El club Mi Esperanza era una especie de casa de distracción para gente adinerada. Una estancia ubicada en las afueras de Maracay, equipada con campo de golf, salones de fiesta, piscina y jardines con churuatas.Al adentrarse en la recepción, Iván observó con recelo el amplio salón pintado de rosa viejo con ribetes verde manzana. Su estómago chilló al notar las gruesas cortinas de terciopelo vino tinto que sumergían al lugar en la penumbra y le daban un aspecto lúgubre.Miró con desagrado la gran cantidad de cuadros con paisajes sombríos y rostros pasados de moda que adornaban las paredes, así como el mural de ángeles que paseaban alegres por un campo florido dibujado en el techo.Se sintió tan mareado que tuvo que sostenerse de su firme determinación para no caer al suelo y que la cabeza y el estómago le giraran como un carrusel. Estaba seguro de que aquel agobiante ambiente le caería encima de un momento a otro y lo enterraría vivo.Al final del salón pudo divisar el despacho del rec
Elena miró por el rabillo del ojo al inspector sentado a su lado. Se mordía el labio inferior sin saber qué hacer.Su mirada profunda y penetrante la había dejado sin aliento. Nunca había visto a un hombre como él.La primera reacción que tuvo cuando el recepcionista le notificó que debía esperar a Jacinto junto a un inspector fue de sobresalto.¿Por qué un oficial visitaba a los Castañeda? ¿Acaso buscaba información sobre la muerte de Leandro?Pero ese sujeto no parecía ser un simple inspector curioso. Sus ojos negros le dirigían una mirada tan intensa y ardiente que la inquietaban.Sus provocativos y seductores labios le enloquecían el pensamiento y se lo llenaban de imágenes libidinosas, y ese porte peligroso, con el cabello rapado y los brazos tatuados, la atraían como la abeja a la miel.Elena sabía que debía manejarse con cuidado cerca de él, sin dejarse llevar por las pasiones para averiguar qué buscaba con los Castañeda.Ese inspector podría representar un gran peligro, no sol
Por su parte, Jacinto se levantó para regresar los vasos al bar. Quería ocupar su atención en nimiedades mientras controlaba su rabia.Sabía que ese inspector no era ningún detective privado, sino un asesino de Antonio Matos que buscaba a su jefe.No le gustaba que aquel sujeto deambulara en su territorio sin ser invitado. Esa situación debía detenerla de inmediato.El acuerdo que había logrado con Lobato lo eximía de interactuar con ese tipo de personas, pero estaba seguro de que ni siquiera el mafioso había podido predecir esa visita, de ser así, la hubiera evitado.—Vamos al restaurante, Elena. Allí hablaremos con más calma.Segundos después de la partida del inspector, Elena y Jacinto se dirigían al comedor del club para cenar.La idea no era de mucho agrado para ella, conocía las costumbres refinadas de Jacinto y su interés por que las personas que lo acompañaban fueran como él.Ella no poseía su mismo nivel de distinción, pero necesitaba hacerle algunas preguntas y la intimidad
Al entrar en el auto, Elena se fijó en la tonalidad del cielo: la oscuridad se había apoderado del espacio y lo engalanaba con el brillo de las estrellas.Revisó la dirección que le había entregado Jacinto algo inquieta. La zona donde vivía el contador se hallaba en el otro extremo de la ciudad.Con el tráfico, tardaría alrededor de una hora en llegar. Además, el lugar era inseguro. No sería una buena idea aventurarse en ese sector.Aunque en realidad, ella no iba en busca del contador, sino del inspector. Y si ese hombre era el asesino de un mafioso, como aseguraba Jacinto, a él no le preocuparía la hora para visitar a alguien, mucho menos se angustiaría por la seguridad de la zona.Más peligroso que él mismo no debía existir nadie. Si esperaba a mañana podía perder la oportunidad de encontrarlo y estaría como antes de haber hablado con Jacinto, sin una pista que seguir.Resignada, se encaminó hacia su objetivo. De algo estaba segura, no usaría sus encantos con el inspector, sino su
