Capítulo 3

Simon estaba completamente absorto en sus pensamientos, obsesionado con el inminente encuentro con la policía. Era consciente de que ella no tenía ni la más mínima sospecha de que él era el individuo que buscaban en todo el departamento. Su mente maquinaba estrategias para actuar de manera impecable, evitando cualquier indicio que pudiera despertar la más mínima sospecha. Una vez seguro de su inocencia aparente, planeaba someterla a un interrogatorio meticuloso, revelándole detalladamente el motivo detrás de cada uno de sus actos. Por supuesto, todo el encuentro estaría meticulosamente grabado y posteriormente sería difundido en su página web, la cual ganaba notoriedad día a día.

Mientras tanto, en su mente se desplegaban un sinfín de posibilidades y escenarios, cada uno más retorcido que el anterior. Visualizaba el momento en que ella, confundida y vulnerable, caería en sus garras, sin siquiera sospechar el destino que le aguardaba. La anticipación de ese momento lo consumía por completo, alimentando su sed de control y poder sobre la situación.

Simon se regocijaba en la complejidad de su plan, en la meticulosidad con la que había urdido cada detalle. Para él, aquel encuentro no sería solo una confrontación, sino un espectáculo cuidadosamente orquestado para deleite de su creciente audiencia en línea. La idea de convertirse en una figura legendaria, temida y admirada a partes iguales, le llenaba de un éxtasis perverso.

Y así, sumido en sus oscuros pensamientos, Simon esperaba impaciente el momento de llevar a cabo su retorcido plan, confiado en que su maestría en el engaño y la manipulación lo llevaría hacia la culminación de sus más siniestras ambiciones.

Después de pasar varias horas inmerso en sus pensamientos, Simon finalmente decidió salir de su escondite y dirigirse hacia la casa de la pelirroja, con la intención de evaluar si era un buen momento para llevar a cabo su retorcido plan. Al llegar, se sorprendió al descubrir que la joven no estaba sola; en su compañía se encontraba un hombre alto de cabello marrón oscuro. Ambos estaban sentados en el sofá de la sala, absortos en la monotonía de algún programa televisivo aburrido.

La presencia de un extraño en el hogar de la pelirroja no afectó en lo más mínimo los planes de Simon. Por el contrario, vio en esta situación una oportunidad aún más intrigante: no solo podría llevar a la pelirroja a su "cuarto de juegos", como solía llamar a su espacio de manipulación y control, sino que también podría incluir a su inesperado compañero en su siniestro juego.

Con paso cauteloso, Simon comenzó a trazar mentalmente su estrategia. Observó detenidamente la dinámica entre la pelirroja y su visitante, buscando cualquier indicio que pudiera ser útil para su propósito. Cada gesto, cada palabra intercambiada entre ellos, era meticulosamente analizada por la mente retorcida de Simon, quien veía en cada detalle una oportunidad para avanzar en su objetivo.

Una vez que se sintió seguro de haber evaluado la situación lo suficiente, Simon se dispuso a actuar. Con una sonrisa falsa en los labios y un semblante tranquilo, se acercó al dúo en el sofá, ocultando hábilmente sus verdaderas intenciones tras una apariencia de cordialidad. Su mente maquinaba planes cada vez más elaborados, anticipando cada movimiento y reacción de sus víctimas potenciales.

Para Simon, aquel encuentro no era solo una oportunidad para llevar a cabo su retorcido juego; era una muestra más de su habilidad para manipular y controlar a aquellos que se encontraban a su alrededor. Y mientras se sumergía más y más en su oscuro mundo de intrigas y engaños, Simon sabía que el momento de poner en marcha su plan estaba cada vez más cerca.

Con paso sigiloso, Simon se deslizó hacia la parte trasera de la casa, su mente maquinando cada movimiento con precisión casi quirúrgica. La oscuridad de la noche se cernía sobre él, aliada en su plan para eludir cualquier posible testigo no deseado. Con manos expertas, manipuló el interruptor principal, sumiendo la casa en la penumbra total.

Su corazón latía con excitación contenida mientras aguardaba el momento crucial. Sabía que la interrupción súbita de la luz sería la señal para que la pelirroja, movida por la curiosidad, se levantara del sofá y se aventurara hacia la fuente del problema. Era el momento perfecto para actuar.

Con sigilo felino, Simon se preparó para el siguiente paso de su plan. Una vez que la pelirroja apareciera, él estaría listo para desatar su movimiento maestro. Una única acción, un golpe rápido y certero, sería suficiente para dejarla fuera de combate, incapaz de resistirse a su voluntad.

