Un día leyendo algunas revistas de interés científico, uno de los temas cautivó mi atención, se trataba de un artículo que hablaba de la inseminación artificial. —¿Y sí...? —pensé para mis adentros...
Aunque al principio creí que era una idea loca, incluso vergonzosa, cada día fue tomando más fuerza en mi interior.
Me había ilusionado con la idea de ser mamá, pero no tenia esposo para poder adoptar y no había nadie para enamorarme; tener un bebé de esa manera me iba pareciendo menos descabellado que acostarme con alguien solo para quedar embarazada.
Con la inseminación no tendría que fallar a mis principios, no me iba a entregar a un hombre sin amarlo y sin estar segura de que era con quien pasaría el resto de mi vida. —Sí, así de anticuada soy—.
Y por otro lado ya que el amor de mi vida no había aparecido y no aparecería por lo visto, no tendría que compartir la custodia del bebé, por lo poco que sabía, nunca conocería quien sería el donante, ni nadie reclamaria la paternidad, así que, no tendría un padre legal.
Fui hondeando más en el tema sin comentarle a nadie y cada vez me convencía de que era lo que quería. Solo tenía que averiguar una clínica de fertilidad y sentirme segura de mi decisión y, por primera vez en mi vida sentía que quería hacer algo motivada más por el corazón que por la razón, pero lo que nunca imaginé fue lo que sucedió el día que llegué a esa primera consulta...
Me sentía muy nerviosa y estuve a punto de devolverme antes de entrar a la clínica, pero luego al girar para irme, vi a una anciana a la que se le habían caído unos papeles en el suelo; me agaché a recogerselos y le ayudé a subir a un taxi.
—Mil gracias linda, Dios bendiga tu vida y conceda los deseos de tu buen corazón —me dijo aquella abuelita al despedirse.
«¿Los deseos de mi corazón?».
Luego me detuve un instante y pensé en que si ya estaba ahí, no tenía nada que perder. Si al conversar con el doctor o doctora, no me sentía a gusto, cambiaría de decisión.
Justo en el momento que estaba por abrir la puerta decidida a entrar, un hombre la abrió antes y por algún motivo mi corazón se sacudió. Era un médico, pues llevaba bata y el fonendoscopio al rededor de su cuello.
Quedé deslumbrada ante su presencia, era alto, de cabello oscuro, nariz fileña, labios un poco carnosos y de un color rojizo; pero lo que más me cautivó, fueron sus ojos verdes que parecían esmeraldas.
Nuestros ojos se cruzaron unos segundos. Le dí las gracias, él asintió con la cabeza, sonrió y continuó por el pasillo.
Me sentí embelesada por aquel caballero, por sus ojos, por su mirada y su sonrisa.
Llegué al puesto de la secretaria un poco aturdida por la sensación que me produjo ese hombre.
—Hola, buenas tardes. Tengo una cita...
La secretaria, pidió mis datos y preguntó si había ido acompañada.
—No, vine sola —respondí.
—Ok. Ingrese por este pasillo —me señaló—, y puede sentarse en la sala de espera mientras es su turno.
—Muchas gracias. —Me dirigí al sitio.
Estando en la sala de espera me dí cuenta del porqué la secretaria me había preguntado si había ido acompañada, todos los que estaban ahí estaban en pareja. Me reí de mi misma pensando que la única loca era yo.
Había muchos por delante, así que, saqué el libro que tenía releyendo por esos días mientras era mi turno.
Cuando escuché mi nombre, me sobresalté, estaba sumida en la lectura.
—¿Carolina Guerra?
—Soy yo. —Me levanté de la silla con prontitud.
—Adelante —dijo el doctor.
«¡Oh por Dios!».
Ahí estaba él, sosteniendo la puerta nuevamente para mí, sonriendo como si me conociera y yo como una tonta, había quedado pasmada.
—¡Hola! —dijo con cierta emoción.
—¡Ho... hola! —Le sonreí y sentí calor subiendo por mis mejillas.
