***ABEL***
Terminé con mis pacientes y faltaba poco para que Carolina llegara. Salí varias veces de mi consultorio asomándome. Estaba ansioso por verla.
—¿Tú qué haces aquí? —escuché a Mónica hablar altaneramente a alguien, pero jamás me imaginé que era a Carolina, quien estaba con su bello rostro consternado por aquella actitud.
—Yo le pedí que viniera —Mónica giró hacia mí, pálida—. Por cierto Mónica, ¿por qué me dijiste que la señorita Carolina, no había llamado?
—¡Ehhh! —no le salían las palabras.
—Debió olvidarlo, doctor —interrumpió Carolina para calmar el momento—. ¿Cierto, Mónica? —la miró con compasión a pesar de lo mal que la trató.
Miré a Mónica con desaprobación esperando que se disculpara con ella.
—Sí, disculpe, señora Carolina.
—No te preocupes, Mónica —le dedicó una sonrisa genuina, sin ningún rastro de haberse ofendido.
Su carácter tan dulce.
Le llamaría la atención después a Mónica. Por lo pronto, quería aprovechar el tiempo con ella.
Le señalé a Caro que siguiera; tenía un vestido sencillo color salmón con zapatillas, una cola alta que dejaba ver por completo las facciones de su rostro, no llevaba mucho maquillaje y tampoco lo necesitaba.
«Sencillamente bella».
Caminó pasando por mi lado con su elegante forma de andar, me recordó esas muñecas de ballet hechas en porcelana y sin poder controlarlo la detuve para darle un beso en la mejilla. Al saludarla, percibí su olor.
¡Hummm!
Entramos al consultorio y le moví una de las sillas para que se sentara. No fui a la silla de mi escritorio, si no que me puse enfrente de ella en la otra silla para pacientes. Nuestros ojos se veían fijamente, los de ella brillaban con una pequeña sonrisa apenada.
«¡Qué hermosa eres!».
—Cuéntame, ¿qué tal tu día? —le pregunté cortando el silencio.
—Muy bien, ¿y el tuyo?
—Mucho mejor ahora —le dije mirándola a los ojos. Apareció ese rubor en sus mejillas que la hacian ver más angelical.
Un golpe a la puerta nos sacó del momento.
Suspiré.
—¡Adelante! —dije con fastidio.
—Doctor, aquí está organizada la carpeta para el lunes.
—Ok, Mónica, gracias. Déjala sobre el escritorio y ya puedes irte. Hasta el lunes.
—Usted, ¿no se va, ya?
—Voy a atender a Caro y después nos vamos.
—¡Oh! Entonces... Hasta el lunes, doctor —Mónica se despidió solo de mí, le llamaría la atención por ser descortés.
Ella cerró la puerta y nos quedamos nuevamente solos.
—Bueno Caro, muéstrame los exámenes.
Ella sacó de su bolso los papeles y yo los revisé con mucha cautela. Nada fuera de lo normal a excepción de la hemoglobina algo al límite.
—Todo está muy bien. Solo te voy a prescribir unos suplementos y alimentación alta en hierro.
—¡Perfecto, doc!
—Pero, ¿estás segura que quieres hacer esto? —la miré detenidamente a los ojos para encontrar alguna duda que me diera pie para hacerla desistir.
En mis noche pensando en ella, recordaba sus palabras en la primera consulta: "No he hallado con quien", pero hay estaba yo, dispuesto a ser ese quien. ¿Querría ella que lo fuera? ¿Tendría yo alguna oportunidad de demostrárselo?
—Sí... Ehhh... sí lo estoy —bajó la mirada y ¡ahí estaba lo que buscaba! Ella no estaba segura y era todo lo que yo necesitaba.
***CAROLINA***
No sabía que contestar, no había pensado ni siquiera en la inseminación en esos últimos días. Pero se suponía que por eso estaba ahí ¿no? Por lo que le dije que sí, contestando su pregunta.
Podía ver sus ojos en mí, pero no me atreví a seguir mirándolo a la cara.
—Bueno, Caro, es tu decisión... Ahora... —se puso de pie—, quiero que me acompañes a algunos lugares que sé que te gustarán —me extendió la mano para levantarme.
—Por eso el "no vengas en moto".
—¡Exacto! —sonrió ampliamente— ¡Vamos! Primero es aquí muy cerca.
Bajamos por el ascensor, cruzamos por varios pasillos y llegamos a otra parte de la clínica. Se detuvo en un cuarto de almacén y sacó dos batas estériles de cirugía, me dio una y me ayudó a ponerla, luego se colocó la suya. Me condujo al lavabo de manos y me enseño a lavarlas al estilo médico.
