Bueno bueno, que nuestra Lucía de calladita no tiene nada, creo que va a colmar la paciencia del diablo jaja Gracias por leer!!
LucíaEl mundo parece detenerse por un momento. Mi respiración se acelera, y el calor de la vergüenza sube hasta mi rostro. Intento cubrirme como puedo con la pequeña toalla, pero es inútil.Dante no dice nada. Solo me observa con esa intensidad que me hace sentir como si pudiera ver más allá de mi piel, más allá de mis pensamientos. Finalmente, rompe el silencio con una voz baja y controlada:—Debí tocar la puerta.Y con eso, se da la vuelta y sale de la habitación, dejándome allí, temblando y completamente expuesta, tanto física como emocionalmente.El eco de sus pasos alejándose me devuelve a la realidad. Rápidamente corro de regreso al baño, sosteniendo el lavabo con ambas manos mientras intento calmar mi respiración.Mis ojos van al reflejo que me regresa al espejo y me llevo las manos a las mejillas al darme cuenta lo sonrojadas que las tengoo. No puedo creer que me haya pasado esto.¡Cómo es posible que no lo haya escuchado entrar!s—¡Es tan vergonzoso!Sacudo la cabeza con fu
DANTEEl reflejo de su piel mojada y reluciente sigue grabado en mi mente como una marca imborrable. No logro concentrarme, aunque lo intento con todas mis fuerzas. Me siento atrapado en un torbellino de pensamientos y emociones que me son completamente ajenos: confusión, frustración y algo más… algo que no puedo o no quiero nombrar.¿Por qué estoy reaccionando así? No es como si no hubiera visto a una mujer desnuda antes. Pero Lucía... ella es diferente, empezando porque es totalmente desesperante e irritable, antes de hoy ni siquiera había tenido un pensamiento de ella subido de tono.Su imagen no debería estar en mi cabeza, y mucho menos con este nivel de detalle.Apretando el puente de mi nariz, intento apartar esos pensamientos inútiles mientras reviso unos documentos en mi estudio. Pero incluso aquí, su rostro sigue apareciendo. M*****a sea.La puerta se abre de golpe, y Luciano entra con su usual aire despreocupado. Me observa con una expresión que mezcla curiosidad y burla.—
LucíaEstoy acostada en la cama, pero el sueño no llega. A pesar del cansancio, mi mente no deja de dar vueltas. Los eventos del día no paran de reproducirse en mi cabeza como una película interminable: los disparos, las pisadas apresuradas en el hospital, el rostro de Dante mientras nos protegía… esa bala que habría acabado conmigo de no ser por él.Cierro los ojos con fuerza, pero es inútil. A pesar de todo lo que leí, de lo que él mismo admitió, ¿cómo encaja ese acto en la imagen que tengo de un mafioso? ¿Quién arriesga su vida por alguien más de esa manera?—¡Dios! —susurro frustrada, girándome una vez más en la cama.El peso de la incertidumbre es insoportable. Necesito entender, pero más que nada, necesito agradecerle. No importa lo que sea, no importa lo que haya hecho en su vida, Dante salvó la mía y la de mi hijo. Eso, al menos, merece un "gracias".Suspirando, decido que no tiene sentido seguir revolcándome en la cama. Me levanto con cuidado, tomo una bata y salgo de la habi
DanteYa han pasado tres días desde el atentado y el niño no ha dejado de perseguirme por la casa en cualquier oportunidad para preguntarme si hoy vamos a ver a Santa mientras cuenta los días que faltan para navidad.Por mi propia salid mental he decidido acabar con el tema hoy mismo, por lo que me encuentro encerrado en mi despacho que está bañado por la tenue luz del amanecer. El aire es fresco, pero dentro de la habitación reina el silencio absoluto, solo roto por el sonido de las teclas mientras termino de ajustar el itinerario. Todo debe estar cronometrado. Hoy, más que nunca, necesito que cada movimiento sea impecable, pues si hay algo que odio son las sorpresas.Mi mirada se pierde unos segundos en el paisaje que se vislumbra por la ventana, aunque mis pensamientos están muy lejos. Este no es un simple paseo familiar; cada paso que doy es un mensaje para mis enemigos. No me escondo, no huyo.La puerta se abre sin previo aviso, y Luciano entra. Su expresión es seria, pero eso n
