Damien.—Tienes que atender las organizaciones. —suelto con el alma quemando. Carraspeo para que lo que me ahoga se vaya, pero no obtengo buenos resultados. —Lo haremos juntos. —dice Zarya a mi lado, medio la veo. Sentada a mi costado, no parece querer irse, pero yo necesito estar solo. —No puedes perder tiempo. Y ahora soy más un retraso que ayuda. —me incorporo yendo a la puerta del baño. —Nunca serás un estorbo, D. Aquí estaré para tí. —asiento con la garganta quemando.Doy un asentimiento más, antes de cerrar la puerta. Suelto varias bocanadas de aire, queriendo apaciguar el dolor que me está resquebrajando el corazón que apenas lo siento palpitar. Me veo en el espejo y pueda que también le gusta burlarse de mí, porque la imagen del reflejo es deplorable. Abro una de las cajoneras donde reviso para buscar el botiquín con los medicamentos. Abro los demás, hasta que lo encuentro en el último. Destapo la caja en la que rebusco y al no encontrarlas lo tiro al piso hasta que veo el
Bennett —¿Es una acusación formal? ¿Tienen pruebas contundentes y reales para decir que fui yo? —pellizco el puente de mi nariz. Estoy a nada de romperle la cara al tipo frente a mí, que abre una carpeta, pasando las hojas con calma.—El arma de su padre que estaba en sus manos desde hace meses. Y casualmente se encontró en la escena del crimen. —muestra imágenes de la pistola que conozco de sobra. Nunca la quise y la metí entre los objetos personales que tenían en la vitrina en su honor desde el inicio. Ellos querían recordar al general. Yo no. —Sus huellas estaban en ella. Observo todo con desinterés. En verdad no puedo creer que la idiotez se haya obsesionado con quedarse en él. —El general Rinna querría justicia y eso le estamos dando, después de todo. —Espero que Giasintti se apresure, porque estoy a nada de romperle la cara al imbécil. —¿Dónde estuvo entre las once de la noche y las cuatro de la madrugada, señor Evans?Follando a mi rusa. —Durmiendo, como todo el mundo. —¿
Bennett.Mientras el auto se va desplazando, coloco el chaleco táctico que ajusto, abrocho las fundas de las armas en la pierna, la cintura y preparo los cartuchos que guardo en mi cinturón.Escucho atentamente a Adam que me pone al tanto de lo que ha pasado recientemente, durante las horas que pasé en esa sala de interrogatorios. El ataque al ministro posiblemente sea punto clave para resolver este enredo, algo me dice que es una puerta que no puedo desaprovechar, porque tal vez sea la última oportunidad y las opciones se agotan. Lo que me preguntaron meses atrás ahora toma mayor fuerza. No estoy dispuesto a quedarme en el bando perdedor. Cada vez más pruebas de que del bueno se aprovechan y del malo se quejan. Todos se iban por la benevolencia que dejaba ver el ministro, pero juzgaban a su hija por ser la que se oponía a actuar bajo su autoridad, ahora ambas están muertas y el tipo huyendo, aunque siguen queriendo que regrese. Quizá las asesinó él mismo, pero nadie se atreve a pe
Bennett Nunca me imaginé que llegaría el día en que vería imágenes del ministro ser tan aclamado como sucede en todos lados. La nación entera está tensa. Todos lo ven como una víctima, a quien atacaron solo por defender a su gente con gallardía. Tontos. Son solo un medio para quedar como el héroe cuando pueda salir y decir que fue un sobreviviente que luchó aún sin su familia o algo por el estilo. Ya sé cómo se gasta con los discursos y esta vez no será la excepción.Entro a la mansión cubierta por el humo. Aún se puede ver la sangre por todos lados y los escombros esparcidos, convirtiendo el sitio en una escena muy bien montada. Se esmeró mucho para que quedara perfecto y que nadie viera nada más que lo planeado por él. —La lista de las víctimas. —Adam me alcanza un papel, mientras me acerco a la puerta.Comienzo a leerla deteniéndome al ver algo que me hace sentir el sabor amargo en la boca. El nombre de la vieja que nos cuidó desde niños a Bonnie, Briana y a mí de alguna forma s
