—Dijiste que no me harías daño —se defendió para esquivar su acecho, pero Iván ya la había acorralado.—No lo haré, pero tengo un trabajo qué hacer. Si quieres que esto termine pronto, lo mejor es que colabores. No aceptare caras duras, desobediencias ni amenazas de ningún tipo. ¿Entendido?Esas palabras, en vez de aterrarla, lograron enfadarla. Como siempre el fuerte se imponía sobre el débil, para avasallarlo.En esa oportunidad ella no estaba dispuesta a doblegarse. Si él quería información, la tendría, pero ella no se iría con las manos vacías. Nunca más sería la débil.Se cruzó de brazos y lo miró con el mentón en alto.—Hagamos un trato.Iván no pudo evitar impresionarse ante esas palabras y sentirse atraído por su arrogancia.Había sometido a cientos de hombres más fuertes y diestros que él con su actitud desafiante, pero ahí estaba ella, sabía que no tendría oportunidades de vencerlo y sin embargo, se mostraba altiva. Parecía haber heredado una inquebrantable gallardía.Para i
—¿Qué quieres saber? —preguntó con frustración.Iván relajó su expresión amenazante sin bajar la guardia.—¿Cómo obtuvo tu hermano la carta de Antonio?—No sé. Al parecer, alguien se la dio.—¿Cómo lo sabes? ¿Eso te lo dijo tu hermano?—No. Roberto Lobato.Iván se levantó de la cama de forma instantánea y colocó con brusquedad frente a Elena una de las mesitas de noche.Se sentó sobre ella a horcajadas, con las manos apoyadas en los respaldos del sillón. Para apresarla.Sus rostros quedaron a pocos centímetros de separación. El corazón de Elena comenzó a latir con desenfreno, no sabía si por el miedo a una amenaza o por la cercanía del inspector.—¿Trabajas para Lobato?Ella quedó en silencio. Sopesaba sus posibilidades. Al ver el brillo mortal de la mirada del hombre comprendió que no tenía ninguna. Por lo menos, de escapar.—¿Me harás daño? —indagó angustiada. Sabía que si fallaba su madre sería asesinada.—No tengo razones para lastimarte, pero entiende que para mí es importante ac
—Es un gran placer recibirte en mi oficina, Ariana.La chica se levantó con petulancia apenas escuchó el saludo de Jacinto, quien la recibió con un refinado beso en los nudillos y una seductora sonrisa.—También estoy encantada de volver a verte —le dijo y le dedicó una mirada desafiante.—Me siento dichoso. Todas las mujeres Norato han venido a visitarme. Ayer fue tu madre y Elena, y hoy recibo tu maravillosa presencia.Con una sonrisa fingida Ariana disimuló la punzada de celos que se le agolpó en el pecho a causa de la visita de Elena a los Castañeda.—Sé que mi madre vino porque la invitaste a cenar, pero, ¿a qué vino Elena?—Averigua sobre la desaparición de su hermano. Deberían aconsejarle que se olvide del asunto e intente reiniciar su vida.Ariana resopló y puso los ojos en blanco.—Elena es muy terca y siempre hace lo que le place, no lo más sensato. Anoche ni siquiera fue a dormir a la casa, pero si ella quiere malgastar su vida en eso, entonces, déjala. Algún día cambiará d
Dentro del Camaro, Iván y Elena se dirigían a la dirección que Jacinto les había entregado en busca del contador.Él sospechaba que aquello era una trampa para sacarlo del camino, pero no podía ignorar el desafío. Estaba ansioso por encontrar una sorpresa interesante. Buscaba un poco de diversión.Elena miraba impresionada la cantidad de basura que había en la parte trasera del vehículo. Por más que intentó evitarlo, no pudo dejar pasar el comentario.—¿Nunca limpias el auto?—Claro que sí, una vez al año o cuando recibo visitas. Pero como no se ha vencido el plazo de la última limpieza y tú llegaste sin previo aviso, no tuve tiempo de limpiar.A pesar de las graciosas ocurrencias del inspector, ella no podía ignorar el nerviosismo que sentía por la peligrosa aventura en la que se había embarcado.Pensaba que no era necesario actuar con tanta zozobra, que lo mejor era intentar contactarse con Lobato y resolver cualquier malentendido para continuar la búsqueda sin temor a un ataque rep
