Capítulo 4

***CAROLINA***

Luego de aquella primera consulta con el doctor Cardona, salí de su consultorio y me dirigí a la secretaria.

—¡Hola! El doctor Cardona me dijo que pidiera una cita para una ecografía pelvica mañana.

Me miró de forma extraña.

—¿Ecografía pelvica? Eso no es en esta parte del hospital.

Levanté los hombros sin tampoco entender.

Luego su teléfono sonó.

—Dígame, doctor —me miró con la frente arrugada—. Ok, ya la programo —colgó.

—Carolina Guerra, mañana a las 2:00 pm.

—Gracias —dije sonriendo.

El resto del día no pude concentrarme en nada, mi mente giraba al rededor de la consulta y de la conversación con el doctor y en la noche fue peor.

Me inquietaba pensar en la opinión que él tuviera de mi, pero, ¿por qué? Nunca me había importado lo que la gente pensara.

No es que me molestará lo que soy y lo que dije, mas sentía la extraña necesidad de que me entendiera.

Al día siguiente iría y pensar en volver a verlo, no me dejaba dormir.

Entrada la madrugada, por fin logré conciliar el sueño. No sé que soñé esa noche, sólo sé que él estaba en mi sueño porque lo único que recuerdo, eran sus ojos.

Tenía que ir a trabajar y primero debía realizarme los exámenes de laboratorio que el doctor me había mandado. Sabía que eran muchos por lo supuse me sacarían mucha sangre y como también estaba consciente de mi desconcentración, de tanto pensar y no dormir bien, no quise conducir la moto, así que preferí tomar un taxi.

En el laboratorio todo fue muy rápido, pero como sospeché, me sacaron como medio litro de sangre. Exagero.

Los resultados demorarían por lo menos dos días. Llamarían cuando estuvieran listos.

Me concentré en mi trabajo hasta que fueron las 12:00 pm y recibí una llamada de un número desconocido.

Cuando contesté escuché su voz. Enmudecí.

Quería reprogramar nuestra cita por una urgencia que se le había presentado.

Cuando colgó, el corazón me quedó quieto por un momento y luego latió desenfrenado.

Luego de esa llamada no me concentré más en lo que estaba haciendo y solo me preguntaba por qué me había llamado él, pudiendo hacerlo su secretaria. Tal vez, era muy considerado con sus pacientes. Debía ser eso.

Salí de trabajar, pero regresé a dejar una compra para los López mientras asistía a la cita. Siempre iba una vez a la semana por lo menos y había quedado aquel día, así que ellos me esperaban.

Ya eran las 3: 30 pm cuando salí para la clínica. Estaba muy nerviosa y ansiosa de verlo.

«Calmate Carolina, él no es para ti. Debe tener novia, esposa, amante o lo que sea. Está fuera de tu alcance».

Llegué y me dirigí a su secretaria.

—¡Hola! —la saludé.

—Hola, Carolina, ¿cierto?—preguntó algo grosera.

—Sí.

—Adelante, el doctor te espera.

Sentía más ansiedad y nervios.

«¡Tranquilizate, Carolina!».

Cuando entré a la sala de espera estaba sola. Yo era la única paciente. Me atreví a tocar la puerta de su consultorio, después de unos segundos de estar ahí de pie.

—Adelante —escuché su voz. Repiré profundo y entré.

Me recibió con una amplia sonrisa; una que por poco hace que se me salga la baba.

«Respira».

—Hola, doctor.

—¡Hola, Carolina! Siéntate, por favor.

—Gracias.

—¿Qué tal tu día? —preguntó con interés.

—Muy bien, doctor. ¿Y el suyo?

—También muy bien. Dos nuevos bebés, sanos y fuertes.

—¡Genial! —vi un brillo en sus ojos, amaba su trabajo, eso me cautivó más—. Felicitaciones—agregué.

—¡Muchas gracias! Cuéntame, ¿te hicistes los análisis?

—Sí, esta mañana. Me sacaron un litro de sangre —le dije poniendo los ojos en blanco.

Le causó risa y pude ver su bella dentadura.

«Respira», tuve que recordarme nuevamente.

—¡Qué exagerada!

—Claro, como no fue a usted —y volví a poner los ojos en blanco.

—Vale, la próxima que me desangren a mi y estamos a mano —dijo aún riendo.

—Me parece justo —le dije riendo también.

Me miró, con la cabeza ladeada y esa intensidad hipnotizante en sus ojos por un par de segundos, antes de hablar.

—Bueno, a lo que vinimos señorita. Vamos a la camilla.

