. Tino tomó asiento y cargó al teniente para sentarlo a su lado izquierdo; Micifuz, de un salto, se colocó al lado derecho del comandante. El minino observó cómo el teniente y el anciano miraban las estrellas del cielo, mientras este cantaba con gran melancolía: “¡Yo te perdí debajo de un viejo mezquital, tú me entregaste y yo te entregué, ambos nos traicionamos debajo de aquel mezquital! Oh, mi amor, para enmendar los errores salté al pozo antes que tú, pero tú pagaste con moneda de oro solo por tu libertad, me dejaste caer solo al pozo... aun así, yo te amo de todo corazón, esperaré el día en que decidas bajar al pozo…”. El hombre entonó la letra una y otra vez, hasta que Micifuz cayó dormido, presa del triste canto. Pero, gracias a esto, a la mañana siguiente fue el primero en despertar. Al ver los primeros rayos del sol, de
El italiano le indicó a Tino que una de las bolsas contenía comida y la otra un par de tenis y algunas prendas viejas de vestir que ya no usaba. El comandante abrió la bolsa de comida y les dio dos jugosas chuletas envueltas en periódico al teniente y al cadete. Mientras estos disfrutaban sus manjares, Tino y Luigi recordaron viejos tiempos. Hablaron de cuando ingresó a la tropa la primera vez, de la vieja familia de Tino, de si sabía algo de su esposa o sus hijas, la verdadera razón de por qué Luigi había abandonado su casa cuando tenía 10 años, etcétera. Una vez concluida la charla, Tino se despidió diciendo “Adiós”; sus acompañantes asintieron con la cabeza. Luigi les otorgó su bendición e ingresó al local. El comandante les indicó al teniente y al cadete:—Tendremos que dar dos vueltas. Las provisiones que recibimos exceden
El minino solo contempló con curiosidad los objetos. El teniente los miró con ojos tristes y se recostó “llorando”, como hacen los perros. Tino soltó un par de lágrimas y prosiguió: “Cadete, esta foto es de mi familia. Ellos me corrieron de la casa por un malentendido, pero son las personas que más amo en el mundo. El carrito era de mi hija mayor, Paloma. El atrapasueños me lo hizo mi segunda hija; mi esposa le enseñó algo de brujería. Mi hija dijo que esto me ayudaría a atrapar todas las pesadillas que pudiera tener y resultó ser cierto, porque desde ese día nunca volví a tener una”. El comandante sollozó, tomó aire para hablar firmemente y exclamó: “¡Oh, mi pequeña Marta! Yo aún te amo a pesar de todo”. Micifuz sintió la melancolía del ambiente e intentó animar la situación.
Una vez que el gato grande llegó a los tupidos árboles frutales del callejón sin salida, se acercó al manzanero y, dando un brinco, comenzó a trepar. Micifuz, al verlo, sin tomar en cuenta la distancia que había entre él y el suelo, de un solo brinco llegó a este y continuó su camino corriendo en diagonal. El enorme felino usó el gran tronco para impulsarse y siguió al minino de cerca. Micifuz intentó meterse debajo de un auto en la acera izquierda para perder a su enemigo, pero antes de hacerlo aquel lo tacleó con una fuerza bestial. Una vez que Micifuz cayó al suelo, el atacante colocó sus enormes patas sobre su lomo. El gatito trató de quitárselo de encima empujando con toda su fuerza, pero fue en vano. El enorme gato, al ver que después de forcejear un rato Micifuz se había tranquilizado, se acercó para olfatearlo. De pronto, a lo lejos se o
El teniente estaba a la derecha de Tino y Micifuz del lado izquierdo. Juntos montaban un inusual espectáculo; predicaban el mensaje entonándolo armoniosamente en conjunto. Cada vez que las personas los veían por primera vez, se preguntaban cómo era posible que ninguno de los tres se cansara de repetir lo mismo por más de cinco horas. Por su parte, el anciano no entendía por qué la gente les arrojaba monedas, cuando a él lo único que le interesaba era que aprendieran la lección del día. Cerca de las 3 p. m. sucedió la primera cosa extraña de la tarde. Un auto rojo, que se estacionó en la acera frente a la carnicería, llamó la atención de Micifuz. El teniente y Tino de inmediato sintieron el cambio del minino, pero ambos ignoraron el hecho y continuaron predicando. Del carro rojo se bajó una mujer morena con cabello rubio, zapatos de tacón color azul rey
