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De repente, el coche de adelante del cortejo frenó bruscamente, y todo el convoy se detuvo con un sonido metálico. Alessandro frunció inmediatamente el ceño, y su mirada se volvió helada. No le gustaba ser interrumpido, y menos en esas condiciones.

Giró lentamente la cabeza hacia su chófer, quien, como siempre, solía ser impasible, pero esta vez parecía un poco nervioso. La mirada de Alessandro hizo que el ambiente en el coche aumentara de temperatura.

— ¿Qué está pasando? — preguntó con una voz baja, pero con una amenaza latente que hizo que el corazón del chófer diera un vuelco.

El chófer, quien lo conducía, salió del coche y volvió unos segundos después.

— Parece que un coche averiado está bloqueando la ruta, jefe. No podemos pasar.

El rostro de Alessandro se endureció. Miró su reloj, luego su mirada se dirigió hacia la ventana del coche. Solo tenía diez minutos antes de una reunión importante, y perder tiempo no estaba en sus planes.

— Diez minutos... — murmuró entre dientes, mientras la rabia subía en él. Dirigió una mirada furiosa al chófer, luego a sus guardaespaldas. — Háganlo necesario.

Los hombres en los demás vehículos no esperaron más. Sabían que tan pronto como el jefe daba un orden, había que ejecutarla, y rápido. Sin decir una palabra, bajaron de los coches y se dirigieron hacia el primer coche que bloqueaba la ruta. El ambiente se volvió cada vez más eléctrico.

Alessandro, aún en el coche del medio, observaba la escena con una atención glacial. Sabía que cada segundo contaba. Estaba acostumbrado a hacer que este tipo de situaciones desaparecieran tan rápido como aparecieron. La ciudad no era más que un campo de juego para él, y aquellos que no respetaban las reglas siempre terminaban pagándolo.

Uno de los guardaespaldas se acercó al otro chófer con autoridad, su tono glacial como el acero.

— ¿No tienes ninguna solución para que podamos pasar? — reprimió. El jefe solo tiene diez minutos para llegar a su destino.

El chófer, visiblemente alterado, intentó protestar:

— Pero señor, no hay paso. Yo... no sé cómo hacerlo.

El guardaespaldas, sus ojos llenos de furia, se inclinó hacia adelante, con la mandíbula tensa.

— ¿Cómo que no sabes?! — Se alejó unos pasos, luego se volvió hacia sus hombres, su rostro deformado por una furia helada. — ¿Creen que tenemos tiempo para excusas?

Alessandro, aunque aún en el coche, sintió la tensión aumentar. Sabía que había que actuar rápidamente. Bajó la ventana de su coche y, con una voz calmada pero firme, ordenó a sus hombres:

— Háiganlo salir.

El guardaespaldas se volvió inmediatamente hacia el chófer, una mirada de amenaza en los ojos.

— Vas a sacar este coche de la ruta usando el tuyo. Si no logras sacarlo, créeme, tendrás más problemas para salir de aquí que mover un simple coche. Dejó un silencio pesado, luego añadió con un tono amenazador: Treinta segundos.

El chófer, visiblemente aterrorizado, se volvió hacia el coche bloqueado. Sabía lo que significaba aquello. Si esta situación no se resolvía en los más breves plazos, corría riesgo de no salir vivo. Miró sus manos temblorosas, sintiendo el sudor en su frente. Tenía intención de darse la vuelta, pero los hombres de Volta lo miraban con una mirada penetrante.

— No, señor... yo... no puedo... Voy a arriesgar mi vida si hago esto... — balbuceó.

El guardaespaldas se acercó a él, su rostro impassible. No había compasión en sus ojos. Ni una pizca.

— Ya estás arriesgando tu vida desde que aceptaste este trabajo. Haz lo que te digo, o lo vas a lamentar. Se alejó ligeramente y做了 un gesto hacia su arma. — Te daré una última oportunidad. Hazlo ahora, o disparo.

El chófer, los ojos abiertos como platos, arrancó su coche y se dirigió a toda velocidad hacia el coche que bloqueaba la ruta.

Sabía que era hora de morir y estaba listo para ello. Alessandro era una bestia que nunca se preocupaba por la vida de sus empleados.

Con un violento empujón, sacó el coche de la ruta, el sonido metálico de los cuerpos chocando el aire. El chirrido de los neumáticos rompió el silencio de la calle.

