El extraño hombre volvió a dirigirle unas palabras a Gato:
—Por favor, termina tus alimentos. El teniente Max y yo tenemos que reponer energías. Descansaremos un rato porque en la tarde inicia lo más intenso de la jornada. Supongo que tienes una infinidad de preguntas... ¡hasta el rato, mi buen amigo!
El anciano se puso de rodillas, movió varios objetos del espacio rectangular que estaba a la derecha y, al finalizar, se recostó de tal forma que su torso quedó sobre la plataforma y sus pies en el espacio rectangular. Max ladró amistosamente, le dio la espalda a Gato y se acurrucó a un lado del hombre, quien, con una lona que usaba a modo de capa, cubrió el cuerpo del teniente y a sí mismo; pronto, ambos cayeron profundamente dormidos. El minino observó todo esto sin siquiera parpadear; luego, tras cerciorarse de que realmente dormían, se acercó sigilosamente a l
La noticia que le dio el hombre gordo causó un sentimiento de malestar muy grande en Ellie, pero a la vez le dio algo de esperanza al saber que Gato quizá había sido capturado por la perrera municipal y estaba ahí. Sin perder más tiempo, después de articular sus ideas, subió a su auto y condujo en dirección al CACT, diciéndose a sí misma: Gracias a Dios, es sábado. Hoy trabajan hasta las 12 del día y apenas son las 7:45, ¡sí! En menos de 10 segundos aceleró de 0 a 100 kilómetros, la máxima potencia que ofrecía su vehículo. Salió del parque para tomar la calle del arroyo en dirección al norte, esquivando los pocos carros que había a diestra y siniestra. Algunos conductores atrevidos le gritaban toda clase de cosas: “¡Maldito borracho de pacotilla!”, “¡Estúpido, excedes el límite de
Tino sacó otro objeto de su mochila: una pequeña manta roja de aproximadamente 1 metro por 1 metro, que colocó en el suelo. Al terminar le hizo una señal al teniente Max; este, haciendo uso de sus pequeñas patas y su hocico, acomodó la manta de tal forma que estuviera perfectamente estirada y sin arrugas. A continuación, el comandante se acomodó en el centro de la manta, puso la mochila a su lado izquierdo y le preguntó a Micifuz: “¿Cadete, desea salir de la mochila para acompañarnos?”. Micifuz, mirándolo fijamente, no respondió nada. Tino intuyó que el minino quería estirar su adolorido cuerpecillo; lo sacó de la bolsa cuidadosamente y lo sentó frente a la mochila. El último en posicionarse fue el teniente Max; tomó asiento al lado derecho de Tino y, de esa forma, con la vista al frente, el anciano y Max empezaron a predicar su mensaje amb
. Tino tomó asiento y cargó al teniente para sentarlo a su lado izquierdo; Micifuz, de un salto, se colocó al lado derecho del comandante. El minino observó cómo el teniente y el anciano miraban las estrellas del cielo, mientras este cantaba con gran melancolía: “¡Yo te perdí debajo de un viejo mezquital, tú me entregaste y yo te entregué, ambos nos traicionamos debajo de aquel mezquital! Oh, mi amor, para enmendar los errores salté al pozo antes que tú, pero tú pagaste con moneda de oro solo por tu libertad, me dejaste caer solo al pozo... aun así, yo te amo de todo corazón, esperaré el día en que decidas bajar al pozo…”. El hombre entonó la letra una y otra vez, hasta que Micifuz cayó dormido, presa del triste canto. Pero, gracias a esto, a la mañana siguiente fue el primero en despertar. Al ver los primeros rayos del sol, de
El italiano le indicó a Tino que una de las bolsas contenía comida y la otra un par de tenis y algunas prendas viejas de vestir que ya no usaba. El comandante abrió la bolsa de comida y les dio dos jugosas chuletas envueltas en periódico al teniente y al cadete. Mientras estos disfrutaban sus manjares, Tino y Luigi recordaron viejos tiempos. Hablaron de cuando ingresó a la tropa la primera vez, de la vieja familia de Tino, de si sabía algo de su esposa o sus hijas, la verdadera razón de por qué Luigi había abandonado su casa cuando tenía 10 años, etcétera. Una vez concluida la charla, Tino se despidió diciendo “Adiós”; sus acompañantes asintieron con la cabeza. Luigi les otorgó su bendición e ingresó al local. El comandante les indicó al teniente y al cadete:—Tendremos que dar dos vueltas. Las provisiones que recibimos exceden
