El rostro de Elena dejó de mostrar parte del dolor que la invadía. Con dulzura ella pasó una mano por la cabeza rapada de él, sintiendo como la pinchaban los cortos cabellos.A Iván le encantó la caricia, pero lo conmovía aún más su mirada vulnerable.Elena lo abrazó apretándose a su cuello. Junto a él se sentía segura y protegida. Iván la comprendía, respetaba sus decisiones y la alentaba a actuar, no a ser una simple espectadora.Pero sobre todo, la hacía sentirse feliz, algo que en muy pocas ocasiones había sentido. Y eso le gustó.—Elena.—¿Qué?—Aún estoy desnudo.—Oh… disculpa.Con una amplia sonrisa en el rostro ella se alejó de Iván. Esta vez, él no se sentía miserable, frustrado quizás, pero no miserable.Le acarició el rostro antes de regresar al baño para vestirse, manteniendo la sonrisa por un buen rato.Era la primera vez que se sentía bien consigo mismo, que había dejado de lado sus necesidades para hacer algo positivo por otra persona.Aunque no por cualquier persona, s
—A que aparentáramos una relación. —La voz le tembló. No quería confesarle a Iván el desagradable encuentro que había tenido con Leandro y la llevó a asesinarlo, pero sabía que él necesitaba información y no la dejaría en paz hasta conseguirla. Había sido testigo de sus insistentes maniobras y de lo que era capaz para obtener respuestas—. Su padre desconfiaba de sus capacidades financieras y él sentía a Jacinto cada vez más entrometido en su vida. Debía casarse para manejar su herencia y al conocer mis necesidades se atrevió a proponerme un matrimonio fugaz a cambio de dinero. Por supuesto, yo no acepte, prefería morirme de hambre antes que tener algún tipo de relación con él, pero Raúl se metió en problemas y para liberarlo, debía aceptar su propuesta.—¿Qué problemas? —Iván no apartaba su mirada inquisidora de ella. No solo analizaba sus respuestas, sino cada una de sus reacciones.—Leandro utilizaba la fábrica para distribuir de forma ilícita unas medicinas, que al parecer contenía
A la mañana siguiente, Iván se despertó con los primeros rayos del alba, sobresaltado por el ruido de su teléfono al recibir un mensaje de texto. Enseguida se incorporó en la cama para leerlo:«Tenemos que hablar. Urgente y en privado». Era de Alfredo. Con rapidez se calzó los zapatos para salir de la habitación.—¿Qué sucede? —preguntó Elena al despertarse por el movimiento de la cama.—Nada, muñeca. Voy a salir un momento. ¿Qué te provoca para desayunar?—¿Desayunar? ¿Qué hora es?Iván se levantó y se giró para mirarla. Quedó maravillado con la imagen despeinada y adormilada de Elena. «¡Dios santo, es hermosa!», pensó.Aunque estaba fascinado, le preocupaba el camino que tomaban sus sentimientos. No era lo mismo desear a una mujer que amar cada rasgo de ella, incluso, cuando estaba recién levantada.Lo que sentía por Elena amenazaba con convertirse en una forma de dominio y él no estaba habituado a que alguien dirigiera sus acciones.Sacudió la cabeza para quitarse el aturdimiento.
