—Estás equivocado si piensas que entraré de forma voluntaria en ese auto —sentenció Elena. Estaba aterrada, pero el miedo la enfadaba aún más.—Mira, amorcito, te lo advierto, no me hagas perder la paciencia. Si no entras por las buenas y me dices dónde carajo está el idiota con el que andabas, te haré tragar toda tu rabieta.—Haz lo que quieras, pero no voy a entrar y no te voy a decir nada.Elena se enfrentó con valentía a sus verdugos, decidida a luchar hasta el final. El hombre la miraba con furia, era unos buenos centímetros más alto que ella y más fuerte, pero eso no amilanaba su gallardía. Al contrario, le hacía hervir más la sangre.—O me sueltas o serás tú quien tendrá que atenerse a las consecuencias —lo amenazó.—¡Métela rápido en el auto y larguémonos de esta pocilga, el olor a orine me aturde! —dijo el rubio, que no se apartaba del Malibú.El hombre recorría con la mirada el lugar, inquieto por la tensa calma. El que revisaba el Camaro estaba impresionado por la cantidad
Jacinto descansaba en la terraza de su mansión, recostado en una silla de extensión cerca de un frondoso árbol.Sabía que debía prepararse para las malas noticias que Zambrano, su jefe de seguridad, venía a informarle. Una extraña sensación lo embargaba y lo hacía sospechar que algo no marchaba bien.—Señor Castañeda, disculpe que lo interrumpa.Con ojos adormilados Jacinto lo miró y apreció la tensión en su rostro, a pesar de que su escolta tenía parte de la cara oculta tras una barba espesa.—¿Qué noticias me traes?—No son muy buenas, señor.Jacinto suspiró y se incorporó en la silla para quedar sentado frente al sujeto.—Los hombres de Lobato perdieron por segunda vez a la joven, sigue en manos del inspector. Tres ejecutores quedaron mal heridos en un terreno privado, la policía los tiene bajo su resguardo en el hospital. Los residentes alegan que eran narcotraficantes que iban a esconder drogas en la zona, y por supuesto, encontraron varios paquetes en la cajuela del auto. Aunque
Fuera de la zona de peligro y sentados en la última mesa de un restaurante, Iván y Elena disfrutaban de su primera comida caliente.Ella aún se sentía aturdida por todos los hechos que le habían sucedido en apenas dos días: la confirmación de la muerte de su hermano, la huida de los asesinos que la acechaban, la traición de Jacinto, y por supuesto, la cercanía perturbadora de Iván.Su cuerpo le comenzaba a exigir una pausa y su mente, una sana distracción, pero no podía dejar de pensar en sus conflictos y analizar las pocas pistas que poseía para llegar a su meta.Mientras comía con poco ánimo ñoquis de papa con salsa de crema, procuraba idear la forma más rápida de alcanzar su objetivo, pero una duda la atormentaba: ¿qué sucedería cuando tuviera la carta en las manos?Roberto la quería, Antonio también y ella la necesitaba para salvar a su madre. Iván estaba dispuesto a encontrarla y la protegía con esa única intención, entonces, ¿quién se quedaría al final con ella?Alzó el rostro p
Elena sentía como su corazón incrementaba el ritmo de sus pulsaciones y las rodillas le temblaban como gelatina.Su mente comenzó a divagar en el pasado. Revivía la mirada lasciva de Leandro y la risa lujuriosa que la atormentaba cada noche.No solo volvieron los recuerdos, sino las amargas sensaciones. De nuevo podía sentir la presión que él ejercía sobre su rostro y le dificultaba la respiración, el dolor insoportable por el desgarro de su cuerpo, la sangre tibia que bajaba por sus muslos y las desconsoladas lágrimas que le empañaban la vista…Todo regresó para abrumarla y humillarla.Cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos para no escuchar sus bestiales gemidos de satisfacción.De pronto, una mano le apretó el brazo y otra le sostuvo la mandíbula para levantarle el rostro. El calor de esa piel la sacó de sus opresores recuerdos.—Muñeca, ¿estás bien?No se había percatado de que estaba casi ovillada contra la pared y lloraba en silencio con desconsuelo. Suplicaba olvidarse de
