Era una mañana tan fría, no solo el hielo del clima despertó a Cecilia, sino que también los gritos que provenían de la cocina. Se tapa la cabeza con su almohada, no quería levantarse, estaba tan hastiada de lo mismo de siempre. Rogaba porque todo terminara de una vez por todas, se sentía molesta, agotada, a diario su padre ofendia y maltrataba a su madre. Hacía ya como 10 minutos, que Cecilia escuchaba aquellos molestos gritos de peleas, entre sus padres.
-¡Ya me tienes harto, no sabes hacer nada bien! -Le grita Oswaldo a Estela, lanzando la taza de café contra la pared- -No tienes porque tratarme así -Le dice Estela, con nostalgia-. Soy tu esposa, la madre de tu hija-. -Y ¿de qué me sirve eso?, ¡eres una inútil; ya recoge ese desastre -Le señala los trozos de vidrio-. -Lo único que hago es atenderte bien y amarte -Lo mira y solloza, mientras recoge los trozos de vidrios de la taza-.-El amor no sirve de nada, eres una idiota, yo no te amo, entiéndelo de una vez -Le da golpes en la sien, con sus dedos-. -¡No tienes que tratarme así! -Se levanta del suelo, furiosa, mira a su esposo y frunce el ceño-. ¡Ya estoy harta de tus insultos y de tus abusos! -Le dice, con el ceño fruncido-.-Y ¿que piensas hacer? -Le dice él, con tono de burla-. -Quiero el divorcio -Le contesta Estela, con energía seriedad-. -No digas tonterías, Estela -Se ríe-. Sin mi -Se toca el pecho con el dedo índice-, no eres nadie -Frunce el ceño-; tú me necesitas, lo quieres o no-. -Te equivocas, yo no te necesito -Frunce el ceño y le habla con rabia-. Quiero que te vayas, ya no te soporto, ¡ya no te amo! -Le grita-. -Está bien, cómo quieras -Frunce los labios y aprieta los puños-. Pero te vas a arrepentir de esto, ya verás -La señala, sus ojos se llenaron de ira ante lo que Estela le pidió-. Te vas arrepentir -Sube a su cuarto-. Estela, se quedó en la cocina, meditando lo que había pasado hace un momento. Se sumerje en un profundo llanto, arrojando los trozos de vidrio al bote de basura. Si corazón, hace mucho que se había quebrado y, ya no aguantaba un sólo más abuso. Sus ojos se llenaron de lágrimas, ella realmente amaba a su esposo y le dolía mucho el hecho de que haya cambiado, un día, simplemente él ya no era el mismo. Los recuerdos comenzaron a invadir la mente de Estela Giraldo, haciéndola derramar lágrimas de dolor, pero dolor de saber que su matrimonio, se había roto. Ya nada era como hace 10 años, cuando se conocieron y todo era dulzura y mucho cariño. Eso es lo que más le dolía. ¿En qué momento todo cambió?, ¿en qué momento el amor de su vida, se convirtió en un desconocido?. Estela dirigió su nostálgica mirada hacia las escaleras, fijándose en su esposo, quien con una maleta y un bolso, bajaba uno a uno los escalones. Él la miró con rabia, repulsión y desprecio. Sentía pena por ella, sinceramente, nunca la amó.-Tal cómo lo pediste, me iré -Se para en frente de ella-. Pero sé que algún día, vas a rogar que vuelva -La mira con prepotencia, sintiéndose seguro, de lo que le decía-.-No Oswaldo, yo ya no te vuelvo a rogar nunca más -Le dice entre sollozos; sus ojos le ardían de tanto llorar-.-Sin mi, vas a padecer, a carecer, pronto te volverás un despojo -Le habla con desprecio, tratando de hacerla sentir mal- y, ningún hombre te va a querer-.-¡Yo no necesito de ningún hombre! -Le grita-. Sola, saldré adelante con mi hija -Le dice con energía seriedad-. Ahora, ya lárgate, vete de una vez y no vuelvas más-.-Como quieras -Le dice, frunce el ceño, se da vuelta y se va, para siempre-.Estela, derrumbada por el dolor, se sentó en una silla. Sentía como si un puñal filoso le atravesaba el corazón, lo tenía destrozado. No lloraba porque haya dejado por fin al desgraciado de su esposo, sino, por todos los años de sufrimiento, desprecio y humillaciones que padecieron por su culpa.Desde un rincón, la pequeña Cecilia había escuchado todo. Estaba triste, si, pero en el fondo, sentí un alivio, porque por fin ya no habrían más peleas ni gritos en su casa... Ahora, sólo eran ellas dos, se tenían la una a la otra. Estela tendrá que trabajar más duro para salir adelante con su hija. Era una dura realidad que tenía que afrontar, pero debía hacerlo, por ella pero, más que todo por su hija...Así iba a ser, pero el destino da muchas vueltas y, un día, todo cambiaría para ellas dos...Estela desasayunaba tranquilamente en la sala de su casa, miraba el canal de noticias de la mañana. Le era un poco extraño que Cecilia no se había despertado aún. Ya casi terminaba su desayuno, cuando su hija inrrumpió en la sala, saludando a su madre. Se veía radiante, brillando con esa luz tan espléndida que tenía de niña.