Me levanté de la silla, caminé a la camilla y me acosté en ella. Al lado de esta, se encontraba el ultrasonido listo.

—Levántate la blusa, por favor —obedecí, mi vientre quedó descubierto, sentí un poco de vergüenza.

—No te vayas a sobresaltar, el gel conductor está frío.

—O...K.

Echó el gel y empezó a deslizar el cabezal del ultrasonido.

Sus movimientos eran muy profesionales, lo que agradecí, pues me sentía incómoda.

Se detuvo un instante y me miró.

—¿No te molestará perder tu figura? —preguntó.

Fruncí el ceño. No me esperaba esa pregunta. No era que tuviera el cuerpo tan bonito, más bien era muy sencilla y poco voluptuosa.

—No, para nada. Valdrá la pena, ¿no cree?

—Por supuesto que sí —dijo esbozando una sonrisa encantadora.

Siguió con la ecografia, dedicado. Me fue mostrando lo que hacía y dijo que estaba en perfectas condiciones, tanto mis ovarios, trompas y útero. En resumen dijo que en la parte física estaba bien. Solo había que esperar los resultados de los análisis.

Luego de terminar se sentó y escribió en el computador. Yo esperé sentada en la camilla, embelesada mirándolo.

Tenía muchas inquietudes acerca de la inseminación, pero me avergonzaba preguntar. No quería parecer tan tonta. 

Él pareció darse cuenta.

—¿Tienes alguna pregunta? —dijo alzando la mirada del computador.

Suspiré antes de responder.

—Muchísimas —sonreí a medias.

—¿Qué te parece si por el esfuerzo de hacer traer el ultrasonido —dijo divertido—, me invitas un café y te contesto lo que quieras?

«¿ Lo que quiera?

¿ Tiene novia?

¿ Está casado?».

—Por supuesto —dije con una gran sonrisa.

Salimos del consultorio luego de que dejara las cosas organizadas y le diera las indicaciones del día siguiente a su secretaria. Ella al verme seguir ahí, me miró extraño.

—¿Le puedo ayudar con algo?

—¡Oh, no! Espero al doctor.

Miró con el ceño fruncido y rostro desconcertado, pero no dijo nada más.

Saliendo de la clínica, el apuesto doctor me abrió la puerta. Ya con esa eran tres veces.

La caballerosidad, lo mismo que los valores y la moral, lastimosamente están en extinción en esta época. Era lindo ver que aún quedaban algunos que los usaban. 

Sonreí y salí.

Diagonal a la clínica había un restaurante y cafetería al aire libre, ahí nos dirigimos.

Al llegar me rodó la silla para que me sentara, le dí las gracias y se sentó frente a mí.

—¿Quiere algo más? —le pregunté mientras nos tomaban la orden.

Sonrió.

—Bueno, un pastelillo me caería de maravilla.

—Que sean dos cafés y dos pastelillos, por favor —le dije al mesero.

—Ahora sí, Carolina, pregunta lo que quieras.

Sonreí sonrojada.

Pero lo primero que pregunté fue:

—Usted, ¿almorzó? —parecía haber estado trabajando todo el día.

—No pensé que sería tu primera pregunta —dijo sonriendo—. No, no me dio tiempo realmente.

Arrugué la frente y negué.

—Vamos a pedir algo más para usted. ¡Joven! —llamé al mesero.

—¡Oh, no! No te preocupes, no es necesario, estoy bien así.

—Sí lo es. No puedo pretender que esté aquí para contestar mis preguntas, que son muchas, debo advertirle de antemano, y usted sin siquiera haber almorzado.

—Primero, no me sigas hablando de usted y segundo, estoy acostumbrado.

—Primero —le dije siguiendo su orden de ideas—, lo intentaré y segundo no es correcto —lo regañé—; como doctor debe saberlo mejor que nadie.

Soltó otra de sus risas encantadoras.

—Está bien, doctora Guerra.

—Pida —de inmediato me acusó con el dedo como si señalará algo incorrecto— Pide —dije algo incómoda, me costaba tutearlo—, lo que quieras.

Suspiró sonriendo, pero sin seguir chistando pidió unas pastas, luego me miró.

—Y, ¿para tí?

Negué con la cabeza.

—Solo el café y el pastelillo, yo sí almorcé.

El mesero se fue por el pedido.

Miré la hora, eran las 5:30 pm. Aún tenía tiempo.

Mientras traían la comida le hice varias preguntas acerca de las pruebas de sangre, como qué resultado podría afectar, si así era, qué podría hacer y otras más inquietudes...