Me extendió la mano y la apretó suavemente. Sentí una sutil y extraña sensación de hormigueo con su contacto.
—Mucho gusto, señora Carolina, soy Abel Cardona Romero, gineco obstetra, neonatalogo y especialista en fertilidad.
«¿Sra? ».
—Señorita —le corregí y otra vez el rubor a mi cara.
Me miró extraño.
—Señorita Carolina, disculpe. —Me invitó a sentarme mirando el libro que traía en la mano—. ¿El diario de una pasión? —preguntó.
—Sí.
—Fantástico, lo he leído varias veces.
—Yo igual.
Nos miramos unos instantes. Tenía un no sé que en su mirada.
—Cuénteme, señorita Carolina, ¿en qué puedo ayudarla?
«¿A qué venía?... ¡Ah si!».
—Bueno doctor, quiero una inseminación —le solté y sentí que mis mejillas volvieron a arder.
—Ok. Supongo que esta decisión ha sido tomada después de intentar de forma natural, quedar en embarazo —dijo.
«¿¡Forma natural!? ¡No!».
—No, ehhh... Realmente... «¿Cómo le explico?»... —me mordí el labio inferior pensando—. ¡Ehhh! yo quería adoptar, pero por no estar casada no me lo permiten.
—Entiendo, vive en unión libre.
—No, no —dije rápidamente—, no tengo ni esposo, ni novio.
—¡Oh! —exclamó y me pareció ver en sus ojos un brillo fugaz.
—Mire le explico, yo intenté adoptar después que conocí a varios niños huérfanos luego de ayudar a mi amiga y su esposo en los tramites de adopción. Lastimosamente aunque hice lo que estuvo en mis manos —torsí la boca—, no se me permitía sin estar en una "institución matrimonial por el bienestar del niño" —le dije haciendo las comillas con mis dedos.
Me miró con... «¿admiración?».
—Y decidió la inseminación ¿por? —podía ver la curiosidad en su rostro.
—Bueno, ya me había ilusionado con la idea de ser mamá —sonreí.
—Ok entiendo, pero, ¿por qué la inseminación? —sus ojos verdes se quedaron mirándome de una manera que no podía describir.
—Tengo mis razones —le dije. Era un recién conocido y no iba a contarle algo más de mi vida que no fuera absolutamente necesario.
—Disculpe —dijo apenado—. Voy a mandarle unos análisis de sangre y una citológia para mirar como están sus órganos reproductores y verificar que todo este saludable.
—¿No puede ser con ultrasonido? —pregunté contenido la respiración.
—Es más confiable la citológia.
Sentí mucho mareo, había dejado de respirar.
Sabía qué era una citológia y no por experiencia personal.
Me puse de pie y la cabeza me dio vueltas. El doctor se paró de inmediato y me sostuvo por la espalda y el codo. De nuevo la electricidad corrió por mi piel al sentir sus manos.
—¿Se siente bien? Está pálida —dijo mientras me ayudaba a sentar de nuevo.
No dije nada. Estaba esperando que se me pasará el aturdimiento.
Me tomó la presión, la tenía baja. Sacó de su escritorio un dulce y lo extendió hacia mi.
—Gracias —logré articular.
Él solo me miraba esperando que dijera algo más, y ni modo, me tocó confesarle.
—Doctor, se va a reír de mí, pero... —casi no me salen las palabras— ...aún... soy... virgen —le solté y me mordí el labio queriendo no haberlo dicho.
No es que me avergonzara serlo, todo lo contrario, para la mayoría, la virginidad está infravalorada, para mi no, solo que en el lugar que estaba era absurdo y lo reconocía.
Miré al doctor con una media sonrisa. El asombro se reflejó en su rostro, tanto que me dieron ganas de salir corriendo.
Sostuvo su mirada en mí por unos segundos que me parecieron eternos, luego sus ojos de sorpresa se tornaron tiernos y por fin habló.
—No me esperaba eso y, espero no entrometerme, pero ¿ha considerado casarse y tener hijos de forma natural?
«¡Obvio!».
