«Todo cambia, eso era parte de la naturaleza… o así debería ser», pensó Iván Sarmiento mientras se paseaba frenético por el despacho de Antonio Matos, uno de sus mejores amigos.
La casa estaba ubicada en las afueras de la ciudad de Barquisimeto, al occidente del país y, aunque no era el lugar apropiado para filosofar sobre la vida, no podía dejar de pensar en ello.
Llevaba cinco años enfrascado en una lucha inútil contra una realidad que él mismo se había forjado. Pretendía tomar un camino recto o menos perturbador, pero siempre sucedía algo que lo llevaba al mismo punto de partida y echaba por tierra todos sus esfuerzos.
No quería seguir aceptando encargos como mercenario, el problema era que aquello era lo único que sabía hacer. Su mejor talento.
La decoración de la habitación donde se encontraba tampoco lo ayudaba a descubrir respuestas acertadas a sus interrogantes.
El estilo debía inspirar envidia por el impecable gusto y la apariencia ostentosa que poseía, pero para Iván resultaba asfixiante. La gran cantidad de imágenes de ángeles en posiciones extrañas labrados en las bases de los muebles, el brillo de las telas que tapizaban los sillones y el tono aceitunado de las paredes le producían vértigo.
Ese estilo antiguo y sobrecargado lo enervaba, hasta creía percibir el desagradable olor del moho que expelían los objetos viejos y poco aireados, causándole nauseas.
No entendía como su amigo podía vivir en un ambiente así. Antonio siempre tuvo gustos extraños. Si no encontraba aire fresco o algo en qué distraer a su mente sufriría un ataque de claustrofobia.
—¡Iván, amigo mío, qué placer tenerte por aquí!
Detuvo su recorrido al escuchar la voz de Alfredo Matos, el hermano menor de Antonio, a quién no veía desde hacía cinco años.
Se saludaron con un fuerte abrazo. El encuentro le permitió a Iván olvidarse de su enfermedad por la falta de oxígeno. Lo único que esperaba era que Alfredo no se decepcionara al mirar lo poco que había logrado.
En apariencia, su amigo no había cambiado, aún mantenía su porte de rey sabio, con una cabellera negra que le caía sobre los hombros atada en una cola baja, piel canela, mirada oscura y sonrisa ancha; la misma que ponía en épocas juveniles cuando hacían travesuras por las calles de Caracas. Sin embargo, ahora era un hombre de intelecto, estudiado y poseedor de un buen gusto en el vestir.
Cinco años atrás, Iván y su grupo de amigos decidieron dejar el mundo de la criminalidad, separarse y buscar nuevos horizontes, con la intención de alejarse de la mala vida que habían adoptado. Todos lograron mejorar, excepto él.
Él siempre fue el más irresponsable y despreocupado del grupo, quizás por eso los cambios no se hacían tan notorios como en el resto de sus amigos.
Antonio se sumergió en las actividades comerciales y se convirtió en un empresario respetable. Alfredo era un erudito a punto de recibir una licenciatura y capaz de hablar tres idiomas, y Felipe Contreras, el más alto y alegre de todos, era la cabeza de un sólido hogar, con una casa, esposa, hija y hasta gallinas que cuidar.
Él simplemente continuaba su vida como un hombre solo. Un criminal acomplejado por su triste suerte y atormentado por sus pérdidas y dolores. Sin un camino, sin un fin, sin sueños que lo motivaran a seguir su lucha.
Su apariencia tampoco lo beneficiaba. Con el cabello casi al rape, vestimenta sencilla de camisa de franela y vaqueros y con decenas de tatuajes en el cuerpo mostraba la difícil vida a la que se había sometido.
Aún continuaba una cruda batalla en las calles aceptando trabajos como mercenario para ganarse la vida, con ello había logrado acumular un par de visitas a la cárcel, pero a pesar de esa realidad estaba dispuesto a no demostrar su pesar a nadie.
Jamás se borraría del rostro la sonrisa burlona, ni perdería su afilado sarcasmo. Esas eran las únicas armas que tenía para enfrentar la soledad y evitar la compasión.
—Alfredo, no sabía que estabas en Venezuela. ¿Cuándo regresaste de España?
—Ayer. Me alegra que respondieras con prontitud a mi llamado.
—¿Tú llamado? Pensé que había sido Antonio quien mandó a buscarme.
—No. Regresé de Sevilla y te mandé a llamar justamente por Antonio.
Alfredo dejó a su inquieto amigo en medio del salón para dirigirse a la mesa de los licores. Se encontraba tan nervioso como Iván, un buen whisky lo ayudaría a serenar las emociones.
