***ABEL***
Dicen que para cada uno hay alguien especial, un alma gemela, un complemento. Alguien que te hace querer dar todo lo mejor de tí y que te da lo mejor de sí, pero a mi no me había llegado aún y no estaba muy convencido de que pasara.
Solía bromear con mi hermano que esa mujer especial que quería, debía vivir del otro lado del mundo o había muerto y yo seguía esperándola.
«—Llegará de la manera más inesperada y vas a sentir una corriente en tu corazón. Te lo aseguro», eran las palabras de mi hermano, quien estaba felizmente casado.
Yo seguía incrédulo. Hasta ese día...
Había sido un día muy agotador; había atendido cuatro partos, dos de ellos complicados y aún faltaban varias consultas...
Tuve la necesidad de salir a tomarme un café y un poco de aire, para recargar mi batería. Iba de regreso a la clínica cuando miré hacia la puerta y vi a una mujer que dudaba en entrar. Me causó curiosidad.
Crucé la calle y observé a una anciana a la que se le caían sus papeles. Me disponía a ir hasta donde estaba para ayudarle, pero aquella misma mujer, se apresuró a llegar donde la anciana. Me detuve y me quedé observando aquella escena.
Con una sonrisa amable y encantadora —debo admitir— le ayudó con los papeles, y estuvo sosteniendo sus cosas hasta acompañarla a subir en un taxi.
Pensé que se iría sin entrar a la clínica, ya que había estado indecisa unos minutos antes, pero respiró profundo y caminó hacia la entrada.Yo me apresuré a abrirle la puerta. Sus ojos se cruzaron con los míos y con una voz dulce, me agradeció. No sé que pasó por mi mente y corazón, pero sentí algo que se estremeció dentro de mí, fue como una descarga completa de electricidad.
«¡Uau!».
Su mirada, tenía una calidez y ternura indescriptible y su tímida sonrisa, fue como mirar un ángel. Le sonreí de vuelta, pero no pude decir nada, había quedado enmudecido ante ella.
Continúe el camino a mi consultorio con ganas de volver a verla, sabiendo que no pasaría.
Empecé a llamar a los pacientes programados. La mayoría estaban ahí por infertilidad. Mientras los atendía me fue inevitable no pensar en aquella mujer. Me había dejado ensimismado.
—Carolina Guerra —dije llamando a mi siguiente paciente. No escuché respuesta ni nadie entró a ni consultorio. Volví a llamar y nuevamente nadie se aproximó. Decidí asomarme a la puerta—. Carolina Guerra —repetí.
Y la ví, levantó la mirada atendiendo a su nombre. Era ella, ahí estaba, leyendo un libro que me era muy conocido, tan concentrada en él, que no me había escuchado.
—Soy yo —dijo avergonzada.
«Por Dios, ¿Cómo puede verse alguien tan dulce?».
La invité a pasar y me sorprendió lo emocionado que me sentí. Me presenté dándole la mano y hubo un cosquilleo en nuestro contacto.
—Señorita —me corrigió ruborizada, luego de que la llamé señora. Miré sus manos, no sé si consciente o inconscientemente, buscando un anillo.
—Señorita Carolina, disculpe—le indiqué que tomara asiento—. ¿El diario de una pasión? —pregunté mirando el libro.
—Sí —me contestó con dulzura. Había un encanto en ella, algo que me hipnotizaba.
Usaba un vestido color coral , para nada ceñido a su cuerpo, pero aun así resaltaba su figura. Su cabello castaño lo llevaba suelto, recogido sólo un poco a los costados para que no cayera en su cara, sus ojos cafés parecían chocolate con un toque de arequipe, sus labios casi del mismo color del vestido me hicieron antojar de un helado cremoso de frutos rojos. Sus mejillas sonrojadas... «Concéntrate Abel».
—Cuénteme, señorita Carolina, ¿en qué puedo ayudarla? —había guardado su libro en el bolso por lo miré nuevamente sus manos buscando ese anillo que me indicara que estaba casada. No tenía y una fugaz esperanza corrió por mi mente. Pero, ¿por qué estaría en mi consultorio?
—Bueno, doctor, quiero una inseminación —sus mejillas tomaron un encantador tono más rojizo.
«Entonces si tiene pareja y tienen problema de fertilidad».
Una fuerte frustración corrió por mi pecho.
«¿Qué esperabas, idiota?», me reproché. Pero cuando me aseguró no tener ni esposo, ni novio y un mar de emociones recorrieron por mi ser.
