Cecilia ya llevaba dos semanas trabajando para los Ferrer y por ahora, todo le estaba yendo bien. Todo lo que le ordenaban, lo hacía, todo perfectamente, muy bien hecho. Ninguno tenía quejas de ella y, se sentía feliz de poder hacer algo bien y que reconozcan su esfuerzo y su buen trabajo.
La hermosa y dulce Cecilia organizaba la sala. Con el plumero quitaba el polvo de los muebles y cojines, de la pequeña mesa de vidrio y ventanas.
Observaba el bello jardín de ensueño y recordó un cuento de hadas que su mamá le leía cuando era niña, sonrió, porque al menos de su infancia le quedaron buenos y hermosos recuerdos, pero la tranquilidad que Cecilia tenía en ese momento, se esfumó al escuchar la voz de Sandra al llamarla.
-Diga, señora -Le dijo Cecilia, dándose vuelta-.
-¿Que haces? -Le preguntó Sandra, mirándola con desprecio, tenía su ceño fruncido, cómo si hubiese hecho algo malo-.
-Estaba limpiando las ventanas, señora -Le sonríe-. ¿Se le ofrece algo? -Le preguntó con amabilidad-.
-Sí, necesito que arregles mi cama y organices mi cuarto, ya deja de hacer eso -Le ordenó de forma déspota y, aunque Cecilia se sintió mal por la forma en que Sandra le habló, hizo caso y mantuvo la calma-.
-Como ordene señora, ya lo hago -Dejó el plumero en la pequeña mesa y se dirigió a las escaleras, subiendo a la habitación de Sandra-.
Cómodamente, Cecilia ordenaba la habitación de Sandra, hizo su cama y ordenó su ropa en el closet. Viendo que todo ya estaba listo, sonrió, suspiró y decidió salir para hacer otras cosas, pero en eso, entró Germán, el hijo de Sandra.
-Buenos días Ceci -La miró de pies a cabeza, con una mirada que no le gustaba a Cecilia-.
-Buenos días y me llamo Cecilia, no Ceci -Le respondió ella, siguiendo su camino, pero Germán le bloqueó el paso, colocando su brazo en la puerta-. Déjame salir, por favor -Le dijo Cecilia, con energética seriedad-.
-Yo sólo quiero hablar contigo, un rato, no seas sangrona -Le dice él con un tono sarcástico y muy molesto-.
-No tengo tiempo para hablar, a demás no me pagan por hacerlo, sino por trabajar, así que te pido, déjame salir -Le vuelve a decir Cecilia, ya harta de la molestia de Germán-.
-Soy sobrino del dueño, no tendrás ningún tipo de problema por hablar conmigo -La mira nuevamente de pies a cabeza, con una mirada morbosa-.
-Lo sé, pero a mí no me interesa hablar contigo -Le dice Cecilia, frunciendo el ceño y echándolo a un lado-.
-¿Que pasó aquí? -Le preguntó Sandra a su hijo-.
-Nada mamá, sólo estaba hablando con Cecilia -Él sonreía y asentía-.
-No quiero que andes jugando con esa muchachita, lo menos que quiero ahora es tener problemas con tu tío, así que alejate de ella -Le advirtió Sandra, con energética seriedad-.
-Tranquila mamá -Le respondió Germán, con desdén. Se dió vuelta y se marchó-.
Era obvio, no había otra explicación para el comportamiento de Sandra y Germán con Cecilia, ella ya lo tenía claro. Esos, eran sus enemigos y con ellos ahí, ella no la tenía fácil. Sandra era una mujer dura, frívola, manipuladora y, muy ambiciosa. Por otro lado, Germán, era sólo un poco parecido a su madre; él era egoísta, déspota, holgazán y muy abusivo. Cada que tenía oportunidad, molestaba a Cecilia, pero ella sabía defenderse bien, claro, debía saber cómo defenderse de él, el hecho de que él la molestara y ella fuese su víctima, no cambiaba que él era sobrino de su jefe y, era su palabra contra la de él. Así ella explicara, le creerían a Germán, eso era obvio.
-Cecilia, ¿sabes dónde está mi hijo? -Tenía el ceño fruncido-.
-Buen día señor, creo que está en su habitación, por la hora, debe estarse alistando para ir a la universidad -Le responde ella, con una dulce sonrisa-.
-Ok, cuando baje, le dices que vaya a mi despacho, por favor -Le dice Esteban-.
-Está bien señor, yo le digo -Cecilia asintió y le sonrió-.
