—Shh, Alana. Solo quiero hablar contigo en privado...Alana mira a todos lados, queriendo gritar, y el miedo se apodera de ella. Su corazón late con fuerza, y sus pensamientos se atropellan unos a otros. Su respiración se vuelve errática mientras sus ojos buscan una escapatoria.—No grites, no quiero hacerte daño —susurra Jasiek, sus ojos penetrantes fijos en ella.Dentro de la casa, la discusión entre Marc y Sergio se intensifica. Sergio, con el rostro enrojecido y los puños cerrados, trata de mantener la calma mientras Marc mueve sus manos en cada grito, lleno de frustración. —¡Esto no era lo que quería para mi hija! Primero Jasiek y ahora Izan. ¿Qué le pasa a mi hija? ¡Juro que tendré una conversación con Izan! —grita Sergio, su voz temblando de ira y desesperación—. ¿ Alma, escuchaste lo que dijo en mi cara? que era su mujer. Solo de repetirlo quiero morirme. Izan es un mujeriego y para prueba, la pequeña que está arriba.—Amor, calma. Entiende, Alana es una mujer, no es la peque
No podía soportar la imagen de mi hermana conectada a todos esos aparatos. Mis padres la cuidaban mientras Fabián les explicaba con detalles la recaída que había tenido; sus glóbulos rojos habían bajado drásticamente. Yo fui su donador, ya que mi padre no podía por su historial médico y mi madre no se opuso.Maia parecía un ángel, dormida, con esa gran máquina transfiriéndole mi sangre. Pavel se mantenía al margen, pero su preocupación era evidente. Le di un beso, a mi hermanita y, peiné su cabello y, antes de salir, mi padre me detuvo.—Al amanecer, nos iremos a Hong Kong. No dejaré que ese bicho le gane la batalla. Si pudieron curarme a mí cuando ya no había esperanza, pueden sanar a mi pequeña. Quedas a cargo, cuida de las empresas, Izan, y de tu hija. Actúa bien, hijo —me dio un abrazo y palmeó mi mejilla—. ten la llave de mi coche y envía a recogerlo a casa de tu tío.Izan miró a su madre, que solo sollozaba, aferrada a la mano de su hermana.—Los llevaré al aeropuerto, si Izan
La llevó a su pecho y peinó su cabello con sus dedos, los dos permanecían en silencio, tratando de asimilar lo que había sucedido. Sus respiraciones se normalizaron lentamente y se miraron mutuamente, solo pudieron pronunciar con una sonrisa en sus labios y sin arrepentimiento en su mirada:—Te amo, princesa. Te amo, con todas mis fuerzas.—También, te amo... — beso, sus labios —, siempre lo he hecho, príncipe…*****Izan salió muy temprano, dejando a Alana dormir plácidamente mientras él se fue con su hija, que ya estaba despierta y llena de energía. La tristeza envolvía a Alana; Izan la había escuchado sollozar toda la noche y sus brazos la consolaban, le recordó a la niña rota que conoció en su niñez. Su pequeña, Ariel, miraba feliz por la ventanilla del coche y sonreía de oreja a oreja. —Papi, me gusta estar aquí contigo —dijo Ariel con una sonrisa brillante, extendiendo su mano para acariciar la de Izan.—A mí también me gusta mucho estar contigo, cariño. Me encanta verte cada
—¡Se han llevado a la señorita, jefe! —la voz temblorosa de Tobías rompió el silencio.Izan queda en silencio, sintiendo una presión intensa instalarse en su pecho. Sus puños se cierran con fuerza.«¡Esto mierda no puede estar pasando!», grita mentalmente.—Tobías, vete. Te juro que si algo le sucede a Alana, te mato. ¡Desaparece de Boston y a Rusia no regreses! Eres un inútil, joder —los ojos de Izan destellaban con una furia incontrolable.—No lo haré, nunca debiste darme la oportunidad de trabajar para ti, Izan. No logré cuidar a una pequeña y menos a la señorita. Me dejaron inconsciente y... —Tobías se desploma en el suelo, apoyando su cabeza en la pared mientras un mareo repentino lo invade, sus manos temblorosas—, soy tu amigo y no pienso dejarlo.Izan cuelga el teléfono y se come una flecha mientras acelera los neumáticos, el rugido del motor acompaña su creciente desesperación. Golpea el volante con el puño, desatando un grito de frustración.Melissa, que todavía jugaba con Ar
