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Capítulo Cinco: Dolor y Lágrimas.

El día se había hecho demasiado largo para Cecilia, no podía pensar en otra cosa que en la enfermedad de su madre. También pensaba en la forma en como iba a conseguir el dinero para las medicinas y la operación. Eran demasiadas las cosas que ella tenía en su cabeza, sinceramente no pensaba con claridad, pero lo único que estaba claro para ella, era que fuese lo que fuese, de la manera que fuese, ella tenía que buscar la forma de ayudar y salvar a su madre.

Paradójicamente, el dolor que sentía y el llanto que la había ahogado horas antes, fue lo que le devolvió las fuerzas a Cecilia. Un dolor que le comunicaba, con su alma de hija y que avivó un fuerte sentimiento de responsabilidad. Tenía miedo de sentirse abandonada y sola. Justo en ese momento, en la soledad de su habitación, se dió cuenta de que no podía permitirse el lujo de llorar, cuando estaba en juego la vida de su madre. Eso, unido al infierno que Sandra y Germán le hacían vivir...

-¿Que tienes? -Maite se cruzó de brazos al ver a Cecilia tan distraída.

-Mi vida se está derrumbando, Maite -Algunas lágrimas salieron de sus ojos. Soltó un suspiro.

-Pero niña, ¿por qué estás tan triste? -Maite la abrazó, acariciándole el cabello-. ¿Sandra o Germán te han vuelto a humillar? -Frunció el ceño.

-No, esta vez no son ellos los culpables -Las lágrimas seguían saliendo. Cecilia sorbe y sigue hablando-. Es la vida, dios, el destino, no sé -Golpea una mano contra el mesón.

-¿De que hablas? -Maite no entendía nada de lo que Cecilia le decía.

-Es mi mamá, Maite. Mi mamá está enferma y se puede morir -Solloza.

-¿Qué?, no, ¿cómo que enferma? -Maite comenzó agitarse y a ella, llegó la preocupación.

-Tiene una grave afección cardíaca y si no es operada, su corazón dejara de latir en unos meses -Sorbe y llora.

-Dios mío, mi amor, no puede ser -Maite abraza a Cecilia y la consuela-. Tu mamá va a estar bien, ya verás. Yo te prometo, que se va a salvar, no te preocupes -Maite expresaba determinación en su mirada.

Claramente Cecilia no sabía que haría Maite, pensaba que sólo le dijo eso para calmarla, pero en realidad, Maite si tenía algo en mente. Era una solución a los problemas de Cecilia y su madre. Algo que sólo ella sabía, algo que le iba a cambiar la vida a Cecilia para bien y, para siempre.

...

Era una tarde fría. Cada uno en la casa, hacia sus deberes. Esteban en su despacho revisaba documentos, estados de cuentas, recibos. Maite organizaba lo de la cena. Sandra se maquillaba. Estaba sentada frente a su espejo, echándose un labial rojo y al terminar, sonrió y entornó los ojos. Germán, hacía algo de ejercicio, se tomaba algunas fotos y las posteaba en su cuenta de I*******m. Cecilia, se encontraba ahogada en dolor en su habitación, pensando en su madre, no hacía otra cosa que llorar y lamentarse. Gustavo, en su habitación, pensaba en dos cosas; los problemas con su padre y en el extraño comportamiento de Cecilia, pero lo que más le preocupaba, era ella, sabía que algo le sucedía y quería saber que, para ayudarla.

Esa tarde, Gustavo recibiría una visita inesperada, una amarga visita para Cecilia, pero que para Sandra, era un arma letal a su favor...

Eran las 4:16 de la tarde, el café estaba listo y servido. Maite le llevó una taza a Esteban, quién en su despacho, se encontraba algo estresado... El pobre hombre pensaba en demasiadas cosas, una de ellas, la más importante, su terrible secreto.                        

Se sentía mal porqué no estaba teniendo una buena relación con su hijo Gustavo. En el último mes, todo eran discusiones y peleas. Claro que admiraba la determinación de su hijo, el hecho de que defendiera sus decisiones y pensamientos, lo hacían sentirse orgulloso de él. Sabía perfectamente que Gustavo no le cumpliría sus peticiones ni su sueño de verlo casado y con hijos, pero al menos a Esteban, le quedaba el consuelo de que tenía otro hijo. Ivan, quién se casó hace 4 años y él, le dió su primer nieto. Y, no es que para Esteban el matrimonio de Iván y su nieto, no fuesen suficientes para él, pero con que su hijo menor se casara y le diera otro nieto, él sería completamente feliz.