Esteban no dijo nada más y se regresó a su despacho. Giró la Manilla de la puerta y entró, cerró y caminó hasta su escritorio, se sentó en su butaca, desabrochó un botón de su camisa, se echó hacia atrás y suspiró. Se sentía realmente cansado, agotado y fatigado. Esteban desde muy joven se preparó, siguiendo los consejos de su padre y, con eso logró todo lo que se propuso; él sólo quiere lo mismo para su hijo, aunque no le habla con las palabras adecuadas, sólo busca lo mejor para Gustavo.
-¿Para que querías hablar conmigo? -Entró al estudio de su padre y le preguntó con desdén-.
-Primero saluda a tu padre -Le dijo Esteban con energética seriedad-
-No tengo mucho tiempo papá, ya debo irme a la universidad -Realmente Gustavo si estaba apurado, pero más que eso, no quería tener la plática de siempre con su padre.
-Espero que algún día, entiendas porqué te digo las cosas -La mirada de Esteban cambió de dureza y frialdad, a nostalgia-. Todo lo que te digo, es por tu bien. Tu abuelo hizo lo mismo conmigo y mira dónde estoy, mira todo lo que he logrado -Abre los brazos.
-Y eso está bien, papá, pero no pretendas que sea como tú y, lo que quieres de mi, es muy diferente a lo que me dices ahora -Le dice Gustavo, con algo de frialdad-. Con eso sólo arruinarían mi juventud, mi futuro, mis sueños y mis metas y yo no quiero eso -Le dice con firmeza.
-Nada de eso pasará hijo -Niega con la cabeza-. Lo tienes todo; yo sólo te pido que me cumplas mi sueño de verte realizado.
-No papá, tú sólo tienes un capricho y yo no nací para complacer a nadie -Le dice con energética seriedad y sale del despacho.
Gustavo salió de la mansión, muy hastiado por la conversación que tuvo con su padre. En realidad no sabía por qué tenía el empeño de querer manejar su vida a su antojo, por qué tanto empeño en que se casara y tuviera hijos, si aún era muy joven para eso. Sinceramente él no quería hacer caso a eso, le molestaba, sí, pero sólo quería estar tranquilo y seguir estudiando y cumplir sus metas, sin que su padre se entrometiera y cambiara sus decisiones. Algo que Gustavo no sabía, era la verdadera razón por la cuál su padre quería que él se casara y tuviera hijos rápido. Un secreto que sólo Esteban sabía; era un fuerte secreto que le iba a cambiar la vida a Gustavo, tanto que al enterarse, nacería en él, un gran arrepentimiento.
Un suspiro escapó de los rosados labios de Cecilia, mientras miraba una fotografía de Gustavo, la cuál estaba en una mesa de madera en la sala. Miraba dicha foto, recordando el momento en que lo vió por primera vez. Sentía algo, más no sabía que; se decía a ella misma repetidamente que por nada del mundo debía enamorarse de él. Ese tipo de romances nunca terminaban bien y ella no sería la excepción. Una empleada que se enamora de su jefe, siempre termina mal, a demász Gustavo tenía novia y probablemente, se iban a casar.
-¿En qué tanto piensas, Cecilia? -Le preguntó Maite.
-En nada, son sólo tonterías -Dejó la fotografía en su lugar.
-¿Estás segura? -Le preguntó la mujer, inquisitiva.
-Sí -Le sonrío y caminó hacia el sofá grande.
-Diría que ese suspiro tuyo se debe a Gustavo, o ¿me equivoco? -Maite se cruzó de brazos.
-Sí, te equivocas, estaba pensando en mi madre, es todo.
-Está bien, pero sólo te diré algo y espero me hagas caso -La señala-. No te enamores de Gustavo, él no te conviene, tiene novia, a demás es rico, tú no y esas cosas siempre terminan mal -Le advirtió.
-No tienes nada de que preocuparte, Maite. Puedes estar tranquila -Le volvió a sonreír.
Algo que Cecilia y Maite no sabían, era que, Sandra estaba del otro lado del pasillo escuchando toda la conversación. Tenía el ceño fruncido, luego sonrió de una manera frívola; tenía una mirada de intriga, colocó su dedo índice en su barbilla y entornó los ojos. Sabía que aquella información, le serviría de algo.
