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Corazón De Cristal
Corazón De Cristal
Por: Valerio
Capítulo Uno: Adiós Al Dolor

Era una mañana tan fría, no solo el hielo del clima despertó a Cecilia, sino que también los gritos que provenían de la cocina. Se tapa la cabeza con su almohada, no quería levantarse, estaba tan hastiada de lo mismo de siempre. Rogaba porque todo terminara de una vez por todas, se sentía molesta, agotada, a diario su padre ofendia y maltrataba a su madre. Hacía ya como 10 minutos, que Cecilia escuchaba aquellos molestos gritos de peleas, entre sus padres.

-¡Ya me tienes harto, no sabes hacer nada bien! -Le grita Oswaldo a Estela, lanzando la taza de café contra la pared-

-No tienes porque tratarme así -Le dice Estela, con nostalgia-. Soy tu esposa, la madre de tu hija-.

-Y ¿de qué me sirve eso?, ¡eres una inútil; ya recoge ese desastre -Le señala los trozos de vidrio-.

-Lo único que hago es atenderte bien y amarte -Lo mira y solloza, mientras recoge los trozos de vidrios de la taza-.

-El amor no sirve de nada, eres una idiota, yo no te amo, entiéndelo de una vez -Le da golpes en la sien, con sus dedos-.

-¡No tienes que tratarme así! -Se levanta del suelo, furiosa, mira a su esposo y frunce el ceño-. ¡Ya estoy harta de tus insultos y de tus abusos! -Le dice, con el ceño fruncido-.

-Y ¿que piensas hacer? -Le dice él, con tono de burla-.

-Quiero el divorcio -Le contesta Estela, con energía seriedad-.

-No digas tonterías, Estela -Se ríe-. Sin mi -Se toca el pecho con el dedo índice-, no eres nadie -Frunce el ceño-; tú me necesitas, lo quieres o no-.

-Te equivocas, yo no te necesito -Frunce el ceño y le habla con rabia-. Quiero que te vayas, ya no te soporto, ¡ya no te amo! -Le grita-.

-Está bien, cómo quieras -Frunce los labios y aprieta los puños-. Pero te vas a arrepentir de esto, ya verás -La señala, sus ojos se llenaron de ira ante lo que Estela le pidió-. Te vas arrepentir -Sube a su cuarto-.

Estela, se quedó en la cocina, meditando lo que había pasado hace un momento. Se sumerje en un profundo llanto, arrojando los trozos de vidrio al bote de basura. Si corazón, hace mucho que se había quebrado y, ya no aguantaba un sólo más abuso. Sus ojos se llenaron de lágrimas, ella realmente amaba a su esposo y le dolía mucho el hecho de que haya cambiado, un día, simplemente él ya no era el mismo.

Los recuerdos comenzaron a invadir la mente de Estela Giraldo, haciéndola derramar lágrimas de dolor, pero dolor de saber que su matrimonio, se había roto. Ya nada era como hace 10 años, cuando se conocieron y todo era dulzura y mucho cariño. Eso es lo que más le dolía. ¿En qué momento todo cambió?, ¿en qué momento el amor de su vida, se convirtió en un desconocido?. Estela dirigió su nostálgica mirada hacia las escaleras, fijándose en su esposo, quien con una maleta y un bolso, bajaba uno a uno los escalones. Él la miró con rabia, repulsión y desprecio. Sentía pena por ella, sinceramente, nunca la amó.

-Tal cómo lo pediste, me iré -Se para en frente de ella-. Pero sé que algún día, vas a rogar que vuelva -La mira con prepotencia, sintiéndose seguro, de lo que le decía-.

-No Oswaldo, yo ya no te vuelvo a rogar nunca más -Le dice entre sollozos; sus ojos le ardían de tanto llorar-.

-Sin mi, vas a padecer, a carecer, pronto te volverás un despojo -Le habla con desprecio, tratando de hacerla sentir mal- y, ningún hombre te va a querer-.

-¡Yo no necesito de ningún hombre! -Le grita-. Sola, saldré adelante con mi hija -Le dice con energía seriedad-. Ahora, ya lárgate, vete de una vez y no vuelvas más-.

-Como quieras -Le dice, frunce el ceño, se da vuelta y se va, para siempre-.

Estela, derrumbada por el dolor, se sentó en una silla. Sentía como si un puñal filoso le atravesaba el corazón, lo tenía destrozado. No lloraba porque haya dejado por fin al desgraciado de su esposo, sino, por todos los años de sufrimiento, desprecio y humillaciones que padecieron por su culpa.

Desde un rincón, la pequeña Cecilia había escuchado todo. Estaba triste, si, pero en el fondo, sentí un alivio, porque por fin ya no habrían más peleas ni gritos en su casa... Ahora, sólo eran ellas dos, se tenían la una a la otra. Estela tendrá que trabajar más duro para salir adelante con su hija. Era una dura realidad que tenía que afrontar, pero debía hacerlo, por ella pero, más que todo por su hija...

Así iba a ser, pero el destino da muchas vueltas y, un día, todo cambiaría para ellas dos...

Estela desasayunaba tranquilamente en la sala de su casa, miraba el canal de noticias de la mañana. Le era un poco extraño que Cecilia no se había despertado aún. Ya casi terminaba su desayuno, cuando su hija inrrumpió en la sala, saludando a su madre. Se veía radiante, brillando con esa luz tan espléndida que tenía de niña.

