Llegó una nueva mañana en la mansión Ferrer. Cecilia se levantó temprano, se aseó y se arregló; ese era su día de descanso y, estaba contenta de visitar a su madre, después de tantos días sin verla. Se puso una camiseta blanca, con un estampado de flores, sobre ella una chaqueta de jean, color azúl, una falda y unas sandalias marrones. Se veía hermosa. Se recogió el cabello, dejándose una cola. Sí, se veía hermosa. Cecilia pensaba siempre en que, no conocía a nadie con su entusiasmo, su carisma, la manera en qué siempre sonríe ante cualquier situación, pero todo aquel entusiasmo y felicidad, estaban por desaparecer.
Cecilia iba caminando por la sala, en busca de Maite para despedirse y en el camino se encontró con Germán, quién no perdió la oportunidad para molestarla una vez más.
-Vaya, que hermosa te ves -Le sonrío de manera pícara y morbosa-. Esa falda te queda bien.
-No estoy para tus juegos, no me molestes -Ella lo evadió y siguió caminando.
-¿A dónde vas? -La tomó del brazo y la jaló hacia él.
-Sueltame -Le dijo con rabia, zafandose de él.
-Si que tienes carácter, Cecilia -Se cruza de brazos-. Así me gustan las mujeres -Continuaba con esa sonrisa tan molesta para Cecilia.
-Deja de molestarme, no te metas conmigo -Le dijo con energética seriedad y, el ceño fruncido.
-Ninguna mujer se me resiste y tú -Le toca la frente con su dedo índice-, no serás la excepción.
-Estás loco -Se dió vuelta y caminó directo a la cocina.
-Algún día vas a caer, Cecilia, ya verás -Germán frunció el ceño y subió escaleras arriba hacia su habitación.
Por la incómoda y molesta charla que tuvo Cecilia con Germán, no le dió tiempo de despedirse de Maite, ni de avisarle a Esteban que ya se iba a su casa. Sólo salió de la mansión y se fue. Sólo duró 20 minutos en llegar a su casa. Al entrar, encontró a su madre en la sala, leyendo un libro. Se acercó a ella, sonriendo como siempre y la abrazo, dándole un beso en la mejilla.
-¿Cómo estás mamá?.
-Bien mi amor y ¿tú? -Estela estaba feliz de ver a su hija.
-Bien mamá, estoy contenta con mi trabajo y mis jefes son buenos -Le contestó a su madre, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Me da mucho gusto por ti hija, estoy feliz de que te sientas bien, pero a la vez mal, porqué tuviste que dejar de estudiar para ayudarme a mi -Agachó la cabeza, sintiéndose algo triste.
-No te sientas mal, mamá. No te preocupes, ya llegará el momento en que pueda volver a estudiar -Le acaricia la mejilla y le sonríe.
-No pude haber tenido mejor hija, tú eres un regalo un de dios, mi amor -La mira con dulzura y algo de nostalgia.
-Te quiero mucho mamá -La abraza.
-Yo te quiero más, mi cielo -Le dice.
De repente, Estela sintió un fuerte dolor en el pecho y el brazo. Se quejó, le dolía mucho. Cecilia se sobresaltó, no sabía que estaba pasando, se asustó por su madre; le preguntaba que le sucedía, que sentía, pero el no poder respirar bien, le dificultaba a Estela el hablar. El dolor se intensificó más y, Estela ya no dijo nada, se había desmayado.
Cecilia entró en pánico, comenzó a gritar y a pedir ayuda. No sabía que le había sucedido a su madre, le daba pequeños golpes en la cara, para que despertara. Gritaba más, esperando que algún vecino la escuchara, pero nadie la escuchaba. El miedo y pánico que sentía era muy grande, ella no sabía que hacer, estaba aterrada y se imaginaba lo peor.
La preocupación le carcomía a Cecilia. La ansiedad la consumía por completo. Una terrible sensación de temor le nació, creando escenas negativas en su cabeza. Caminaba de un extremo del pasillo a otro, esperando noticias de su madre. Tenía miedo, muchísimo miedo, no quería perderla, ella era lo único que tenía, lo único que le quedaba.