Aparte de las personas mencionadas por los hombrecillos, los policías atraparon a otras cinco. Todos los detenidos llevaban las manos esposadas por detrás. Los policías empujaban violentamente por la espalda a cada uno de los 15 detenidos para que caminaran hasta las camionetas; después, abrieron la caja de las mismas. Los separaron en cinco grupos de tres detenidos cada uno y, alzándolos bruscamente por las axilas entre dos oficiales, los fueron subiendo uno a uno. Las cajas de los vehículos tenían una banca doble con un respaldo compartido en medio y una estructura metálica en forma cúbica soldada mediante un poste en cada extremo. Contaban con agarraderas a ambos lados, unidas a dos postes horizontales que, a su vez, estaban soldados a los postes de las esquinas en posición vertical. Los policías colocaron a dos malhechores de un lado de la banca, y tres oficiales se sentaron frente a ellos en los bordes
Cerca de la bodega de la tienda del buen Luigi se encontraba un pequeño local color morado. Una infinidad de gatos en situaciones graciosas decoraban la fachada del lugar, que tenía una puerta de vidrio con un marco metálico en el centro y dos enormes ventanas cuadradas a ambos lados. Encima de todo eso había un enorme letrero de acrílico con el nombre del sitio escrito en letras cursivas color rosa: Le Chat de Laitue. En su interior solo se hallaban cuatro mesas de madera, con el mismo número de sillas cada una, colocadas en cada esquina. Al fondo se podía ver un mostrador metálico cuya superficie estaba repleta de pequeñas vasijas metálicas con toda clase de frutas y verduras. Encima del mostrador había un protector de plástico curvado en la parte superior que sobresalía unos 50 centímetros por encima de la superficie y tenía la función de que no cayera
Antes de irse, Tino le dijo a Micifuz:—Cabo, esta misión es importante para actualizar nuestros viejos mapas. El arroyo es la ruta primogénita; su entorno cambia constantemente y las rutas lo hacen de igual manera. Mira —añadió, mostrando una vieja servilleta con garabatos—, gracias a estos mapas llegamos a cualquier parte de la ciudad. El teniente es un experto en cartografía, el arte de hacer mapas. Él será el encargado de liderarnos para hacer las actualizaciones.Dicha actividad debían terminarla antes del mediodía, pues por la tarde les tocaba predicar el mensaje ambientalista. Una vez concluida la labor de reconocimiento del arroyo, sus pendientes continuaron por la tarde; se pusieron en marcha para abastecerse de provisiones en su “almacén”. Posteriormente regresaron a la guarida para comer queso de Plutón. Al terminar, el cabo tomó una siesta para
El chihuahua miró a Tino y ladró:—Guaf, guaf (Lo que sea por mi héroe).El hombre se sorprendió nuevamente al escuchar la respuesta de Solovino.—¿Lo que sea por su héroe? ¿A qué se refiere con eso, caballero?Solovino se rascó la oreja izquierda con la pata y prosiguió:—Guaf, guaf, guaf, guaf, guaf, guaf, guaf, guaf, guaf (Un día, mientras peleaba con un extraño, él me salvó cuando mi oponente me tenía sometido).El teniente volteó a ver al chihuahua y ladró:—¡Guaf, guaf! (¡Oh, qué sorpresa!).Solovino siguió ladrando y les contó con lujo de detalle a los Viajeros de Plutón cómo Fernando lo había salvado de una muerte casi segura a manos de otro perro. También les contó la historia de su primer encuentro: cómo