Capítulo 2

Nancy debía estar en su primera clase a las siete de la mañana, pero la alarma no había sonado, o quizás sí lo había hecho, pero no recordaba si la había apagado o, por lo contrario, no la había puesto la noche anterior.

Se sentía cansada, aún así, debía levantarse e ir a cumplir con sus obligaciones. El estudio era lo único que sus padres le exigieron y eso la incentivaba a continuar y no desfallecer. Pero desde que fallecieron, ella tuvo que hacerse cargo del restaurante junto a su abuela y sus dos hermanos, algo que la agotaba física y mentalmente.

Así como debía rendir en la universidad, hacer todos sus trabajos y mantener la beca que se había ganado por su buen desempeño en la escuela, no podía dejarle a su familia todo el trabajo pesado. Su hermano mayor, Liam, ayudaba en el restaurante, pero él tenía su trabajo como contador y no podía descuidar su empleo, después de todo, ya tenía una familia por la cual velar.

Su hermana menor aún estaba en la escuela, cursando el último año y debía preocuparse por la carrera que quería estudiar, más no acabar su juventud en un restaurante como ella lo estaba haciendo. Aunque hacia todo lo posible por trabajar y estudiar, lo cierto era que el cansancio la estaba agotando de sobremanera.

A la fuerza y con las ganas de salir adelante y no tener que hacer más sacrificios, se levantó a toda prisa y se dio un baño breve. Se puso lo primero que encontró en el vestier y salió atando su cabello en una cola desordenada. Poco le importaba si le combinaba la ropa que se había puesto o si iba bien acicalada. Lo importante para ella en ese momento era llegar a tiempo a su clase.

Tomó el bus tres calles abajo de su casa y rogó para que no hubiera tráfico y el conductor hubiese salido de rápido y furioso. Solía discutir con aquellos conductores que iban a toda velocidad sin importar el bienestar de los pasajeros, pero en ese momento anhelaba que uno de esos la llevara a su destino en cuestión de minutos.

Veinte minutos después, llegaba a la universidad. Corrió desde que bajó del autobús hasta la entrada sin tener en mente nada más que llegar a tiempo. Sí llegaba tan solo un segundo después que el profesor Lewis, sabía que la dejaría por fuera y no permitiría la entrada de estudiantes. Era tan estricto y eso le encantaba.

Agitada, sudorosa y con el corazón latiendo en sus oídos, alcanzó a llegar un minuto antes de que el profesor llegara al aula. Tomó lugar en su silla y descansó sus pies así como calmó su respiración, antes de sacar su cuaderno y empezar a anotar hasta la más mínima cosa que el profesor decía y anotaba en la pizarra.

Escogió el periodismo porque le apasionaba tanto. Su mayor sueño era estar en el canal central de noticias, entrevistando a personas famosas o dando una simple nota informativa. Allí quería estar y para eso se preparaba con toda la emoción e ilusión que cabía en su pecho.

Debía admitir que cada semestre que pasaba se volvía mucho más duro. Era como ir en niveles, comenzando desde el más fácil hasta llegar al más avanzado. Pero estaba muy dispuesta a aprender. En su mente no existía la palabra"rendirse" o "imposible". Valía la pena el sacrificio que hacía.

—¡Nancy! —escuchó a su mejor amiga llamarla y detuvo su andar—. ¿Vas al restaurante?

—Sí.

—Entonces voy contigo. Muero de hambre y tu abuela cocina como los mismísimos dioses.

Salieron de la universidad entre risas, pero solo una de ellas se dio cuenta de algo en particular. Para Carla era raro que la ciudad se estuviera plagando de militares, ¿o acaso solo eran ideas suyas? Pero es que en todos lados se encontraba a esos militares caminando por las calles, con sus fusiles en mano y vistiendo bien uniformados.

—¿No se te hace raro que haya tanto militar últimamente?

—Se deben a las próximas elecciones. Han militarizado algunas zonas por si llega a presentarse alguna eventualidad.

—Oh, no tenía ni la menor idea.

—Deberias estar un poco más informada, siempre es bueno estarlo.

Subieron al autobús que las llevaría al restaurante, pero justo en ese momento varios soldados cruzaron la calle, por lo que el conductor no tuvo más opción que esperar a que cruzaran para ponerse en marcha.

—Virgen santísima, una cosa sí debemos reconocer, y es que algunos de esos militares son unos papacitos —reconoció Carla, soltando un suspiro de anhelo—. Miralos nada más, con esos uniformes ajustados a sus fornidos cuerpos. ¿No te parece sexi ese aire de misterio y seriedad que los ronda? Aunque hay nos que son bastante pícaros y atrevidos.

Nancy rio ante los comentarios que su amiga estaba soltando. Se había dado cuenta de la presencia militar por las calles, incluso había tenido un encuentro con un militar el fin de semana, pero no recordaba siquiera como lucía porque el miedo en ese momento nubló su mente y sus sentidos.

Así que, curiosa y queriendo opinar, le dio una mirada a los militares.

—El rubio es guapo —admitió en voz alta.

Sí, debía admitir que algunos estaban muy guapos, pero le generaba miedo la presencia de ellos, quizás era por las armas que rodeaban sus torsos y sujetaban con sus manos, como si en cualquier instante fuesen a disparar.

—No es malo echarnos un taco de ojo, ¿verdad?

Nancy negó con una sonrisa divertida en sus labios. Mirar a hombres tan atractivos no era ningún pecado.

Durante el recorrido en el autobús hablaron de todo un poco y rieron cuando pasaron por el parque y Carla se quedó embelesada observando a los militares que patrullaban la zona.

Bajaron del autobús riendo por lo que ambas chicas, sobre todo Carla, decían de aquellos militares tan guapos e irresistibles.

Nancy dio dos pasos al frente, pero entre la risa y la concentración de no caerse cuando bajara del autobús, se estrelló fuertemente con otro cuerpo, el cual la sostuvo con firmeza tras el rebote y para que no cayera.

—Lo siento tanto —dijo, levantando la cabeza para mirar al hombre que la tenía presa entre sus brazos.

La chica se quedó sin aliento tras ver al militar, era tan alto, fuerte y atractivo, que no pudo gesticular palabra alguna. 

Los rasgos del hombre eran muy masculinos y duros, parecía que estuviera enojado o inconforme, pero no era más que su seriedad mientras observaba a la misma mujer del fin de semana, aquella irresponsable que no le prestó la atención adecuada a su pequeña hija. Aunque viéndola bien y sin el enojo nublando su pensamiento, la mujer se le hizo demasiado joven para ser madre.

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