Ya había estado mucho tiempo sentada en aquella fría silla en la sala de espera y, nada que le daban noticias. La incertidumbre estaba por enloquecerla. Seguía sentada, llorando de desesperación. Le dolían sus enrojecidos ojos de tanto llorar, sentía que la cabeza le explotaría de la terrible preocupación que tenía.
Los malos recuerdos de su infancia llegaron para atormentarla; los gritos y abusos de su padre hacia su madre, cada uno de los insultos y maltratos. Creció con un poco de rencor y rabia hacia Oswaldo, su padre y aunque ella sabía que no debía sentir eso, no podía. Era el único sentimiento que tenía hacia él. En ese momento, en ese pequeño instante, Cecilia se dió cuenta de que Estela, su madre, era muy importante para ella. Recordó pequeños pero maravillosos momentos junto a su madre y eran esos recuerdos los que la mantenían un poco tranquila y calmada ante tan terrible situación. Pasó más tiempo en el que Cecilia seguía sin tener ningún tipo de noticia a cerca del estado de salud de su madre. Hasta que un hombre alto, delgado, ojos negros y cabello castaño se le acercó para informarle sobre la salud de su madre. Aquel hombre era el doctor que la atendía.
-Dóctor, ¿cómo está mi madre? Le preguntó Cecilia exaltada. La preocupación la estaba matando.
-Por los momentos está estable, aunque llegó muy mal, logramos estabilizarla, pero tengo que decirte que el estado de salud de tu madre, es bastante complicado.
-¿A qué se refiere doctor? -Al escuchar eso, Cecilia se preocupó aún más.
-lamento decírtelo, pero tu mamá tiene una fuerte y avanzada afección cardíaca; creo que lleva mucho tiempo así -Él hombre suspiró-. Lo que tu mamá sufrió hoy, fue un pre infarto. Esto es sólo un aviso, Cecilia.
-No puede ser -Llevó su mano a la boca y unas cuantas lágrimas recorrieron sus mejillas-. Y, ¿que hay que hacer? -Le preguntó.
-Tu mamá lo que necesita es una operación, un transplante para ser más exactos. Su corazón está muy delicado y no va a resistir mucho; con esto no quiero decirte que a tu mamá le quede poco tiempo de vida, pero con un estricto tratamiento y la operación, tu mamá podrá estar bien, pero si hay que operarla -Sintió algo de pena y lástima por la chica, pero como médico debía decirle la verdad.
-Mi mamá no se puede morir -Sintió cómo si su corazón se quebrara y lloró.
-Lo siento mucho -Colocó su mano en el hombro de Cecilia y se fue.
Cecilia sentía como si el mundo se le viniera abajo. Sin su madre, ella ya no tenía nada, ni a nadie por lo que luchar, iba a estar sola para siempre. Pero no, ella no podía permiti que nada malo le pasara a su madre. No sabía cómo o qué, algo se le ocurriría, pero su madre no se iba a morir. Costara lo que le costara, haría hasta lo imposible por salvar a su madre. Cecilia estaba golpeada por la noticia y parada en un rincón del pasillo, vivía su dolor en silencio. Al sentirse así, se dejaba invadir por la embriagadora y torturosa sensación que produce el dolor. Trató de calmarse un poco, con llorar no ganaría nada. Estela no tenía a nadie más en la vida, sólo a ella, así que por su madre, Cecilia se daba fuerzas a ella misma, para así, poder ayudarla a recuperarse. Debía buscar la forma de conseguir el dinero suficiente para el tratamiento y la operación de su mamá. Algo tenía que hacer, pero su madre no se iba a morir.
Cecilia limpió sus lágrimas, suspiró y con la frente en alto y un poco más calmada salió del hospital...
