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Giovani sabía que tenía que ser gentil y tener mucha paciencia. Su esposa era virgen, y lo que menos deseaba era que ella tuviera una experiencia dolorosa. Eso quizás no era algo que estaba del todo en sus manos, pero intentaría que su sufrimiento fuera el menos posible. Su himen ya había sido roto pero la penetración era completamente nueva para ella y él no era precisamente pequeño, así que debía ir lento.

Una de sus manos acarició la parte interna del muslo de ella mientras la otra la movió sacando sus dedos del sexo húmedo dejando un hilo cristalino. Estaba lista, excitada, dilatada. Era el momento perfecto y él mismo no sabía si podía seguir aguantando, su miembro también palpitaba de la emoción.

-Voy a entrar- alzó la cabeza y su mirada se encontró con la de Isabela.

Ella se mostraba un poco vacilante, pero sobre todo era por los nervios. Mordía su labio inferior y él temía que se lo rompiera y tuviera que salir corriendo para atenderla. Aunque había comenzado su tratamiento no
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