Pero Simon no había anticipado la presencia del hombre de cabello marrón oscuro. Su mente calculadora ahora tenía que ajustarse a esta nueva variable. No obstante, no se inmutó. Adaptarse era parte de su naturaleza. Con determinación fría, consideró sus opciones y decidió que no había lugar para la improvisación.

Cuando la pelirroja no regresó como esperaba, el hombre se levantó, preocupado por su ausencia. Era el momento para que Simon actuara con rapidez y eficacia. Si el golpe no fuera suficiente, tenía preparado un plan de contingencia. En su mano izquierda, un paño impregnado con cloroformo aguardaba como un as en la manga, listo para entrar en juego en caso de necesidad.

Para Simon, cada obstáculo era simplemente una oportunidad para demostrar su astucia y determinación. No había margen para el error. Con cada movimiento calculado, se acercaba más a la realización de su siniestro designio.

Todo había transcurrido exactamente según el meticuloso plan trazado por Simon, cada pieza encajando con precisión quirúrgica en el rompecabezas de su retorcido designio. Sin embargo, la realidad se encargó de recordarle que, incluso en los planes más perfectos, siempre existe la posibilidad de imprevistos.

El golpe repentino y contundente en su nariz, infligido por el hombre de cabello oscuro, fue como un despertar abrupto de un sueño perfecto. El dolor agudo y la sangre que brotaba no estaban en los cálculos de Simon, pero en un extraño giro del destino, interpretó este percance como un signo de éxito. Después de todo, ¿qué sería una victoria sin un poco de sangre derramada?

Con una mezcla de dolor y satisfacción, Simon logró someter a sus dos inesperados prisioneros y los cargó en la parte trasera de su coche. La adrenalina aún bombeaba por sus venas, alimentando su excitación por los "juguetes nuevos" que había adquirido. El trayecto de regreso hacia su departamento se convirtió en un viaje de anticipación y deleite retorcido, mientras imaginaba las torturas que infligiría al responsable de su nariz rota.

Sin embargo, en medio de su euforia, una preocupación más mundana se filtró en su mente. ¿Cómo explicaría esta repentina lesión a Alice? Sabía que las preguntas surgirían inevitablemente, y no podía permitirse que sus mentiras fueran descubiertas. Debía buscar una explicación creíble, una narrativa convincente que desviara cualquier sospecha indeseada.

Mientras manejaba con determinación hacia su destino, la mente de Simon trabajaba a toda velocidad, tejiendo una red de mentiras y medias verdades para proteger su oscuro secreto. Sabía que su habilidad para manipular la verdad sería puesta a prueba una vez más, pero confiaba en su capacidad para salir ileso de este nuevo desafío. Después de todo, el engaño y la manipulación eran sus armas más poderosas, y estaba decidido a usarlas con maestría para mantener su siniestro mundo intacto.

La noche cayó con un velo oscuro sobre la ciudad, envolviendo cada rincón en un manto de misterio y sombras. Para Simon, era el preludio de un descanso merecido después de una jornada llena de emociones y triunfos oscuros. Se deslizó entre las sábanas con una sensación de satisfacción palpable, como si cada fibra de su ser supiera que estaba en la cúspide de su poder.

Su mente, sin descanso, bullía con planes y fantasías retorcidas mientras se entregaba al sueño. La cita con la policía se cernía sobre él como una sombra amenazante, pero Simon no sentía miedo, sino una anticipación casi adictiva. Sabía que tenía el control, que podía manejar la situación a su antojo y salir triunfante, como siempre lo hacía.

Pero era la presencia de sus dos "juguetes nuevos" lo que encendía la llama de su imaginación. Se regocijaba en la idea de los experimentos que llevaría a cabo en ellos, las formas en que los sometería a su voluntad y los haría sufrir en nombre del entretenimiento retorcido de sus seguidores en línea. Cada gemido de dolor sería una sinfonía para sus oídos, cada lágrima derramada una obra de arte en su honor.

Un destello de luz danzó en la oscuridad cuando Simon encendió un cigarrillo, su resplandor anaranjado iluminando brevemente la habitación antes de extinguirse. Era un gesto de indulgencia, un pequeño placer antes de sumergirse en el reino de los sueños. Inhaló profundamente, permitiendo que el humo llenara sus pulmones, y luego apagó la brasa con un gesto casual.

