Caminó por inercia, porque su cuerpo se movía y nada más. Su cerebro estaba desconectado de sus funciones motoras. Su mente era un caos. Su corazón latió acelerado en su pecho. Todos la miraban, de eso sí era consciente. Sus manos sudaban, y su respiración era entrecortada. «¿Qué es lo que acaba de suceder?». Mientras caminaba, su cerebro trataba de hacer las conexiones necesarias para procesar toda la información. Patrick, quien también estaba muy sorprendido, miró a la esbelta mujer que se acercaba lentamente hacia él. Era más baja que Isis, y aunque delgada, tenía una linda figura curvilínea. Pero lo que más captó su atención fueron los carnosos labios, entreabiertos, de la dama, pintados de rojo rubí. En cuestión de segundos, quedó atrapado por la sublime, pero hipnótica belleza de la mujer que a partir de hoy sería su dueña... Avery se acercó a Isis, quien de inmediato le dijo algo al oído. —¿Y eso qué ha sido? —No lo sé —respondió Avery, del mismo modo. —¿Qué te ha dich
Tan solo se limitó a seguir al hombre alto, delgado y muy rubio, que caminó unos cuantos pasos por delante de ella. Detrás de sí, el chico que Derek acaba de obsequiarle, arrastró sus pasos y cabizbajo. La cadena que colgaba de su collar la arreaba David. —¿Podrías quitarle eso, por favor? —con su dedo índice, Avery señaló la gruesa cadena que emitía un sonido metálico al chocar con el suelo. Patrick levantó la cabeza y miró con sorpresa a la mujer. —Como usted ordene, Señora —musitó David, e inmediatamente hizo lo que le pidieron. —¿A dónde nos llevas, David? —inquirió Avery, echando una rápida mirada a su entorno y dándose cuenta de que habían comenzado a descender unas escaleras. —A los cuartos de invitados —dijo el sirviente—, o como mi Señora prefiere llamarles, Las Mazmorras. Avery entornó los ojos. —A simple vista, este lugar no tiene pinta de tener mazmorras subterráneas —comentó ella, como si hablara de cualquier cosa. —Mi Señora las mandó a construir hace dos años, y
A Patrick no le importaría estar toda la noche de rodillas en esa celda, si su premio era mirarla hasta que amaneciera. —¿Hace cuánto que estás en la comunidad? —Avery rompió el silencio. —Mi Señora, yo... —Dejémonos de protocolos, etiquetas y roles —lo interrumpió—. Háblame como me hablarías si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias. De haberla conocido en otras circunstancias, jamás se habría animado a hablarle. En los pasillos del hospital, siempre la veía como alguien inalcanzable, como una mujer exitosa, madura, que no perdería el tiempo con alguien menor que ella, que no tenía nada que ofrecerle. Ambas miradas se conectaron por unos breves segundos. Patrick no supo cómo proceder. Durante su entrenamiento, Isis fue muy estricta al decirle que debía ceñirse a su rol, pasara lo que pasara. «¿Qué se supone que debo hacer?», la pregunta retumbó en la mente de él. Avery hizo un ademán con la mano y levantó una ceja, apremiándolo para que hablara. —Comencé a... recibir en
Patrick levantó lentamente su mirada y se encontró con los ojos azules de Avery. Esa mujer lo tenía fascinado. Su pulso se aceleró de solo mirarla. Su corazón latió desbocado en su pecho, ante la idea de tocarla, de verla desnuda, de probar esa boca... Él sintió un respingo en su entrepierna. La mujer introdujo los dedos entre las hebras castañas de cabello, y de un movimiento raudo lo sujetó, obligándolo a levantar más la cara. Ella se inclinó y posó sus labios sobre los de él, pero no había ni un atisbo de romance en este gesto. Solo dominio. Un sonido ronco emergió de la garganta de Patrick, el cual quedó ahogado con la tibia y húmeda lengua de su Ama. Avery lo sujetó con más fuerza y lo haló un poco, produciéndole un poco de dolor al muchacho. No obstante, a Patrick pareció no importarle en lo absoluto. Sus sentidos estaban embotados por culpa de la creciente excitación que se apoderaba de su cuerpo. Su pene lo puso en evidencia. Lo tenía muy duro. Patrick se levantó, obligad
