Dentro del Camaro, Iván y Elena se dirigían a la dirección que Jacinto les había entregado en busca del contador.Él sospechaba que aquello era una trampa para sacarlo del camino, pero no podía ignorar el desafío. Estaba ansioso por encontrar una sorpresa interesante. Buscaba un poco de diversión.Elena miraba impresionada la cantidad de basura que había en la parte trasera del vehículo. Por más que intentó evitarlo, no pudo dejar pasar el comentario.—¿Nunca limpias el auto?—Claro que sí, una vez al año o cuando recibo visitas. Pero como no se ha vencido el plazo de la última limpieza y tú llegaste sin previo aviso, no tuve tiempo de limpiar.A pesar de las graciosas ocurrencias del inspector, ella no podía ignorar el nerviosismo que sentía por la peligrosa aventura en la que se había embarcado.Pensaba que no era necesario actuar con tanta zozobra, que lo mejor era intentar contactarse con Lobato y resolver cualquier malentendido para continuar la búsqueda sin temor a un ataque rep
Al llegar a la casa del contador estacionó el auto a una distancia prudencial. Así podía evaluar el sector.—¿Qué hacemos? —consultó Elena después de algunos minutos de silencio sepulcral.—Esperar.—¿Qué esperamos?—Algún movimiento.Media hora después ella comenzó a inquietarse. No hacían otra cosa que estar sentados con la mirada fija en la casa del contador, ubicada a varios metros de distancia.—¿No estamos un poco alejados? Desde aquí no veo bien.—Debemos mantenernos a esta distancia. Si hay asesinos al acecho no podrán vernos —explicó él sin dejar de otear los alrededores.—¿Cuánto tiempo se supone que debemos esperar?—Todo el día si es necesario.—¡¿Todo el día?! —manifestó ella con desconcierto.—Estas muy impaciente, muñeca. —Iván la miró con falsa sorpresa.Disfrutaba de la compañía de Elena, pero no podía bajar la guardia. Él conocía bien los desafíos que se presentarían si eran sorprendidos por sus enemigos.—¿Impaciente? ¿Y por qué debería estarlo? Solo llevamos aquí s
Para su tranquilidad, la llegada de un sospechoso Malibú negro de vidrios polarizados lo sacó de sus divagaciones.El auto se detuvo frente a la casa del contador, pero sus tripulantes se quedaron adentro y mantuvieron los vidrios cerrados. Su instinto enseguida se disparó y se puso en alerta.Fijó la mirada en el vehículo. Minutos después, un sujeto vestido de saco y corbata, con lentes oscuros y de cabellos rubios, salió y se apoyó en el auto para otear los alrededores.Iván tenía tiempo sumergido en la delincuencia, sabía identificar cuando estaba frente a un ciudadano común o a un pervertido recién salido de prisión, por eso sacó el arma que escondía bajo el asiento y la cargó entre las piernas al tiempo que el rubio divisaba el Camaro.—¿Qué ocurre? —le preguntó Elena al ver lo que hacía.—Pasa al asiento de atrás.—¿Por qué?—¡Haz lo que te digo!Sus palabras fueron duras y vinieron acompañadas de una mirada amenazante que a ella la intimidó. Elena no tuvo más opciones que obede
—Estás equivocado si piensas que entraré de forma voluntaria en ese auto —sentenció Elena. Estaba aterrada, pero el miedo la enfadaba aún más.—Mira, amorcito, te lo advierto, no me hagas perder la paciencia. Si no entras por las buenas y me dices dónde carajo está el idiota con el que andabas, te haré tragar toda tu rabieta.—Haz lo que quieras, pero no voy a entrar y no te voy a decir nada.Elena se enfrentó con valentía a sus verdugos, decidida a luchar hasta el final. El hombre la miraba con furia, era unos buenos centímetros más alto que ella y más fuerte, pero eso no amilanaba su gallardía. Al contrario, le hacía hervir más la sangre.—O me sueltas o serás tú quien tendrá que atenerse a las consecuencias —lo amenazó.—¡Métela rápido en el auto y larguémonos de esta pocilga, el olor a orine me aturde! —dijo el rubio, que no se apartaba del Malibú.El hombre recorría con la mirada el lugar, inquieto por la tensa calma. El que revisaba el Camaro estaba impresionado por la cantidad