Con la mente zumbando con anticipación, Simon se dejó llevar por el abrazo reconfortante del sueño. Y en las profundidades de su mente, en el reino de lo inconsciente, sus sueños tomaron forma, tejiendo imágenes de su pasado tumultuoso. Sus padres y su hermano, figuras borrosas y distantes, se alzaron ante él en un ballet de recuerdos y emociones entrelazadas. Aunque Simon había enterrado profundamente esos recuerdos, en el silencio de la noche, surgían para acecharlo una vez más, recordándole de dónde venía y lo que había perdido en el camino hacia su oscura gloria.

El sol se mecía perezoso en el horizonte, arrojando destellos dorados sobre la ciudad mientras el reloj marcaba las tres de la tarde. Simon, con la determinación palpable en cada paso, ingresó al baño para darse una ducha rápida antes de su cita con Alice. Diez minutos de vapor y agua, un breve respiro en el tumulto de su mente calculadora, y emergió renovado, listo para conquistar a la policía y hacerla caer irremediablemente bajo su encanto.

Al salir de su departamento, el reloj marcaba las tres y media, el momento exacto en el que su destino se encontraba a la espera. Mientras tanto, en el santuario de Alice, el teléfono celular parpadeó con un mensaje, una notificación electrónica que anunciaba la llegada de Simon a las puertas de su mundo. Eran las tres y cincuenta y cuatro, un detalle que no pasó desapercibido para ella.

En el santuario de Alice, el tiempo adquirió un nuevo significado. La puntualidad, una virtud tan apreciada y tan rara en los días de hoy, no pasaba desapercibida para ella. Encontraba cierto encanto en aquellos que valoraban la importancia de cumplir con los compromisos a tiempo, una cualidad que hablaba de responsabilidad y respeto por el tiempo de los demás. Y en Simon, descubría ese rasgo, un destello de orden en el caos del mundo que la rodeaba.

Con el rojo de su sobretodo destacando la intensidad de sus labios y haciendo que sus ojos brillaran como estrellas en la noche, Alice descendió en el ascensor, su última mirada en el espejo revelándole una imagen de confianza y belleza. Estaba lista para enfrentar lo que el destino le deparara, lista para sumergirse en la corriente de lo desconocido con la esperanza de encontrar algo más que solo un encuentro casual.

Mientras Alice se acomodaba en el asiento del auto, un susurro de fragancia masculina envolvía su entorno, penetrando sus fosas nasales con una sutileza embriagadora. Desde siempre había tenido una debilidad por los perfumes masculinos, y aquel que Simon había elegido para ese día era uno de sus favoritos. Con cada bocanada, se sumergía más en su atmósfera, dejándose llevar por la impresión de que Simon estaba llevando la cita de manera impecable, incluso antes de que comenzara oficialmente.

Mientras tanto, en la mente de Simon, las fantasías más oscuras bullían como lava bajo presión. Su enfoque estaba lejos de la conversación banal que le esperaba con Alice. En cambio, su mente se perdía en las profundidades de su sótano, donde dos figuras indefensas yaceían atadas y privadas de luz. La idea de tener a dos personas completamente a su merced, de ser el único dueño de sus destinos, lo excitaba de una manera que rozaba lo enfermizo.

Cada pensamiento, cada imagen, alimentaba su deseo de control y poder, encendiendo una llama ardiente en lo más profundo de su ser. Para él, la idea de tener a otros a su merced era más que una fantasía; era una necesidad visceral que lo consumía desde adentro. Y mientras conducía hacia lo desconocido, Simon se regodeaba en la anticipación del poder que estaba a punto de ejercer sobre aquellos que habían caído en su trampa retorcida.

Simon guió el auto hacia una de las encantadoras cafeterías que frecuentaba con regularidad, un lugar donde el aroma del café recién hecho y el bullicio de las conversaciones creaban un ambiente acogedor y familiar. Con habilidad, maniobró el vehículo hasta el estacionamiento y, sin perder tiempo, salió rápidamente para abrir la puerta del pasajero, como un auténtico caballero del siglo XXI.

Este gesto, meticulosamente planeado como parte de su estrategia para cautivar a Alice, iba más allá de una simple cortesía. Simon sabía que el arte de la seducción requería atención a los detalles, gestos que, aunque aparentemente pequeños, podían tener un impacto monumental en la percepción de una persona. Y así, con cada acción, tejía una red de encanto y sofisticación destinada a envolver a Alice en un hechizo del que no podría escapar.