-Buen día mamá -Ella la abraza y le da un beso fuerte en la mejilla-.

-Hola, hija -Estela sonrió al notar a su hija tan animada-. ¿Qué tienes, por qué tanta emoción? -Le pregunta, sonriente pero inquisitiva-.

-Por nada mamá, sólo estoy contenta y ya, siento que hoy será un buen día para mí -Abre los brazos, cierra los ojos y echa la cabeza un poco hacia atrás-.

-Me hace muy feliz verte con tanta alegría, hija -La mira con dulzura-. Eres una chica maravillosa, la mejor hija del mundo-.

-Y tú eres la mejor madre del mundo -La abraza duro y le da otro beso en la mejilla-.

-Te quiero mucho hija -Le sonríe y se queja al sentir un dolor fuerte en el pecho-.

-Mamá, ¿qué tienes? -Cecilia se agacha frente a ella, algo preocupada-. ¿Dónde te duele?-.

-No es nada hija, ya se me va a pasar, tranquila -Habla Estela entre pequeños quejidos. Si tenía algo realmente preocupante, pero no quería alarmar a su hija-.

-Pero, mira como estás, tenemos que ir al médico -Cecilia estaba realmente preocupada por su madre-.

-Ya te dije que estoy bien hija, no hay nada que preocuparte, seguro dormí mal o es un pequeño gas, ya se me va a pasar, no te preocupes -La mira con ternura y le acaricia la mejilla-.

-Está bien, mamá, pero si el dolor vuelve, digas lo que digas, iremos al médico -Le advertimos, Cecilia-.

-Tranquila mi amor, ya estoy bien -Le sonríe-.

-Vale -Cecilia se levanta-.

-Pero, anda, ve hacer tus cosas -Le dice Estela-.

-Sí, ya me voy, pero volveré pronto -La señala-.

-Ok, te esperaré -Ella le vuelve a sonreír a su hija-.

-Te quiero, nos vemos -Le da un beso en la frente a su madre-.

-Que te vaya bien, mi amor-.

-Adiós -Cecilia abre la puerta y sale-.

...

La preocupación le carcomía a Cecilia cada parte de su cuerpo, se sintió preocupada por su madre; aquel arrepentido dolor en su pecho, no le pareció para nada normal y, por alguna razón creía que ya le había dado más antes.

Sus pasos eran firmes, iba camino hacia un lugar en especifico. Calle Madrid, mansión Ferrer. Iría a pedir trabajo o, más bien a una entrevista.

Cecilia llevaba una semana y media buscando trabajo y no conseguía nada, hasta que una amiga de su madre le dijo que fuera a la mansión Ferrer, ella le ayudó como portavoz, la logró con el dueño y señor, Esteban Ferrer; le habló sobre ella y le explicó que Cecilia es una buena chica, atenta y trabajadora. El hombre, en vista de que se necesitaban más empleados en su casa, deseaba que la chica fuera, para ver qué tal le iba.

Había llegado por fin a la dirección, se detuvo frente a un enorme portón blanco, habló con un hombre, el cual parecía ser vigilante de la casa y le explicó la razón de su visita. Aquel hombre sabía que ella iría, por lo que sin rodeos, la dejó entrar.

Cecilia caminó un poco más, hasta llegar a la puerta de la casa. Habían arbustos hermosos y verdosos, una fuente, pequeñas estatuas, aquel lugar era increíble, su vista estaba maravillada; jamás en su vida, vio un lugar como aquel, sintió como si estuviese en un cuento de hadas y que aquello, era un reino. En pocas palabras, para ella, aquella casa, era un paraíso. Tocó dos veces a la puerta y, en menos de 5 minutos, una mujer algo alta, de estatura 1.70, blanca, ojos marrones, de cabello Lazio, negro le abrió la puerta. Era una mujer con un estilo, bastante elegante, elegante, tenía el ceño fruncido; Cecilia pensó que era la dueña de la casa, se dió cuenta que a juzgar por su cara y su actitud, era de carácter fuerte, pero aún así, dejó el miedo a un lado y se presentó.

-Buenos días, mucho gusto -Estrecha su mano, sin recibir un saludo de vuelta-, me llamo Cecilia Carmona y vengo por el trabajo que me ofrecieron acá -Sonríe amablemente, bajando su mano, esperando una respuesta de la otra mujer-.

Sandra Ferrer, era el nombre de aquella mujer. Era dura, frívola, arrogante y déspota. Era la hermana de Esteban Ferrer y por mala suerte de Cecilia, fue ella quién le recibió...

La dulce chica seguía esperando una respuesta, un saludo al menos, pero de Sandra, no salía ni una sola palabra, sólo miraba con recelo a la chica, la detallaba de pies a cabeza, la juzgaba con la mirada, había desdén en ella, le parecía una chica patética y sin gracia.

-Sí vienes por el empleo, espero que tengas claro que soy muy estricta y que debes hacer bien tu trabajo, aquí, nada será fácil para ti, pequeña -Le advirtió. termina de hablar y le sonríe con sarcasmo-.

Cecilia quedó callada, no supo que respondiera en aquel momento, se sintió intimidada por Sandra y, sí, en el fondo lo sabía. No la iba a tener nada fácil, pero aún así, daría su mayor esfuerzo. Algo que ambas no sabían, es que, a partir de ese día, sus vidas iban a cambiar, para siempre.

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