—¿A quién vamos a operar? —bromeé mientras frotaba mis dedos con el jabón.
—Ya verás.
Caminamos por el pasillo ynos detuvimos en una puerta que decía: Cuidado neonatal.
¡Uau!
Sé que tenía una gran sonrisa en la cara cuando él volteó a verme.
—Te dije que te encantaría.
Me mordí el labio inferior tratando de contener la alegría.
—¡Doctor, Cardona! —lo saludó un médico saliendo de la sala, el cual se quedó mirándome con intensidad. Me sentí intimidada.
—Doctor, Vasquez —le contestó Abel, con frialdad y se puso aún más serio cuando al notó su mirada hacia mí.
—¿No presentas a tan hermosa dama? —Abel apretó la mandíbula, pero no contestó—. Señorita —se dirigió a mí extendiéndome la mano—. Soy el doctor Vladimir Vasquez —yo solo lo saludé con la palma levantada y le deje la mano extendida.
—Lo siento ya nos esterilizamos las manos —me disculpé para no parecer grosera, pero su mirada me hizo querer mantener la distancia.
Era un hombre atractivo, sí, pero en sus ojos había algo repulsivo.
Abel sonrió antes de hablarle.
—Ya oíste a la señorita, así que, con permiso —con su mano, me indicó que entrara a la sala y lo hice de inmediato.
Ya dentro, la tensión se disipó. Miré por toda la sala y habían mal contadas diez encubadoras y en alguna de ellas habían cinco bebés.
—Quiero presentarte a mis pacientes —pronunció mientras me condujo a una de las encubadoras—. Ella es Isabella —me señaló a una bebita muy pequeñita—, nació antes de tiempo por una complicación en el embarazo, pero Isabella es muy fuerte y ya salió del peligro. Estuvo en UCI por una semana y lleva una semana acá desde que nos demostró cuán fuerte es para respirar por si sola.
—Qué ternura, Isabella —le hablé a la bebé—, eres una guerrera —Le acaricié el piececito.
Luego pasó a otro bebé.
—Él es Samuel, nació en perfectas condiciones hace unas pocas horas. Estamos esperando los examenes rutinarios y monitoreándolo para que se vaya pronto con sus papitos.
—¡Hola, Samuel! —era un precioso bebé de tez morena.
—Ruben y René, gemelos, hubo que sacarlos un poquito antes, estamos esperando los analisis rutinarios para que se vayan a casita.
—¡Qué bellos! Son idénticos.
—Y ésta —Se acercó a una de las cunas—, es mi favorita, se llama Camila. Tiene síndrome de down y su mamá la abandonó cuando supo de su condición —dijo suspirando.
—¿Qué? ¡por Dios! ¿Qué clase de mujer hace eso? —me enojé muchísimo, no podía creer que una mujer que lleva a su bebé en el vientre sea capaz de abandonarlo por una condición que no es su culpa.
En ese momento Camila se puso a llorar.
—¿Puedo cargarla? —le pregunté a Abel.
—Claro que sí —sonrió con ternura.
La tomé en mis brazos y la acuné con cuidado.
Era hermosa, su condición la hacía más bella, la arrullé hasta que se quedó dormida.
No me había percatado que en todo ese tiempo, Abel no dejó de mirarme.
—Eres una mujer increíble y serás una mamá maravillosa —susurró acariciando la cabeza de la bebé. Sentí un fuerte calor en mis mejillas y agradecí que la luz fuera poca en esa habitación.
—¿Qué pasará con ella? —quise saber.
—Por suerte sus abuelos la reclamaron, se harán cargo de ella como hija suya. Solo faltan unos requisitos y que se haga el proceso con el bienestar infantil.
Suspiré de alivio.
Seguí contemplándola por un rato más. Seguía sin entender cómo su "madre" la había abandonado. Pensé en lo injusta que es la vida; mujeres queriendo tener un bebé y otras abandonándolos. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
La besé varias veces en la frente y la coloqué en su cuna.
Abel se me acercó y con sus dedos limpió las lágrimas que me resbalaban.
Sentí esa corriente agradable por su contacto, que me hizo cerrar los ojos.
—Ella estará bien. Yo mismo me cercioré que sus abuelos querian y podían cuidarla.
Lo miré con una media sonrisa.
—Gracias por traerme aquí.
—Es para mí un placer.
Estuvimos un rato más y luego salimos de la sala, nos quitamos la indumentaria médica y después de dar varios vueltas, salimos al parqueadero donde estaba estacionado su carro.
