***ABEL*** Yendo de camino a casa, no dejaba de recordar su rostro. Estaba fresca, con ropa cómoda, su cabello algo despeinado, nada de maquillaje y aún así me pareció que no había en el mundo una mujer más hermosa que ella. Su casa, estaba limpia y ordenada, digna de ella. Y es que, a muchos les parecerá que estaba solo idealizándola, sin embargo, se puede conocer a las personas mirando detalles que parecen pequeños, pero son indispensables, como la forma de comportarse, los gestos y lo que la rodea. Su amiga, era extrovertida y amigable, se notaba la buena amistad que había entre las dos. Fue una noche agradable. No podía evitar mirar a Caro en cada oportunidad y también sentía sus ojos en mi, lo que me dio esperanzas. <<—Bueno la próxima escogemos la película antes para no demorar y si quieres traes a tu novia —me había dicho Ana antes de despedirse. —Ok, la traeré —dije en broma, pero vi el rostro de Caro apagarse—. La traeré cuando la tenga. El rostro de Caro volvió a ilum
***ABEL*** Me arrepentí de haberle dicho eso, no quería que se espantara y parecía que eso era lo que había provocado al pronunciar aquellas palabras que salieron con naturalidad de mi. Mi hermosa joya, eso era lo que veía en ella; un invaluable tesoro hallado. Ella me miraba estupefacta y callada. Entonces dije una gran estupidez, para apaciguar la situación. —...Mi hermosa... amiga... Verás, nunca he tenido una buena amiga como tú y tu compañía me hace sentir bien. «¿En serio, Abel? ¿Acaso eres un estúpido adolescente? ¡ERES UN IDIOTA!» Su expresión cambió de sorpresa a ¿decepción? —¡Oh! claro. Yo... Yo tampoco había tenido un amigo como tú —sonrió con pesadumbre. «¡Carajo, carajo!». —Supongo que debo llevarte a casa, yo debo ir al consultorio —ya habíamos terminado con el postre. —Y si como buena amiga que soy, ¿te acompaño? —¿En serio? «¿En serio preciosa?». —Sip. Suena entretenido eso de los informes y no quiero que te diviertas solo —dijo con sarcasmo. No pude evitar
***ABEL*** Me encontraba concentrado en el último documento por llenar, cuando sonó el teléfono de mi oficina. Extrañado de que sonará un domingo, lo levanté. — ¡Aló! —Doctor Cardona —era la voz de Margarita la jefe de enfermeras. —Cuéntame, Margarita. —El doctor Vasquez, va detrás de la señorita con la que usted vino y a ella se le nota incómoda. «¡M*****a sea ,Vasquez!» No solo yo, Margarita y el resto de las enfermeras que llevaban tiempo de estar en el hospital, nos habíamos dado cuenta de que los rumores sobre Vasquez eran reales y ahora estaba acosando a Carolina. No se lo iba a permitir. Yo había estado denunciando su comportamiento con las directivas del hospital, pero por falta de pruebas, no habían hecho nada al respecto. Recientemente, me había contactado con algunas de las enfermeras que habían renunciado a raíz de sus contínuos acosos; lastimosamente, estaban temerosas de reportarlo. Él se había enterado y de ahí en adelante hacía cualquier cosa para molestarme, pe
***ABEL*** Iba atontado sintiendo el cosquilleo en mi mejilla por el contacto de su mano y ese beso cálido que me dio al despedirse. También, recordando el abrazo después de la pelea; sus brazos al rededor de mi cintura me hicieron saber que no importaba lo que pasara ella sería todo lo que necesitaba para regresar a la calma... Todo lo que pasó con Vasquez me hizo meditar en lo difícil que es para una mujer vivir en este mundo rodeada de enfermos. El lunes fui a trabajar sabiendo que me tocaría asumir las consecuencias. —Doctor Abel Cardona, presentarse a la dirección —escuché por los parlantes del hospital. «Ok, llegó el momento, pero no me arrepiento de nada», me dije a mi mismo. Llegué a la dirección y, para mi sorpresa, estaban algunas de las enfermeras, asistentes y secretarias que habían renunciado. Les había llegado la noticia de lo ocurrido y llegaron a respaldarme. Además, habían visto en una de las cámaras del parqueadero lo ocurrido con Carolina. Por fin se