Llegamos a una casa ubicada en el este, una casa grandísima con un patio que contrastaba con el porte de todas las demás. Era una urbanización de gente pudiente, con hermosas cuadras, árboles podados, limpieza y tranquilidad. En el portón de la casa nos esperaba una señora de mediana edad, vestida con extravagancia y gusto, acompañada de una linda y picaresca niña y una mujer envuelta en amplio vestido de playa, quien sujetaba un par de catálogos y me miraba intrigada. La señora me esperaba impaciente y me recibió con toda pompa. Me abrazó y me tomó de las manos, contemplándome por breve rato con una especie de alegría infantil: “¡Así que tú eres Claret! ¡Clarita pues, como me contó Adal! De verdad que eres preciosa. ¿Cómo es que vienes de las montañas? ¡A mí no me engañas! Pareces venir más bi
Esto cambiaba las cosas. ¡Lo cambiaba todo! Estaba segura de que me encontraría con Adal en la ciudad, pero ni siquiera tuvo el valor para despedirse personalmente de mí. ¿Qué fue lo que hice?, me preguntaba angustiada. No entendía absolutamente nada. Adal me dejó sola con la evocación de su ser omnipresente, enfrascada en una incertidumbre sin tiempo que hacía imposible lo posible. Y así pasó mi primera noche en esa casa tan grande y desconocida, en un estado de alegre tristeza, de una tristeza a la que me abandoné sin reír ni llorar, en la desolación de mi herida abierta, de mi deseo no saciado, de mi amor desilusionado, de las sombras del pasado. Supongo que al final la vida consiste en soltar cosas y abrirse a otras, pero lo que más me dolió fue no tener la oportunidad de despedirme de Adal, no tener una explicación certera de su decisión. S&eacut
Cada vez que revisaba el libro de la fauna silvestre en peligro de extinción, durante las clases de ecología, buscaba ansiosamente en él a los acosadores. Por desgracia, seguían sin figurar en sus listas, tampoco los exhibicionistas, sádicos, borrachos, viciosos o acosadores de profesión. Todas esas especies inmundas continuaban reproduciéndose con total soltura, ampliando su campo de acción y encontrándose más a gusto en la anarquía generada por el transporte público de la ciudad. Es sabido por todos la atracción que, como poderoso imán, ejercía sobre estas repugnantes especies. No fue diferente en la ciudad. Después de todo aquello no era tan malo, porque eso quería decir que ese algo que despertaba un deleite fascinante y enloquecedor en los hombres, continuaba gozando de una envidiable vitalidad en mí.Contaba veintiún añ
Sentía un temor visceral por ellas, especialmente por Romy, cuyas críticas eran muy dolorosas debido a su fuerte carácter. Esperaba lo peor, aún cuando nuestra relación como compañeras de clase era aparentemente buena. Tenían serios prejuicios contra las demás, incluso contra ellas mismas, y aunque parecían apreciarme algunas veces, podían albergar un profundo desprecio y repugnancia hacia mí. Me recordaban a tía Amanda y el sufrimiento que pasé tratando de conseguir su aprobación. A veces me sentía mal y lloraba, creía que ellas me apartaban, incluso creí que estaban planeando librarse de mí. Yo me decía que debía de haber algo malo en mi persona, que tenía algo desagradable. Me devanaba los sesos tratando de averiguar qué podía ser. Llegaba a la conclusión que tenía que esforzarme para ser más agradabl