-Señor -Dijo Maite, al tocar a la puerta-.

-Adelante -Le dijo Esteban-.

-Su café, señor -La mujer entró al despacho con la taza en la mano-. Aquí tiene -Se acercó y le entregó el café.

-Gracias Maite -Esteban, algo cansado tomó la taza y la dejó en su escritorio.

-¿Le pasa algo señor? -Le preguntó Maite, notó el rostro afligido de Esteban.

-A ti no te puedo mentir -Cruzó su manos y miró a Maite-. Llevas muchos años trabajando aquí y para mí, eres parte de la familia -Le sonríe, algo nostálgico.

-Gracias -Maite le sonríe.

-Estoy enfermo, Maite -Soltó un ligero suspiro, el cual significaba cansancio y dolor. Sus ojos se llenaron de lágrimas al revelar aquello-. Me quedan tres meses de vida.

-Don Esteban, no. Eso es terrible -Maite no podía creer lo que había escuchado. Estaba golpeada por la noticia-. No puedo creerlo -Se acerca.

-Es así, Maite -Frunce los labios y piensa-. No me queda mucho tiempo. ¿Ahora entiendes por qué quiero que Gustavo se case y tenga hijos? -No podía aguantar las ganas de llorar-, quiero ver a mi hijo casado y con su propia familia antes de que muera -Esteban no aguantó y rompió en llanto, echando su cabeza sobre el escritorio. Lloraba como niño. Era un llanto fuerte y doloroso.

-Lo siento mucho, de verdad -Maite se acercó a él y lo abrazó, para consolarlo-. Usted es fuerte, podrá salir de esta. Conoce muchos médicos -Le dice ella, tratando de darle ánimos.

-No Maite, ya no hay nada que hacer. El cáncer día a día está acabando con mi vida -Solloza.

-No Esteban, no te puedes morir, no sin antes -Maite pensó y calló antes de seguir hablando. Por algo guardó silencio.

-¿Sin antes qué, Maite? -Sorbe y la mira fijo a los ojos, algo desconcertado.

-Sin, antes, ver a Gustavo casado -Le respondió nerviosa y caminó hacia otro lado-. Eso, ¿no es lo que quieres? -Dijo, para evadirlo.

-Sí, es lo que quiero -La miraba dudoso, sentía que no le había dicho la verdad.

-Bueno, yo me retiro -Limpió sus lágrimas-. Veré qué todo marche bien en la cocina -Maite se despidió y se retiró.

En la sala, sentada en uno de los sofás, se encontraba Romina Soler, una joven rubia, hermosa, coqueta. Con una sonrisa encantadora, una cabellera espectacular y unos ojos radiantes; simplemente, Romina Soler, era la mujer que todo hombre desea tener.                                                                   Ella esperaba a Gustavo, su novio, pero hacia como 10 minutos que había llegado y nada que el chico aparecía.

-¡Romina, querida, hola! -Le dijo Sandra, quién estaba bajando las escaleras. Se acercó a la chica le saludó con un beso y un abrazo.

-Sandra, hola. ¿Cómo estás? -Le pregunta.

-Perfectamente bien -Le sonríe-. Supongo que vienes a ver a Gustavo, ¿cierto? -Le guiña el ojo.

-Sí, así es. Pero no lo he visto, supongo que no está en la casa -Le dice Romina, cruzándose de brazos.

-Claro que si -Sandra mira a Cecilia, quién caminaba por la sala, directo a la cocina-. Está en su habitación, ve y sube -La toma del hombro.

-Gracias -Romina le sonríe y camina directo a las escaleras.

Sandra sonreía al verla subir las escaleras, directo a la habitación de Gustavo. Volteó a mirar a Cecilia y, era como lo pensó. La chica tenía una mirada teiste, de decepción. Eso sólo le daba a demostrar una sola cosa; Cecilia si estaba enamorada de Gustavo.

La chica se dió vuelta y siguió el camino hacia la cocina. Sandra se sentó en un sofá, sonriéndo de satisfacción. Pensaba en una cosa, algo se traía entre manos y no era nada bueno...

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