—¿De verdad, no sabría quién es el donante? —fue una de mis tantas preguntas.

—No, no sabrías quién es, pero si sabrías sus características físicas y sus habilidades.

—¿Cómo así?

—Color de cabello, de ojos, contextura, si es bueno en algún arte, si es inteligente...

—¡Uau!

—¿Qué buscarías tú de un donante, Carolina? —se inclinó hacia adelante apoyando los codos en la mesa. La curiosidad se reflejó en su cara.

—La parte física es lo menos importante para mí, «aunque no me importaría que tuviera unos ojos como los suyos», y de la buena educación me encargaría yo. Quizás, que el donante sea amante de la lectura para que sea más fácil inculcarsela, pero no sé sí eso vaya en las opciones.

Sonrió abiertamente y luego mordió su labio inferior.

—¿Es todo?

—Es todo para mí... ¿Duele?

—La inseminación no, el parto si —dijo riendo. Reí con él.

Mientras comía, yo tomé mi café sin dejar de mirarlo. Realmente era guapo.

Cuando terminó seguimos conversando del procedimiento y quise saber de sus experiencias con los pacientes.

—¿Sabes? Jamás he tenido un caso como el tuyo —me dijo mirándome fijo a los ojos.

—Sí, me imagino que pensará que estoy loca.

—No, no pienso eso. Es... solo que... no logro describirlo.

—Lo sé, soy un bicho raro.

—Inusualmente raro... en el mejor de los sentidos.

Me sonrojé, sintiéndome halagada y él ladeó nuevamente la cabeza mirándome.

De repente me percaté de que había oscurecido y recordé mi compromiso.

—¡Los López!

Miré el reloj, iban siendo las 6:40 pm. Él notó mi expresión.

—¿Pasa algo?

—Ehhh, olvidé un compromiso que tengo.

—¡Ah!... ¿Muy importante ? —preguntó con un tono de... ¿frustración?

—Sí, solo que también olvidé ir a buscar algunas cosas en el almacén —me puse la mano en la cara—, y no traje la moto. Será tomar taxi, llegar al negocio —busqué en mi bolso las llaves—, y seguir en el taxi si me espera y me quiere llevar hasta allá, no todos quieren entrar a ese barrio.

Todo eso lo dije en segundos, como si hablará solo conmigo misma. Lo miré apenada.

—¡Vaya! ¿Quiénes son los López? Si se puede saber.

—Son unos amigos que me esperan y no quiero fallarles —torsí mi boca.

—¡Ah! Entonces vamos, yo te llevo.

—¿En serio? —pero le rechacé de inmediato—. ¡Oh, no! No, mejor no, yo tomo un taxi. Us... Tú —corregí—, tienes que descansar, no quiero quitarte tiempo.

—No acepto un no, señorita —me dijo muy serio, con tono autoritario, pero luego sonrió—. Vamos.

No pude decir nada más y tampoco me molestaba su compañía.

Pagué la cuenta después que insistió en pagarla él.

—Por "el esfuerzo de hacer traer el ultrasonido me invitas un café y te contesto lo que quieras" —le repetí lo que había dicho luego de la ecografía para zanjar el asunto.

—Era solo un café, no a comer.

—No importa, la invitación está por mi cuenta —le dije alzando los hombros.

Caminamos al parqueadero de la clínica, ubicó su camioneta y me abrió la puerta del copiloto. Mientras bordeaba al otro lado del auto, lo seguí admirando, caminaba elegante, pero no arrogante.

Se sentó y me miró por un par de segundos a los ojos.

—Guíame —dijo al fin.

Salimos del hospital, le guíe para llegar al almacén, entré corriendo y salí con las bolsas. Se apresuró a bajarse y ayudarme, metimos las cosas en los asientos de atrás y volví a guiarlo a donde los López.

—¿Eso es para ellos? —preguntó refiriéndose a las bolsas.

—Sí, son personas de bajos recursos.

—¡Oh! Entiendo...

Llegando, la abuela López me recibió con su abrazo habitual, ¡Cómo me gustaban esos abrazos!

Los nietos, Jose y Juan nos ayudaron a meter las cosas en la pequeña casa. La abuela miró al doctor y pude ver la curiosidad en su expresión.

—Abuela, él es Abel —se lo presenté.

Se dieron la mano.

—Mucho gusto joven, soy Maria López.

—Un placer conocerla, señora Maria.

—Dime abuela por favor —le corigió, le gustaba ser llamada así.