Procedió a explicarme sus intenciones de adoptar y juro que me pareció la persona más tierna del mundo. Sin embargo, seguía sin entender por qué había decidido inseminarse. A menos que tuviera problemas de fertilidad sería la única razón de estar ahí. De lo contrario podría quedar en embarazo de la forma "clásica". Tuve que hacer un esfuerzo indescriptible para dejar a un lado, lo que cruzaba por mi mente.
Vi que se incomodó por preguntarle un par de veces, la razón por la que se había decidido por la inseminación, así que, traté de recobrar mi profesionalismo. Pero, ¿por qué me era tan difícil con ella?
Debía hacerle una citológia como parte del procedimiento rutinario, sin embargo, no fui capaz. No quise verla intimimamente. No entendía que me pasaba con ella, no la estaba mirando como una paciente. Dejaría que otro de los doctores, no, mejor doctora de mi especialidad se la hiciera, por lo que escribí en la orden el procedimiento.
Su reacción me dejó consternado y preocupado. Tuve que sostenerla porque parecía que iba a desmayarse.
—Doctor, se va a reír de mí pero...aún... soy... virgen —dijo mordiéndose el labio y sonrojada.
«¡Oh!». Enmudecí.
¿Es en serio? ¿Ella es real? ¿Qué hace aquí? ¿De dónde salió? Por mi mente se cruzaron tantas preguntas.
Me miró con una tímida sonrisa.
—No me esperaba eso, y espero no entrometerme, pero ¿ha considerado casarse y tener hijos de forma natural? —logré decirle después de salir del asombro.
Me miró ofendida y su facciones se tornaron decididas al contestar.
—Claro que lo he considerado, pero no he hallado con quién y mis principios no me permiten ir a acostarme con alguien así porque sí. No quiero esperar que sea tarde y mi reloj biológico no me permita por lo menos ser mamá.
Me emocionó escucharla hablar de sus principios. Era una mujer integra. ¿Quién no querría estar con alguien así? A cualquier hombre le darían ganas de llegar a casa para llenarla de besos y caricias... Una mujer para amar.
«¡Concéntrate, Abel!».
Quise persuadirla para que reconsiderara su decision, pero la expresión apenada de su rostro me hizo parar de hablar, no quería hacerla sentir incómoda.
«¡La vas a espantar, estúpido!», me regañé a mi mismo por mi atrevimiento.
«Y no la volverás a ver». Justo ese último pensamiento me dio temor.
—Disculpe mi intromisión, es su decisión y si está segura, aquí estoy yo para garantizar que todo salga lo mejor posible.
—Le agradezco mucho —dijo en un susurro.
Mil ideas cruzaron por mi cabeza para volver a verla pronto. Debía mandarle los análisis y un ultrasonido, ya que era inapropiada la citológia.
Los análisis demorarían por lo menos un par de días en ser entregados y yo tenía programada una capacitación para entonces. No quería esperar tanto para verla. Las ecografías, a menos que haya un embarazo confirmando, no me correspondían a mi, pero me apersonaría yo mismo y me encargaría de atenderla, esa sería la excusa perfecta y lo haría aunque me tocara llevar la maquina hasta mi consultorio.
Me dispuse a mandarle los análisis y la cité al día siguiente para la ecografía. Antes de escribir en el computador me quedé observándola. Sus ojos se posaron en los míos con dulzura. Era realmente encantadora.
«¡Debe ser ella!», gritó mi corazón.
Me obligué a apartar mi mirada de la suya para escribir la orden de los análisis. La vi mirar la foto de mi escritorio donde estaban mis padres, mi hermano y su esposa.
—Le pide la cita a mi secretaria. Todo un gusto conocerla y atenderla, señorita Guerra —le dije entregándole la hoja impresa.
—Solo Carolina, por favor. Un gusto también, doctor Cardona —dijo dándome la mano para despedirse, haciendo que sintiera esa electricidad en mi piel, directo a mi corazón.
Luego de verla salir, me quedé ahí sentado en mi escritorio sin poder creer todo lo que Carolina Guerra me había hecho sentir.
«Carolina Guerra, has causado una explosión en mi ser y mi corazón».
Antes de olvidarlo, me apresuré a llamar a mi secretaria.
—Mónica —le hablé a penas levantó el teléfono.
—Dígame, doctor.
—Programa el ultrasonido a la señorita Carolina Guerra para mañana a las 2:00 pm, por favor.
Le pedí a mi cerebro concentración, para atender a los últimos pacientes, sin completo éxito.
Al llegar a casa saqué a pasear a mi mascota como de costumbre, regresé a ducharme para luego hacerme algo de comer y sentarme a leer y descansar.
Después de no concentrarme en lo que leía, llamé a mi hermano.—Hola, Micky.
