A Patrick no le importaría estar toda la noche de rodillas en esa celda, si su premio era mirarla hasta que amaneciera. —¿Hace cuánto que estás en la comunidad? —Avery rompió el silencio. —Mi Señora, yo... —Dejémonos de protocolos, etiquetas y roles —lo interrumpió—. Háblame como me hablarías si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias. De haberla conocido en otras circunstancias, jamás se habría animado a hablarle. En los pasillos del hospital, siempre la veía como alguien inalcanzable, como una mujer exitosa, madura, que no perdería el tiempo con alguien menor que ella, que no tenía nada que ofrecerle. Ambas miradas se conectaron por unos breves segundos. Patrick no supo cómo proceder. Durante su entrenamiento, Isis fue muy estricta al decirle que debía ceñirse a su rol, pasara lo que pasara. «¿Qué se supone que debo hacer?», la pregunta retumbó en la mente de él. Avery hizo un ademán con la mano y levantó una ceja, apremiándolo para que hablara. —Comencé a... recibir en
Patrick levantó lentamente su mirada y se encontró con los ojos azules de Avery. Esa mujer lo tenía fascinado. Su pulso se aceleró de solo mirarla. Su corazón latió desbocado en su pecho, ante la idea de tocarla, de verla desnuda, de probar esa boca... Él sintió un respingo en su entrepierna. La mujer introdujo los dedos entre las hebras castañas de cabello, y de un movimiento raudo lo sujetó, obligándolo a levantar más la cara. Ella se inclinó y posó sus labios sobre los de él, pero no había ni un atisbo de romance en este gesto. Solo dominio. Un sonido ronco emergió de la garganta de Patrick, el cual quedó ahogado con la tibia y húmeda lengua de su Ama. Avery lo sujetó con más fuerza y lo haló un poco, produciéndole un poco de dolor al muchacho. No obstante, a Patrick pareció no importarle en lo absoluto. Sus sentidos estaban embotados por culpa de la creciente excitación que se apoderaba de su cuerpo. Su pene lo puso en evidencia. Lo tenía muy duro. Patrick se levantó, obligad
Patrick sintió que su miembro se ponía mucho más duro y dio un respingo. ¡Joder! El corazón latía en sus Por un momento, Avery sintió que era Derek quien hablaba a través de ella. Una extraña sensación de déjà vu se apoderó de su ser. Por su parte, un enorme sentimiento de culpa invadió a Patrick, quien se dejó caer de rodillas sobre el suelo. No entendía qué era esto que sentía. No lo hacía por seguir un juego. Era un sentimiento real de vergüenza. Sentía una necesidad sobrehumana de pedirle perdón. —Lo siento, mi Señora. Me dejé llevar. Castígueme —dijo él, y en el acto se dio cuenta de algo. No estaba fingiendo. Las palabras de Patrick parecieron activar algo dentro de Avery, quien se alejó de él dando largas zancadas hasta llegar al sillón, donde se dejó caer. —Ladra —profirió ella. —¿Cómo? —Patrick frunció el entrecejo. —Me escuchaste, así que comienza a ladrar. «Animalización», pensó Patrick. De todas las actividades de los playlist que Isis llevaba a cabo con él y los d
Avery frunció el entrecejo y trató de volver a poner toda su atención en la mujer que estaba sentada frente a ella. Sonrió y asintió con la cabeza, sin saber por qué lo hacía. Era un acto reflejo. —¿Cuánto tiempo me dicen que han estado intentándolo? —inquirió para retomar las riendas de la conversación. —Casi un año, doctora —respondió el hombre que acompañaba a su paciente. —Once meses, dos semanas y cuatro días —comentó la ansiosa esposa del hombre. —¡Vaya! Bastante específico —profirió Avery. —Tenemos tres años de casados —indicó el hombre—. Un año intentando tener un bebé, pero no se nos ha dado. —De acuerdo —Avery asintió con la cabeza—. Pasa al baño, Carmen. Detrás de la puerta hay una bata. Quítate la ropa y póntela con la abertura hacia atrás. —Sí, Doctora —la mujer se puso de pie en un salto y hizo lo que le pidieron. —¿Qué métodos han probado para concebir? —indagó Avery. Sin embargo, no podía dejar de mirar la pantalla de su móvil. —Mi esposa descargó una aplicació