Bennett.Miro la hora y aún me quedan ocho horas para lo acordado, así que me voy al comando en donde Adam entra casi dos horas después, con una mascarilla quirúrgica cubriendo su boca. Se ve sudoroso y asquerosamente cansado. —Vomité. Mi estómago no soporta los olores fuertes, ni la comida. —se sienta, limpiando su frente. —¿Sabes cómo huele un muerto?No digo nada, solo observo su actitud de siempre. —Ahora imagina estar entre muchos de ellos. Sueltan grasa como...—Deja de decir tanta babosada y dame lo que encontraste. —le arrebato el informe de mala gana. Oigo cómo toma el basurero en donde empieza con las arcadas, como si no fuera quien acaba con vidas de criminales en todas las misiones, en tanto leo y miro cada hoja. Nunca me equivoco y esta no es la excepción. No eran ellas. Mi intuición ha ido mejorando. Creo saber cual es la causa. Voy por buen camino según mis conclusiones. Evoco la imagen de Vera. Busco su número en la lista de contactos y la encuentro hasta al fina
Bennett. —¿Cansado? Esa voz conocida me hace dirigir la mirada a la puerta solo para ver a la dueña de esta. Sus ojos me miran directamente y sus labios rojos están levemente extendidos. También está agotada por lo visto. —De la vida. —confieso, dejando que se acerque. Su perfume característico invade mi olfato, deleitándome con ello. —No eres el único. —se sienta en mi regazo y no muevo más que las manos para dejar que se recueste en mi pecho. La necesito más cerca que esto y debe entenderlo. —Creí que te esconderías después de ser expuestos. —la rodeo con mis brazos. —Siempre hay planes tras planes en estos casos, Soberbievans. —alcanza mi boca y la sostengo para que no se aleje rápido. Gruño. Sus labios carnosos son adictivos y con cierta capacidad de convencimiento, solo por tenerlos cerca, como ahora. Su deliciosa boca me reduce solo a un hambriento animal que ansía ser inmune a su poder, pero a la vez no querer alejarse nunca. Enredo mis dedos en su cabello que huelo, en
Bennett —Sabía de tus encuentros fortuitos en lugares poco concurridos, pero nunca imaginé que fueran de este tipo. —el único integrante de mi equipo camina con la alerta en todo su semblante. —Es en el último piso. —Y supongo que ascensor no hay. —se queja. —Mis días de hacer ejercicio son del 32 al 35 de cada mes, no hoy. —¿Algún día dirás algo coherente, Adam? —le reprocho sin nada de paciencia. Ambos nos adentramos al sitio, en donde miramos lo agrietado que está el edificio. Moho, ratas muertas y cosas viejas en cada esquina. El olor a antiguo vuela por el aire volviéndose tóxico y asqueroso. Estoy acostumbrado a estar en sitios nauseabundos, pero no quiere decir que no me parezca desagradable. Subimos por las escaleras, con las alertas encendidas, todo puede salirse de control. Llegamos al último piso y el panorama cambia. Hay dos sujetos en la entrada del pasillo y una extensa línea de los mismos hasta llegar a la puerta en la que seguramente se encuentra quien busco. No
Aarón ReedNunca me ha gustado el encierro. Detesto esa soledad en la cual uno se vuelve como un idiota para no salir de donde no quiere estar. No lo hice ni cuando mis padres murieron, debido a que solo pasó el funeral y fueron por mí para llevarme a la milicia, donde no hay tiempo para tristezas estúpidas, porque el desgaste físico es a lo que se debe sobrevivir. Aprendes a canalizar emociones para que no te llenen la cabeza y no suceda lo que hago justo ahora. Por alguna razón quiero dormir. Quiero no moverme más o que no estén con su cotilleo de consejos motivacionales. El dormitorio tiene las cortinas cubriendo hasta el último centímetro de la ventana, para que no entre la luz del sol. Suelto una bocanada de aire, exasperado por tal situación. De nada me sirve lamentarme si no está aquí. Las palabras del escorpión resuenan en mi cabeza como una grabadora que repite y repite lo mismo. Me digo que puede tratarse de un juego. Ese tipo se gasta ese tipo de mierd@s para hacer uso