había hec
***CAROLINA*** Estaba nerviosa de conocer a sus padres y me sorprendió su recibimiento. Me trataron como si me conocieran de mucho tiempo. Su mamá, una mujer muy refinada y con una calidez agradable. Abel tenía mucho de ella, su nariz y la figura de sus ojos. Bajo sus canas, las cuales le daban una apariencia madura y sofisticada, se notaba que su cabello había sido bastante rubio en su juventud y tenía unos bellos ojos color miel. Su papá, un señor amable y elegante. Abel tenía la misma figura de cara y la boca. Sus cejas aún permanecían oscuras a pesar de su cabello casi blanco, sus ojos eran verdes, pero no como los de Abel. Después de tan cariñosa bienvenida, los señores entraron con sus cachorros hablando de nombres para ellos. Miré a Abel, su rostro ya se había suavizado. Me miró con una sonrisa y guiñó su ojos. No podía evitarlo, cada vez me gustaba más; sabía que esto podría ser mi fortuna o mi desdicha y tenía miedo de lo segundo, pero todo mi ser quería arriesgarse. ¡A
***ABEL*** Sentí un torbellino de emociones recorriendo mi ser por tenerla entre mis brazos. Estaba dichoso de tenerla tan cerca. Con confianza la abracé más fuerte y después de hablar por un largo rato se quedó dormida a gusto en mi pecho. Yo quise vigilar sus sueño. Tenerla así hizo que resonara en mi cabeza una rima poética que alguna vez leí y quedó en mi memoria: "Despierta, tiemblo al mirarte:dormida, me atrevo a verte;por eso, alma de mi alma,yo velo cuando tú duermes.Despierta, ríes y al reír tus labiosinquietos me parecenrelámpagos de grana que serpeansobre un cielo de nieve.Dormida, los extremos de tu bocapliega sonrisa leve,suave como el rastro luminosoque deja en sol que muere.¡Duerme!despierta miras y al mirar tus ojoshúmedos resplandecen,como la onda azul en cuya crestachispeando el sol hiere.Al través de tus párpados, dormida;tranquilo fulgor viertencual derrama de luz templado rayolámpara transparente.¡Duerme!despierta hablas, y al hablar vibra
***ABEL*** Luego de dejarla en su casa, fui directo al hospital para atender la emergencia. Fue muy complicado, sin embargo todo resultó bien para la mamá y el bebé. Cansado, pero satisfecho fui a mi consultorio a seguir trabajando. Recibí una llamada de Miguel mientras hacía un receso. —Ya papá y mamá me contaron —dijo a penas contesté—, quedaron encantados con ella, asumo ahora que no exagerabas. —Yo nunca exagero, realmente es grandiosa. —Cuéntame más —pidió. —Es muy tímida, pero sé que le gusto. Su amiga sin querer me lo confirmó. Debe estar insegura de mis intenciones, pero te juro hermano que quiero a esa mujer para el resto de mi vida. —Estás perdidamente enamorado hermano, ¿ves que algún día te tocaría? Me recuerda cuando conocí a Marcela. Cuando la vi, también supe que no podría vivir sin ella y aquí estamos siendo felices. —Mañana le diré todo lo que siento por ella, solo espero que crea que tengo buenas intenciones. —Así será, eres un gran hombre y me consta que ha
***ABEL*** Verla a ella y que me abrazara con tanta fuerza, alivió un poco el dolor de mi pecho. Me aferré a su cuerpo llorando, sin poder parar y ella estuvo en silencio sin soltarme. Se mantuvo conmigo hasta que me llamaron para embarcar. —Te quiero —me dijo al despedirse. En medio de la tristeza sentí alegría. Traté de absorber su aroma para no extrañarla tanto. Fue dificil el viaje porque no paraba de pensar en el estado de Miguel y Marcela. No quería ser pesimista, pero con el informe que había recibido, no lo podía evitar. A penas bajé del avión, llamé a mis papás a avisarles y luego a Carolina. Fui directo al hospital. Me encontré con el médico con el que había hablado y resultó ser conocido de alguno de los congresos de medicina a los que había asistido. Me llevó a ver a mi hermano y la avalancha de dolor se incrementó al verlo en la cama, entubado y conectado a un respirador. Su estado era realmente grave. Intenté guardar la compostura, pero no pude, tuve que salir a