—Papá, quiero más cereal —pidió Iván Raúl y le mostró a su padre el plato vacío.—Yo también —señaló Iván José, apurando lo que quedaba de desayuno en el suyo.—¡Siempre quieres lo que yo quiero! —reclamó su hermano.—¡Tú también!—¡Yo lo pedí primero!—¡Fui yo!—¡Vasta de discusiones! —los detuvo Iván con voz firme y se acercó a ellos con la caja de cereal en la mano— Hay suficiente para los dos.Los niños compartieron una mirada desafiante, pero sonrieron de oreja a oreja cuando su padre volvió a llenarle los platos.—Betsaida nos espera en la casa de la playa —comunicó Elena mientras entraba en la cocina con Ivana entre los brazos—. Hablé con ella por teléfono y me dijo que con Emmanuel prepara las cañas de pescar para ir al río apenas lleguemos.Al unísono y con las manos alzadas, los chicos emitieron un Sí alegre. Iván y Elena habían decidido pasar unos días de descanso fuera de la ciudad, antes de intentar retomar la rutina, para ayudar a sus hijos a superar la amarga experienci
Durante la tarde, Antonio y Betsaida se acercaron al pueblo para comprar más conservas de coco y galletas para los niños. Todas las reservas se les habían acabado.Iván y Elena supervisaban desde su ubicación, sentados en la orilla, el profundo sueño de Ivana, que dormitaba dentro de una cuna portátil, y la importante expedición que los chicos realizaban en el agua, en busca de piedras para culminar la construcción de un fuerte que protegería el castillo de arena fabricado cerca de ellos.Según los niños, en pocos minutos llegaría una caballería enemiga para robar los tesoros que guardaban, conformado por conchas, semillas y diminutas piedritas de colores.—Nuestros hijos necesitaban esto —comentó Elena, disfrutando de la calidez que le aportaban los brazos y el pecho de Iván. Estaba sentada entre sus piernas, con la espalda apoyada en él—. Y no te niego que yo también.Iván besó su cuello mientras analizaba aquellas palabras. Que, aunque ella no lo pretendiera, resultaban como una es
Elena Norato daba vueltas alrededor de un árbol en el patio de la casa del brujo Julián. Esa era la única forma que tenía para mantener bajo control a sus nervios.Ariana, su prima, la observaba con cierta satisfacción desde la mecedora donde se balanceaba, arrinconada en un costado de la estancia, bajo la sombra de un naranjo. Le divertía la mala leche de la otra. Obligarla a estar allí era su manera de vengarse por todo lo que Elena le había arrancado de las manos.—Maldita sea, ¿por qué tardará tanto? —expresó Elena con evidente molestia al detenerse para mirar iracunda la casa del brujo.Ariana suspiró con agotamiento y disimuló una sonrisa mientras veía la postura encolerizada de su prima. Elena parecía un soldado, con las manos cerradas en puños apoyadas en las caderas y las piernas un poco abiertas.—¿A qué se deben tantos nervios, prima?—No estoy nerviosa, estoy ansiosa. Me desespera la lentitud de Julián. No debimos venir, sabía que esto sería una mala idea.Ariana alzó con
«Todo cambia, eso era parte de la naturaleza… o así debería ser», pensó Iván Sarmiento mientras se paseaba frenético por el despacho de Antonio Matos, uno de sus mejores amigos.La casa estaba ubicada en las afueras de la ciudad de Barquisimeto, al occidente del país y, aunque no era el lugar apropiado para filosofar sobre la vida, no podía dejar de pensar en ello.Llevaba cinco años enfrascado en una lucha inútil contra una realidad que él mismo se había forjado. Pretendía tomar un camino recto o menos perturbador, pero siempre sucedía algo que lo llevaba al mismo punto de partida y echaba por tierra todos sus esfuerzos.No quería seguir aceptando encargos como mercenario, el problema era que aquello era lo único que sabía hacer. Su mejor talento.La decoración de la habitación donde se encontraba tampoco lo ayudaba a descubrir respuestas acertadas a sus interrogantes.El estilo debía inspirar envidia por el impecable gusto y la apariencia ostentosa que poseía, pero para Iván resulta