IZAN RIBEIRO —¿¡Qué has hecho, Izan!? ¡Él la salvó! ¡Él fue quien compró a Alana para salvarla! —gritó Marc, su voz llena de desesperación. Todo a mi alrededor se detuvo y la realidad nos golpeó en el rostro como una bofetada helada. Miré a Sergio y ordené que soltaran a Marc y subí a la camioneta blindada con Alana. Su padre, con manos temblorosas, peinaba su cabello con los dedos, y sus lágrimas caían en cascada. Trato de detener las mías, pero es imposible. Mi visión se nubla, el pecho me duele.—No tienes que culparte de nada —murmuró con voz quebrada mientras apretaba a Alana contra mi pecho, sus ojos llenos de desesperación—, diremos que fui yo quien dio la orden. Prefiero que me odie, pero que sea feliz a tu lado. Podía sentir los latidos lentos de Alana, tan débiles que parecían desvanecerse. Con desesperación, grité que acelerarán. El mundo fuera de la camioneta se convirtió en un borrón, un paisaje irrelevante comparado con la fragilidad en mis brazos. No me importaba qu
Alma¡No lo acepto! No lo puedo aceptar, no imagino una vida sin él. Siempre he deseado morir antes para no vivir este dolor y así poder partir tranquila, sabiendo que nuestros hijos estarían en sus manos. Cuando me llevan por las cabinas de emergencia, lo veo... Inserte en una camilla, mi corazón se desmorona en mil pedazos. Las lágrimas ruedan por mis mejillas como torrentes de desesperación.—¡Serch! ¡Amor! —gritó con todas mis fuerzas, mi voz rasgándose en el aire mientras los enfermeros me sujetan con firmeza—, ¡déjenme verlo un momento, es mi esposo!Les suplicó con lágrimas en los ojos, mi voz quebrada y llena de angustia. Ellos cruzan miradas y, finalmente, con una leve duda, me sueltan. Mis manos tiemblan al llegar a la camilla. Sus ojos están cerrados y, con dedos temblorosos, acaricio su rostro, negando la realidad mientras sollozo su nombre. Mi amor, mi guardián.—¡Despierta, por favor! —le ruego, golpeando su pecho con desesperación. Comienzo a reanimarlo; mis brazos due
IZAN RIBEIRO No sé cuánto tiempo conduje ni qué tan lejos llegué; solo me detuve cuando el coche quedó sin combustible. Bajé y lancé la puerta con fuerza, sintiendo cómo el metal vibraba bajo mi mano, rasgando mi camisa mientras gritaba al eco de la noche mi dolor. Me moría en vida y sus palabras no salían de mi cabeza. Miraba las estrellas en la oscuridad de la noche y un acantilado me esperaba.Mis pies se movían solos, avanzando hacia el abismo. Estaba a solo un paso. Abrí mis brazos, dejando que la brisa se llevara mi dolor, mis lágrimas y mi tormento. Por más que quisiera protegerla, no podía. Nunca pude, y ahora soy el culpable de su sufrimiento.—Mi princesa, perdóname —susurré con la voz rota, y mi cabello, movido por el viento, limpiaba mis lágrimas.Un ruido detrás de mí me hizo girar bruscamente. Pavel estaba allí, su figura recortada contra la tenue luz de la luna.—Serías el hombre más cobarde si no luchas por la persona que amas y el peor padre por dejar a su pequeña si
—Izan... — murmuró con su voz quebrada, llevando una mano temblorosa a su cabello despeinado, mientras la tristeza se reflejaba en cada uno de sus gestos —, ¿Por qué estás aquí? — Sus dedos se aferraron a su vestido como si fuera su única conexión con la realidad—, ¿¡no tienes suficiente culpa ya!?Izan tragó saliva, sus ojos buscando desesperadamente los de ella. Ni siquiera había podido ir a ver a su tío, evitando ver ese odio reflejado en su mirada.—Lo siento... No quería que esto sucediera — sus palabras se entrecortaban mientras luchaba por contener las lágrimas—, no lo sabía, Alana, fue un jodido error. Dime, ¿estás bien? ¿Cómo están tus piernas?Intentó acercarse para tocarla, pero Alana giró bruscamente su silla, evitando su contacto, y levantó su rostro para enfrentarlo. Una ráfaga de brisa hizo que su loción llegara hasta sus fosas nasales, erizando su piel y endureciendo su expresión. Entonces, sin piedad, le gritó:—¡No querías! — su pecho agitado por la ira, hizo retroc