El chófer y los dos coches se encontraron en el precipicio, dejando la ruta accesible.

El guardaespaldas se volvió hacia Alessandro, quien observaba la escena desde el coche del medio. Su mirada seguía siendo helada, pero sabía que la situación estaba bajo control.

— Está bien, jefe. — dijo el guardaespaldas, con un ligero asentimiento de cabeza.

Alessandro, sin decir una palabra, hizo un gesto con la mano. Los coches arrancaron inmediatamente. El cortejo se reanudó, como si nada hubiera pasado. La mirada de Alessandro era impassible, pero en su mente, solo un pensamiento ocupaba su mente: nadie podía detenerlo. No hoy. Jamás.

Alessandro ya había perdido suficiente tiempo en el camino, y el otro lado que lo esperaba parecía cada vez más irritado. En el mundo cruel de la mafia, la puntualidad era una regla no escrita. Alessandro Volta, el temido jefe de la mafia de Vespero City, nunca llegaba tarde a un negocio, y hoy, su reputación estaba en juego.

— Jefe, creo que Alessandro Volta va a llegar tarde hoy, ya hace un minuto que esperamos. — murmuró uno de los hombres de Rocco Marino, visiblemente molesto.

Rocco Marino, el jefe de la mafia de Noctis, giró lentamente los ojos hacia él, con una sonrisa de desprecio en los labios. No le gustaba ser contrariado, y odiaba aún más que su tiempo fuera desperdiciado. Tomó una profunda inspiración, cerrando los puños bajo la mesa.

— Pagará por cada minuto que me hace esperar. Espera y verás. — respondió con una voz baja, casi amenazante. En este tipo de negocios, cada segundo cuentaDe repente, el coche al frente de la comitiva frenó bruscamente, y todo el convoy se detuvo con un chirrido metálico. Alessandro frunció inmediatamente el ceño, su mirada se volvió helada. No le gustaba ser interrumpido, y menos en esas condiciones.

Giró lentamente la cabeza hacia su conductor, quien, normalmente imperturbable, parecía esta vez un poco nervioso. La mirada de Alessandro hizo que la temperatura en el coche subiera rápidamente.

— ¿Qué está pasando? —preguntó en un tono bajo, pero con una amenaza tan subyacente que el conductor sintió que su corazón se detenía un instante.

El conductor salió del coche y regresó unos segundos después.

— Parece que un coche averiado bloquea la carretera, jefe. No podemos pasar.

La expresión de Alessandro se endureció. Miró su reloj, luego su mirada se dirigió hacia la ventana del coche. Solo tenía diez minutos antes de una reunión importante, y perder tiempo no era una opción.

— Diez minutos... —murmuró entre dientes, la ira comenzando a subir en él. Lanzó una mirada furiosa al conductor y luego a sus guardaespaldas. Hagan lo necesario.

Los hombres en los otros vehículos no esperaron más. Sabían que tan pronto como el jefe daba una orden, había que ejecutarla, y rápido. Sin decir una palabra, bajaron de los coches y se dirigieron hacia el primer coche que bloqueaba el camino. La atmósfera se volvía cada vez más eléctrica.

Alessandro, aún en el coche del medio, observaba la escena con una atención helada. Sabía que cada segundo contaba. Estaba acostumbrado a hacer desaparecer este tipo de situaciones tan rápido como aparecían. La ciudad no era más que un campo de juego para él, y aquellos que no respetaban las reglas siempre terminaban pagando.

Uno de los guardaespaldas se acercó al otro conductor con autoridad, su tono frío como el acero.

— ¿No tienes ninguna solución para que podamos pasar? —reprendió. ¡El jefe solo tiene diez minutos para llegar a su destino!

El conductor, visiblemente paniqueado, intentó protestar:

— Pero señor, no hay forma de pasar. Yo... no sé qué hacer.

El guardaespaldas, con los ojos inyectados de ira, se inclinó hacia adelante, con la mandíbula apretada.

— ¿Cómo que no sabes?! Se alejó unos pasos, luego se volvió hacia sus hombres, su rostro deformado por una rabia helada. ¿Creen que tenemos tiempo para excusas?

Alessandro, aunque aún en el coche, sintió la tensión aumentar. Sabía que debía actuar rápidamente. Bajó la ventanilla de su coche y, con una voz calmada pero firme, ordenó a sus hombres:

— Hagan que se mueva.

El guardaespaldas se volvió inmediatamente hacia el conductor, una chispa de amenaza en los ojos.

— Vas a mover ese coche fuera del camino usando tu vehículo. Si no puedes moverlo, créeme, te resultará mucho más difícil salir de aquí que mover un simple coche. Dejó que un silencio pesado se instalara, luego añadió en un tono amenazante: 30 segundos.

El conductor, visiblemente aterrorizado, se volvió hacia el coche bloqueado. Sabía lo que eso significaba. Si no resolvía la situación rápidamente, corría el riesgo de no salir vivo. Miró sus manos temblorosas, sintiendo el sudor perlado en su frente. Tenía la intención de dar marcha atrás, pero los hombres de Volta lo miraban con una mirada penetrante.

— No, señor... yo... no puedo... Arriesgaría mi vida si hago eso... balbuceó.

El guardaespaldas se acercó a él, su rostro impasible. No había piedad en sus ojos. Ni una pizca de compasión.

— Ya estás arriesgando tu vida desde que aceptaste este trabajo. Haz lo que te digo, o lamentarás no haberlo hecho. Se alejó un poco y hizo un gesto hacia su arma.  

— Te daré una última oportunidad. Hazlo ahora, o disparo.

El conductor, con los ojos muy abiertos, reinició su coche y se dirigió a toda velocidad hacia el coche que bloqueaba el camino. Sabía que era su momento para morir hoy y estaba preparado para ello. Alessandro era una bestia que nunca se preocupaba por la vida de sus empleados.

Con un golpe violento, empujó el coche fuera del camino, el ruido metálico de las carrocerías resonando en el aire. El chirrido de los neumáticos desgarró el silencio de la calle. El conductor y los dos coches se encontraron en el acantilado, dejando la carretera accesible.

El guardaespaldas se volvió hacia Alessandro, quien observaba la escena desde el coche del medio. Su mirada seguía siendo helada, pero sabía que la situación estaba bajo control.

— Está bien, jefe —dijo el guardaespaldas, con un ligero gesto de cabeza.

Alessandro, sin decir una palabra, hizo un gesto con la mano. Los coches reiniciaron inmediatamente. La comitiva volvió a ponerse en marcha, como si nada hubiera pasado. La mirada de Alessandro era impasible, pero en su mente, un solo pensamiento ocupaba su mente: nadie podía detenerlo. No hoy. Nunca.

Alessandro ya había perdido suficiente tiempo en el camino, y la otra parte que lo esperaba parecía cada vez más molesta. En el mundo implacable de la mafia, la puntualidad era una regla no escrita. Alessandro Volta, el temido jefe de la mafia de Vespero City, nunca llegaba tarde a un negocio, y hoy, su reputación estaba en juego.

— Jefe, creo que Alessandro Volta llegará tarde hoy, ya ha pasado un minuto desde que estamos esperando —murmuró uno de los hombres de Rocco Marino, visiblemente molesto.

Rocco Marino, el jefe de la mafia de Noctis, giró lentamente los ojos hacia él, una mueca de desprecio en los labios. No le gustaba ser contrariado, y menos aún que su tiempo se desperdiciara. Respiró hondo, apretando los puños bajo la mesa.

— Él pagará por cada minuto que me hace esperar. Espera y verás —respondió en un tono bajo, casi amenazante. En este tipo de negocios, cada segundo cuenta. El tiempo es dinero y la lealtad es primordial.

Su tono helado resonaba en la oscura habitación. No había lugar para la indulgencia, y mucho menos para la paciencia. Rocco Marino, uno de los mafiosos más despiadados y respetados de Noctis, sabía que debía imponer su ley. Sus hombres nunca habían dudado de su autoridad. Puede que no fuera tan rico como Alessandro, pero no por eso carecía de poder.

La habitación estaba sumida en una atmósfera opresiva, casi sofocante. Las paredes eran oscuras, y solo unas pocas luces tenues, rojas y azules, difundían un extraño resplandor que solo acentuaba la helada atmósfera. Los guardaespaldas estaban en las esquinas, inmóviles como estatuas. No había confianza aquí. En este tipo de negocios, nadie estaba a salvo de la traición, y cada mirada intercambiada podría ser la última. Un solo movimiento en falso, y la situación podría degenerar rápidamente en un baño de sangre.

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