Mientras abría la puerta para ella, Simon observaba con disimulo las reacciones de Alice, buscando cualquier señal de admiración o agradecimiento en sus expresiones. Sabía que cada momento era crucial, cada interacción una oportunidad para profundizar su conexión y establecer un vínculo más fuerte entre ellos.

Pero detrás de su fachada de caballero galante, Simon albergaba un propósito más oscuro y retorcido. No se conformaba con simplemente conquistar el corazón de Alice; quería envolverla en sus redes, seducirla hasta el punto en que ella no pudiera resistirse a sus encantos. Era un juego de manipulación y seducción, un baile peligroso en el que Simon era el maestro de ceremonias y Alice, la ingenua protagonista atrapada en sus artimañas.

Así, mientras caminaban juntos hacia la entrada del café, Simon sonreía con confianza, sabiendo que cada paso lo acercaba un poco más a su objetivo final: el dominio absoluto sobre el corazón y la mente de Alice. Y aunque ella aún no lo sabía, ya estaba cayendo bajo el hechizo irresistible de su encanto calculado.

Adentrándose en el acogedor local, Simon y Alice encontraron refugio en una de las mesas estratégicamente ubicadas al fondo del establecimiento, rodeados por la atmósfera vibrante y reconfortante de la cafetería. Mientras se acomodaban en sus asientos, un camarero diligente se acercó para recibir su pedido, y ambos optaron por un café grande con crema, una elección que prometía mantener sus sentidos alerta y sus mentes despiertas durante su encuentro.

Para Simon, cada momento era una oportunidad para desplegar su encanto y habilidades sociales. Mientras esperaban su orden, su mente maquinaba estrategias para mantener la conversación fluida y entretenida, evitando a toda costa que la velada se convirtiera en un mar de silencios incómodos. Sabía que el éxito de la cita dependía en gran medida de su capacidad para mantener a Alice cautivada, para hacerla sentir especial y deseada en su compañía.

Con astucia y determinación, Simon exploraba mentalmente una amplia gama de temas de conversación, desde los eventos de actualidad hasta los intereses personales de Alice. Estaba decidido a encontrar el equilibrio perfecto entre el intercambio ligero y la profundidad emocional, creando así un ambiente propicio para la conexión genuina y el disfrute mutuo.

Pero más allá de su preocupación por mantener la conversación fluida, Simon también estaba consciente de sus propias necesidades y deseos. No podía permitirse aburrirse durante la cita, no cuando había tanto en juego. Con cada palabra pronunciada, cada risa compartida, buscaba encontrar un placer momentáneo que alimentara su ego y satisficiera su insaciable sed de control.

Así, mientras el aroma tentador del café llenaba el aire a su alrededor, Simon se preparaba para desplegar su encanto irresistible, listo para conquistar a Alice con palabras cuidadosamente elegidas y gestos de afecto calculados. Porque para él, la cita no era solo una oportunidad para conocer a alguien nuevo, sino una ocasión para afirmar su dominio sobre el mundo que lo rodeaba y alimentar su ego insaciable con la atención y admiración de los demás.

Entre sorbos de café y risas nerviosas, la conversación fluía entre Simon y Alice, cada pregunta y respuesta tejiendo un hilo invisible que los unía en ese momento fugaz. Sin embargo, para Simon, las preguntas comunes y corrientes que surgían en toda cita le parecían más bien trivialidades insulsas, carentes de la profundidad y el significado que él ansiaba. Cada vez que se le formulaba una pregunta banal como "¿A qué te dedicas?" o "¿Qué te gusta hacer?", Simon apenas podía contener un suspiro de aburrimiento, sus pensamientos navegando en aguas mucho más profundas y turbias que las superficialidades de la vida cotidiana.

Mientras tanto, Alice se encontraba completamente absorta en la historia que Simon le ofrecía, una narrativa elaborada cuidadosamente para cautivar su atención y despertar su compasión. Los ojos de Alice brillaban con fascinación mientras escuchaba los detalles de la vida ficticia de Simon, una historia de pérdida y superación que resonaba profundamente en su corazón compasivo. Cada palabra, cada matiz de emoción en la voz de Simon, contribuía a la ilusión de un pasado marcado por la tragedia y el dolor, un relato que despertaba en Alice un deseo ferviente de consolar y apoyar a este hombre cuyo espíritu parecía haber sido moldeado por el sufrimiento.

Con cada respuesta inventada, Simon se sumergía más profundamente en el papel que había creado para sí mismo, una máscara de vulnerabilidad y fortaleza que le permitía manipular las emociones de Alice a su antojo. Y mientras tejía su red de mentiras y medias verdades, Simon sabía que cada palabra pronunciada lo acercaba un paso más a su objetivo final: la conquista absoluta de Alice y la consolidación de su poder sobre su frágil corazón.

