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Capítulo 30. Sorpresas

A la mañana siguiente, Iván se despertó con los primeros rayos del alba, sobresaltado por el ruido de su teléfono al recibir un mensaje de texto. Enseguida se incorporó en la cama para leerlo:

«Tenemos que hablar. Urgente y en privado». Era de Alfredo. Con rapidez se calzó los zapatos para salir de la habitación.

—¿Qué sucede? —preguntó Elena al despertarse por el movimiento de la cama.

—Nada, muñeca. Voy a salir un momento. ¿Qué te provoca para desayunar?

—¿Desayunar? ¿Qué hora es?

Iván se levantó y se giró para mirarla. Quedó maravillado con la imagen despeinada y adormilada de Elena. «¡Dios santo, es hermosa!», pensó.

Aunque estaba fascinado, le preocupaba el camino que tomaban sus sentimientos. No era lo mismo desear a una mujer que amar cada rasgo de ella, incluso, cuando estaba recién levantada.

Lo que sentía por Elena amenazaba con convertirse en una forma de dominio y él no estaba habituado a que alguien dirigiera sus acciones.

Sacudió la cabeza para quitarse el aturdimiento.
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