El viento hizo que un mechón de su cabello se agitara. Avery se lo pasó por detrás de la oreja de una forma tan mecánica que no se dio cuenta de que estaba desordenando su bien peinado flequillo. Estaba tan concentrada, pensando en todo lo que sucedió hace dos noches atrás, que no se percató de Looren, que la miraba con intensidad, con el entrecejo fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. —Muchas gracias por esperarme para almorzar juntas —farfulló la morena. Tenía cara de pocos amigos. Avery casi se atraganta con el bocado de milanesa de pollo insípida que estaba masticando. Lo normal era que ambas amigas se decantaran por comer en el restaurante que quedaba a dos cuadras del hospital, pero la cabeza de Avery había estado tan embotada en una vorágine de recuerdos y pensamientos que acabó actuando por mera inercia. —Lo siento, Looren. Tenía muchísima hambre —profirió con la boca medio llena. Mintió, pues lo cierto era que no quiso esperarla porque quería estar sola y lo último
Se dio cuenta de lo que hizo cuando abrió la puerta para entrar a su consultorio. Supo que se había pasado de la raya con Looren al tratarla del modo en que lo hizo, y aunque sintió ganas de devolverse al cafetín del hospital y pedirle disculpas a su amiga, no lo hizo, pues no sería la primera vez, y si había algo que odiaba con todo su ser, eran las personas que reincidían en errores y pedían perdón, como si eso remediara el daño que habían causado. Desde que conoció a la Doctora Hougan, ella siempre se mostró interesada en ayudarla, pero Avery no podía evitar sentir aversión hacia cualquier cosa que estuviera vinculada con la psiquiatría o la psicología, debido a que en el pasado, en vez de ayudarla, las personas que se suponía debían guiarla a la hora de enfrentar sus miedos y traumas, lo que hicieron fue nutrir más esos sentimientos de inseguridad, rabia y odio que habitaban dentro de su ser. Sacudió la cabeza con fuerza al percibir la dirección que estaban a punto de tomar sus p
Se llevó una mano a la frente y resopló con frustración. ¡Joder! Soltó un improperio entre dientes. Si tan solo se hubiera contenido un poco más, no estaría metido en esta celda de cuatro por cuatro metros. Se dio un par de golpecitos en la frente con la palma de la mano. Le parecía injusto que fuera él quien estuviera detrás de unos barrotes, cuando lo único que hizo fue tratar de equilibrar un poco la balanza de la justicia, ejerciéndola con sus propias manos. A esa hora del día, con el estómago rugiendo de hambre, no pudo evitar soltar una risita sarcástica por lo surrealista que le resultaba la situación... ¡Se supone que debería ser otra persona quien estuviera en su lugar! Pero así era la vida. Las autoridades mantenían a salvo a los cerdos con dinero, mientras que a personas como Patrick, los trataban como desequilibrados y resentidos sociales. —¡Jah! ¿Resentido yo? —murmuró al recordar el apelativo que usó el hijo del antiguo socio de su padre, y uno de los cuatro malnacidos
El lugar estaba lo suficientemente abarrotado como para ser muy precavidos a la hora de hablar. Para Patrick fue algo novedoso ser quien estaba del otro lado, es decir, quien tan solo se debía sentar y esperar a que lo atendieran y complacieran, cuando en el pasado había sido él quien se había esforzado por mantener contentas a sus citas. En cuanto llegaron a "No Temptation", Patrick no pudo evitar fijarse en el peculiar trato que recibió la Señora Avery, por parte de quien asumió que era el dueño del sitio donde estaban, pues el resto del personal se desvivía por agradarle al sujeto en todo lo que hacían. Lo que más le incomodó a Patrick fue que el sujeto en cuestión era extremadamente guapo, incluso ante los ojos de él, quien era 1000% heterosexual. Sabía que se llamaba Daniel, porque la Señora Avery lo saludó al entrar, dándole un beso en la mejilla. —Qué maravilloso tenerte por acá, Avery —dijo él. —Lo mismo digo, Daniel. Es agradable volverte a ver —contestó ella—. ¿Qué tal te