—Iván, mi hermano desapareció hace un mes, ni sus socios más cercanos saben algo de él —le confesó sin prestar atención a la mirada cargada de sorpresa de su colega.
—¿Hace un mes y ahora es que te avisan?
—Antonio siempre ha sido independiente, va y viene sin dar explicaciones. Esperaron un tiempo prudencial creyendo que en cualquier momento aparecería bronceado por el sol de playa, pero no han tenido noticias de él.
—¿Y por qué se preocupan ahora?
—Sus socios lo necesitan para hacer efectivas algunas negociaciones.
—¿Y me llamaste para buscarlo? Aquí tienes a gente calificada —dijo, recordando que Antonio, al tener un pasado turbio, necesitó rodearse de hombres entrenados para la lucha y la vigilancia para evitar ser sorprendido por antiguos enemigos.
—Pero no confío en nadie. Tú y yo crecimos juntos, sé que no me vas a traicionar. Además, el motivo de su desaparición pudiera involucrarte.
Esas últimas palabras y la inusual manera que utilizó Alfredo de comunicarse —a través Raimundo, el administrador de Antonio y no en persona—, lo hacía sospechar que nada bueno venía en camino.
Esa reflexión y la aplastante opresión que el ambiente producía en él, lo obligaron a beberse de un solo trago el whisky que tenía en su vaso. Esperaba que el intenso sabor del néctar, con marcadas vetas de chocolate negro y frutas secas, aplacara la furia de su estómago y los tormentos de su mente.
Con un gesto de su mano Alfredo lo invitó a sentarse en un sillón cercano.
—¿Sabías que Antonio ahora colabora con la policía? —le dijo de forma imprevista. Iván cayó sentado en el sillón con el ceño fruncido— Les pasa información para que ubiquen a grandes contrabandistas y disuelvan la organización que han creado.
—Y eso, ¿a qué se debe?
—Creo que se enamoró. Hablamos algunas veces por teléfono y esa fue la impresión que me dejó. Tal vez busca redimirse para comenzar de nuevo.
Iván aumentó su expresión incrédula.
—Algunos socios lo apoyan —siguió explicando Alfredo—. Según Raimundo, la policía los tiene cercados. Varios de ellos también fueron delincuentes y ahora colaboran con los oficiales para librarse de culpas, pero hay un hombre en la ciudad de Maracay, llamado Roberto Lobato, especialista en malversaciones, contrabando y lavado de dinero, que no piensa colaborar como los demás y está enfurecido por lo que está haciendo mi hermano —expresó antes de dejar el vaso sobre la mesa baja ubicada frente a ellos—. Lobato ha perdido una fortuna por el acecho de la policía, quiere recuperar su riqueza y vengarse de la traición de Antonio. Raimundo asegura que Lobato descubrió un oscuro secreto de mi hermano y va a utilizarlo para sacarlo del juego. Antonio estaba detrás de ese asunto, pero desapareció.
—¿Qué secreto? —exigió Iván, mosqueado.
Cualquier oscuro secreto que tuviera su amigo de alguna manera lo involucraba. Ellos crecieron juntos y juntos cometieron infinidad de delitos.
—Al parecer, existe una carta que relaciona a Antonio con el asesinato del contrabandista Vicente Arcadia y su hermano veinte años atrás. Información que por todo este tiempo ha estado buscando la familia de Vicente para vengar su muerte.
El rostro de Iván se transformó en una máscara de violencia. Veinte años atrás, cuando apenas eran unos niños, tuvieron que afilar sus malos instintos para sobrevivir a la furia de los Arcadia, quienes los persiguieron sin cuartel para asesinarlos por haber sido testigos de uno de sus delitos.
Ese hecho se convirtió en la inmensa roca que se ató a sus pies para ahogarlo cada día en la miseria.
Con la muerte de los Arcadia cayó una de las sociedades ilícitas más grandes de Caracas, los delincuentes que la conformaban buscaron por años a los culpables del hecho. Incluso, asesinaron a un montón de criminales pensando que serían los responsables.
Ellos tuvieron que pasar su infancia y adolescencia huyendo de esa vendetta, convirtiéndose en bandidos para sobrevivir. Por eso, no había nada a lo que Iván odiara más en la vida que a los fantasmas de los Arcadia.