Iván ansiaba encontrar algún medio para volver a vengarse de los Arcadia. Esos delincuentes marcaron su existencia y le arrancaron lo poco que él había tenido en la vida, convirtiéndolo en una escoria de la sociedad.—Maldita sea, ¿cómo puede aparecer ahora una carta que hable de ese crimen? ¡Ocurrió hace veinte años! —se quejó.—No sé, por eso necesitamos ubicar a Antonio. Si la familia de Arcadia llega a descubrir que nosotros fuimos sus asesinos, no descasarán hasta eliminarnos —comentó Alfredo con cierta inquietud.Ellos, sin haberlo planificado, al acabar veinte años atrás con los cabecillas de aquella organización, les facilitaron las cosas a sus enemigos para que los atacaran.Robaron sus reservas de droga y armas de contrabando de sus mansiones y se hicieron con buena parte de su fortuna y con todo su territorio. Asesinaron a otros miembros de la familia como desagravio sin considerar a los inocentes, obligando a los sobrevivientes a huir del país, arruinados y sumidos en el r
A la mañana siguiente, Elena estacionó el auto frente a un edificio de cuatro pisos ubicado en el bullicioso centro de la ciudad.El olor a aceitunas, tomates y cebollas de los puestos de verduras y especias que rodeaban el inmueble le embotaron los pulmones.Llamó por el intercomunicador a Betsaida, una amiga de su hermano, y esperó a que esta activara la apertura automática de la puerta para subir a su departamento.Al salir del ascensor fue recibida por la mujer con un fuerte abrazo y luego trasladada por el pasillo hasta la casa.Betsaida era delgada, de piel trigueña y con un estilo de vestir similar al de una gitana. Los cabellos largos y negros le danzaban en la espalda y la dulce sonrisa le imprimía un par de hoyitos en las mejillas.Tenía un corazón bondadoso y un carácter agradable. Era una de esas personas con las que se podía hablar por horas y siempre contaban con una palabra que confortaba, algo que Elena necesitaba con desesperación.—Elena, corazón, anoche leí con aten
Elena recostó la cabeza en el sillón dejando que las pupilas se le inundaran de lágrimas. No soportaba más intrigas. Quería encontrar a alguien que le explicara, con lujo de detalles, lo que sucedía.Aunque en realidad, no estaba segura de querer saberlo todo. Pero para ubicar la carta debía conocer las razones que llevaron a su hermano a cometer aquel supuesto delito.Lo que más lamentaba de revolver los recuerdos eran las tragedias que los acompañaban: el día en que desapareció su hermano, en vista de que él no regresaba ni daba señales de vida, ella salió en su búsqueda y visitó la fábrica de bolsas plásticas donde trabajaba.La empresa estaba cerrada y como su hermano seguía sin comunicarse, ella llamó a Leandro.Para su sorpresa, él estaba dentro y le pidió que entrara, así podía darle noticias de Raúl.Leandro se encontraba solo y perturbado por las drogas que había consumido. Las manos le temblaban y los ojos los tenía dilatados y enrojecidos. Elena nunca lo había visto en ese
Detenido a la orilla de una calle al norte de la ciudad de Maracay y dentro de su viejo y abollado Chevrolet Camaro color plata, Iván revisaba las anotaciones que le había entregado Alfredo.Variadas viviendas de clase media y empresas de poca producción lo rodeaban. A más de doscientos metros estaba ubicada la fábrica de bolsas plásticas donde Antonio debió encontrarse con Raúl Norato, el hombre con quién negociaría la carta.Según la información que su amigo le había suministrado, el lugar era un galpón de aproximadamente mil cuatrocientos metros cuadrados con un callejón lateral para entrada de vehículos y un reducido estacionamiento trasero.El dueño era un tal Rafael Castañeda, socio de una gran firma corporativa y propietario de diversas empresas en el país.Después de terminar la cerveza que había comprado para apaciguar el calor y lanzar la lata vacía a la parte trasera, junto con el resto de los desperdicios de toda la semana, Iván bajó de su auto para dirigirse a la edificac