A unos metros de distancia estaba el Doctor Vasquez con una enfermera recostada a un auto hablándole al oído, ella se veía incómoda. Cuando notó nuestra presencia se separó de la pobre muchacha, la cual aprovechó para zafarse y salió del parqueadero, casi corriendo.
—Cardona —volvió a saludar Vasquez caminando hacia nosotros—, señorita, ahora si podemos presentarnos como debe ser —tendió nuevamente la mano hacia mí— Vladimir Vasquez...
***ABEL*** «Vasquez». Vladimir Vasquez era un pediatra y compañero de trabajo; también era un experto en seducir a enfermeras, recepcionistas y secretarias del hospital. No era de mi agrado, no me inspiraba confianza y no toleraba su constante necesidad de mirar con deseo a las mujeres que cruzaban por su camino. Incluso habían comentarios sin confirmar de algunas enfermeras que habían renunciado, por el constante acoso de éste. Y como no era de extrañar, depósito su sucia mirada en Carolina. Ella había inteligentemente evadido su presentación, pero ahora estaba ante él nuevamente presentándose, tendiendo su sucia mano hacia ella. Antes de llegar a nosotros lo vi mírala de pies a cabeza y lamerse los labios con morbosidad. Sentí que la sangre me hervía por dentro, pero yo no tenía ningún derecho hacia ella. Sin embargo, y para mi sorpresa ella se agarró de mi brazo ignorando su mano dejándosela nuevamente extendida. —Carolina —le dijo solamente, presentándose por educación. —¡Mmmm
***ABEL*** Yendo de camino a casa, no dejaba de recordar su rostro. Estaba fresca, con ropa cómoda, su cabello algo despeinado, nada de maquillaje y aún así me pareció que no había en el mundo una mujer más hermosa que ella. Su casa, estaba limpia y ordenada, digna de ella. Y es que, a muchos les parecerá que estaba solo idealizándola, sin embargo, se puede conocer a las personas mirando detalles que parecen pequeños, pero son indispensables, como la forma de comportarse, los gestos y lo que la rodea. Su amiga, era extrovertida y amigable, se notaba la buena amistad que había entre las dos. Fue una noche agradable. No podía evitar mirar a Caro en cada oportunidad y también sentía sus ojos en mi, lo que me dio esperanzas. <<—Bueno la próxima escogemos la película antes para no demorar y si quieres traes a tu novia —me había dicho Ana antes de despedirse. —Ok, la traeré —dije en broma, pero vi el rostro de Caro apagarse—. La traeré cuando la tenga. El rostro de Caro volvió a ilum
***ABEL*** Me arrepentí de haberle dicho eso, no quería que se espantara y parecía que eso era lo que había provocado al pronunciar aquellas palabras que salieron con naturalidad de mi. Mi hermosa joya, eso era lo que veía en ella; un invaluable tesoro hallado. Ella me miraba estupefacta y callada. Entonces dije una gran estupidez, para apaciguar la situación. —...Mi hermosa... amiga... Verás, nunca he tenido una buena amiga como tú y tu compañía me hace sentir bien. «¿En serio, Abel? ¿Acaso eres un estúpido adolescente? ¡ERES UN IDIOTA!» Su expresión cambió de sorpresa a ¿decepción? —¡Oh! claro. Yo... Yo tampoco había tenido un amigo como tú —sonrió con pesadumbre. «¡Carajo, carajo!». —Supongo que debo llevarte a casa, yo debo ir al consultorio —ya habíamos terminado con el postre. —Y si como buena amiga que soy, ¿te acompaño? —¿En serio? «¿En serio preciosa?». —Sip. Suena entretenido eso de los informes y no quiero que te diviertas solo —dijo con sarcasmo. No pude evitar
***ABEL*** Me encontraba concentrado en el último documento por llenar, cuando sonó el teléfono de mi oficina. Extrañado de que sonará un domingo, lo levanté. — ¡Aló! —Doctor Cardona —era la voz de Margarita la jefe de enfermeras. —Cuéntame, Margarita. —El doctor Vasquez, va detrás de la señorita con la que usted vino y a ella se le nota incómoda. «¡M*****a sea ,Vasquez!» No solo yo, Margarita y el resto de las enfermeras que llevaban tiempo de estar en el hospital, nos habíamos dado cuenta de que los rumores sobre Vasquez eran reales y ahora estaba acosando a Carolina. No se lo iba a permitir. Yo había estado denunciando su comportamiento con las directivas del hospital, pero por falta de pruebas, no habían hecho nada al respecto. Recientemente, me había