—Ismael Lozano, primo hermano de Arcadia, dirige una organización criminal desde Colombia que posee nexos en el país. Él no solo perdió su fortuna y su poder con la muerte de sus primos, sino a su mujer y a sus dos hijos, a quienes asesinaron el día en que invadieron su mansión para terminar de derrumbar el imperio de los Arcadia. Tuvo que exiliarse en el exterior para que no lo mataran también, pero juró vengarse. Aún busca a los asesinos de Arcadia. Si Roberto Lobato le hace llegar esa prueba, él se encargara de Antonio sin que las manos de Lobato se manchen de sangre —argumentó posando su mirada iracunda en Iván—. El problema es que ese crimen no lo cometió solo mi hermano. Felipe, tú y yo intervenimos en él. Esa carta, si realmente existe, debe involucrarnos a todos, y Antonio, en vez de advertimos, decidió asumir solo el reto. Por ser el mayor del grupo quiso protegernos al encontrar y destruir esa carta, pero desapareció.
El picor del instinto alborotó los sentidos de Iván, tenía la certeza de que pronto vendría la acción.
Aunque estaba en busca de su redención, la mención de los Arcadia lo empujaba a aceptar una vez más su destino.
Era un criminal, jamás lograría librarse de esa culpa.
Iván ansiaba encontrar algún medio para volver a vengarse de los Arcadia. Esos delincuentes marcaron su existencia y le arrancaron lo poco que él había tenido en la vida, convirtiéndolo en una escoria de la sociedad.—Maldita sea, ¿cómo puede aparecer ahora una carta que hable de ese crimen? ¡Ocurrió hace veinte años! —se quejó.—No sé, por eso necesitamos ubicar a Antonio. Si la familia de Arcadia llega a descubrir que nosotros fuimos sus asesinos, no descasarán hasta eliminarnos —comentó Alfredo con cierta inquietud.Ellos, sin haberlo planificado, al acabar veinte años atrás con los cabecillas de aquella organización, les facilitaron las cosas a sus enemigos para que los atacaran.Robaron sus reservas de droga y armas de contrabando de sus mansiones y se hicieron con buena parte de su fortuna y con todo su territorio. Asesinaron a otros miembros de la familia como desagravio sin considerar a los inocentes, obligando a los sobrevivientes a huir del país, arruinados y sumidos en el r
A la mañana siguiente, Elena estacionó el auto frente a un edificio de cuatro pisos ubicado en el bullicioso centro de la ciudad.El olor a aceitunas, tomates y cebollas de los puestos de verduras y especias que rodeaban el inmueble le embotaron los pulmones.Llamó por el intercomunicador a Betsaida, una amiga de su hermano, y esperó a que esta activara la apertura automática de la puerta para subir a su departamento.Al salir del ascensor fue recibida por la mujer con un fuerte abrazo y luego trasladada por el pasillo hasta la casa.Betsaida era delgada, de piel trigueña y con un estilo de vestir similar al de una gitana. Los cabellos largos y negros le danzaban en la espalda y la dulce sonrisa le imprimía un par de hoyitos en las mejillas.Tenía un corazón bondadoso y un carácter agradable. Era una de esas personas con las que se podía hablar por horas y siempre contaban con una palabra que confortaba, algo que Elena necesitaba con desesperación.—Elena, corazón, anoche leí con aten
Elena recostó la cabeza en el sillón dejando que las pupilas se le inundaran de lágrimas. No soportaba más intrigas. Quería encontrar a alguien que le explicara, con lujo de detalles, lo que sucedía.Aunque en realidad, no estaba segura de querer saberlo todo. Pero para ubicar la carta debía conocer las razones que llevaron a su hermano a cometer aquel supuesto delito.Lo que más lamentaba de revolver los recuerdos eran las tragedias que los acompañaban: el día en que desapareció su hermano, en vista de que él no regresaba ni daba señales de vida, ella salió en su búsqueda y visitó la fábrica de bolsas plásticas donde trabajaba.La empresa estaba cerrada y como su hermano seguía sin comunicarse, ella llamó a Leandro.Para su sorpresa, él estaba dentro y le pidió que entrara, así podía darle noticias de Raúl.Leandro se encontraba solo y perturbado por las drogas que había consumido. Las manos le temblaban y los ojos los tenía dilatados y enrojecidos. Elena nunca lo había visto en ese