Después de una frustrante cena en el club Mi Esperanza, Carmela regresó en su vehículo a la casa de los Norato, cansada de tener que rogar a los presuntuosos de los Castañeda sus atenciones.Jacinto ni siquiera la había esperado para cenar. Su actitud fue tan grosera y arrogante, que en varias ocasiones ella tuvo que controlarse para no escupirle la cara.—¿Y qué me habrá querido decir con eso de que no soy capaz de controlar a Elena? —murmuró para sí misma.Estaba harta de que esa bastarda siempre se las arreglara para fastidiarle la vida. Cuando no se atravesaba en su camino era mencionada en alguna conversación, pero en todo momento su nombre o su desagradable presencia tenía que rondar cerca de ella.—Bien, tengo que sacarme a esa estúpida de la cabeza y concentrarme en lo verdaderamente importante.Con una sonrisa de satisfacción alejó una de las manos del volante para acariciar su bolso. Jacinto le había entregado un jugoso cheque que le permitía pagar una buena parte de la deud
A la mañana siguiente despertó con leves malestares. Se sentó con dificultad en la cama y miró a su alrededor. Se encontraba en una habitación de hotel. Sola.Paredes color marfil sin ningún tipo de adorno rodeaban el ambiente, que únicamente contaba con una cama amplia, un sillón y un par de mesitas de noche.No reconocía el lugar y los pocos recuerdos que le llegaban a la mente eran sobre la persecución, el accidente y la mirada hipnótica del apuesto inspector.Se puso de pie y se quedó por unos segundos erguida. Esperaba que sus músculos tomaran de nuevo su lugar y dejaran de gimotear.—No deberías salir de la cama.Se giró con rapidez sin poder evitar alegrarse al ver al inspector salir del baño. Con esfuerzo, procuró no reflejar ninguna emoción. Él, sin embargo, apareció con una encantadora sonrisa que le ocupaba todo el rostro.—Necesito ir con urgencia al baño —le mintió.—Puedes ir, ángel, es todo tuyo. Y si me lo permites, puedo ayudarte.—E-LE-NA, te dije que mi nombre es El
—Dijiste que no me harías daño —se defendió para esquivar su acecho, pero Iván ya la había acorralado.—No lo haré, pero tengo un trabajo qué hacer. Si quieres que esto termine pronto, lo mejor es que colabores. No aceptare caras duras, desobediencias ni amenazas de ningún tipo. ¿Entendido?Esas palabras, en vez de aterrarla, lograron enfadarla. Como siempre el fuerte se imponía sobre el débil, para avasallarlo.En esa oportunidad ella no estaba dispuesta a doblegarse. Si él quería información, la tendría, pero ella no se iría con las manos vacías. Nunca más sería la débil.Se cruzó de brazos y lo miró con el mentón en alto.—Hagamos un trato.Iván no pudo evitar impresionarse ante esas palabras y sentirse atraído por su arrogancia.Había sometido a cientos de hombres más fuertes y diestros que él con su actitud desafiante, pero ahí estaba ella, sabía que no tendría oportunidades de vencerlo y sin embargo, se mostraba altiva. Parecía haber heredado una inquebrantable gallardía.Para i
—¿Qué quieres saber? —preguntó con frustración.Iván relajó su expresión amenazante sin bajar la guardia.—¿Cómo obtuvo tu hermano la carta de Antonio?—No sé. Al parecer, alguien se la dio.—¿Cómo lo sabes? ¿Eso te lo dijo tu hermano?—No. Roberto Lobato.Iván se levantó de la cama de forma instantánea y colocó con brusquedad frente a Elena una de las mesitas de noche.Se sentó sobre ella a horcajadas, con las manos apoyadas en los respaldos del sillón. Para apresarla.Sus rostros quedaron a pocos centímetros de separación. El corazón de Elena comenzó a latir con desenfreno, no sabía si por el miedo a una amenaza o por la cercanía del inspector.—¿Trabajas para Lobato?Ella quedó en silencio. Sopesaba sus posibilidades. Al ver el brillo mortal de la mirada del hombre comprendió que no tenía ninguna. Por lo menos, de escapar.—¿Me harás daño? —indagó angustiada. Sabía que si fallaba su madre sería asesinada.—No tengo razones para lastimarte, pero entiende que para mí es importante ac