A penas se podía observar el amanecer, eran las 5:43 de la mañana y unos tenues rayos de luz acariciaron el hermoso rostro de Cecilia. Había dejado la ventana de su habitación abierta ya que la noche anterior se quedó un buen rato sentada frente a ella, observando la luna.Hacía un poco de frío y ella no quería levantarse de la cama, quería seguir acostada para no enfrentar un nuevo día, en el que no sabía con que se encontraría o que otra cosa descubriría. Le tenía tanto miedo a las sorpresas y para ella, el mejor plan que tenía, era no salir de su habitación.Los recuerdos la invadieron haciéndola sentir mal, como si ya con todo lo que le estaba sucediendo no fuera suficiente. Recordó el primer beso que Gustavo le dió, aquella noche maravillosa y mágica cuando hicieron el amor por primera vez; tantas cosas hermosas que vivió con él y que ahora eran sólo turbios recuerdos que le producían asco. Quería olvidar, pero le costaba mucho hacerlo. No podía olvidar de la nada tan fácilmente
-¿Cómo está Cecilia? -Le preguntó Estela a Amanda, sintiéndose aún mal y nostálgica. La culpa la invadía.-Está bien, un poco más calmada -Le respondío Amanda.-Debe odiarme, aún no me quiere hablar -Estela se sentó en el sofá y suspiró, llevando sus manos a la cara.-Tienes que entenderla, para ella nada de esto es fácil y no es para hacerte sentir mal, pero tienes que afrontar las consecuencias de tus actos -Le dijo con energética seriedad-. Sí, le ocultaste eso por las razones que fueran, lo entiendo, pero no pretendas que Cecilia te perdone tan rápido por algo que le está afectando mucho -Amanda feu muy sincera con Estela. Aquellas palabras fueron duras, pero eran necesarias.-Lo sé, sé que soy la única culpable de todo esto, sé que no es fácil para ella asimilar todo esto, pero no quiero que odie para toda la vida -Los ojos de Estela se llenaron. de lágrimas y contuvo las ganas de llorar.-Ceci necesita espacio y mucho tiempo para aceptar todo lo que le está sucediendo. Dele tiem
Cecilia estaba acostada de lado, mirando como le pasaban el tratamiento y el suero. Sus ojos estaban rojos, los sentía pesados. Le dolía el pecho, pensaba en ese extraño sueño que tuvo y que ahora ya no le era tan extraño. Fue una visión, el sueño le mostró que estaba embarazada.-¿Cuánto tiempo tengo de embarazo? -Le preguntó Cecilia a la doctora, quién le pasaba tratamiento.-Tienes a penas un mes de embarazo, pero todo con tu bebé está bien, no tienes nada de qué preocuparte -La doctora le sonrió amablemente.-Que bueno -Dijo Cecilia. Se sentía exhausta, sin ganas de nada.No era un amanecer como cualquier otro, Cecilia observaba un gris en las nubes mañaneras, un tiempo nublado y mucho frío.Esos climas y esos tiempos lluviosos, le daban mucho miedo a Cecilia, le daban muy mala espina.Su piel se erizaba y ella sólo se cubría con la sábana. Cerró los ojos y trataba de pensar en algo bonito; lo único que le llegó a su mente, fue su hijo. Ese pensamiento le dió calma, aunque fuese u
Era una mañana tan fría, no solo el hielo del clima despertó a Cecilia, sino que también los gritos que provenían de la cocina. Se tapa la cabeza con su almohada, no quería levantarse, estaba tan hastiada de lo mismo de siempre. Rogaba porque todo terminara de una vez por todas, se sentía molesta, agotada, a diario su padre ofendia y maltrataba a su madre. Hacía ya como 10 minutos, que Cecilia escuchaba aquellos molestos gritos de peleas, entre sus padres. -¡Ya me tienes harto, no sabes hacer nada bien! -Le grita Oswaldo a Estela, lanzando la taza de café contra la pared- -No tienes porque tratarme así -Le dice Estela, con nostalgia-. Soy tu esposa, la madre de tu hija-. -Y ¿de qué me sirve eso?, ¡eres una inútil; ya recoge ese desastre -Le señala los trozos de vidrio-. -Lo único que hago es atenderte bien y amarte -Lo mira y solloza, mientras recoge los trozos de vidrios de la taza-. -El amor no sirve de nada, eres una idiota, yo no te amo, entiéndelo de una vez -Le da golpes
Era una mañana fría, los pequeños tenues rayos del sol que entraban por entre las cortinas, acariciaban el atractivo rostro de Gustavo Ferrer. Un joven de 23 años, hijo del empresario más millonario del país, heredero de una gran fortuna. Herencia, que a la larga, le causará muchos problemas... El apuesto chico se levantó de la cama, caminando hacia el baño, casi arrastrando los pies; bostezaba, sintiéndose aún con sueño. Una vez estando en el baño, se miró al espejo y reconoció en su mirada, algo de cansancio, pero, ¿de que puede estar cansado un joven de 23 años?. Sólo él lo sabía.Gustavo siempre ha soñado en grande, desde un tiempo para acá, planificó su futuro, sabe muy bien que es lo que quiere, pero su padre tiene otros planes para él. Desde que Gustavo cumplió la mayoría de edad, su padre convirtió su vida y día a día en un martirio, obligándolo y presionandolo para que se case, llegando a tener grandes y fuertes conflictos con él.
