Charlotte Murphy
—No te preocupes, ya lo tengo. —Lizzy dijo sosteniendo mí sombrero antes de que se volara por el aire.
Sonreí sin antes soltar una risa en la entrada del conservatorio. El sombrero casi sale de mi cabeza. Lizzy me orienta a llegar a mi salón de clases, tenemos diez minutos antes de que comience a dar las clases de piano. Era algo que me llenaba de emoción, felicidad y paz. Hace un año estaba de maestra, y todos estaban encantados con mis clases, inclusive tuve que dar clases de verano este año. Y eso para mí era genial.
—Aquí estamos. Bueno no te diré más ya que te sabes cada espacio de la escuela, pero no te confíes y trata de usar el bastón portátil, lo acabo de meter a tu bolsa.
—Gracias, Lizzy. —dije emocionada.
—De nada cariño, regreso a la una para ir a almorzar. Recuerda, hay que mudarnos y tienes que elegir entre esos dos departamentos que te describí.
—Lo sé. Te espero a la una.
Nos despedimos y entré a mi aula. Cerré los ojos al oler el aroma a rosas que inundaba el lugar. Era mi aroma favorito, los de limpieza lo sabían y me consentían con ello.
Me deslicé ágilmente por el gran salón, hasta llegar al otro extremo donde se encontraba el piano Forte de cola.
Mis dedos ansiaban tocarlo, era como una obsesión. Caminé lentamente mientras mis dedos tocaron aquellas teclas, una sonrisa tímida se formó en mis labios. Era inevitable no sentirme extasiada. Cerré los ojos y presioné la tecla, el ruido que hace, es hermoso.
La chicharra sonó y eso me hizo volverme sobre mis propios talones hasta la entrada. Este nuevo curso solo tendría diez alumnos. Pero era bueno que se quieran apuntar más en las siguientes horas, estaba haciéndome de un nombre con mis habilidades. Ahora a mis veintiséis años era una maestra joven en uno de los mejores conservatorios de música. Y en un año estaba logrando uno de mis sueños.
Abrí la puerta y las voces de los pequeños de 7 años inundaron mis oídos. Los invité a pasar con una gran sonrisa expandida por mi rostro, siempre pasa cuando me emociono.
—¡Maestra! ¡Maestra Dankworth! —entre todo el murmullo, la voz de la pequeña Ava se distinguió. Creo que he sonreído de más y extiendo mi mano para que tome la mía, era algo que se había vuelto costumbre desde que la he tenido como alumna en los cursos de verano hace semanas atrás, ahora había insistido en entrar a clases regulares de piano. Y aquí estaba.
—Pequeña Ava, bienvenida.
Me abrazó por mi cintura y puso su mejilla en mi vientre. Sonreí a este gesto, realmente me había extrañado cuando sentí el apretón fuerte. Le correspondí de la misma manera y el olor a perfume de hombre llenó mis fosas nasales.
—¿Usted debe de ser el padre de Ava? —se escuchó una risa por parte de Ava.
—Sí, si es mi papi.
—Mucho gusto...—lo escuché nervioso hasta podría jurar que sorprendido al no terminar su presentación. Pero no era Aiden. No era su voz.
—Igualmente, señor Baker. —ese apellido me había vuelto loca cuando Ava se había presentado en los cursos de verano, no me había atrevido a preguntar si su padre era Aiden Baker, creo que en estos cinco años él debió de casarse y haber formado una familia, así que había dado por cerrado ese tema de mi pasado. Estados Unidos era demasiado grande, debe de ver muchos que se apelliden…Baker.
—Disculpe no sabía que... —Lo interrumpí, sé qué se había dado cuenta de mi condición.
—No tiene por qué disculparse, puede regresar a la una por la pequeña.
—Gracias, maestra...
—Dankworth. Charlotte Dankworth.
De alguna manera que por muy extraña pareciera, pude sentir su mirada. Solo sonreí de nuevo e invité a la pequeña Ava a entrar al salón de clases. Entré y agudicé más mi oído para saber si había alguien más para entrar, pero no. Aún seguía oliendo el perfume del padre de Ava.