Pensativo, fue a comprar el desayuno, luego regresó a la habitación.Nunca había tenido tanto interés en aclarar una situación como en ese momento, deseaba terminar de una vez por todas con el asunto de la carta para centrarse en su próxima batalla: la que seguramente tendría que luchar para ganarse a la única mujer que había sido capaz de sacudirle la existencia.No solo la deseaba con fervor, su atracción hacia ella iba acompañada de cierto sentido de pertenencia y ternura que nunca antes había experimentado.Pero si Elena, por una burla del destino, tenía algo que ver con Vicente Arcadia, se vería en medio de una encrucijada.Al entrar en la habitación la encontró caminando de un lado a otro como un león enjaulado. Ya se había levantado de la cama y aseado, y parecía esperarlo con ansiedad.—¿Qué sucede? —le preguntó.—Eso es lo que quiero saber. Saliste hace rato como alma que lleva el diablo y sin dar explicaciones.—¿Explicaciones? ¿Desde cuándo debo dar explicaciones de lo que
—Señorita Norato, es un placer recibir tan exquisita visita.Ariana sonrió ante la mirada sádica de Roberto Lobato, un hombre alto, corpulento y con una barba descuidada que lo hacía parecer un sucio pirata.Pero a pesar de la apariencia de su rostro, el sujeto siempre estaba muy bien vestido, portaba trajes costosos, brillantes cadenas y anillos de oro con piedras preciosas incrustadas. Era un hombre rico y poderoso y le fascinaba mostrarlo con sus pertenencias.Con mano callosa él tomó el delicado brazo de Ariana y lo giró para besarle con seducción la parte interna de la muñeca. Ariana sintió repulsión por lo que iba a hacer, pero lo disimuló con su bien ensayada sonrisa.—¿Por qué razón fui bendecido con su presencia?—Vengo enviada por Jacinto Castañeda, para reafirmar la amistad y el compromiso que estableció con usted.Roberto sonrió, ya Jacinto se había comunicado con él y le adelantó parte de la intención de Ariana. La miró con lujuria y caminó a su alrededor para evaluar con
—¿A dónde vamos?Iván y Elena se encontraban en el Camaro rumbo a San Mateo, una ciudad ubicada a veintidós kilómetros de Maracay.—Un desvió. Lobato está dispuesto a llevarte como sea y yo a protegerte como sea. Necesito el armamento indicado.—¿Comprarás armas? —le preguntó sorprendida.—No. Voy a surtirme con un amigo.Elena lo observó intrigada. Ansiaba conocer todo la historia que lo rodeaba.—Eres un asesino a sueldo, ¿cierto?Iván mostró una media sonrisa exenta de satisfacción.—Soy una especie de mensajero —confesó.—¿Mensajero?—Sí, de esos que llevan advertencias y amenazas haciendo uso de cierta… rudeza.—¡¿Eres un torturador?!Los ojos de Elena volvieron a mostrar asombro. Iván la observó un instante con pesar.—No torturo niños, mujeres o inocentes. A todos los que he agredido han sido asesinos, delincuentes o mal nacidos sin alma.Ella no podía apartar su atención impactada de él.—Eso explica tu actitud en la fábrica y esa loca manera de enfrentar un problema.Él le di
Betsaida finalizó la llamada telefónica y se giró hacia Antonio, para encararlo, mientras él observaba con el ceño fruncido un complejo adorno de plumas y tela colgado en la pared. Quería parecer desinteresado.—¿En qué piensas? —le preguntó ella, aunque sabía qué era lo que le molestaba.—No termino de confiar en ese hombre.—Al igual que nosotros, Zambrano está interesado en que todo esto termine pronto.—¿Y por qué no ayuda a la chica? —formuló con irritación. Antonio estaba harto, pero no tenía otra alternativa.La policía era el mejor apoyo con el que contaba y la única fuente de información que lo mantenía al tanto de todo lo que sucedía con Elena, Castañeda y Lobato.—Si actúan diferente, Jacinto se dará cuenta y le informará a Lobato que la policía está mezclada entre su gente de confianza y le sigue los pasos. Además, la ayuda. Ha movido a varios de sus efectivos para que eviten que intercepten el Camaro plata donde viajan Elena y ese alocado inspector.Antonio se frotó el ro
—¿Entraremos allí?—Tranquila, mientras permanezcas a mi lado nada te sucederá.Iván estacionó el auto a un costado de un viejo edificio de piedra gris desgastado por el avance y la crueldad del tiempo.Sus cuatro pisos estaban tan deteriorados en el exterior que Elena pensaba que un fuerte viento sería capaz de destruir toda la obra. La edificación parecía tener cien años de construida, y de seguro, albergaba residentes de muy escasos recursos.En la planta baja estaba ubicado un local que parecía ser un restaurante o un bar de mala muerte, cuya entrada consistía en una reja que daba paso a un pasillo estrecho y lúgubre que se perdía entre las sombras.Sobre la reja unas letras lumínicas, que en esa ocasión estaban apagadas, anunciaban que habían llegado a: El Paraíso.—¿Entraremos en el edificio o en El Paraíso?Iván sonrió.—En El Paraíso, pero no por esa puerta, sino por la de servicio.Los ojos de Elena se agrandaron. Si la puerta principal del local era tan pavorosa, no quería i