—Claro que lo he considerado, pero no he hallado con quién y mis principios no me permiten ir a acostarme con alguien así porque sí —escuché que mi tono era algo altanero, lo suavicé—. No quiero esperar que sea tarde y mi reloj biológico no me permita por lo menos ser mamá.
—¡Pero aún es joven! —volvió a mirar el historial— ¡29 años! Puede perfectamente tener una familia —su voz fue tierna, casi suplicante. Luego se quedó callado por un rato como reconciderando lo que había dicho, mirándome a los ojos y yo, aunque apenada, cautivada por los suyos. Suspiró—. Disculpe mi intromisión, es su decisión y si está segura aquí estoy yo para garantizar que todo salga lo mejor posible.
Quería, no sé porqué, explicarle muchas cosas, pero solo logré agradecerle.
Me quedó mirando y una sonrisa fugas, se dibujo en su rostro.
—Voy a mandarle los análisis de sangre y miramos que todo marche bien y la ecografia pelvica podría ser... ¿mañana a las 2:00 pm? —miró su agenda—, lo que sucede es que esa máquina no se suele usar en esta parte del hospital, usted entenderá; tendría que pedir prestada de otra de las plantas alternas y no podría ser hoy.
—Entiendo; qué pena ponerlos en esas —dije avergonzada.
—No se disculpe, es todo un placer atenderla.
Nos quedamos viendo nuevamente a los ojos, sentí que algo se revolvía en mi estómago. Había un no sé qué, en el ambiente que nos rodeaba.
Aquel hombre me habia cautivado de una manera inigualable, nadie había causado aquel efecto en mí y fue sorprendente experimentarlo, casi alucinante. Pero, seguramente estaba casado.
Mientras escribía la orden para los análisis, me detuve a mirarlo, sus cejas y pestañas pobladas le daban un marco especial a sus ojos, en su cabello se podian ver unas pocas canas que lo hacía ver maduro y muy interesante, aunque deduje que no tenía más de 35 años. Su rostro rasurado no impedía ver la sombra de una barba cerrada. Me detuve y miré sus manos para saber si tenía anillo de matrimonio. No tenía, quizás no lo usaba para trabajar, quizá para no perderlo—pensé—; luego miré una fotos en su escritorio, estaban dos señores, sus padres, supuse por el parecido, otro hombre que se parecía un poco a él también, pero se veía algo mayor. También había una joven muy linda de cabello rizado y de color cobrizo, en medio de los dos. Seguro era su novia o esposa.
Volví a mirarlo.
Imprimió la hoja y mientras firmaba y ponía el sello, alzó su mirada. Me sentí intimidada y rápidamente bajé la cabeza avergonzada de que haya notado cómo lo veía.
—Le pide la cita a mi secretaria —me entregó la orden para los análisis—. Todo un gusto conocerla y atenderla, señorita Guerra.
—Solo Carolina, por favor —le pedí—. Un gusto también, doctor Cardona —me despedí dándole la mano y de nuevo sentí el hormigueo, con más intensidad.
Antes de salir del consultorio le escuché decir:
—Nos vemos mañana.
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¡¡¡Hola!!!! Espero que les este gustando la historia y me encantaría saber sus opiniones. Acepto críticas constructivas para mejorar.
En el siguiente capítulo estará la versión del doctor Abel Cardona 😍espero les guste también su punto de vista.