Jacinto descansaba en la terraza de su mansión, recostado en una silla de extensión cerca de un frondoso árbol.Sabía que debía prepararse para las malas noticias que Zambrano, su jefe de seguridad, venía a informarle. Una extraña sensación lo embargaba y lo hacía sospechar que algo no marchaba bien.—Señor Castañeda, disculpe que lo interrumpa.Con ojos adormilados Jacinto lo miró y apreció la tensión en su rostro, a pesar de que su escolta tenía parte de la cara oculta tras una barba espesa.—¿Qué noticias me traes?—No son muy buenas, señor.Jacinto suspiró y se incorporó en la silla para quedar sentado frente al sujeto.—Los hombres de Lobato perdieron por segunda vez a la joven, sigue en manos del inspector. Tres ejecutores quedaron mal heridos en un terreno privado, la policía los tiene bajo su resguardo en el hospital. Los residentes alegan que eran narcotraficantes que iban a esconder drogas en la zona, y por supuesto, encontraron varios paquetes en la cajuela del auto. Aunque
Fuera de la zona de peligro y sentados en la última mesa de un restaurante, Iván y Elena disfrutaban de su primera comida caliente.Ella aún se sentía aturdida por todos los hechos que le habían sucedido en apenas dos días: la confirmación de la muerte de su hermano, la huida de los asesinos que la acechaban, la traición de Jacinto, y por supuesto, la cercanía perturbadora de Iván.Su cuerpo le comenzaba a exigir una pausa y su mente, una sana distracción, pero no podía dejar de pensar en sus conflictos y analizar las pocas pistas que poseía para llegar a su meta.Mientras comía con poco ánimo ñoquis de papa con salsa de crema, procuraba idear la forma más rápida de alcanzar su objetivo, pero una duda la atormentaba: ¿qué sucedería cuando tuviera la carta en las manos?Roberto la quería, Antonio también y ella la necesitaba para salvar a su madre. Iván estaba dispuesto a encontrarla y la protegía con esa única intención, entonces, ¿quién se quedaría al final con ella?Alzó el rostro p
Elena sentía como su corazón incrementaba el ritmo de sus pulsaciones y las rodillas le temblaban como gelatina.Su mente comenzó a divagar en el pasado. Revivía la mirada lasciva de Leandro y la risa lujuriosa que la atormentaba cada noche.No solo volvieron los recuerdos, sino las amargas sensaciones. De nuevo podía sentir la presión que él ejercía sobre su rostro y le dificultaba la respiración, el dolor insoportable por el desgarro de su cuerpo, la sangre tibia que bajaba por sus muslos y las desconsoladas lágrimas que le empañaban la vista…Todo regresó para abrumarla y humillarla.Cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos para no escuchar sus bestiales gemidos de satisfacción.De pronto, una mano le apretó el brazo y otra le sostuvo la mandíbula para levantarle el rostro. El calor de esa piel la sacó de sus opresores recuerdos.—Muñeca, ¿estás bien?No se había percatado de que estaba casi ovillada contra la pared y lloraba en silencio con desconsuelo. Suplicaba olvidarse de
Los hombres estaban tranquilos, comían despreocupados en la oficina. Iván salió del cuarto agachado para no ser visto y se acercó sigiloso.Se fijó que en la entrada del cubículo había un estante bajo, con algunos ornamentos y libros. Una vasija de barro con flores artificiales adornaba uno de los tramos, por el tipo de material él dedujo que debía tener algo de peso y podía ser utilizado como un proyectil.Entró en la oficina de manera repentina y sorprendió a los hombres, quienes al verlo, casi se atragantaron con la comida.—Buenas tardes, caballeros.El bajito escupió lo que masticaba y se levantó para encarar a Iván. El moreno dejó caer su vianda al suelo y comenzó a tantear en su chaqueta en busca de su arma, manteniendo la comida dentro de su boca.Con velocidad Iván tomó la vasija de barro, que pesaba más de lo que supuso, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia el hombre bajito. Con precisión le golpeó la cabeza y lo dejó medio inconsciente en el suelo.Sacó el arma y apuntó a