—Hola, Abb. ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu día?
—Excelente, hermano, ¿y el tuyo? ¿Cómo va Marcela?
—Estamos bien. Marcela ya ansiosa de tener a la bebé y yo también con ganas de conocerla.
—Ya falta poco hermano. ¿Cómo van con el nombre?
—Aún escogiendo. Hemos pensado en Raquel o Rebecca.
—¿Qué tal Carolina? —le solté.
—¿Qué?
—Carolina sería un lindo nombre.
—¡Humm!... ¿Quién es Carolina? —pude escuchar la curiosidad en su voz.
«Mi futura esposa, la madre de mis hijos y de tus sobrinos».
—Alguien increíble que conocí hoy.
—¡Vaya, vaya! Cuéntame más.
—Creo que realmente es especial. Me ha dejado maravillado.
—Tiene que ser muy especial para que a mi hermano, casi dedicado al celibato, le haya deslumbrado tanto —murmuro en son de burla.
—No te lo imaginas...
—Entonces si no hay nada que te lo impida, invitala a salir.
—Tengo una cita con ella mañana.
—¡Ah! Pero la cosa va rápido. Cuidado con estrellarte.
—No, no es lo que piensas. Mañana te contaré....
Me despedí de él y me fui a acostar pensando en ella.
«Es ella, tiene que ser ella», seguía gritando mi corazón.
Temprano desperté con mi peluda compañera respirándome en la cara. Aún no había sonado el despertado, pero, ¿quién necesitaba despertador teniendo una mascota?
—Ya va, peluda.
La saqué a que hiciera sus necesidades, medio adormitado. Había dado vueltas en la cama sin poder dormir, pensando en que inventaría para que me trasladaran la maquina, pero sobretodo pensaba en volver a verla.
Me arreglé mas rápido de lo normal para llegar antes. Cuando estuve en la clínica me dirigí a la parte prenatal y hablé con uno los encargados. Pensé que sería difícil converselo, pero no. Me dijo que él tenía una deuda conmigo de cuando su esposa tuvo al bebé en difíciles circunstancias. Para mi era mi trabajo y lo hacía con gusto, pero ya que él quería "devolverme el favor" en esa ocasión, su ayuda me vino como anillo al dedo...
Era como sí la vida estuviera conspirando a mi favor.Le ayudé a cargar la maquina antes de que llegara mi secretaria. No quería preguntas tan temprano y seguramente Mónica, me llenaría de ellas. A veces me daba la impresión que era demasiado curiosa.
Me incorporé en mi escritorio a esperar la hora de la primera consulta y no pude evitar mirar la historia clínica de Carolina, leí su nombre y apellidos pronunciando cada sílaba en mi cabeza. Ví su número de teléfono y sin dudarlo lo agregué a mis contactos.
Empecé a atender a mis pacientes hasta que Mónica entró en mi consultorio, avisándome de una emergencia en una de mis pacientes en gestación.
«¡oh, oh!»
Haciendo cálculo del tiempo no estaría desocupado a las 2:00 pm. La paciente venía en camino lo que me daba chance de llamar a Carolina y reprogramar la hora. Tomé mi celular y busqué su contacto.
—¡Aló! —contestó, yo me emocioné al escucharla.
—Hola, Carolina. ¿Cómo has estado? —por unos segundos reinó el silencio—. ¿Hola?
—Hola, ¿con quién hablo? —contestó al fin.
—Soy Abel Cardona.
—¡Ah! ¿Cómo está, doctor?
—Muy bien, gracias. Te llamo por nuestra cita hoy.
—Si, dígame.
—Ya conseguí que me trasladaran la maquina del ultrasonido, solo que tengo un inconveniente en atenderte. Tengo programada de urgencia una cesárea y me desocupo más tarde de lo acordado.
—¡Oh!
—Te puede atender alguien más o si prefieres esperarme después de la cirugía.
«Dí que me esperas», supliqué internamente.
—Bueno, lo espero o, si usted lo considera mejor, que me atienda alguien más.
—Prefiero atenderte yo. A las 4:00 pm para estar más seguro.
—Entonces... Nos vemos —dijo y ... ¿fue emoción lo que sentí en su voz?
—Nos vemos —dije sonriendo.
Fui a prepararme para la cesárea. Todo salió bien y dos nuevos bebés llegaron al mundo. Siempre he sentido que mi trabajo es el más emotivo. Ver cómo inicia la vida y recibir a esos pequeños seres, es la sensación mas indescriptible. Pronto recibiría a mi sobrina y estaba muy emocionado por ello.