Mil Gracias por el tiempo que dedican a esta historia. 😘
***ABEL*** Dicen que para cada uno hay alguien especial, un alma gemela, un complemento. Alguien que te hace querer dar todo lo mejor de tí y que te da lo mejor de sí, pero a mi no me había llegado aún y no estaba muy convencido de que pasara. Solía bromear con mi hermano que esa mujer especial que quería, debía vivir del otro lado del mundo o había muerto y yo seguía esperándola. «—Llegará de la manera más inesperada y vas a sentir una corriente en tu corazón. Te lo aseguro», eran las palabras de mi hermano, quien estaba felizmente casado. Yo seguía incrédulo. Hasta ese día... Había sido un día muy agotador; había atendido cuatro partos, dos de ellos complicados y aún faltaban varias consultas... Tuve la necesidad de salir a tomarme un café y un poco de aire, para recargar mi batería. Iba de regreso a la clínica cuando miré hacia la puerta y vi a una mujer que dudaba en entrar. Me causó curiosidad. Crucé la calle y observé a una anciana a la que se le caían sus papeles. Me disp
***CAROLINA*** Luego de aquella primera consulta con el doctor Cardona, salí de su consultorio y me dirigí a la secretaria. —¡Hola! El doctor Cardona me dijo que pidiera una cita para una ecografía pelvica mañana. Me miró de forma extraña. —¿Ecografía pelvica? Eso no es en esta parte del hospital. Levanté los hombros sin tampoco entender. Luego su teléfono sonó. —Dígame, doctor —me miró con la frente arrugada—. Ok, ya la programo —colgó. —Carolina Guerra, mañana a las 2:00 pm. —Gracias —dije sonriendo. El resto del día no pude concentrarme en nada, mi mente giraba al rededor de la consulta y de la conversación con el doctor y en la noche fue peor. Me inquietaba pensar en la opinión que él tuviera de mi, pero, ¿por qué? Nunca me había importado lo que la gente pensara. No es que me molestará lo que soy y lo que dije, mas sentía la extraña necesidad de que me entendiera. Al día siguiente iría y pensar en volver a verlo, no me dejaba dormir. Entrada la madrugada, por fin log
***ABEL*** Había pasado la tarde confirmando lo maravillosa, inteligente y compasiva que era Carolina. Después de dejarla en su casa y despedirme, caminé a mi departamento junto a Lana, iba recordando nuestras conversaciones; sus preguntas y sus respuestas, decían mucho de su persona. Lo bondadosa con los López y su pasado doloroso con la muerte de sus padres, me hacían admirarla más. Yo estaba deseoso de conocerla mejor. «Es una chica demasiado especial» —me había dicho la abuela López y sí que lo era. Lo poco superficial que parecía ser me encantaba. Ni siquiera parecía estar conciente de lo atractiva que era y es que, no solo era su belleza física la que atraía, era su sonrisa, su amabilidad, cómo trataba a las personas a su al rededor, algo en su esencia que solo se podía sentir. Emanaba una dulzura irresistible. El mesero, al igual que un hombre que estaba cerca a nuestra mesa no dejaron de mirarla y, ¿cómo culparlos? si yo también estaba cautivado ante su presencia. Era natur
***ABEL*** Terminé con mis pacientes y faltaba poco para que Carolina llegara. Salí varias veces de mi consultorio asomándome. Estaba ansioso por verla. —¿Tú qué haces aquí? —escuché a Mónica hablar altaneramente a alguien, pero jamás me imaginé que era a Carolina, quien estaba con su bello rostro consternado por aquella actitud. —Yo le pedí que viniera —Mónica giró hacia mí, pálida—. Por cierto Mónica, ¿por qué me dijiste que la señorita Carolina, no había llamado? —¡Ehhh! —no le salían las palabras. —Debió olvidarlo, doctor —interrumpió Carolina para calmar el momento—. ¿Cierto, Mónica? —la miró con compasión a pesar de lo mal que la trató. Miré a Mónica con desaprobación esperando que se disculpara con ella. —Sí, disculpe, señora Carolina. —No te preocupes, Mónica —le dedicó una sonrisa genuina, sin ningún rastro de haberse ofendido. Su carácter tan dulce. Le llamaría la atención después a Mónica. Por lo pronto, quería aprovechar el tiempo con