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Capítulo Tres: Enemigos.

Cecilia ya llevaba dos semanas trabajando para los Ferrer y por ahora, todo le estaba yendo bien. Todo lo que le ordenaban, lo hacía, todo perfectamente, muy bien hecho. Ninguno tenía quejas de ella y, se sentía feliz de poder hacer algo bien y que reconozcan su esfuerzo y su buen trabajo.

La hermosa y dulce Cecilia organizaba la sala. Con el plumero quitaba el polvo de los muebles y cojines, de la pequeña mesa de vidrio y ventanas.

Observaba el bello jardín de ensueño y recordó un cuento de hadas que su mamá le leía cuando era niña, sonrió, porque al menos de su infancia le quedaron buenos y hermosos recuerdos, pero la tranquilidad que Cecilia tenía en ese momento, se esfumó al escuchar la voz de Sandra al llamarla.

-Diga, señora -Le dijo Cecilia, dándose vuelta-.

-¿Que haces? -Le preguntó Sandra, mirándola con desprecio, tenía su ceño fruncido, cómo si hubiese hecho algo malo-.

-Estaba limpiando las ventanas, señora -Le sonríe-. ¿Se le ofrece algo? -Le preguntó con amabilidad-.

-Sí, necesito que arregles mi cama y organices mi cuarto, ya deja de hacer eso -Le ordenó de forma déspota y, aunque Cecilia se sintió mal por la forma en que Sandra le habló, hizo caso y mantuvo la calma-.

-Como ordene señora, ya lo hago -Dejó el plumero en la pequeña mesa y se dirigió a las escaleras, subiendo a la habitación de Sandra-.

Cómodamente, Cecilia ordenaba la habitación de Sandra, hizo su cama y ordenó su ropa en el closet. Viendo que todo ya estaba listo, sonrió, suspiró y decidió salir para hacer otras cosas, pero en eso, entró Germán, el hijo de Sandra.

-Buenos días Ceci -La miró de pies a cabeza, con una mirada que no le gustaba a Cecilia-.

-Buenos días y me llamo Cecilia, no Ceci -Le respondió ella, siguiendo su camino, pero Germán le bloqueó el paso, colocando su brazo en la puerta-. Déjame salir, por favor -Le dijo Cecilia, con energética seriedad-.

-Yo sólo quiero hablar contigo, un rato, no seas sangrona -Le dice él con un tono sarcástico y muy molesto-.

-No tengo tiempo para hablar, a demás no me pagan por hacerlo, sino por trabajar, así que te pido, déjame salir -Le vuelve a decir Cecilia, ya harta de la molestia de Germán-.

-Soy sobrino del dueño, no tendrás ningún tipo de problema por hablar conmigo -La mira nuevamente de pies a cabeza, con una mirada morbosa-.

-Lo sé, pero a mí no me interesa hablar contigo -Le dice Cecilia, frunciendo el ceño y echándolo a un lado-.

-¿Que pasó aquí? -Le preguntó Sandra a su hijo-.

-Nada mamá, sólo estaba hablando con Cecilia -Él sonreía y asentía-.

-No quiero que andes jugando con esa muchachita, lo menos que quiero ahora es tener problemas con tu tío, así que alejate de ella -Le advirtió Sandra, con energética seriedad-.

-Tranquila mamá -Le respondió Germán, con desdén. Se dió vuelta y se marchó-.

Era obvio, no había otra explicación para el comportamiento de Sandra y Germán con Cecilia, ella ya lo tenía claro. Esos, eran sus enemigos y con ellos ahí, ella no la tenía fácil. Sandra era una mujer dura, frívola, manipuladora y, muy ambiciosa. Por otro lado, Germán, era sólo un poco parecido a su madre; él era egoísta, déspota, holgazán y muy abusivo. Cada que tenía oportunidad, molestaba a Cecilia, pero ella sabía defenderse bien, claro, debía saber cómo defenderse de él, el hecho de que él la molestara y ella fuese su víctima, no cambiaba que él era sobrino de su jefe y, era su palabra contra la de él. Así ella explicara, le creerían a Germán, eso era obvio.

-Cecilia, ¿sabes dónde está mi hijo? -Tenía el ceño fruncido-.

-Buen día señor, creo que está en su habitación, por la hora, debe estarse alistando para ir a la universidad -Le responde ella, con una dulce sonrisa-.

-Ok, cuando baje, le dices que vaya a mi despacho, por favor -Le dice Esteban-.

-Está bien señor, yo le digo -Cecilia asintió y le sonrió-.