El minino solo contempló con curiosidad los objetos. El teniente los miró con ojos tristes y se recostó “llorando”, como hacen los perros. Tino soltó un par de lágrimas y prosiguió: “Cadete, esta foto es de mi familia. Ellos me corrieron de la casa por un malentendido, pero son las personas que más amo en el mundo. El carrito era de mi hija mayor, Paloma. El atrapasueños me lo hizo mi segunda hija; mi esposa le enseñó algo de brujería. Mi hija dijo que esto me ayudaría a atrapar todas las pesadillas que pudiera tener y resultó ser cierto, porque desde ese día nunca volví a tener una”. El comandante sollozó, tomó aire para hablar firmemente y exclamó: “¡Oh, mi pequeña Marta! Yo aún te amo a pesar de todo”. Micifuz sintió la melancolía del ambiente e intentó animar la situación.
Una vez que el gato grande llegó a los tupidos árboles frutales del callejón sin salida, se acercó al manzanero y, dando un brinco, comenzó a trepar. Micifuz, al verlo, sin tomar en cuenta la distancia que había entre él y el suelo, de un solo brinco llegó a este y continuó su camino corriendo en diagonal. El enorme felino usó el gran tronco para impulsarse y siguió al minino de cerca. Micifuz intentó meterse debajo de un auto en la acera izquierda para perder a su enemigo, pero antes de hacerlo aquel lo tacleó con una fuerza bestial. Una vez que Micifuz cayó al suelo, el atacante colocó sus enormes patas sobre su lomo. El gatito trató de quitárselo de encima empujando con toda su fuerza, pero fue en vano. El enorme gato, al ver que después de forcejear un rato Micifuz se había tranquilizado, se acercó para olfatearlo. De pronto, a lo lejos se o
El teniente estaba a la derecha de Tino y Micifuz del lado izquierdo. Juntos montaban un inusual espectáculo; predicaban el mensaje entonándolo armoniosamente en conjunto. Cada vez que las personas los veían por primera vez, se preguntaban cómo era posible que ninguno de los tres se cansara de repetir lo mismo por más de cinco horas. Por su parte, el anciano no entendía por qué la gente les arrojaba monedas, cuando a él lo único que le interesaba era que aprendieran la lección del día. Cerca de las 3 p. m. sucedió la primera cosa extraña de la tarde. Un auto rojo, que se estacionó en la acera frente a la carnicería, llamó la atención de Micifuz. El teniente y Tino de inmediato sintieron el cambio del minino, pero ambos ignoraron el hecho y continuaron predicando. Del carro rojo se bajó una mujer morena con cabello rubio, zapatos de tacón color azul rey
Aparte de las personas mencionadas por los hombrecillos, los policías atraparon a otras cinco. Todos los detenidos llevaban las manos esposadas por detrás. Los policías empujaban violentamente por la espalda a cada uno de los 15 detenidos para que caminaran hasta las camionetas; después, abrieron la caja de las mismas. Los separaron en cinco grupos de tres detenidos cada uno y, alzándolos bruscamente por las axilas entre dos oficiales, los fueron subiendo uno a uno. Las cajas de los vehículos tenían una banca doble con un respaldo compartido en medio y una estructura metálica en forma cúbica soldada mediante un poste en cada extremo. Contaban con agarraderas a ambos lados, unidas a dos postes horizontales que, a su vez, estaban soldados a los postes de las esquinas en posición vertical. Los policías colocaron a dos malhechores de un lado de la banca, y tres oficiales se sentaron frente a ellos en los bordes