Hice un gesto con mi cabeza y con profesionalismo entré al salón y cerré la puerta detrás de mí.
Algún tipo de nervios afloró en mi interior. Como un presentimiento o una corazonada. No pude descifrarlo.
—Bienvenidos al conservatorio de música, mi nombre es Charlotte Dankworth y seré su maestra durante los próximos cuatro meses…—y la clase empezó.
Aiden Baker Estacioné mi Mustang y bajé del auto. Andrew aún no salía de la escuela, así que lo usaría de pretexto para entrar en su búsqueda. Arreglé mi corbata y mi americana. Tomé aire y luego lo solté. El corazón estaba agitado y el nudo en mi estómago se expandía amenazarme con asfixiarme. «Era ella. Juro, que era ella» Tomé el picaporte de las puertas de cristal y entré. Había alumnos caminando por el pasillo, cargaban sus instrumentos mientras charlaban con otros a su paso, maestros que se estaban dando la bienvenida...y busqué. Y casi al final del gran corredor, vi a Andrew de pie a un lado de la puerta, supongo que será el aula de Ava. Caminé a paso veloz entre los alumnos y llegué a la espalda de Andrew, cuando puse mi mano en su hombro, dio un brinco en su lugar, haciendo que retroceda. —Mierda, me asústate. —fue lo único que dijo. Yo solo lo vi con una mirada extrañada. Estaba algo pálido. —¿
Charlotte Murphy —Aquí tienes, querida. —Gracias, Alexandra. Agradecí con una sonrisa a la persona que atendía la oficina de Información. Tenía listo en mis manos las canciones que nos acompañarían durante los próximo cuatro meses de clases. Al salir, una pequeña ráfaga de aire cargado de un perfume muy familiar, llenaron mis fosas nasales. Me detuve con mis libros en la mano, y fijé en algún punto bajo mi mirada. Arrugué mi entrecejo y las imágenes de esa noche, llenaron mi mente. Su sonrisa, la forma en cómo me observaba. Había compartido conmigo su pasión por tocar el piano y estaba impresionado con la última canción que había cerrado esa noche. Ojos grises aparecieron... Cerré los ojos e intenté borrar esas imágenes y me encaminé a mi aula. No parecía una persona invidente por cómo me deslizaba en el trayecto. Entré al aula y comencé a dar la clase con mi sonrisa en mi rostro. La aventura había comenzado.
Aiden BakerEstaba aún con su negativa en mi cabeza.—¿Qué tienes querido? —la voz de mi socia me saca de mis pensamientos cuando termino de cerrar la puerta detrás de mí.—Nada.Cerré los libros de contabilidad y los regresé a su lugar. Estaba irritado, frustrado y con muchas preguntas en mi cabeza.Ella es sin duda, Charlotte Murphy. ¿Pero por qué no di con ella? ¿Por qué no he dado con ella en estos cinco malditos años? ¿Acaso se está escondiendo de mí? ¿Por qué de su ceguera? ¿Por qué no sabía que estaba aquí mismo, en New York? Creo que alguien va a ser despedido.Mis manos se van a mi cabello y el paso frustrado. Para mi total sorpresa cuando las hice seguir con Charles. Y más sorpresa cuando me dijo que estaban en uno de mis restaurant
Charlotte Murphy Había llegado a casa hecha una furia. Lizzy solo me observaba despotricar como nunca lo había hecho a mis veintiséis años. Ella intento calmarme pero era imposible. —No entiendo por qué te pones así. Solo ofrecía una cena de cortesía, Charlotte. —Lo sé, te pido una disculpa. Sabes que desde el accidente... no soy la misma. Claro que no era la misma. Aparte de no ver, podía ver con mi alma. Sentir a las personas, y oler sus intenciones. ¿Qué era lo que quería con esa cena de cortesía? No lo sé, y no lo iba averiguar. Había pasado una semana desde esa tarde. Lizzy había averiguado quien era, y para mi sorpresa, era el mismo hombre de esa noche. No eran dos, sino solo uno. Y todas mis confusiones y dudas se habían aclarado por completo. Entonces, la pregunta es... —¿Y tú que sentiste cuando pasó lo de la «cena de cortesía»? Sentí como Michael, «mi psicólogo desde que me mudé a New Y