contactado con algunas de las enfermeras que habían renunciado a raíz de sus contínuos acosos; lastimosamente, estaban temerosas de reportarlo. Él se había enterado y de ahí en adelante hacía cualquier cosa para molestarme, pe
***ABEL*** Iba atontado sintiendo el cosquilleo en mi mejilla por el contacto de su mano y ese beso cálido que me dio al despedirse. También, recordando el abrazo después de la pelea; sus brazos al rededor de mi cintura me hicieron saber que no importaba lo que pasara ella sería todo lo que necesitaba para regresar a la calma... Todo lo que pasó con Vasquez me hizo meditar en lo difícil que es para una mujer vivir en este mundo rodeada de enfermos. El lunes fui a trabajar sabiendo que me tocaría asumir las consecuencias. —Doctor Abel Cardona, presentarse a la dirección —escuché por los parlantes del hospital. «Ok, llegó el momento, pero no me arrepiento de nada», me dije a mi mismo. Llegué a la dirección y, para mi sorpresa, estaban algunas de las enfermeras, asistentes y secretarias que habían renunciado. Les había llegado la noticia de lo ocurrido y llegaron a respaldarme. Además, habían visto en una de las cámaras del parqueadero lo ocurrido con Carolina. Por fin se había hec
***CAROLINA*** Estaba nerviosa de conocer a sus padres y me sorprendió su recibimiento. Me trataron como si me conocieran de mucho tiempo. Su mamá, una mujer muy refinada y con una calidez agradable. Abel tenía mucho de ella, su nariz y la figura de sus ojos. Bajo sus canas, las cuales le daban una apariencia madura y sofisticada, se notaba que su cabello había sido bastante rubio en su juventud y tenía unos bellos ojos color miel. Su papá, un señor amable y elegante. Abel tenía la misma figura de cara y la boca. Sus cejas aún permanecían oscuras a pesar de su cabello casi blanco, sus ojos eran verdes, pero no como los de Abel. Después de tan cariñosa bienvenida, los señores entraron con sus cachorros hablando de nombres para ellos. Miré a Abel, su rostro ya se había suavizado. Me miró con una sonrisa y guiñó su ojos. No podía evitarlo, cada vez me gustaba más; sabía que esto podría ser mi fortuna o mi desdicha y tenía miedo de lo segundo, pero todo mi ser quería arriesgarse. ¡A
***ABEL*** Sentí un torbellino de emociones recorriendo mi ser por tenerla entre mis brazos. Estaba dichoso de tenerla tan cerca. Con confianza la abracé más fuerte y después de hablar por un largo rato se quedó dormida a gusto en mi pecho. Yo quise vigilar sus sueño. Tenerla así hizo que resonara en mi cabeza una rima poética que alguna vez leí y quedó en mi memoria: "Despierta, tiemblo al mirarte:dormida, me atrevo a verte;por eso, alma de mi alma,yo velo cuando tú duermes.Despierta, ríes y al reír tus labiosinquietos me parecenrelámpagos de grana que serpeansobre un cielo de nieve.Dormida, los extremos de tu bocapliega sonrisa leve,suave como el rastro luminosoque deja en sol que muere.¡Duerme!despierta miras y al mirar tus ojoshúmedos resplandecen,como la onda azul en cuya crestachispeando el sol hiere.Al través de tus párpados, dormida;tranquilo fulgor viertencual derrama de luz templado rayolámpara transparente.¡Duerme!despierta hablas, y al hablar vibra
***ABEL*** Luego de dejarla en su casa, fui directo al hospital para atender la emergencia. Fue muy complicado, sin embargo todo resultó bien para la mamá y el bebé. Cansado, pero satisfecho fui a mi consultorio a seguir trabajando. Recibí una llamada de Miguel mientras hacía un receso. —Ya papá y mamá me contaron —dijo a penas contesté—, quedaron encantados con ella, asumo ahora que no exagerabas. —Yo nunca exagero, realmente es grandiosa. —Cuéntame más —pidió. —Es muy tímida, pero sé que le gusto. Su amiga sin querer me lo confirmó. Debe estar insegura de mis intenciones, pero te juro hermano que quiero a esa mujer para el resto de mi vida. —Estás perdidamente enamorado hermano, ¿ves que algún día te tocaría? Me recuerda cuando conocí a Marcela. Cuando la vi, también supe que no podría vivir sin ella y aquí estamos siendo felices. —Mañana le diré todo lo que siento por ella, solo espero que crea que tengo buenas intenciones. —Así será, eres un gran hombre y me consta que ha