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Capítulo sesenta y dos: Galletas de avena.

Ver a las personas que debían cuidar de mi y en quién me reprochaba constantemente por no dejarlos entrar en mi vida tras las rejas no se sentía satisfactorio porque ni siquiera era algo que debía pasar, intenté hacer realidad la voluntad de mi madre sin pensar en que me harían daño por dinero, aún mi cuerpo se recuperaba de más heridas externas, pero las internas cada vez eran más profundas, ¿Por qué? Estaba condenada a vivir perdiendo a quienes amaba y ser lastimada.

— Pude haberlos ayudado ¿Saben? Solo tenían que pedirlo...

Mi voz se quebró apenas empecé a hablar, Vanna y David sujetaban mis manos en un intento de darme fuerzas.

— Hipotecaron nuestros bienes y estábamos tan desesperados, Gloria nos aseguró que nada malo te sucedería...

— No sabes el dolor que sentí cuando esos hombres me llevaron al mirarlos y darme cuenta que me habían engañado, todas las cosas que escuché en ese lugar, los golpes o personas que ví morir, ¿Cómo puedes no llorar siquiera por todo lo que me hiciste
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