El día se había hecho demasiado largo para Cecilia, no podía pensar en otra cosa que en la enfermedad de su madre. También pensaba en la forma en como iba a conseguir el dinero para las medicinas y la operación. Eran demasiadas las cosas que ella tenía en su cabeza, sinceramente no pensaba con claridad, pero lo único que estaba claro para ella, era que fuese lo que fuese, de la manera que fuese, ella tenía que buscar la forma de ayudar y salvar a su madre.Paradójicamente, el dolor que sentía y el llanto que la había ahogado horas antes, fue lo que le devolvió las fuerzas a Cecilia. Un dolor que le comunicaba, con su alma de hija y que avivó un fuerte sentimiento de responsabilidad. Tenía miedo de sentirse abandonada y sola. Justo en ese momento, en la soledad de su habitación, se dió cuenta de que no podía permitirse el lujo de llorar, cuando estaba en juego la vida de su madre. Eso, unido al infierno que Sandra y Germán le hacían vivir...-¿Que tienes? -Maite se cruzó de brazos al v
Los días transcurrieron rápidamente, al igual que las semanas. Era un nuevo día, dónde todos se enfrentaban a su monotonía diaria.Cecilia había ahorrado algo de dinero para las medicinas de su madre, para que al menos, antes de tener el dinero de la operación, ella pudiera estar un poco más tranquila. Irene, una amiga de Cecilia, era quién iba una vez al día a casa de Estela para cuidarla y verificar de que se tomara su medicamento. Así, Cecilia podía trabajar tranquilamente, siempre y cuando, no sé cruzara con sus verdugos...-¡Cecilia! -Le grita Sandra desde la sala.-Diga señora, ¿para que me necesita? -Le responde la chica, quién salió rápidamente del comedor.-¿Que es esto? -Le pregunta, al enseñarle un vestido.-Un vestido suyo -Le responde Cecilia con energética obviedad, cosa que ofendió mucho a Sandra.-Sí, estúpida, ya sé que es un vestido mío -Le dice Sandra, con rabia. La miraba con desprecio, mientras fruncía el ceño-. ¿Crees que esto está bien lavado y planchado? -Le ti
Cecilia acomodaba los cojines de los sofás de la sala. Gustavo, bajó a la sala, para ir a la cocina por su desayuno. Caminaba lento, para poder verla. Sonreía al hacerlo. No podía dejar de verla, para él, era como estar mirando un ángel, Cecilia era la chica más hermosa y dulce que él había conocido.-¿Le pasa algo, joven? -Le preguntó Cecilia.-No, nada, tranquila. Continúa con lo tuyo -Le sonrío.-Que le vaya bien hoy -Ella le sonrió también.-Gracias Cecilia -Gustavo la miró, regalándole una hermosa sonrisa, se le acercó y la tomó de las manos-. Gracias por ser tan dulce y amable.Aunque lo había intentado, no podía ocutarlo más. Al sentir sus manos tocar las suyas, Cecilia sentía alivio, era como volar en las nubes. No podía dejar de mirar sus manos jóvenes, pero varoniles. Su rostro parecía haber sido tallado por los mismos ángeles; sin duda el chico más guapo que haya conocido.Sus miradas se encontraron en un mismo espacio, regalándose el uno al otro cálidas sonrisas. Ella sent
El sol salió resplandeciente aquella mañana, más brillante que nunca, pero ni aquella luz tan hermosa alegraba a Cecilia. No durmió bien, sus ojos estaban rojos de tanto llorar debido a dos cosas: La enfermedad de su madre y las constantes humillaciones de Sandra, aunado a eso, las molestias y el acoso de Germán. Pero debía aguantar, no podía darse el lujo de renunciar.No podía dejar de pensar en el beso que Gustavo le dió, ya eran muchas cosas las que tenía en su cabeza; la enfermedad de su madre era la que más le preocupaba aunque también tenía miedo de que alguien se enterara de lo que sucedió entre ella y Gustavo. Con ese beso, ya no lo podía negar más. Lo tenía claro, estaba enamorada, perdidamente enamorada del hijo de su jefe, de Gustavo Ferrer.La tarde era fría y Esteban Ferrer no dejaba de pensar en lo que Maite no terminó de contarle; no se comió el cuento de se trataba de su hijo. Que no podía morirse sin antes ver a su hijo casado, sabía que era algo más y por alguna raz