LucíaRegresar a la mansión después de la salida con Nico y Dante debería ser reconfortante, pero mi mente está enredada. No dejo de darle vueltas a los pequeños gestos de Dante. El hombre que parecía tan distante, casi inhumano en su frialdad, hoy fue diferente. Aunque su tono seguía siendo cortante, hubo algo cálido en su interacción con Nico.Camino junto a ellos por el gran salón, donde las luces del candelabro proyectan destellos sobre el mármol pulido. Nico corre emocionado, sus pasos resonando en el aire, hasta detenerse frente a Dante.La sonrisa en el rostro de mi pequeño ángel es enorme, hace mucho tiempo que no lo veía tan feliz, la enfermedad pareció irse llevando poco a poco todas sus alegrías y el desprecio de Esteban casi termina de hacer desaparecer al niño que traje al mundo.Pero ahora, aquí, es como si mi niño hubiese renacido.—¡Gracias por llevarme con Santa! —dice mi hijo, abrazando las piernas de Dante con fuerza—. ¡Y por traducir mi deseo!Me detengo, observan
Lucía —¿Qué te ha traído a la guarida del diablo, Lucía? Siento que mi cuerpo entero se tensa al escucharlo: la guarida del diablo. Él no tiene ninguna intención de ocultar quién es. Lo que es, por el contrario parece más decidido que nunca en recordarme en cada oportunidad en dónde he decidido quedarme y no se cómo interpretar aquello. El aire en el despacho se siente pesado, cargado de una tensión que parece envolverlo todo. A pesar de su seriedad constante, hoy hay algo distinto en él, algo que no sé descifrar, pero no estoy dispuesta a retroceder. Ni siquiera ante su pregunta intimante. Ya estoy aquí, y no pienso irme sin intentarlo. Él me observa desde detrás de su escritorio, sus ojos grises fijos en mí, evaluándome como si estuviera decidiendo si valgo la pena o no. Es intimidante, lo admito, pero no puedo dejar que eso me detenga. Respiro hondo y hablo antes de que mi valentía me abandone. —Me gustaría que me permitas ayudar en la casa —digo con suavidad, pero sin tit
DanteEl despacho está sumido en un silencio cómodo, interrumpido solo por el leve crujido de la silla cuando me reclino ligeramente hacia atrás. Observa cómo Lucía organiza con torpeza los suministros médicos que Francesca dejó hace un momento. No puedo evitar sentirme fuera de lugar en esta situación. Las heridas, los vendajes, el dolor físico… todo eso es parte de mi vida. Pero esto, alguien preocupándose por mí de esta manera, es un terreno desconocido.—No necesitas hacer esto, Lucía —digo, mi tono más frío de lo que pretendía.Ella ni siquiera levanta la cabeza, ocupada en abrir una pequeña botella de antiséptico.—Déjame decidir eso, Dante. Siéntate.Frunzo el ceño. No estoy acostumbrado a recibir órdenes, mucho menos de alguien como ella, que hace apenas unos días temblaba de miedo. Ahora, sin embargo, parece que no le importa que yo sea quien soy.—Estoy acostumbrado a lidiar con estas cosas —insisto, intentando mantener el control.Finalmente, levanta la vista y me mira dire
LucíaSalgo del despacho con pasos apresurados, tratando de mantener mi respiración bajo control, pero mi cabeza no deja de dar vueltas. Lo que acaba de pasar con Dante me ha dejado más confundida que nunca. Su cambio arrepentido de actitud, esa mirada casi… vulnerable cuando mencionó la pérdida de alguien, todo eso me ha descolocado.¿Quién pudo haber sido? La pregunta se clava en mi mente mientras camino por los interminables pasillos de la mansión. La idea de que tal vez estuvo casado, de que amó profundamente a alguien y la perdió, hace que mi pecho se sienta extraño.“¿Por qué debería importarme?” Me detengo un momento, apoyándome contra una de las paredes mientras sacudo la cabeza, intentando deshacerme de esos pensamientos. Él no tiene nada que ver conmigo. Ni su pasado, ni su presente.Pero aún así, “Quizás por eso es tan frío. Porque perdió a alguien importante. Tal vez por eso no hay otras mujeres aquí…”Me siento molesta conmigo misma por analizarlo tanto. Estoy aquí por