Detenido a la orilla de una calle al norte de la ciudad de Maracay y dentro de su viejo y abollado Chevrolet Camaro color plata, Iván revisaba las anotaciones que le había entregado Alfredo.Variadas viviendas de clase media y empresas de poca producción lo rodeaban. A más de doscientos metros estaba ubicada la fábrica de bolsas plásticas donde Antonio debió encontrarse con Raúl Norato, el hombre con quién negociaría la carta.Según la información que su amigo le había suministrado, el lugar era un galpón de aproximadamente mil cuatrocientos metros cuadrados con un callejón lateral para entrada de vehículos y un reducido estacionamiento trasero.El dueño era un tal Rafael Castañeda, socio de una gran firma corporativa y propietario de diversas empresas en el país.Después de terminar la cerveza que había comprado para apaciguar el calor y lanzar la lata vacía a la parte trasera, junto con el resto de los desperdicios de toda la semana, Iván bajó de su auto para dirigirse a la edificac
Tres semanas antes de la desaparición de Raúl, los Norato recibieron la visita inesperada de su tía Carmela y de su prima Ariana. Ambas, recién llegadas de Estados Unidos.Viajaron a Venezuela con la intención de cerrar unos negocios y después volver a Miami, pero los asuntos se les complicaron.Por tanto, se quedaban de gratis en la casa y vivían de la solidaridad de sus familiares mientras lograban hacer efectiva alguna transacción.Elena no sabía cómo sacarlas de allí sin que se sintieran ofendidas. La incomodaban con sus críticas, con sus gastos desmesurados y con su típica costumbre de meterse donde nadie las llamaba.Pero después de la desaparición de Raúl y la amenaza de Roberto Lobato, no tuvo cabeza para otra cosa. Abandonó su trabajo y subsistía de las pocas reservas que había ahorrado, sin preocuparse por cómo la llevaban su tía y su prima.Lo que Elena no sabía era del juego aterrador de Ariana, que la odiaba en silencio y analizaba cada paso que daba esperando el mejor mo
El club Mi Esperanza era una especie de casa de distracción para gente adinerada. Una estancia ubicada en las afueras de Maracay, equipada con campo de golf, salones de fiesta, piscina y jardines con churuatas.Al adentrarse en la recepción, Iván observó con recelo el amplio salón pintado de rosa viejo con ribetes verde manzana. Su estómago chilló al notar las gruesas cortinas de terciopelo vino tinto que sumergían al lugar en la penumbra y le daban un aspecto lúgubre.Miró con desagrado la gran cantidad de cuadros con paisajes sombríos y rostros pasados de moda que adornaban las paredes, así como el mural de ángeles que paseaban alegres por un campo florido dibujado en el techo.Se sintió tan mareado que tuvo que sostenerse de su firme determinación para no caer al suelo y que la cabeza y el estómago le giraran como un carrusel. Estaba seguro de que aquel agobiante ambiente le caería encima de un momento a otro y lo enterraría vivo.Al final del salón pudo divisar el despacho del rec
Elena miró por el rabillo del ojo al inspector sentado a su lado. Se mordía el labio inferior sin saber qué hacer.Su mirada profunda y penetrante la había dejado sin aliento. Nunca había visto a un hombre como él.La primera reacción que tuvo cuando el recepcionista le notificó que debía esperar a Jacinto junto a un inspector fue de sobresalto.¿Por qué un oficial visitaba a los Castañeda? ¿Acaso buscaba información sobre la muerte de Leandro?Pero ese sujeto no parecía ser un simple inspector curioso. Sus ojos negros le dirigían una mirada tan intensa y ardiente que la inquietaban.Sus provocativos y seductores labios le enloquecían el pensamiento y se lo llenaban de imágenes libidinosas, y ese porte peligroso, con el cabello rapado y los brazos tatuados, la atraían como la abeja a la miel.Elena sabía que debía manejarse con cuidado cerca de él, sin dejarse llevar por las pasiones para averiguar qué buscaba con los Castañeda.Ese inspector podría representar un gran peligro, no sol
Por su parte, Jacinto se levantó para regresar los vasos al bar. Quería ocupar su atención en nimiedades mientras controlaba su rabia.Sabía que ese inspector no era ningún detective privado, sino un asesino de Antonio Matos que buscaba a su jefe.No le gustaba que aquel sujeto deambulara en su territorio sin ser invitado. Esa situación debía detenerla de inmediato.El acuerdo que había logrado con Lobato lo eximía de interactuar con ese tipo de personas, pero estaba seguro de que ni siquiera el mafioso había podido predecir esa visita, de ser así, la hubiera evitado.—Vamos al restaurante, Elena. Allí hablaremos con más calma.Segundos después de la partida del inspector, Elena y Jacinto se dirigían al comedor del club para cenar.La idea no era de mucho agrado para ella, conocía las costumbres refinadas de Jacinto y su interés por que las personas que lo acompañaban fueran como él.Ella no poseía su mismo nivel de distinción, pero necesitaba hacerle algunas preguntas y la intimidad