—Un placer, abuela —él sonrió.

—Que muchacho tan cortes —dijo abuela mirándome—, ¿de dónde lo sacaste?

—Es mi —me sonrojé por decir "mi"— doctor, abuela.

—¿Estás enferma hijita? —preguntó preocupada.

—No abuelita, no te preocupes, más adelante te cuento.

—Está bien, hijita.

La abuela nos invitó a entrar y una vez dentro pregunté por la mascota de la familia, la cual había tenido bebés.

—¿Dónde está Susi?

—En el patio, metida en la casita que le trajiste, anden a verlos —nos invitó a ambos.

Pasamos al patio y ahí estaba Susi con sus dos cachorros. Susi me movió la cola y ladró por el extraño que estaba conmigo.

—Tranquila, Susi, es un amigo —la acaricié mientras le hablaba y pareció entender, porque terminó moviéndole la cola a Abel.

—¡Hola, Susi! —la saludó Abel.

—Te traje croquetas para ti y tus bebés... ¿A ver, cómo están? —Me metí en la casita y saqué a los dos cachorros, ya tenían poco más de un mes. Se los acerqué indecisa a Abel—. ¿Te gustan los perros?

—Me encantan. Los animales en general —dijo mientras tomaba los cachorros en brazos.

«¡Dios mio! ¡Es perfecto!  O Está casado, comprometido, con novia o... Es gay. ¡No! Gay no, por favor».

Luego dejamos a los cachorros en la casita y nos lavamos las manos.

La abuela nos brindó una merienda y pasadas las 8:00 pm, empecé a despedirme.

Cuando él fue a despedirse de la abuela, los escuché conversar.

—Es una chica demasiado especial —le decía abuela.

—De eso me doy cuenta —le comentó él.

Me sonrojé, pero actué como si no hubiese escuchado nada.

Salimos del barrio y pedí que me dejara tomar un taxi a mi casa, ya había hecho mucho por mí y no quería abusar de él. Pero insistió en llevarme.

—Pasaré primero por Lana que debe estar esperándome desesperada —menciono.

Aquel comentario acompañado de ese nombre de mujer fue como si un balde de agua fría me hubiera caigo encima, pero, ¿qué esperaba? Ya había considerado la idea. Un hombre como él, no debía estar solo.

No hablé mucho por el camino, solo contestaba a lo que me preguntaba. 

—¿Sucede algo? —preguntó notando mi poco entusiasmo.

—Nada.

Me miró indagandome.

—¿Seguro?

—Seguro, solo estoy... cansada. Ha sido un día largo.

—Cierto... Me la he pasado muy bien esta tarde, Carolina.

—Yo igual. Muchas gracias por acompañarme, espero no haberte aburrido.

—¿Bromeas? Te estoy diciendo que me la he pasado genial.

Sonreí a medias.

«Ahora se pasará genial la noche con Lana».

—¿Cómo conociste a la abuela?

—¡Ehhh!... Un día iba por una calle cuando escuché las llantas de una uto chirriar, un hombre había arrollado a la señora con su carro y el muy imbécil se dio a la fuga. Los que vimos el accidente la ayudamos y la llevamos a la clínica. Me quedé con ella mientras contactaba a su familia, pero no hallaba a ninguno y ella estaba inconsciente, sentía que debía estar ahí, no podía dejarla sola. Cuando despertó y, gracias a Dios recordaba todo, logramos ubicar a la familia y desde entonces, me hicieron parte de ellos —sonreí al recordar cómo terminé en una familia prestada.

—¡Vaya! —exclamo mirándome—. Realmente eres especial, un bicho muy raro.

Me mordí el labio y sentí calor en las mejillas.

—¿Y tu familia, Carolina?

—Mis papás, murieron.

—¡Oh! Lo lamento mucho.

—Gracias.

—Y, ¿con quién vives?

—Sola.

—¡Ah! —sentí sus ojos posados en mí, yo miraba por la ventana—. ¿Qué les pasó a tus papás?

—Un accidente en la carretera. Yo... —continué contandole—... iba a ir con ellos, pero se me presentó algo de la universidad y quedé en salir más tarde. Era un viaje familiar... —respiré profundo y solté el aire de mis pulmones.

—De verdad lo siento, debió ser muy duro. ¿Qué edad tenías?

—17.

—¡Uau! Eras muy joven —se quedó por un momento ido, pensativo—. Ya estamos llegando, le vas a agradar mucho a Lana —dijo después de un rato de silencio.

«Lana, la novia, esposa o lo que sea».