-Con qué la dulce sirvienta está enamorada de Gustavo -Dijo Sandra, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
A partir de ese día, la vida de Cecilia se iba a convertir en un infierno. Una oscura tormenta se le avecinaba. Pensó que su sufrimiento se terminó en su infancia, pero se equivocó, lo que estaba por sucederlez era sólo el comienzo de una terrible pesadilla.
Llegó una nueva mañana en la mansión Ferrer. Cecilia se levantó temprano, se aseó y se arregló; ese era su día de descanso y, estaba contenta de visitar a su madre, después de tantos días sin verla. Se puso una camiseta blanca, con un estampado de flores, sobre ella una chaqueta de jean, color azúl, una falda y unas sandalias marrones. Se veía hermosa. Se recogió el cabello, dejándose una cola. Sí, se veía hermosa. Cecilia pensaba siempre en que, no conocía a nadie con su entusiasmo, su carisma, la manera en qué siempre sonríe ante cualquier situación, pero todo aquel entusiasmo y felicidad, estaban por desaparecer.Cecilia iba caminando por la sala, en busca de Maite para despedirse y en el camino se encontró con Germán, quién no perdió la oportunidad para molestarla una vez más.-Vaya, que hermosa te ves -Le sonrío de manera pícara y morbosa-. Esa falda te queda bien.-No estoy para tus juegos, no me molestes -Ella lo evadió y siguió caminando.-¿A dónde
El día se había hecho demasiado largo para Cecilia, no podía pensar en otra cosa que en la enfermedad de su madre. También pensaba en la forma en como iba a conseguir el dinero para las medicinas y la operación. Eran demasiadas las cosas que ella tenía en su cabeza, sinceramente no pensaba con claridad, pero lo único que estaba claro para ella, era que fuese lo que fuese, de la manera que fuese, ella tenía que buscar la forma de ayudar y salvar a su madre.Paradójicamente, el dolor que sentía y el llanto que la había ahogado horas antes, fue lo que le devolvió las fuerzas a Cecilia. Un dolor que le comunicaba, con su alma de hija y que avivó un fuerte sentimiento de responsabilidad. Tenía miedo de sentirse abandonada y sola. Justo en ese momento, en la soledad de su habitación, se dió cuenta de que no podía permitirse el lujo de llorar, cuando estaba en juego la vida de su madre. Eso, unido al infierno que Sandra y Germán le hacían vivir...-¿Que tienes? -Maite se cruzó de brazos al v
Los días transcurrieron rápidamente, al igual que las semanas. Era un nuevo día, dónde todos se enfrentaban a su monotonía diaria.Cecilia había ahorrado algo de dinero para las medicinas de su madre, para que al menos, antes de tener el dinero de la operación, ella pudiera estar un poco más tranquila. Irene, una amiga de Cecilia, era quién iba una vez al día a casa de Estela para cuidarla y verificar de que se tomara su medicamento. Así, Cecilia podía trabajar tranquilamente, siempre y cuando, no sé cruzara con sus verdugos...-¡Cecilia! -Le grita Sandra desde la sala.-Diga señora, ¿para que me necesita? -Le responde la chica, quién salió rápidamente del comedor.-¿Que es esto? -Le pregunta, al enseñarle un vestido.-Un vestido suyo -Le responde Cecilia con energética obviedad, cosa que ofendió mucho a Sandra.-Sí, estúpida, ya sé que es un vestido mío -Le dice Sandra, con rabia. La miraba con desprecio, mientras fruncía el ceño-. ¿Crees que esto está bien lavado y planchado? -Le ti
Cecilia acomodaba los cojines de los sofás de la sala. Gustavo, bajó a la sala, para ir a la cocina por su desayuno. Caminaba lento, para poder verla. Sonreía al hacerlo. No podía dejar de verla, para él, era como estar mirando un ángel, Cecilia era la chica más hermosa y dulce que él había conocido.-¿Le pasa algo, joven? -Le preguntó Cecilia.-No, nada, tranquila. Continúa con lo tuyo -Le sonrío.-Que le vaya bien hoy -Ella le sonrió también.-Gracias Cecilia -Gustavo la miró, regalándole una hermosa sonrisa, se le acercó y la tomó de las manos-. Gracias por ser tan dulce y amable.Aunque lo había intentado, no podía ocutarlo más. Al sentir sus manos tocar las suyas, Cecilia sentía alivio, era como volar en las nubes. No podía dejar de mirar sus manos jóvenes, pero varoniles. Su rostro parecía haber sido tallado por los mismos ángeles; sin duda el chico más guapo que haya conocido.Sus miradas se encontraron en un mismo espacio, regalándose el uno al otro cálidas sonrisas. Ella sent
