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Capítulo 32. Cayendo en la tentación

Mina cerró los ojos al sentir el cálido aliento de Henry rozar sus labios y sin poder evitarlo le dio completo acceso a su boca.

Era una locura, una verdadera y auténtica locura, no tenía excusas, ni siquiera estaba borracha como para justificarse detrás del alcohol, pero una vez que Henry tocó sus labios, ella no pudo resistir la tentación de probar su boca una vez más.

«Solo una vez», pensó.

El cuerpo de Mina se estremeció al sentir la lengua de Henry, saquear su interior, tocar cada rincón de su cavidad bucal, deleitándose en ella y llenándola de un deseo voraz que le recorrió el cuerpo como pólvora hasta humedecer su sexo. El gemido que abandonó sus labios quedó atrapado entre los labios de Henry, de repente, conscientes de lugar donde estaban.

El rostro de Mina ardió a consecuencia de sus acciones, sin embargo, Henry no le permitió pensar, tomó su mano y la sacó de la pista de baile, rompiendo el mágico momento entre ellos.

—Yo… —Mina trató de buscar una excusa. Quería dar
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