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Livia, al ver la escena, sintió una rabia sorda crecer dentro de ella. No iba a permitir que eso sucediera ante sus ojos. No iba a permitir que un hombre, por poderoso que fuera, privara a unos inocentes de su momento de felicidad. Entonces se volvió hacia el gerente, Richard, que había permanecido al margen, observando la escena sin intervenir.

— Señor Richard, no hay manera de que haga salir a esta dama, dijo Livia con un tono firme, acercándose a él. Mírela, da pena. Es el cumpleaños de su nieta. Entonces, puede entenderla, ¿verdad?

Richard la miró, visiblemente incómodo, pero permaneció en silencio un momento. Luego, respondió con una voz cansada.

— Livia, no conoces al hombre que impone esta ley. Es toda otra historia.

Livia se acercó aún más a él, decidida.

— ¿Acaso ese hombre no tiene madre? respondió ella con una mirada dura. ¿Cómo puede ser tan insensible al sufrimiento de una anciana que solo quiere hacer feliz a su nieta?

Richard desvió la mirada, una sombra de culpa cruzando su rostro, pero no dijo nada. Sabía que Livia tenía razón, pero no tenía el valor para oponerse a lo que estaba sucediendo.

Livia se volvió entonces hacia los hombres de traje, sin más reservas.

— Van a hacer salir a esta dama y a su nieta, y las van a dejar terminar su comida. ¡Si no, créanme, se arrepentirán de haberme provocado! dijo ella, con su voz llena de desafío.

Los hombres intercambiaron miradas, dudosos. Livia no tenía miedo de confrontarlos, y eso los desconcertó por un momento. Pero la tensión aumentó cuando uno de los hombres murmuró a su colega.

— Vamos a ver qué podemos hacer, pero siempre debemos respetar la orden que nos han dado.

Livia, sin apartar la vista del hombre, se acercó un poco más. Sabía que no tenía más tiempo que perder. Pero no iba a permitir que una injusticia sucediera, no hoy.

Livia se acercó a la anciana, sus ojos llenos de compasión y determinación.

— No se preocupe, señora. Nadie la hará salir de aquí. Va a celebrar el cumpleaños de su nieta, y, de hecho, hoy también es mi cumpleaños. Así que celebraremos juntas, dijo ella con una voz tranquila, pero llena de convicción.

La niña, que aún no había comprendido toda la gravedad de la situación, se volvió hacia Livia con una sonrisa radiante.

— ¿Ah sí, es tu cumpleaños hoy? exclamó ella con un entusiasmo que aligeró un poco la tensión.

— Sí, es mi cumpleaños hoy, respondió Livia con una sonrisa sincera, que calentó el corazón de la niña, a pesar del caos que las rodeaba.

Pero Richard, el gerente del restaurante, no quería tener problemas por su causa.

— Livia, ¡detén esta escena de inmediato! Esta mujer será evacuada.

— He dicho que no hay manera de que haga salir a esta mujer. De lo contrario, me dirigiré directamente al propietario de este restaurante, respondió ella con una voz firme, su determinación evidente.

— ¿Y crees que si los propietarios de este restaurante estuvieran aquí, resistirían la orden del señor Volta? dijo él en un tono calmado, pero cargado de amenaza. ¿Quieres que te despidan, Livia?

— Sí, sabía que había perdido mi trabajo desde que empecé a contestarte y permití que esta mujer celebrara el cumpleaños de su nieta aquí. Pero ya no me asustas. Incluso si tu hombre poderoso llega aquí, celebraremos nuestro cumpleaños aquí, y nadie nos lo impedirá, replicó ella con una voz llena de desafío.

En ese instante, la puerta del restaurante se abrió bruscamente. Los pesados zapatos de Alessandro resonaron en la entrada mientras cruzaba el umbral. Era él, el hombre del que todo el mundo hablaba en la ciudad. Alessandro Volta. Su apariencia imponente, su estatura gigantesca, su mirada helada... Tenía un carisma natural, una aura de poder y terror que parecía sofocar toda resistencia a su alrededor.

Livia giró lentamente la cabeza para enfrentar al hombre que hacía su entrada. Sus ojos se posaron en un hombre imponente, alto, musculoso, con un rostro duro como piedra. Sus rasgos parecían esculpidos en mármol, y sus ojos, fríos y penetrantes, parecían atravesarla de parte a parte.

Livia sintió que su corazón se aceleraba, pero no retrocedió. Se enderezó, desafiando la mirada del hombre.

El hombre avanzó, y cada paso parecía hacer temblar el suelo bajo sus pies. Se mantenía erguido, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo, su mirada helada sin apartarse de Livia.

Livia sostuvo su mirada sin titubear. No tenía miedo. Aunque el hombre que estaba frente a ella era un titán, un monstruo de poder, no iba a ceder ante el miedo. Había visto demasiado sufrimiento, demasiados sacrificios como para aceptar someterse a injusticias.

Livia giró lentamente la cabeza y encontró su mirada. Sus ojos, oscuros como la noche, la observaban intensamente. Sintió un frío penetrar su corazón. Estaba allí, frente a ella, y su sola mirada era suficiente para derretir el aire a su alrededor.

— ¿Quién es esta hormiga que no quiere obedecer mis leyes? gruñó Alessandro, su voz baja y amenazante, deslizándose como metal frío.

Livia, sorprendida por la intensidad de su mirada, se quedó paralizada un instante. Era un hombre que no se podía ignorar. Caminaba lentamente hacia ella, y cada paso parecía aplastar un poco más su valor. Pero se recompuso, su mirada sin ceder. Allí estaba, frente a él, sin flaquear.

Sabía que era un momento crucial. Si cedía, todo estaría perdido. Pero si resistía, arriesgaba todo.

— ¿Vas a repetir lo que acabas de decir hace un momento, señorita? dijo Alessandro, su voz helada, rompiendo el pesado silencio que se había instalado.

Alessandro suspiró profundamente, su mirada fría e impasible escudriñando la habitación. ¿Cómo se atrevían estas personas insignificantes a hablarle así? Se preguntaba qué tipo de día miserable estaba teniendo. Sus pensamientos giraban en círculos, pero sabía que tenía que restablecer el orden en esta situación.

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