Esteban no dijo nada más y se regresó a su despacho. Giró la Manilla de la puerta y entró, cerró y caminó hasta su escritorio, se sentó en su butaca, desabrochó un botón de su camisa, se echó hacia atrás y suspiró.           Se sentía realmente cansado, agotado y fatigado.                                                     Esteban desde muy joven se preparó, siguiendo los consejos de su padre y, con eso logró todo lo que se propuso; él sólo quiere lo mismo para su hijo, aunque no le habla con las palabras adecuadas, sólo busca lo mejor para Gustavo.

-¿Para que querías hablar conmigo? -Entró al estudio de su padre y le preguntó con desdén-.

-Primero saluda a tu padre -Le dijo Esteban con energética seriedad-

-No tengo mucho tiempo papá, ya debo irme a la universidad -Realmente Gustavo si estaba apurado, pero más que eso, no quería tener la plática de siempre con su padre.

-Espero que algún día, entiendas porqué te digo las cosas -La mirada de Esteban cambió de dureza y frialdad, a nostalgia-. Todo lo que te digo, es por tu bien. Tu abuelo hizo lo mismo conmigo y mira dónde estoy, mira todo lo que he logrado -Abre los brazos.

-Y eso está bien, papá, pero no pretendas que sea como tú y, lo que quieres de mi, es muy diferente a lo que me dices ahora -Le dice Gustavo, con algo de frialdad-. Con eso sólo arruinarían mi juventud, mi futuro, mis sueños y mis metas y yo no quiero eso -Le dice con firmeza.

-Nada de eso pasará hijo -Niega con la cabeza-. Lo tienes todo; yo sólo te pido que me cumplas mi sueño de verte realizado.

-No papá, tú sólo tienes un capricho y yo no nací para complacer a nadie -Le dice con energética seriedad y sale del despacho.

Gustavo salió de la mansión, muy hastiado por la conversación que tuvo con su padre. En realidad no sabía por qué tenía el empeño de querer manejar su vida a su antojo, por qué tanto empeño en que se casara y tuviera hijos, si aún era muy joven para eso. Sinceramente él no quería hacer caso a eso, le molestaba, sí, pero sólo quería estar tranquilo y seguir estudiando y cumplir sus metas, sin que su padre se entrometiera y cambiara sus decisiones.                                                       Algo que Gustavo no sabía, era la verdadera razón por la cuál su padre quería que él se casara y tuviera hijos rápido. Un secreto que sólo Esteban sabía; era un fuerte secreto que le iba a cambiar la vida a Gustavo, tanto que al enterarse, nacería en él, un gran arrepentimiento.

Un suspiro escapó de los rosados labios de Cecilia, mientras miraba una fotografía de Gustavo, la cuál estaba en una mesa de madera en la sala. Miraba dicha foto, recordando el momento en que lo vió por primera vez. Sentía algo, más no sabía que; se decía a ella misma repetidamente que por nada del mundo debía enamorarse de él. Ese tipo de romances nunca terminaban bien y ella no sería la excepción. Una empleada que se enamora de su jefe, siempre termina mal, a demász Gustavo tenía novia y probablemente, se iban a casar.

-¿En qué tanto piensas, Cecilia? -Le preguntó Maite.

-En nada, son sólo tonterías -Dejó la fotografía en su lugar.

-¿Estás segura? -Le preguntó la mujer, inquisitiva.

-Sí -Le sonrío y caminó hacia el sofá grande.

-Diría que ese suspiro tuyo se debe a Gustavo, o ¿me equivoco? -Maite se cruzó de brazos.

-Sí, te equivocas, estaba pensando en mi madre, es todo.

-Está bien, pero sólo te diré algo y espero me hagas caso -La señala-. No te enamores de Gustavo, él no te conviene, tiene novia, a demás es rico, tú no y esas cosas siempre terminan mal -Le advirtió.

-No tienes nada de que preocuparte, Maite. Puedes estar tranquila -Le volvió a sonreír.

Algo que Cecilia y Maite no sabían, era que, Sandra estaba del otro lado del pasillo escuchando toda la conversación. Tenía el ceño fruncido, luego sonrió de una manera frívola; tenía una mirada de intriga, colocó su dedo índice en su barbilla y entornó los ojos. Sabía que aquella información, le serviría de algo.

-Con qué la dulce sirvienta está enamorada de Gustavo -Dijo Sandra, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

A partir de ese día, la vida de Cecilia se iba a convertir en un infierno. Una oscura tormenta se le avecinaba. Pensó que su sufrimiento se terminó en su infancia, pero se equivocó, lo que estaba por sucederlez era sólo el comienzo de una terrible pesadilla.

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