Entre las tazas humeantes de café y el murmullo constante de la cafetería, la conversación fluyó como un río, llevándolos por los meandros de la vida de cada uno. Se hicieron las preguntas típicas de cualquier cita: ¿A qué te dedicas? ¿Con quién vives? ¿Qué te gusta hacer? Simon, sin embargo, encontraba estas preguntas tediosas y sin sentido. Para él, la verdadera esencia de una persona no podía reducirse a simples respuestas predecibles y superficiales.

Por otro lado, Alice se encontraba fascinada por la historia que Simon había tejido, una narrativa cuidadosamente elaborada que había inventado para ocultar la oscuridad que realmente yacía en su pasado. Él le contó que era originario de una pequeña ciudad en Kansas, donde había crecido en un entorno marcado por la tragedia. La historia de cómo perdió a su hermano en un trágico accidente cuando tenía apenas dieciséis años resonaba en los oídos de Alice, despertando su compasión y empatía.

Sin embargo, lo que Alice no sabía era que no toda la historia que Simon había compartido era una mentira. La tragedia había dejado cicatrices profundas en el alma de Simon, cicatrices que nunca sanarían por completo. Su hermano realmente había muerto cuando él era adolescente, y aunque no había sido directamente su culpa, Simon llevaba el peso de la responsabilidad en lo más profundo de su ser. La culpa, el remordimiento y el dolor se habían convertido en sus compañeros constantes desde aquel fatídico día.

Y luego estaban sus padres, quienes, incapaces de lidiar con la pérdida de su hijo y la carga emocional que representaba su hijo superviviente, habían decidido alejarse de él, dejándolo solo para enfrentarse al mundo. Pero antes de hacerlo, lo habían sometido a la humillación de la terapia, una condición impuesta para evitar enfrentarse a las consecuencias legales de lo que había sucedido. Para Simon, esa experiencia había sido más que una simple consulta terapéutica; había sido un recordatorio constante de sus errores pasados, una sombra que lo perseguía en cada paso que daba.

Mientras Simon tejía su red de mentiras y medias verdades, llevando a Alice a un viaje por el laberinto de su propia invención, una parte de él se aferraba desesperadamente a la verdad que había sido enterrada bajo capas de engaño y autoengaño. Porque incluso en medio de la oscuridad de sus mentiras, había una chispa de verdad, una verdad que se resistía a ser olvidada, incluso en los rincones más oscuros de su alma atormentada.

El resto de la cita transcurrió sin contratiempos aparentes. A pesar de su desdén por las preguntas triviales y aparentemente sin sentido que surgían en todo tipo de encuentros sociales, Simon logró mantener una conversación superficialmente agradable con Alice, navegando hábilmente a través de los temas de discusión comunes. Mientras tanto, Alice, fascinada por la historia ficticia que Simon había tejido sobre su pasado, absorbía cada palabra con interés genuino, ajena al oscuro secreto que se escondía detrás de las apariencias.

Sin embargo, la verdad latente detrás de la fachada de Simon se hacía cada vez más evidente. Aunque su historia sobre la pérdida de sus padres y su hermano contenía elementos de verdad, la verdadera naturaleza de esos eventos era mucho más sombría de lo que él dejaba entrever. La culpa y el remordimiento lo perseguían desde aquella fatídica tragedia, cuando su imprudencia juvenil cobró un precio terrible, dejándolo solo y abandonado por aquellos que una vez lo amaron.

A pesar de sus propios demonios internos, Simon logró mantener su máscara de normalidad mientras cerraba los detalles para su próximo encuentro con Alice. La elección del restaurante para la siguiente salida fue un acuerdo mutuo, un pequeño paso hacia una relación que, en la superficie, parecía prometedora. Se comprometieron a encontrarse el próximo sábado por la noche en el lugar elegido, sin sospechar la oscuridad que acechaba detrás de las sonrisas y las palabras amables.

Al despedirse de Alice frente a su departamento, Simon ocultaba un secreto siniestro: el conocimiento de que, mientras ella regresaba a la comodidad de su hogar, él tenía a dos personas en su poder, listas para satisfacer sus deseos más retorcidos en el sótano de su morada. Con una sonrisa de satisfacción, se retiró hacia su propio refugio, consciente de que, por el momento, sus oscuros juegos continuarían sin ser descubiertos.

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