Miré mi reloj e iba siendo la hora que acordé con ella. No había tenido tiempo de almorzar, pero no me importó, a veces por mucho trabajo me pasaba de largo sin comer. Me apresuré a ir a mi consultorio, avisándole de paso a Mónica.
—Cuando llegue la paciente Carolina Guerra, por favor hagala pasar.
—Sí, doctor —vi que hizo una mueca de desagrado. No le di importancia.
Me senté en mi escritorio y poco después escuché que tocaban la puerta. No quise ilusionarme de inmediato, simplemente podía ser Mónica, pero su hermoso rostro se asomó por la puerta. Mi corazón brincó de emoción. Me saludó con esa calidez de su mirada.
—Hola, doctor...
***CAROLINA*** Luego de aquella primera consulta con el doctor Cardona, salí de su consultorio y me dirigí a la secretaria. —¡Hola! El doctor Cardona me dijo que pidiera una cita para una ecografía pelvica mañana. Me miró de forma extraña. —¿Ecografía pelvica? Eso no es en esta parte del hospital. Levanté los hombros sin tampoco entender. Luego su teléfono sonó. —Dígame, doctor —me miró con la frente arrugada—. Ok, ya la programo —colgó. —Carolina Guerra, mañana a las 2:00 pm. —Gracias —dije sonriendo. El resto del día no pude concentrarme en nada, mi mente giraba al rededor de la consulta y de la conversación con el doctor y en la noche fue peor. Me inquietaba pensar en la opinión que él tuviera de mi, pero, ¿por qué? Nunca me había importado lo que la gente pensara. No es que me molestará lo que soy y lo que dije, mas sentía la extraña necesidad de que me entendiera. Al día siguiente iría y pensar en volver a verlo, no me dejaba dormir. Entrada la madrugada, por fin log
***ABEL*** Había pasado la tarde confirmando lo maravillosa, inteligente y compasiva que era Carolina. Después de dejarla en su casa y despedirme, caminé a mi departamento junto a Lana, iba recordando nuestras conversaciones; sus preguntas y sus respuestas, decían mucho de su persona. Lo bondadosa con los López y su pasado doloroso con la muerte de sus padres, me hacían admirarla más. Yo estaba deseoso de conocerla mejor. «Es una chica demasiado especial» —me había dicho la abuela López y sí que lo era. Lo poco superficial que parecía ser me encantaba. Ni siquiera parecía estar conciente de lo atractiva que era y es que, no solo era su belleza física la que atraía, era su sonrisa, su amabilidad, cómo trataba a las personas a su al rededor, algo en su esencia que solo se podía sentir. Emanaba una dulzura irresistible. El mesero, al igual que un hombre que estaba cerca a nuestra mesa no dejaron de mirarla y, ¿cómo culparlos? si yo también estaba cautivado ante su presencia. Era natur
***ABEL*** Terminé con mis pacientes y faltaba poco para que Carolina llegara. Salí varias veces de mi consultorio asomándome. Estaba ansioso por verla. —¿Tú qué haces aquí? —escuché a Mónica hablar altaneramente a alguien, pero jamás me imaginé que era a Carolina, quien estaba con su bello rostro consternado por aquella actitud. —Yo le pedí que viniera —Mónica giró hacia mí, pálida—. Por cierto Mónica, ¿por qué me dijiste que la señorita Carolina, no había llamado? —¡Ehhh! —no le salían las palabras. —Debió olvidarlo, doctor —interrumpió Carolina para calmar el momento—. ¿Cierto, Mónica? —la miró con compasión a pesar de lo mal que la trató. Miré a Mónica con desaprobación esperando que se disculpara con ella. —Sí, disculpe, señora Carolina. —No te preocupes, Mónica —le dedicó una sonrisa genuina, sin ningún rastro de haberse ofendido. Su carácter tan dulce. Le llamaría la atención después a Mónica. Por lo pronto, quería aprovechar el tiempo con ella. Le señalé a Caro que s
***ABEL*** «Vasquez». Vladimir Vasquez era un pediatra y compañero de trabajo; también era un experto en seducir a enfermeras, recepcionistas y secretarias del hospital. No era de mi agrado, no me inspiraba confianza y no toleraba su constante necesidad de mirar con deseo a las mujeres que cruzaban por su camino. Incluso habían comentarios sin confirmar de algunas enfermeras que habían renunciado, por el constante acoso de éste. Y como no era de extrañar, depósito su sucia mirada en Carolina. Ella había inteligentemente evadido su presentación, pero ahora estaba ante él nuevamente presentándose, tendiendo su sucia mano hacia ella. Antes de llegar a nosotros lo vi