Eran las 3:00 de la tarde y Cecilia estaba lista para irse, no podía borrar de su rostro su sonrisa. Realmente se sentía feliz por lo que su jefe, Esteban Ferrer, hacia por ella. Le alegraba mucho que a pesar del momento tan duro por el cual pasaba, existiera alguien que se preocupara por ella. No quería perder más tiempo, por lo que sólo recogió su cabello en una cola; salió de su habitación, bajó las escaleras y escuchó a Sandra llamarla, ahí su sonrisa se esfumó.-Necesito que organices mi ropa -La miró con frialdad.-Lo siento, pero no puedo hacer eso -Le respondió la chica. Tuvo carácter y mantuvo la frente en alto.-¿Cómo que no? -Le preguntó con molestia. Frunció el seño con rabia-. Tú trabajas para mí, así que subes y organizas mi ropa, pero rápido -Le gritó.-Y yo ya le dije que no -Le dijo Cecilia con energética seriedad.-¿Quién te crees que eres para hablarme así? -Sandra levantó su mano intentando darle una bofetada a Cecilia.-¡Tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer
Maite le llevaba la cena a Esteban a su habitación. Debido a que no estaba de buen humor con su hermana, no quiso cenar con ella en el comedor.Maite dejó la bandeja con la cena en la cama de Esteban, quien recién salía del baño.-Señor, aquí está su cena -Maite le sonrió con amabilidad.-Muchas gracias, Maite -Con la otra toalla se secaba el cabello- y, por favor voy a necesitar que en unos minutos, me traigas una carpeta roja, que está en el escritorio de mi despacho -Le ordenó, con amabilidad.-Sí, por supuesto, en un rato se la traigo -Ella asintió.-Gracias -Le dijo él.-Con permiso -Dice y se retira.Esteban le echó un vistazo a su teléfono, respondió algunos mensajes y se dispuso a cenar.Cecilia abrió la puerta de su casa y junto a Gustavo entraron. En la sala se encontraban la mejor amiga de ella y su mamá. Ambas sonrieron al verla y se sorprendieron un poco, verla acompañada de un chico.-Hola mamá -Se acercó a ella, abrazándola.-Hija, que gusto verte, pero ¿no trabajas hoy
Gustavo y Cecilia se estaban despidiendo. No podían mirarse a los ojos sin dejar de sonreírse. Gustavo le acariciaba las mejillas y le decía que era muy hermosa. Ella sólo cerró los ojos y disfrutaba de sus caricias. Él le hacía sentir de una manera especial, se sentía querida. Pensaba que él era el chico más maravilloso del mundo y que no era como el resto. Por otro lado, Gustavo sentía que por primera vez, estaba siendo sincero, en cuanto a sus sentimientos; estaba muy atraído por Cecilia, sinceramente, no quería irse, ni dejar de estar un sólo momento sin ella. Por primera vez en su vida, Cecilia se sentía amada de verdad. Pero la felicidad a veces, no dura para siempre...-No quisiera irme, pero tengo que hacerlo -Le dijo él con algo de pena y tristeza.-Yo tampoco quiero que te vayas, pero nos veremos mañana -Le sonrió y se mordió el labio inferior.-Eso es lo que me da tranquilidad -Sonrió con alivio-. Nos vemos mañana -La besó.-Adiós -Le brillaban los ojos de felicidad. Al de
Se vivía mucha tensión. Cecilia no se podía controlar, la desesperación y preocupación que sentía por su madre al no saber nada de ella, no la dejaban pensar con claridad.Caminaba de un extremo a otro, con lágrimas en sus mejillas, rogando que su madre, estuviese bien.La preocupación también tenía bastante mal a Esteban, por nada del mundo quería que Estela se muriera y mucho menos sin que le dijera la verdad sobre Cecilia. Ella era la única que podía decirle la verdad.Transcurrían los minutos y aún no se sabía nada sobre la salud de Estela. La incertidumbre se hacía presente, aterrorizando a todos en el lugar.Gustavo no podía ver a Cecilia tan mal. Se acercó a ella, le dijo que hiciera un esfuerzo por calmarse y la abrazó. Desde una esquina, cruzado de brazos, Esteban los observaba e internamente sonreía. Pensaba en eso que dicen las personas sobre que la sangre llama; creía que si sangre de hermanos de una forma indirecta los estaba uniendo. Pero él desconocía la verdadera relac