ella. Le señalé a Caro que s
***ABEL*** «Vasquez». Vladimir Vasquez era un pediatra y compañero de trabajo; también era un experto en seducir a enfermeras, recepcionistas y secretarias del hospital. No era de mi agrado, no me inspiraba confianza y no toleraba su constante necesidad de mirar con deseo a las mujeres que cruzaban por su camino. Incluso habían comentarios sin confirmar de algunas enfermeras que habían renunciado, por el constante acoso de éste. Y como no era de extrañar, depósito su sucia mirada en Carolina. Ella había inteligentemente evadido su presentación, pero ahora estaba ante él nuevamente presentándose, tendiendo su sucia mano hacia ella. Antes de llegar a nosotros lo vi mírala de pies a cabeza y lamerse los labios con morbosidad. Sentí que la sangre me hervía por dentro, pero yo no tenía ningún derecho hacia ella. Sin embargo, y para mi sorpresa ella se agarró de mi brazo ignorando su mano dejándosela nuevamente extendida. —Carolina —le dijo solamente, presentándose por educación. —¡Mmmm
***ABEL*** Yendo de camino a casa, no dejaba de recordar su rostro. Estaba fresca, con ropa cómoda, su cabello algo despeinado, nada de maquillaje y aún así me pareció que no había en el mundo una mujer más hermosa que ella. Su casa, estaba limpia y ordenada, digna de ella. Y es que, a muchos les parecerá que estaba solo idealizándola, sin embargo, se puede conocer a las personas mirando detalles que parecen pequeños, pero son indispensables, como la forma de comportarse, los gestos y lo que la rodea. Su amiga, era extrovertida y amigable, se notaba la buena amistad que había entre las dos. Fue una noche agradable. No podía evitar mirar a Caro en cada oportunidad y también sentía sus ojos en mi, lo que me dio esperanzas. <<—Bueno la próxima escogemos la película antes para no demorar y si quieres traes a tu novia —me había dicho Ana antes de despedirse. —Ok, la traeré —dije en broma, pero vi el rostro de Caro apagarse—. La traeré cuando la tenga. El rostro de Caro volvió a ilum
***ABEL*** Me arrepentí de haberle dicho eso, no quería que se espantara y parecía que eso era lo que había provocado al pronunciar aquellas palabras que salieron con naturalidad de mi. Mi hermosa joya, eso era lo que veía en ella; un invaluable tesoro hallado. Ella me miraba estupefacta y callada. Entonces dije una gran estupidez, para apaciguar la situación. —...Mi hermosa... amiga... Verás, nunca he tenido una buena amiga como tú y tu compañía me hace sentir bien. «¿En serio, Abel? ¿Acaso eres un estúpido adolescente? ¡ERES UN IDIOTA!» Su expresión cambió de sorpresa a ¿decepción? —¡Oh! claro. Yo... Yo tampoco había tenido un amigo como tú —sonrió con pesadumbre. «¡Carajo, carajo!». —Supongo que debo llevarte a casa, yo debo ir al consultorio —ya habíamos terminado con el postre. —Y si como buena amiga que soy, ¿te acompaño? —¿En serio? «¿En serio preciosa?». —Sip. Suena entretenido eso de los informes y no quiero que te diviertas solo —dijo con sarcasmo. No pude evitar
***ABEL*** Me encontraba concentrado en el último documento por llenar, cuando sonó el teléfono de mi oficina. Extrañado de que sonará un domingo, lo levanté. — ¡Aló! —Doctor Cardona —era la voz de Margarita la jefe de enfermeras. —Cuéntame, Margarita. —El doctor Vasquez, va detrás de la señorita con la que usted vino y a ella se le nota incómoda. «¡M*****a sea ,Vasquez!» No solo yo, Margarita y el resto de las enfermeras que llevaban tiempo de estar en el hospital, nos habíamos dado cuenta de que los rumores sobre Vasquez eran reales y ahora estaba acosando a Carolina. No se lo iba a permitir. Yo había estado denunciando su comportamiento con las directivas del hospital, pero por falta de pruebas, no habían hecho nada al respecto. Recientemente, me había contactado con algunas de las enfermeras que habían renunciado a raíz de sus contínuos acosos; lastimosamente, estaban temerosas de reportarlo. Él se había enterado y de ahí en adelante hacía cualquier cosa para molestarme, pe