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Isabela entró al comedor, caminando lentamente, escuchando a los dos hombres y manteniendo el equilibro lo mejor que podía. Las heridas no habían sido profundas como tal, pero su rostro era de los lugares donde menos se coagulaba su sangre y esta al ser muy líquida manchaba dando la ilusión de ser más de la que era realmente.

Su aspecto impactó a la sirvienta que dejó caer la jarra de jugo en sus manos haciendo un fuerte estruendo. Giovani no tuvo que ordenar nada para que ella comenzara a recogerlo rápido, y era porque él estaba atónico. No era solo la ropa de Ignatio la que estaba manchada de sangre, la blusa de cuello alto de ella que debía ser de un color verde olivo, ahora tenía una enorme macha húmeda que bajaba hasta su jean. Eso era bastante sangre. Además, había un enorme parche en su mejilla cubriendo las tres marcas que ahora estaban allí.

-¿Qué demonios de pastillas estás tomando?- sin darse cuenta él gritó.

Isabela lo miró con calma y se apoyó en la mesa con disimulo para
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