mírala de pies a cabeza y lamerse los labios con morbosidad. Sentí que la sangre me hervía por dentro, pero yo no tenía ningún derecho hacia ella. Sin embargo, y para mi sorpresa ella se agarró de mi brazo ignorando su mano dejándosela nuevamente extendida. —Carolina —le dijo solamente, presentándose por educación. —¡Mmmm
***ABEL*** Yendo de camino a casa, no dejaba de recordar su rostro. Estaba fresca, con ropa cómoda, su cabello algo despeinado, nada de maquillaje y aún así me pareció que no había en el mundo una mujer más hermosa que ella. Su casa, estaba limpia y ordenada, digna de ella. Y es que, a muchos les parecerá que estaba solo idealizándola, sin embargo, se puede conocer a las personas mirando detalles que parecen pequeños, pero son indispensables, como la forma de comportarse, los gestos y lo que la rodea. Su amiga, era extrovertida y amigable, se notaba la buena amistad que había entre las dos. Fue una noche agradable. No podía evitar mirar a Caro en cada oportunidad y también sentía sus ojos en mi, lo que me dio esperanzas. <<—Bueno la próxima escogemos la película antes para no demorar y si quieres traes a tu novia —me había dicho Ana antes de despedirse. —Ok, la traeré —dije en broma, pero vi el rostro de Caro apagarse—. La traeré cuando la tenga. El rostro de Caro volvió a ilum
***ABEL*** Me arrepentí de haberle dicho eso, no quería que se espantara y parecía que eso era lo que había provocado al pronunciar aquellas palabras que salieron con naturalidad de mi. Mi hermosa joya, eso era lo que veía en ella; un invaluable tesoro hallado. Ella me miraba estupefacta y callada. Entonces dije una gran estupidez, para apaciguar la situación. —...Mi hermosa... amiga... Verás, nunca he tenido una buena amiga como tú y tu compañía me hace sentir bien. «¿En serio, Abel? ¿Acaso eres un estúpido adolescente? ¡ERES UN IDIOTA!» Su expresión cambió de sorpresa a ¿decepción? —¡Oh! claro. Yo... Yo tampoco había tenido un amigo como tú —sonrió con pesadumbre. «¡Carajo, carajo!». —Supongo que debo llevarte a casa, yo debo ir al consultorio —ya habíamos terminado con el postre. —Y si como buena amiga que soy, ¿te acompaño? —¿En serio? «¿En serio preciosa?». —Sip. Suena entretenido eso de los informes y no quiero que te diviertas solo —dijo con sarcasmo. No pude evitar
***ABEL*** Me encontraba concentrado en el último documento por llenar, cuando sonó el teléfono de mi oficina. Extrañado de que sonará un domingo, lo levanté. — ¡Aló! —Doctor Cardona —era la voz de Margarita la jefe de enfermeras. —Cuéntame, Margarita. —El doctor Vasquez, va detrás de la señorita con la que usted vino y a ella se le nota incómoda. «¡M*****a sea ,Vasquez!» No solo yo, Margarita y el resto de las enfermeras que llevaban tiempo de estar en el hospital, nos habíamos dado cuenta de que los rumores sobre Vasquez eran reales y ahora estaba acosando a Carolina. No se lo iba a permitir. Yo había estado denunciando su comportamiento con las directivas del hospital, pero por falta de pruebas, no habían hecho nada al respecto. Recientemente, me había contactado con algunas de las enfermeras que habían renunciado a raíz de sus contínuos acosos; lastimosamente, estaban temerosas de reportarlo. Él se había enterado y de ahí en adelante hacía cualquier cosa para molestarme, pe
***ABEL*** Iba atontado sintiendo el cosquilleo en mi mejilla por el contacto de su mano y ese beso cálido que me dio al despedirse. También, recordando el abrazo después de la pelea; sus brazos al rededor de mi cintura me hicieron saber que no importaba lo que pasara ella sería todo lo que necesitaba para regresar a la calma... Todo lo que pasó con Vasquez me hizo meditar en lo difícil que es para una mujer vivir en este mundo rodeada de enfermos. El lunes fui a trabajar sabiendo que me tocaría asumir las consecuencias. —Doctor Abel Cardona, presentarse a la dirección —escuché por los parlantes del hospital. «Ok, llegó el momento, pero no me arrepiento de nada», me dije a mi mismo. Llegué a la dirección y, para mi sorpresa, estaban algunas de las enfermeras, asistentes y secretarias que habían renunciado. Les había llegado la noticia de lo ocurrido y llegaron a respaldarme. Además, habían visto en una de las cámaras del parqueadero lo ocurrido con Carolina. Por fin se había hec