle que pasó por alto, pero quedó sumergido en la intensa mirada de la chica.   

Una voz enojada los hizo separar de golpe, completamente avergonzados de haberse quedado paralizados. Ambos se sentían a gusto estando así de cerca y de forma inconsciente querían alargar el contacto lo más que pudieran.

—¿Dónde escondiste mi teléfono, Victoria?

—¡Si adivinas te daré un premio! —soltó la niña para consternación de la joven, provocando risas en los adultos.

—¡Te dije que no podías tomarlo!

—¿Qué está pasando?

A Nancy le costó hablar, más por la mirada del hombre que seguía sobre ella y la de su amiga, que, aunque no había mencionado nada, sonreía divertida por la escena que acababa de presenciar.

—Victoria tomó mi teléfono y lo escondió. Dile que me lo devuelva.

—Pero estábamos jugando.

—Yo no estoy jugando contigo, niña.

—Nico, por favor —le advirtió su hermana y ella resopló molesta—. ¿Dónde dejaste el teléfono de la tía, Vicky?

La niña le hizo señas y ella se agachó, dispuesta a escucharla.

—Lo escondí —la niña soltó una risita—. Y ahora debe buscarlo.

Nancy no sabía si reír o reprenderla, ¡al fin y al cabo era una niña! Una muy curiosa y traviesa, pero era porque se sentía sola y aburrida de permanecer todos los días en el restaurante. Sus padres trabajaban y ellas la cuidaban. No podían jugar y dedicarle el tiempo que la niña tanto requería y necesitaba.

—Debes devolverlo. Los teléfonos no son para jugar —le dijo a cambio, dándole una sonrisa dulce—. ¿Qué te parece si ahora que acabemos vamos al parque y te compro helado?

—¡Sí!

—Pero debes darle el teléfono a la tía Nico, o si no, no te llevaré al parque.

Victoria salió en pura hacia la cocina y Nico la siguió, refunfuñando entre dientes que la niña estaba muy malcriada porque la dejaban hacer siempre lo que quería.

—Creo que llegué demasiado tarde —la voz del hombre la hizo recordar que seguía ahí.

—Efectivamente, querido amigo —respondió la rubia—. Pero mañana puedes venir unas dos horas más temprano y disfrutar de la comida, como de las vistas.

El hombre la miró y ella solo se encogió de hombros, retomando su labor de recoger las sillas sobre las mesas.

—Entonces mañana volveré de nuevo—dijo, volviendo la mirada a la morena.

Sabía que era tarde para encontrar todavía almuerzo, pero esa no era la principal razón por la que estaba ahí. Solo pasaba por la calle e inconscientemente entró al restaurante, pero realmente no tenía esperanza de encontrarla en el lugar.

—Aquí te esperamos, ¿no es así, Nancy?

 —Sí —asintió la mencionada.

—Perfecto —sonrió, dando un paso hacia ella y estiró su mano—. Mason Pearson.

—Un gusto, Nancy Brooks.  

Estrecharon sus manos con firmeza, sin poder dejar de mirarse fijamente. La atracción era palpable entre ellos y lo confirmaron cuando sus pieles se rozaron y sus corazones latieron con mucha fuerza.

—Carla Wood —dijo de repente la rubia, cortando la atracción y la química que surgió cuando se tocaron.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo