Era ella. Emma parecía emanar un aire helado y su piel se volvía translúcida. Era casi sobrenatural.No pudo soportarlo más.Se inclinó para tomarla de la mano y ella sintió el calor que brotaba de ese contacto.Lo miró a los ojos.Algo sentía por ese hombre que la amaba.Que la acompañaba y cuidaba a su modo en ese mundo de tiburones implacables.Pero no podía dejar salir esos sentimientos.Leonardo Ares era demasiado para ella. Un día, él desearía más, y Emma no podría dárselo.Por eso, eran emociones para las que no habría lugar.Las cortaría de raíz. Sin embargo, ese fuego…Ese calor limpio, que la revivía, eso sí lo admitiría.-Señora… lo siento. Nadie debería vivir algo así. Lamento haberla forzado a rememorarlo… Espero que pueda perdonarme…-No se preocupe. No me ha forzado a nada. No hay día que no recuerde a mi hijo, señor Ares. Hoy simplemente se adelantó unas horas... No tengo nada que perdonar, entiendo que lo suyo es interés real, y no curiosidad morbosa. Le pediré, sin
Los ojos de él eran brasas encendidas, cargadas de nublado deseo.Todo esto era excitante, pero desesperante.Deseaba a la misma vez que lo repitieran otro día… y que nunca volviera a pasar. Era casi doloroso… y ella, haciéndose con todo el control, parecía disfrutarlo.Claro que lo disfrutaba.Él era su premio, su presa, en un mundo en el que solía ser al revés, en el que los más fuertes se imponían. Ahora no. Ella lo torturaría otro poco, aunque dándole placer.Se aferró al calor.Al fuego.A esa magia que eran dos cuerpos entregados al placer.A eso que tanto disfrutaba y que muchos reprochaban.El baile de fuego entre Leonardo y Emma era intenso, lleno de un poder que los envolvía y los hacía perderse de sí mismos.Era justo lo que necesitaban para olvidarse del peso del mundo del afuera.Sacudirse de los prejuicios, de los recuerdos grises, del entorno cruel de los negocios, las intrigas y las envidias.Desde que estaban juntos como amantes, los rumores, intensificados, llegaban
Al día siguiente, el trabajo absorbió rápidamente a Leonardo. Emma llegó más tarde y con una expresión extraña en su rostro. Saludó como siempre y retomó sus obligaciones encerrada en su oficina.Aparentemente, tenía mucho en qué pensar.Aunque Leo se había resistido a la idea de mudarse a la enorme oficina que había sido de Aaron Stuart, sí que era necesario que contratara alguien que le ayudara en sus tareas, para no recargar siempre a la pobre Clarisa con las solicitudes tanto de la señora Fritz como de él.Así que, un poco a regañadientes ya que se había acostumbrado a la rutina del último año, hizo un llamado interno y externo para cubrir ese puesto.A la quinta entrevista, ya le dolía fuertemente la cabeza a causa de lo tedioso del asunto, la lectura de pesados currículos, y el perfume penetrante de algunas de las candidatas al puesto.Habría preferido que algún hombre se presentara, pero parecía que la mayoría consideraba que ese trabajo era propio de mujeres.La sexta candidat
Alexei se enrojeció. Era incapaz de mentirle.-Sí… recuerde que me propuse protegerla. No me he perdonado nunca por no haber asesinado a Karl con mis propias manos desde el primer momento en que vi las marcas que ese animal dejaba en su blanca piel.Un escalofrío recorrió la columna de Emma.Los recuerdos de las primeras veces que había tenido que frenar al enorme ruso, porque se arriesgaba a ir a la cárcel, la estremecieron. En ese entonces, ella no tenía el mismo poder que ahora, y habría sido terrible no poder defender adecuadamente a Alexei, que además había llegado hace poco al país, sin trabajo estable. Ella lo había ayudado a lo largo de los años, y sin duda había entre ellos una amistad singular.Junto con Clarisa, Alexei era el único que sabía todo de ella.-No vine para hablar de Karl. Vine a disculparme. O algo así. No he venido en muchos días y siento que eso está mal. Te aprecio mucho, Alexei. Eres y has sido un gran apoyo para mí. No desearía perder tu amistad…-Eso nun