Cuando llegamos, él se estacionó antes de entrar al edificio y me dí cuenta que no era tan lejos de donde yo vivía. Reconocí el supermercado al que venía muchas veces a comprar y en  frente estaba el gimnasio donde hacía "ejercicios" una vez al año. La disciplina para eso, no era mi fuerte.

—Abel, yo vivo a unas cuadras de acá, me puedo ir caminando.

—¡No! Yo te llevaré. Si quieres caminar, nos vamos caminando.

Entró al parqueadero del edificio, se bajó, sacó algunas bolsas de la cajuela y se acercó a la ventana del copiloto donde yo estaba.

—¿Quieres subir?

—No, te espero acá.

«Quizá pueda huir antes que bajes con tu Lana».

—Ok, ya regreso.

«¡Ash!».

Me sentía enojada conmigo misma. Bueno, ver a "doña Lana" quizá me ayudaría a sacarmelo de la cabeza.

No podía creer cómo él se había metido en mi cabeza, sin siquiera conocerlo bien. Me sentí una estúpida cría.

Pasaron minutos y yo sentía desespero y ganas de irme de ahí. Mas no quería ser descortés, ni parecer grosera.

«Estúpidos modales».

De repente ví que regresaba en sudadera con un sueter deportivo de franela blanca que marcaba sus brazos, pecho y abdomen bien trabajados, él si parecía tener disciplina para el gimnasio; llevaba tenis y en la mano una correa unida a un perro tamaño grande y su raza no era específica.

Miré a su espalda y al rededor esperando ver acercarse a alguna mujer. Me bajé del carro antes de que llegara.

Me dedicó una amplia sonrisa antes de llegar a mi.

—Te presento a Lana —me dijo señalando al perro.

«¡Oh!».

No sé si en mi rostro se reflejó el alivio después de la sorpresa. Sonreí ampliamente.

—¡Hola, preciosa! —la acaricié y se me paró en el pecho saludándome efusivamente, casí haciendome caer. Él, moviéndose rápido me sostuvo colocando una mano en el centro de mi espalda, haciéndome sentir una nueva corriente por mi piel.

—Lo siento, le agradaste más de lo que esperaba —comentó mientras me soltaba después de recuperar el equilibrio—. ¿Caminamos o prefieres que te lleve en carro?

—Caminemos —Así tendría más tiempo con él.

Salimos del edificio y tomamos la cera del frente, Lana iba muy obediente al ritmo de la caminata.

—La tienes bien educada. ¿Qué edad tiene?

—La encontré hace casi 2 años, estaba tirada en la basura.

—¡Oh! ¡Qué crueldad!

—Sí, la botaron como si su vida no valiera —su voz era dolida—. Tenía pocos días, era muy pequeña.

—¿Y qué hiciste?

—La abrigué con la bata que llevaba puesta, yo iba saliendo de trabajar. La llevé a una veterinaria de inmediato. El muy estúpido y poco ético dijo que era una perra sin raza pura —frunció el ceño—. Indignado salí del lugar y la llevé a otra, donde la atendieron muy bien, me recomendaron una fórmula especial para alimentarla. Esa tarde, después de que comprobaron que estaba en buenas condiciones, me la traje al departamento y empecé mi paternidad con Lana.

Escucharlo me hizo sentir cosas profundas, cosas que tenía miedo de sentir.

—¡Uau! Que hermosa historia. Lana eres muy afortunada —mencioné acariciando a la peluda. Abel me miró con una amplia sonrisa 

—Gracias... Fue complicado al principio, debía comer cada 3 horas, así que, me escapaba del hospital, la alimentaba y regresaba...

Yo estaba tan fascinada escuchándolo que el camino resultó demasiado corto.

—¡Aquí es! —le señalé mi casa.

—¡Oh! Lastima, ya llegamos.

—Sí —miré el reloj. 9:35 pm —¡Lola!

Mi amada gata debía estar furiosa porque no le había dado sus croquetas.

—¿Lola?

—Mi gata, también tuvimos un inicio muy parecido al de Lana y tú.

—Me lo tienes que contar alguna vez.

—Claro que sí, en otra oportunidad.

—En otra oportunidad —repitió—. La pase fantástico Carolina, realmente genial.

—Yo igual Abel, de nuevo muchas gracias.

—Gracias a tí —me dio la mano para despedirse y se acercó indeciso a darme un beso en la mejilla. Casí muero—. Nos vemos.

—Nos —sacudí la cabeza atontada—...nos vemos.

Lo vi alejarse por el mismo camino que vinimos.

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