Aiden BakerY era como mi propio imán. Atrayéndome sin más.—Respira... Charlotte.Cerró los ojos y se mordió el labio. Recuerdo esa noche cuando había despachado a mi acompañante, picaba demasiado la curiosidad por saber más de la concertista que estaba tocando el piano apasionadamente. Estaba sorprendido por mi actitud con la rubia de mi lado. ¿Quien no quisiera follar con una rubia despampanante? Pero esa noche, ella me había atraído estúpidamente. Tenía una blusa de seda en color blanco y un pantalón negro de vestir que se ajustaba a su silueta como una segunda piel. Sus ondas rubias y perfectas caían sobre sus hombros, pero sin darme cuenta me había hechizado por completo al verla sonreír al lado de otra rubia. Daba un sorbo a mi bebida cuando levantó su mirada y cruzó con la mía. Un
Charlotte Murphy —Lo sé, por eso...menos me alejaré de ti. Tienes de dos, soportarme o dejarme entrar. Tu elijes... Mi respiración se había alterado visiblemente ante él con esas últimas palabras. Después de un silencio, la chicharra se escuchó, segundos después el elevador se estaba moviendo, mi cuerpo se tensó. No podía pensar con claridad. Él había dicho que me había estado buscando.... —No digas más...—susurré casi en una súplica. —Charlotte...—Su voz susurrante y su cálida mano acarició mi mejilla. Delicadamente, como si tocarme más...lo fuera a quemar. Las puertas se abrieron y tentando la pared con mis manos temblorosas inmediatamente me deslicé al exterior. No entendía por qué mi corazón estaba muy agitado, es como si estuviera a punto de salir de mi pecho. —Aquí estoy. —La voz de Lizzy, me hizo tranquilizar cuando avancé a toda prisa por el lobby del edificio. —Vayámonos,
Aiden Baker Estaba indeciso en si bajar del auto y buscarla. Sentarnos a hablar, o esperar. Había adelantado todo el trabajo en mi empresa, y revisado pendientes para tener todo el fin de semana. Necesitaba hablar con ella, saber qué es lo que pasó para que estuviera así... ¿Dejaría ayudarla? Bajé la mirada a mis manos que sostenía un sobre amarilla largo, en el interior mostraba una lista de los mejores doctores que podrían revisar su caso. Pero primero lo primero, Baker. —Respira...—me dije a mi mismo. —¿Tan así te pones solo porque vas a hablar con ella? —la voz de mi hermano Andrew, me hizo girar hacia los lados para verlo, pero por sorpresa estaba al lado de mi ventanilla. Puse los ojos en blanco al ver que sonreía. —No sé de qué hablas. —gruñí. —Entra, acaba de terminar las clases, Ava ya está en el auto, iré con nuestros padres. ¿Por qué no intentas invitarla a cenar a casa de ellos y así platican
Charlotte Murphy Quería respuestas a algo tan simple. ¿En serio? Calma, Charlotte. Calma... Tomé aire y luego lo solté. —Por el momento... no puedo darte una respuesta. —¿Qué tal si... te invito a comer? Y me cuentas que has hecho estos cinco años que no me buscaste. Solté una risa irónica. —Aiden... —Te has reído, irónica, pero lo has hecho. Déjame compensar el mal rato. Podía sentir su necesidad. ¿Qué podías perder Charlotte? Cerré los ojos, no entendía por qué su insistencia. —Está bien, ¿Como lo vas a compensar, Aiden? —¿Comida? Tengo mucha hambre, es viernes, y.… creo que te haría bien salir a tomar aire. El tono con el que no dejaba de hablar me hizo sonreír. Mi rutina hoy sería diferente, y eso me daba ansiedad. *** Una hora después estábamos en su restaurante donde me encantaba la pasta y el salmón. Bebí de mi c