Los hombres estaban tranquilos, comían despreocupados en la oficina. Iván salió del cuarto agachado para no ser visto y se acercó sigiloso.Se fijó que en la entrada del cubículo había un estante bajo, con algunos ornamentos y libros. Una vasija de barro con flores artificiales adornaba uno de los tramos, por el tipo de material él dedujo que debía tener algo de peso y podía ser utilizado como un proyectil.Entró en la oficina de manera repentina y sorprendió a los hombres, quienes al verlo, casi se atragantaron con la comida.—Buenas tardes, caballeros.El bajito escupió lo que masticaba y se levantó para encarar a Iván. El moreno dejó caer su vianda al suelo y comenzó a tantear en su chaqueta en busca de su arma, manteniendo la comida dentro de su boca.Con velocidad Iván tomó la vasija de barro, que pesaba más de lo que supuso, y la lanzó con todas sus fuerzas hacia el hombre bajito. Con precisión le golpeó la cabeza y lo dejó medio inconsciente en el suelo.Sacó el arma y apuntó a
Dentro de la habitación de un hotel, en el centro de la ciudad, Iván se encontraba sentado en el borde de la cama.Tenía los codos apoyados en las rodillas y se frotaba las manos para elucubrar nuevos planes. Había quedado sin pistas.Antonio estaba en algún rincón del planeta, escondido de Lobato. Quizás herido, o tal vez muerto.El cuerpo de Raúl fue ocultado por los hombres del mafioso y no creía que fueran tan imbéciles de no revisarlo antes de enterrarlo, o al menos, mientras lo tenían secuestrado.Por tanto, la opción de que pudiera tener la carta encima quedaba descartada. El documento seguía desaparecido y según la obsesión de Lobato, la única que podía hallarlo era Elena.La hora de conversar con ella había llegado. Por supuesto, no utilizaría los mismos métodos que había aplicado con sus anteriores víctimas, pero no podía dilatar más esa tarea.Una sonrisa maliciosa se le dibujó en el rostro mientras caía abatido en la cama con los brazos abiertos en forma de cruz. Tenía muy
Elena peinaba sus largos cabellos sentada en el borde de la cama y con una sonrisa dibujada en el rostro, producto del recuerdo de los besos de Iván.Debía reconocer que sentía una fuerte atracción hacia el hombre, un encanto que tenía que aprender a manejar.Si se dejaba llevar por sus hormonas, caería irremediablemente en sus brazos y estaba segura que de allí no tendría escapatoria.El cuerpo se le avivaba con solo recordar su hipnótica mirada, su sonrisa pícara, el calor de su piel y sus deliciosos besos.A medida que la imagen del chico rebelde se le delineaba en la memoria el corazón le vibraba con mayor ímpetu, los pezones se le endurecían y una enardecida necesidad le estallaba en el vientre, hasta sensibilizarle sus partes íntimas.Al escuchar que la puerta de la habitación se abría, pegó un respingo. El deseo se le aglomeró en el pecho para transformarse en temor.La figura imponente de Iván apareció y se adueñó del espacio. El dominio que emanaba era intimidante.—Llegue, m
Elena estaba furiosa por la actitud de Iván, tenía que encontrar alguna manera de escarmentarlo y demostrarle que ella no era tan débil como él pensaba.Se cambió de ropa por una más sexy y cómoda, dispuesta a seguirle el juego y provocarlo también.Se enfundó unos cortos pantalones de dormir que mostraban sus firmes piernas y una blusa ajustada sin mangas que le hacía resaltar la redondez y prominencia de los senos.Se dejó sueltos los cabellos y los despeinó un poco, aprovechando que aún estaban húmedos por el baño. Finalmente se acostó boca abajo en la cama, y se apoyó en los codos para leer la guía de programación que dejaron sobre el televisor.Intentaba parecer despreocupada, pero en realidad, esperaba ansiosa a que Iván terminara de bañarse, entrara en la habitación y mirara su pose descarada.De seguro, le saldría con alguna frase mordaz y ella estaba preparada para responderle con la misma astucia, sin dejarse vencer.Debía aplicar toda su fortaleza para soportar sus burlas,