—¡Qué dicen, bichos! —saludó, intentando darles la mano que la caja no le dejaba.—Jairo —dijo Cassiel, dándole unas enérgicas palmadas en la espalda—. Mira, vámonos que ya tenemos rato esperando.—Te presento a unas amigas —intervino Félix.—Mucho gusto —dijo y nos detalló como si fuéramos un producto en oferta—. Ustedes solo piensan en botellas, eh, ¿y la torta?—¡Mierda, la torta! —exclamó Cassiel, llevándose las manos a la cabeza.—Claret puede ir a comprarla —dijo fríamente Romy y me miró—. No tienes problema, ¿no?—No —contesté riendo estúpidamente, pero pensando que de alguna manera se querían deshacer de mí.—Hay una panadería... es fabulosa —intervino Drusila, dando liger
—Ah, no... —dijo, bordeando el mueble rápidamente e impidiéndonos ingresar—. No los he visto y ya los conozco y a Félix también. Es por Cassiel que están así. Cassiel, hay que decirlo, me has hecho unas cuantas en mi propia casa... No puedes entender mi disciplina al limpiar y la otra noche viniste bastante borracho con una novia y dejaste tu esperma untada por todas partes, los condones tirados, mis sabanas deshechas. No me olvidaré nunca, Cassiel, fue un escándalo. Y Félix —agregó, señalándolo con un dedo— profanaste mi sofá, bañándolo en tus fluidos y cerveza, porque también te tiraste a una tipa esa noche por pura lealtad a Cassiel, y yo tuve que aguantarme las quejas de Roberto, de los vecinos y de toda la urbanización, porque no conforme con eso usaron mis equipos a toda máquina y me los dañaron. No sabes lo que tuve
—Sí —le contesté dando un bostezo—. Estudio con Romy, Drusila y Mayola.—¡Ah! A mí me gusta el cine y el teatro. Mi novia cinematográfica es Mae West, la de Lady Lou. Es la única actriz que resalta de las demás. Tiene una personalidad pura, apenas con trece películas. ¡Sexy a rabiar! —exclamó juntando las puntas de sus gordos dedos y besándolos para significar que aquella mujer era un bombón. Después desplegó sus manos al aire como si corriera teatralmente un telón—: La defino por sus grandes frases: “Cuando soy buena, soy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor”, “estoy soltera porque nací así” o “el sexo es como una partida de póquer: si no tienes una buena pareja, más te vale que tengas una buena mano”. —Y estalló en una estruendosa carcajada, beb
Aquella pregunta retumbó en el salón como el estallido de un cañón. Del tiro todo se paralizó: Roberto que estaba al fondo, en el estudio de grabación, detuvo la música. Las cabezas se volvieron hacia mí esperando mi respuesta. Hasta Jimmy, perdido en las alacenas de la isla, alzó la cabeza y se quedó mirándome. ¡Oops! No tenía mucho tiempo para pensar.—No... —titubeé—. Yo nunca he visto el mar.Todos suspiraron al oír aquello, sorprendidos y hasta divertidos. No solamente suspiraron, resoplaron, se burlaron y me trataron de tonta. ¡Oh, Dios mío! ¡Metí la pata otra vez!, pensé resentida, sintiendo como una mano siniestra me revolvía las tripas. Siempre sucedía lo mismo cada vez que hacía una pregunta “tonta” o algún comentario fuera de lugar. Roberto prosiguió
Lola le aplicaba una mascarilla de barro a Romina en el rostro, se la quitaba y se la volvía a poner. Vito y Benjamín jugaban y se golpeaban. Clemente cantaba algo de Los Terrícolas (muy mal, por cierto). Hanna me abrazaba y me preguntaba de qué color era mi unicornio favorito, y dibujaba en un papel un chivo multicolor con un cuerno en la frente. Y todo eso era la familia, mientras yo ahí, sentada frente a la mesa, terminando mi desayuno citadino, era yo y mi nueva vida, mi vida frente a la de unos extraños. Aun así estaba bastante feliz de tener a esta nueva familia, de haber recibido noticias de la mía en mi aldea, de estar cada día más cerca de mi sueño, de las amistades y las calles donde me perdía en el desorden, en la mitad del caos, usando las máscaras que me proveía el gran teatro de la vida. Triste, feliz, decente, indecente, miserable, miserable. Un juego de sentimie