El sol salió resplandeciente aquella mañana, más brillante que nunca, pero ni aquella luz tan hermosa alegraba a Cecilia. No durmió bien, sus ojos estaban rojos de tanto llorar debido a dos cosas: La enfermedad de su madre y las constantes humillaciones de Sandra, aunado a eso, las molestias y el acoso de Germán. Pero debía aguantar, no podía darse el lujo de renunciar.No podía dejar de pensar en el beso que Gustavo le dió, ya eran muchas cosas las que tenía en su cabeza; la enfermedad de su madre era la que más le preocupaba aunque también tenía miedo de que alguien se enterara de lo que sucedió entre ella y Gustavo. Con ese beso, ya no lo podía negar más. Lo tenía claro, estaba enamorada, perdidamente enamorada del hijo de su jefe, de Gustavo Ferrer.La tarde era fría y Esteban Ferrer no dejaba de pensar en lo que Maite no terminó de contarle; no se comió el cuento de se trataba de su hijo. Que no podía morirse sin antes ver a su hijo casado, sabía que era algo más y por alguna raz
Eran las 3:00 de la tarde y Cecilia estaba lista para irse, no podía borrar de su rostro su sonrisa. Realmente se sentía feliz por lo que su jefe, Esteban Ferrer, hacia por ella. Le alegraba mucho que a pesar del momento tan duro por el cual pasaba, existiera alguien que se preocupara por ella. No quería perder más tiempo, por lo que sólo recogió su cabello en una cola; salió de su habitación, bajó las escaleras y escuchó a Sandra llamarla, ahí su sonrisa se esfumó.-Necesito que organices mi ropa -La miró con frialdad.-Lo siento, pero no puedo hacer eso -Le respondió la chica. Tuvo carácter y mantuvo la frente en alto.-¿Cómo que no? -Le preguntó con molestia. Frunció el seño con rabia-. Tú trabajas para mí, así que subes y organizas mi ropa, pero rápido -Le gritó.-Y yo ya le dije que no -Le dijo Cecilia con energética seriedad.-¿Quién te crees que eres para hablarme así? -Sandra levantó su mano intentando darle una bofetada a Cecilia.-¡Tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer
Maite le llevaba la cena a Esteban a su habitación. Debido a que no estaba de buen humor con su hermana, no quiso cenar con ella en el comedor.Maite dejó la bandeja con la cena en la cama de Esteban, quien recién salía del baño.-Señor, aquí está su cena -Maite le sonrió con amabilidad.-Muchas gracias, Maite -Con la otra toalla se secaba el cabello- y, por favor voy a necesitar que en unos minutos, me traigas una carpeta roja, que está en el escritorio de mi despacho -Le ordenó, con amabilidad.-Sí, por supuesto, en un rato se la traigo -Ella asintió.-Gracias -Le dijo él.-Con permiso -Dice y se retira.Esteban le echó un vistazo a su teléfono, respondió algunos mensajes y se dispuso a cenar.Cecilia abrió la puerta de su casa y junto a Gustavo entraron. En la sala se encontraban la mejor amiga de ella y su mamá. Ambas sonrieron al verla y se sorprendieron un poco, verla acompañada de un chico.-Hola mamá -Se acercó a ella, abrazándola.-Hija, que gusto verte, pero ¿no trabajas hoy
Gustavo y Cecilia se estaban despidiendo. No podían mirarse a los ojos sin dejar de sonreírse. Gustavo le acariciaba las mejillas y le decía que era muy hermosa. Ella sólo cerró los ojos y disfrutaba de sus caricias. Él le hacía sentir de una manera especial, se sentía querida. Pensaba que él era el chico más maravilloso del mundo y que no era como el resto. Por otro lado, Gustavo sentía que por primera vez, estaba siendo sincero, en cuanto a sus sentimientos; estaba muy atraído por Cecilia, sinceramente, no quería irse, ni dejar de estar un sólo momento sin ella. Por primera vez en su vida, Cecilia se sentía amada de verdad. Pero la felicidad a veces, no dura para siempre...-No quisiera irme, pero tengo que hacerlo -Le dijo él con algo de pena y tristeza.-Yo tampoco quiero que te vayas, pero nos veremos mañana -Le sonrió y se mordió el labio inferior.-Eso es lo que me da tranquilidad -Sonrió con alivio-. Nos vemos mañana -La besó.-Adiós -Le brillaban los ojos de felicidad. Al de