Patrick sintió que su miembro se ponía mucho más duro y dio un respingo. ¡Joder! El corazón latía en sus Por un momento, Avery sintió que era Derek quien hablaba a través de ella. Una extraña sensación de déjà vu se apoderó de su ser. Por su parte, un enorme sentimiento de culpa invadió a Patrick, quien se dejó caer de rodillas sobre el suelo. No entendía qué era esto que sentía. No lo hacía por seguir un juego. Era un sentimiento real de vergüenza. Sentía una necesidad sobrehumana de pedirle perdón. —Lo siento, mi Señora. Me dejé llevar. Castígueme —dijo él, y en el acto se dio cuenta de algo. No estaba fingiendo. Las palabras de Patrick parecieron activar algo dentro de Avery, quien se alejó de él dando largas zancadas hasta llegar al sillón, donde se dejó caer. —Ladra —profirió ella. —¿Cómo? —Patrick frunció el entrecejo. —Me escuchaste, así que comienza a ladrar. «Animalización», pensó Patrick. De todas las actividades de los playlist que Isis llevaba a cabo con él y los d
Avery frunció el entrecejo y trató de volver a poner toda su atención en la mujer que estaba sentada frente a ella. Sonrió y asintió con la cabeza, sin saber por qué lo hacía. Era un acto reflejo. —¿Cuánto tiempo me dicen que han estado intentándolo? —inquirió para retomar las riendas de la conversación. —Casi un año, doctora —respondió el hombre que acompañaba a su paciente. —Once meses, dos semanas y cuatro días —comentó la ansiosa esposa del hombre. —¡Vaya! Bastante específico —profirió Avery. —Tenemos tres años de casados —indicó el hombre—. Un año intentando tener un bebé, pero no se nos ha dado. —De acuerdo —Avery asintió con la cabeza—. Pasa al baño, Carmen. Detrás de la puerta hay una bata. Quítate la ropa y póntela con la abertura hacia atrás. —Sí, Doctora —la mujer se puso de pie en un salto y hizo lo que le pidieron. —¿Qué métodos han probado para concebir? —indagó Avery. Sin embargo, no podía dejar de mirar la pantalla de su móvil. —Mi esposa descargó una aplicació
El viento hizo que un mechón de su cabello se agitara. Avery se lo pasó por detrás de la oreja de una forma tan mecánica que no se dio cuenta de que estaba desordenando su bien peinado flequillo. Estaba tan concentrada, pensando en todo lo que sucedió hace dos noches atrás, que no se percató de Looren, que la miraba con intensidad, con el entrecejo fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. —Muchas gracias por esperarme para almorzar juntas —farfulló la morena. Tenía cara de pocos amigos. Avery casi se atraganta con el bocado de milanesa de pollo insípida que estaba masticando. Lo normal era que ambas amigas se decantaran por comer en el restaurante que quedaba a dos cuadras del hospital, pero la cabeza de Avery había estado tan embotada en una vorágine de recuerdos y pensamientos que acabó actuando por mera inercia. —Lo siento, Looren. Tenía muchísima hambre —profirió con la boca medio llena. Mintió, pues lo cierto era que no quiso esperarla porque quería estar sola y lo último
Se dio cuenta de lo que hizo cuando abrió la puerta para entrar a su consultorio. Supo que se había pasado de la raya con Looren al tratarla del modo en que lo hizo, y aunque sintió ganas de devolverse al cafetín del hospital y pedirle disculpas a su amiga, no lo hizo, pues no sería la primera vez, y si había algo que odiaba con todo su ser, eran las personas que reincidían en errores y pedían perdón, como si eso remediara el daño que habían causado. Desde que conoció a la Doctora Hougan, ella siempre se mostró interesada en ayudarla, pero Avery no podía evitar sentir aversión hacia cualquier cosa que estuviera vinculada con la psiquiatría o la psicología, debido a que en el pasado, en vez de ayudarla, las personas que se suponía debían guiarla a la hora de enfrentar sus miedos y traumas, lo que hicieron fue nutrir más esos sentimientos de inseguridad, rabia y odio que habitaban dentro de su ser. Sacudió la cabeza con fuerza al percibir la dirección que estaban a punto de tomar sus p