-Buen día mamá -Ella la abraza y le da un beso fuerte en la mejilla-.-Hola, hija -Estela sonrió al notar a su hija tan animada-. ¿Qué tienes, por qué tanta emoción? -Le pregunta, sonriente pero inquisitiva-.-Por nada mamá, sólo estoy contenta y ya, siento que hoy será un buen día para mí -Abre los brazos, cierra los ojos y echa la cabeza un poco hacia atrás-.-Me hace muy feliz verte con tanta alegría, hija -La mira con dulzura-. Eres una chica maravillosa, la mejor hija del mundo-.-Y tú eres la mejor madre del mundo -La abraza duro y le da otro beso en la mejilla-.-Te quiero mucho hija -Le sonríe y se queja al sentir un dolor fuerte en el pecho-.-Mamá, ¿qué tienes? -Cecilia se agacha frente a ella, algo preocupada-. ¿Dónde te duele?-.-No es nada hija, ya se me va a pasar, tranquila -Habla Estela entre pequeños quejidos. Si tenía algo realmente preocupante, pero no quería alarmar a su hija-.-Pero, mira como estás, tenemos que ir al médico -Cecilia estaba realmente preocupada por su madre-.-Ya te dije que estoy bien hija, no hay nada que preocuparte, seguro dormí mal o es un pequeño gas, ya se me va a pasar, no te preocupes -La mira con ternura y le acaricia la mejilla-.-Está bien, mamá, pero si el dolor vuelve, digas lo que digas, iremos al médico -Le advertimos, Cecilia-.-Tranquila mi amor, ya estoy bien -Le sonríe-.-Vale -Cecilia se levanta-.-Pero, anda, ve hacer tus cosas -Le dice Estela-.-Sí, ya me voy, pero volveré pronto -La señala-.-Ok, te esperaré -Ella le vuelve a sonreír a su hija-.-Te quiero, nos vemos -Le da un beso en la frente a su madre-.-Que te vaya bien, mi amor-.-Adiós -Cecilia abre la puerta y sale-....La preocupación le carcomía a Cecilia cada parte de su cuerpo, se sintió preocupada por su madre; aquel arrepentido dolor en su pecho, no le pareció para nada normal y, por alguna razón creía que ya le había dado más antes.Sus pasos eran firmes, iba camino hacia un lugar en especifico. Calle Madrid, mansión Ferrer. Iría a pedir trabajo o, más bien a una entrevista.Cecilia llevaba una semana y media buscando trabajo y no conseguía nada, hasta que una amiga de su madre le dijo que fuera a la mansión Ferrer, ella le ayudó como portavoz, la logró con el dueño y señor, Esteban Ferrer; le habló sobre ella y le explicó que Cecilia es una buena chica, atenta y trabajadora. El hombre, en vista de que se necesitaban más empleados en su casa, deseaba que la chica fuera, para ver qué tal le iba.Había llegado por fin a la dirección, se detuvo frente a un enorme portón blanco, habló con un hombre, el cual parecía ser vigilante de la casa y le explicó la razón de su visita. Aquel hombre sabía que ella iría, por lo que sin rodeos, la dejó entrar.Cecilia caminó un poco más, hasta llegar a la puerta de la casa. Habían arbustos hermosos y verdosos, una fuente, pequeñas estatuas, aquel lugar era increíble, su vista estaba maravillada; jamás en su vida, vio un lugar como aquel, sintió como si estuviese en un cuento de hadas y que aquello, era un reino. En pocas palabras, para ella, aquella casa, era un paraíso. Tocó dos veces a la puerta y, en menos de 5 minutos, una mujer algo alta, de estatura 1.70, blanca, ojos marrones, de cabello Lazio, negro le abrió la puerta. Era una mujer con un estilo, bastante elegante, elegante, tenía el ceño fruncido; Cecilia pensó que era la dueña de la casa, se dió cuenta que a juzgar por su cara y su actitud, era de carácter fuerte, pero aún así, dejó el miedo a un lado y se presentó. -Buenos días, mucho gusto -Estrecha su mano, sin recibir un saludo de vuelta-, me llamo Cecilia Carmona y vengo por el trabajo que me ofrecieron acá -Sonríe amablemente, bajando su mano, esperando una respuesta de la otra mujer-.Sandra Ferrer, era el nombre de aquella mujer. Era dura, frívola, arrogante y déspota. Era la hermana de Esteban Ferrer y por mala suerte de Cecilia, fue ella quién le recibió...La dulce chica seguía esperando una respuesta, un saludo al menos, pero de Sandra, no salía ni una sola palabra, sólo miraba con recelo a la chica, la detallaba de pies a cabeza, la juzgaba con la mirada, había desdén en ella, le parecía una chica patética y sin gracia.