Por fin la joven la miró.-Lo… lo siento, señora Fritz. -¿Está todo bien? Lamento de verdad esta situación… y que la afecte de este modo.-¡No! No fue eso… recordé… cosas…-No es necesario que me lo diga si no quiere. Pero si requiere el apoyo de alguna psicóloga, por algo de su pasado, puedo recomendarle a una…Se miraron a los ojos, y un rayo de comprensión y empatía las atravesó. Era como verse en un espejo.-Gracias, señora Fritz. Ya tengo una psicóloga desde hace casi tres años.-Entiendo…-Fue… por mi embarazo. No fue algo buscado… ni… consentido… Amo a mi hija, pero no ha sido fácil…La señora Fritz suspiró. Lo entendía. Por supuesto que entendía a la mujer frente a ella.-No se preocupe. No necesito saber más. Créame que la entiendo. Y espero que confíe en mí o en el señor Ares en caso de que la molesten. Como le dije, somos un equipo, tenemos mucho trabajo, y deseo que todo funcione a la perfección y nada ni nadie obstruya nuestra eficiencia. ¿De acuerdo?-De acuerdo, señora
Sin importarle la presencia de Leo, ni realizando un ardid para quitarlo del medio, Benjamin se dirigió a Emma.-¿Tuvo oportunidad de pensar en mi propuesta, señora Fritz?Ella arqueó las cejas.-Nunca la tomé en serio, señor Black. No volveré a casarme. Es una decisión ya tomada…Él la miró con lujuria.-Sin embargo, quisiera aclararle que sería un esposo bastante permisivo. Hasta le permitiría seguir con sus… aficiones. Después de todo, no soy un monje. No habría amor entre nosotros, sólo negocios… y sexo, por supuesto…-Creí que había sido clara al decirle que no…A escasos metros, Leonardo apretaba los dientes. Ese descarado de Black. Ni siquiera le importaba que él estuviera presente.-Sí… fue clara. Pero no estoy dispuesto a rendirme, al menos debería demostrarle algo de lo que puedo ofrecerle… por un lado, yo podría convencer a esos inversionistas, sólo están reticentes porque les sugerí tomarse un tiempo. Conmigo a su lado, seríamos imparables. Por el otro lado… -Benjamin se a
Leonardo estaba en el balcón de su habitación de hotel, observando con melancolía la noche londinense. Se sentía abrumado por sus propias acciones.Había caído como un principiante en la provocación de Black, perdiendo su compostura de caballero, y había arriesgado parte del sueño de la mujer que amaba… que además ya había demostrado que era perfectamente capaz de protegerse sola de ese tipo de sujetos, ricos y engreídos.No tenía poder físico, pero Emma había aprendido las herramientas para lidiar con hombres como ese durante mucho tiempo.Leo había actuado como si ella fuera de su propiedad, como si él fuera una bestia marcando territorio y como si ella fuera tan tonta como para enredarse con alguien como Benjamin Black, un hombre que, evidentemente, tampoco había sabido contenerse.El señor Ares sabía por experiencia propia lo tentadora que podía ser la cercanía con la señora Fritz, su aroma envolvente y sus movimientos gráciles pero cargados de la sensualidad de la experiencia.
La mañana siguiente en Londres era una mañana tan gris y neblinosa como el ánimo de Leonardo Ares y Emma Fritz al despertar, cada uno en su habitación y con el corazón sintiéndose pesado.Ella no había tenido ningún deseo de hablar con Clarisa, a pesar de que ésta última la acribilló a preguntas y se preocupó por el taciturno estado de su amiga. Lo único que le dijo Emma, al recibir de sus manos su café negro de cada mañana, fue:-Ya está hecho, Clari.La asistente entendió el mensaje críptico. Leonardo ahora conocía ahora el secreto que enfriaba el alma de esa mujer de corazón en apariencia congelado, y de momento, todo dependía de cómo él deseara seguir a partir de esta nueva sabiduría. Y el dolor de su querida "jefecita" también se le coló en las entrañas como un río frío.Si para ella misma era horrible recordar esos momentos, en que acudió al hospital en que la internaron, a velar su sueño mientras rogaba que se despertara, para Emma era desolador, sin importar cuántos años lle