Cecilia ya llevaba dos semanas trabajando para los Ferrer y por ahora, todo le estaba yendo bien. Todo lo que le ordenaban, lo hacía, todo perfectamente, muy bien hecho. Ninguno tenía quejas de ella y, se sentía feliz de poder hacer algo bien y que reconozcan su esfuerzo y su buen trabajo.La hermosa y dulce Cecilia organizaba la sala. Con el plumero quitaba el polvo de los muebles y cojines, de la pequeña mesa de vidrio y ventanas.Observaba el bello jardín de ensueño y recordó un cuento de hadas que su mamá le leía cuando era niña, sonrió, porque al menos de su infancia le quedaron buenos y hermosos recuerdos, pero la tranquilidad que Cecilia tenía en ese momento, se esfumó al escuchar la voz de Sandra al llamarla.-Diga, señora -Le dijo Cecilia, dándose vuelta-.-¿Que haces? -Le preguntó Sandra, mirándola con desprecio, tenía su ceño fruncido, cómo si hubiese hecho algo malo-.-Estaba limpiando las ventanas, señora -Le sonríe-. ¿Se le ofrece algo? -Le preguntó con amabilidad-.-Sí,
Llegó una nueva mañana en la mansión Ferrer. Cecilia se levantó temprano, se aseó y se arregló; ese era su día de descanso y, estaba contenta de visitar a su madre, después de tantos días sin verla. Se puso una camiseta blanca, con un estampado de flores, sobre ella una chaqueta de jean, color azúl, una falda y unas sandalias marrones. Se veía hermosa. Se recogió el cabello, dejándose una cola. Sí, se veía hermosa. Cecilia pensaba siempre en que, no conocía a nadie con su entusiasmo, su carisma, la manera en qué siempre sonríe ante cualquier situación, pero todo aquel entusiasmo y felicidad, estaban por desaparecer.Cecilia iba caminando por la sala, en busca de Maite para despedirse y en el camino se encontró con Germán, quién no perdió la oportunidad para molestarla una vez más.-Vaya, que hermosa te ves -Le sonrío de manera pícara y morbosa-. Esa falda te queda bien.-No estoy para tus juegos, no me molestes -Ella lo evadió y siguió caminando.-¿A dónde
El día se había hecho demasiado largo para Cecilia, no podía pensar en otra cosa que en la enfermedad de su madre. También pensaba en la forma en como iba a conseguir el dinero para las medicinas y la operación. Eran demasiadas las cosas que ella tenía en su cabeza, sinceramente no pensaba con claridad, pero lo único que estaba claro para ella, era que fuese lo que fuese, de la manera que fuese, ella tenía que buscar la forma de ayudar y salvar a su madre.Paradójicamente, el dolor que sentía y el llanto que la había ahogado horas antes, fue lo que le devolvió las fuerzas a Cecilia. Un dolor que le comunicaba, con su alma de hija y que avivó un fuerte sentimiento de responsabilidad. Tenía miedo de sentirse abandonada y sola. Justo en ese momento, en la soledad de su habitación, se dió cuenta de que no podía permitirse el lujo de llorar, cuando estaba en juego la vida de su madre. Eso, unido al infierno que Sandra y Germán le hacían vivir...-¿Que tienes? -Maite se cruzó de brazos al v