-Sí vienes por el empleo, espero que tengas claro que soy muy estricta y que debes hacer bien tu trabajo, aquí, nada será fácil para ti, pequeña -Le advirtió. termina de hablar y le sonríe con sarcasmo-.Cecilia quedó callada, no supo que respondiera en aquel momento, se sintió intimidada por Sandra y, sí, en el fondo lo sabía. No la iba a tener nada fácil, pero aún así, daría su mayor esfuerzo. Algo que ambas no sabían, es que, a partir de ese día, sus vidas iban a cambiar, para siempre.Era una mañana fría, los pequeños tenues rayos del sol que entraban por entre las cortinas, acariciaban el atractivo rostro de Gustavo Ferrer. Un joven de 23 años, hijo del empresario más millonario del país, heredero de una gran fortuna. Herencia, que a la larga, le causará muchos problemas... El apuesto chico se levantó de la cama, caminando hacia el baño, casi arrastrando los pies; bostezaba, sintiéndose aún con sueño. Una vez estando en el baño, se miró al espejo y reconoció en su mirada, algo de cansancio, pero, ¿de que puede estar cansado un joven de 23 años?. Sólo él lo sabía.Gustavo siempre ha soñado en grande, desde un tiempo para acá, planificó su futuro, sabe muy bien que es lo que quiere, pero su padre tiene otros planes para él. Desde que Gustavo cumplió la mayoría de edad, su padre convirtió su vida y día a día en un martirio, obligándolo y presionandolo para que se case, llegando a tener grandes y fuertes conflictos con él.
Cecilia ya llevaba dos semanas trabajando para los Ferrer y por ahora, todo le estaba yendo bien. Todo lo que le ordenaban, lo hacía, todo perfectamente, muy bien hecho. Ninguno tenía quejas de ella y, se sentía feliz de poder hacer algo bien y que reconozcan su esfuerzo y su buen trabajo.La hermosa y dulce Cecilia organizaba la sala. Con el plumero quitaba el polvo de los muebles y cojines, de la pequeña mesa de vidrio y ventanas.Observaba el bello jardín de ensueño y recordó un cuento de hadas que su mamá le leía cuando era niña, sonrió, porque al menos de su infancia le quedaron buenos y hermosos recuerdos, pero la tranquilidad que Cecilia tenía en ese momento, se esfumó al escuchar la voz de Sandra al llamarla.-Diga, señora -Le dijo Cecilia, dándose vuelta-.-¿Que haces? -Le preguntó Sandra, mirándola con desprecio, tenía su ceño fruncido, cómo si hubiese hecho algo malo-.-Estaba limpiando las ventanas, señora -Le sonríe-. ¿Se le ofrece algo? -Le preguntó con amabilidad-.-Sí,
Llegó una nueva mañana en la mansión Ferrer. Cecilia se levantó temprano, se aseó y se arregló; ese era su día de descanso y, estaba contenta de visitar a su madre, después de tantos días sin verla. Se puso una camiseta blanca, con un estampado de flores, sobre ella una chaqueta de jean, color azúl, una falda y unas sandalias marrones. Se veía hermosa. Se recogió el cabello, dejándose una cola. Sí, se veía hermosa. Cecilia pensaba siempre en que, no conocía a nadie con su entusiasmo, su carisma, la manera en qué siempre sonríe ante cualquier situación, pero todo aquel entusiasmo y felicidad, estaban por desaparecer.Cecilia iba caminando por la sala, en busca de Maite para despedirse y en el camino se encontró con Germán, quién no perdió la oportunidad para molestarla una vez más.-Vaya, que hermosa te ves -Le sonrío de manera pícara y morbosa-. Esa falda te queda bien.-No estoy para tus juegos, no me molestes -Ella lo evadió y siguió caminando.-¿A dónde
El día se había hecho demasiado largo para Cecilia, no podía pensar en otra cosa que en la enfermedad de su madre. También pensaba en la forma en como iba a conseguir el dinero para las medicinas y la operación. Eran demasiadas las cosas que ella tenía en su cabeza, sinceramente no pensaba con claridad, pero lo único que estaba claro para ella, era que fuese lo que fuese, de la manera que fuese, ella tenía que buscar la forma de ayudar y salvar a su madre.Paradójicamente, el dolor que sentía y el llanto que la había ahogado horas antes, fue lo que le devolvió las fuerzas a Cecilia. Un dolor que le comunicaba, con su alma de hija y que avivó un fuerte sentimiento de responsabilidad. Tenía miedo de sentirse abandonada y sola. Justo en ese momento, en la soledad de su habitación, se dió cuenta de que no podía permitirse el lujo de llorar, cuando estaba en juego la vida de su madre. Eso, unido al infierno que Sandra y Germán le hacían vivir...-¿Que tienes? -Maite se cruzó de brazos al v