Al llegar a la casa del contador estacionó el auto a una distancia prudencial. Así podía evaluar el sector.—¿Qué hacemos? —consultó Elena después de algunos minutos de silencio sepulcral.—Esperar.—¿Qué esperamos?—Algún movimiento.Media hora después ella comenzó a inquietarse. No hacían otra cosa que estar sentados con la mirada fija en la casa del contador, ubicada a varios metros de distancia.—¿No estamos un poco alejados? Desde aquí no veo bien.—Debemos mantenernos a esta distancia. Si hay asesinos al acecho no podrán vernos —explicó él sin dejar de otear los alrededores.—¿Cuánto tiempo se supone que debemos esperar?—Todo el día si es necesario.—¡¿Todo el día?! —manifestó ella con desconcierto.—Estas muy impaciente, muñeca. —Iván la miró con falsa sorpresa.Disfrutaba de la compañía de Elena, pero no podía bajar la guardia. Él conocía bien los desafíos que se presentarían si eran sorprendidos por sus enemigos.—¿Impaciente? ¿Y por qué debería estarlo? Solo llevamos aquí s
Para su tranquilidad, la llegada de un sospechoso Malibú negro de vidrios polarizados lo sacó de sus divagaciones.El auto se detuvo frente a la casa del contador, pero sus tripulantes se quedaron adentro y mantuvieron los vidrios cerrados. Su instinto enseguida se disparó y se puso en alerta.Fijó la mirada en el vehículo. Minutos después, un sujeto vestido de saco y corbata, con lentes oscuros y de cabellos rubios, salió y se apoyó en el auto para otear los alrededores.Iván tenía tiempo sumergido en la delincuencia, sabía identificar cuando estaba frente a un ciudadano común o a un pervertido recién salido de prisión, por eso sacó el arma que escondía bajo el asiento y la cargó entre las piernas al tiempo que el rubio divisaba el Camaro.—¿Qué ocurre? —le preguntó Elena al ver lo que hacía.—Pasa al asiento de atrás.—¿Por qué?—¡Haz lo que te digo!Sus palabras fueron duras y vinieron acompañadas de una mirada amenazante que a ella la intimidó. Elena no tuvo más opciones que obede
—Estás equivocado si piensas que entraré de forma voluntaria en ese auto —sentenció Elena. Estaba aterrada, pero el miedo la enfadaba aún más.—Mira, amorcito, te lo advierto, no me hagas perder la paciencia. Si no entras por las buenas y me dices dónde carajo está el idiota con el que andabas, te haré tragar toda tu rabieta.—Haz lo que quieras, pero no voy a entrar y no te voy a decir nada.Elena se enfrentó con valentía a sus verdugos, decidida a luchar hasta el final. El hombre la miraba con furia, era unos buenos centímetros más alto que ella y más fuerte, pero eso no amilanaba su gallardía. Al contrario, le hacía hervir más la sangre.—O me sueltas o serás tú quien tendrá que atenerse a las consecuencias —lo amenazó.—¡Métela rápido en el auto y larguémonos de esta pocilga, el olor a orine me aturde! —dijo el rubio, que no se apartaba del Malibú.El hombre recorría con la mirada el lugar, inquieto por la tensa calma. El que revisaba el Camaro estaba impresionado por la cantidad
Jacinto descansaba en la terraza de su mansión, recostado en una silla de extensión cerca de un frondoso árbol.Sabía que debía prepararse para las malas noticias que Zambrano, su jefe de seguridad, venía a informarle. Una extraña sensación lo embargaba y lo hacía sospechar que algo no marchaba bien.—Señor Castañeda, disculpe que lo interrumpa.Con ojos adormilados Jacinto lo miró y apreció la tensión en su rostro, a pesar de que su escolta tenía parte de la cara oculta tras una barba espesa.—¿Qué noticias me traes?—No son muy buenas, señor.Jacinto suspiró y se incorporó en la silla para quedar sentado frente al sujeto.—Los hombres de Lobato perdieron por segunda vez a la joven, sigue en manos del inspector. Tres ejecutores quedaron mal heridos en un terreno privado, la policía los tiene bajo su resguardo en el hospital. Los residentes alegan que eran narcotraficantes que iban a esconder drogas en la zona, y por supuesto, encontraron varios paquetes en la cajuela del auto. Aunque