Los días transcurrieron rápidamente, al igual que las semanas. Era un nuevo día, dónde todos se enfrentaban a su monotonía diaria.Cecilia había ahorrado algo de dinero para las medicinas de su madre, para que al menos, antes de tener el dinero de la operación, ella pudiera estar un poco más tranquila. Irene, una amiga de Cecilia, era quién iba una vez al día a casa de Estela para cuidarla y verificar de que se tomara su medicamento. Así, Cecilia podía trabajar tranquilamente, siempre y cuando, no sé cruzara con sus verdugos...-¡Cecilia! -Le grita Sandra desde la sala.-Diga señora, ¿para que me necesita? -Le responde la chica, quién salió rápidamente del comedor.-¿Que es esto? -Le pregunta, al enseñarle un vestido.-Un vestido suyo -Le responde Cecilia con energética obviedad, cosa que ofendió mucho a Sandra.-Sí, estúpida, ya sé que es un vestido mío -Le dice Sandra, con rabia. La miraba con desprecio, mientras fruncía el ceño-. ¿Crees que esto está bien lavado y planchado? -Le ti
Cecilia acomodaba los cojines de los sofás de la sala. Gustavo, bajó a la sala, para ir a la cocina por su desayuno. Caminaba lento, para poder verla. Sonreía al hacerlo. No podía dejar de verla, para él, era como estar mirando un ángel, Cecilia era la chica más hermosa y dulce que él había conocido.-¿Le pasa algo, joven? -Le preguntó Cecilia.-No, nada, tranquila. Continúa con lo tuyo -Le sonrío.-Que le vaya bien hoy -Ella le sonrió también.-Gracias Cecilia -Gustavo la miró, regalándole una hermosa sonrisa, se le acercó y la tomó de las manos-. Gracias por ser tan dulce y amable.Aunque lo había intentado, no podía ocutarlo más. Al sentir sus manos tocar las suyas, Cecilia sentía alivio, era como volar en las nubes. No podía dejar de mirar sus manos jóvenes, pero varoniles. Su rostro parecía haber sido tallado por los mismos ángeles; sin duda el chico más guapo que haya conocido.Sus miradas se encontraron en un mismo espacio, regalándose el uno al otro cálidas sonrisas. Ella sent
El sol salió resplandeciente aquella mañana, más brillante que nunca, pero ni aquella luz tan hermosa alegraba a Cecilia. No durmió bien, sus ojos estaban rojos de tanto llorar debido a dos cosas: La enfermedad de su madre y las constantes humillaciones de Sandra, aunado a eso, las molestias y el acoso de Germán. Pero debía aguantar, no podía darse el lujo de renunciar.No podía dejar de pensar en el beso que Gustavo le dió, ya eran muchas cosas las que tenía en su cabeza; la enfermedad de su madre era la que más le preocupaba aunque también tenía miedo de que alguien se enterara de lo que sucedió entre ella y Gustavo. Con ese beso, ya no lo podía negar más. Lo tenía claro, estaba enamorada, perdidamente enamorada del hijo de su jefe, de Gustavo Ferrer.La tarde era fría y Esteban Ferrer no dejaba de pensar en lo que Maite no terminó de contarle; no se comió el cuento de se trataba de su hijo. Que no podía morirse sin antes ver a su hijo casado, sabía que era algo más y por alguna raz
Eran las 3:00 de la tarde y Cecilia estaba lista para irse, no podía borrar de su rostro su sonrisa. Realmente se sentía feliz por lo que su jefe, Esteban Ferrer, hacia por ella. Le alegraba mucho que a pesar del momento tan duro por el cual pasaba, existiera alguien que se preocupara por ella. No quería perder más tiempo, por lo que sólo recogió su cabello en una cola; salió de su habitación, bajó las escaleras y escuchó a Sandra llamarla, ahí su sonrisa se esfumó.-Necesito que organices mi ropa -La miró con frialdad.-Lo siento, pero no puedo hacer eso -Le respondió la chica. Tuvo carácter y mantuvo la frente en alto.-¿Cómo que no? -Le preguntó con molestia. Frunció el seño con rabia-. Tú trabajas para mí, así que subes y organizas mi ropa, pero rápido -Le gritó.-Y yo ya le dije que no -Le dijo Cecilia con energética seriedad.-¿Quién te crees que eres para hablarme así? -Sandra levantó su mano intentando darle una bofetada a Cecilia.-¡Tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer