Le soltó una mano para asirla por la cintura y la elevó del suelo para alcanzar con facilidad su boca.Caminó un par de pasos hasta llegar a la cama, pero antes de echarla en el colchón le quitó el vestido, despacio, aprovechando para acariciar el cuerpo de su esposa y generar una fricción estremecedora con ayuda del calor que desprendían sus palmas y la tela de la prenda.Rodeó el cuello de Elena con sus manos y le alzó la cabeza para degustarse con el sabor de sus labios mientras la acostaba.Le quitó el sujetador con premura, pudiendo tener a su disposición los picos erectos de sus senos, que chupó a placer.Ella se revolvió sobre las sábanas como una gatita consentida. Se arqueaba pidiendo más, exigencias que él estaba encantado de hacer cumplir.Con ansia Iván recorrió el cuerpo de su mujer para morderlo y degustarlo como si fuera un tallo de caña de azúcar, que desprendía un jugo dulce y adictivo, cuyo culmen encontró entre las piernas femeninas, que se abrieron para él como los
Al día siguiente, Iván se hallaba en su taller intentando poner a tono a una vieja Honda Shadow, que era la «niña de sus ojos» de uno de sus mejores clientes.Sentado en el suelo, con la camiseta manchada de grasa al igual que los vaqueros, cambiaba las juntas de la tapa del cilindro del radiador.Estaba en ello cuando Igor, uno de sus empleados, se le acercó con su habitual semblante irritado.—Afuera está Antonio Matos, y te busca —bramó antes de ponerse a revisar un mesón cercano, donde acumulaban diversas partes mecánicas en buen estado que podían utilizar de repuesto.Iván lo observó ceñudo por un instante, viéndolo mascullar quejas mientras hurgaba entre los objetos.No importaba si el trabajo que realizaba era sencillo o extremadamente difícil, de la misma manera su ayudante se mostraba enfadado.Se levantó limpiándose la grasa en un paño que le colgaba de un bolsillo y caminó al exterior del cobertizo para encontrarse con su amigo.Antonio lo esperaba con la espalda recostada
—Iván, llegaste —habló Elena y apartó con suavidad su mano de la del hombre.—¿Quién es? —preguntó de forma grosera, algo que enfadó aún más a la mujer.Ella se levantó y se irguió sin quitarle la vista de encima.—Mi primo, Joander.Iván apretó el ceño y paseó su mirada confusa entre Elena y el sujeto. Llevaban cinco años de casados, más uno de noviazgo, ¿de dónde demonios había aparecido aquel primo?—Es el hijo de mi tío Cristóbal —agregó ella intuyendo su duda—, vino de Apure para traerme los documentos de propiedad de la casa que pertenece a mi madre.Él no podía dejar de escudriñar al hombre, que ahora lo ignoraba para juguetear con su hija.Aunque estaba sentado a Iván le pareció alto, de figura atlética y con facciones similares a la de los Norato (la familia que adoptó a su esposa cuando esta era tan solo una niña) de rasgos suaves, nariz perfilada y mandíbula cuadrada.Sus cabellos castaños y lacios le recordaron a su suegra, quien había fallecido por una dolencia pulmonar u
Iván salió del baño vistiendo solo unos bóxer. Se había dado una ducha, eso ayudó a que se relajara.Vio a Elena acostada en la cama, de lado. Le daba la espalda. Dormía en bragas y con una camiseta de algodón como pijama.A ella no le gustaba arroparse, y cuando lo hacía, de forma inconsciente se quitaba las sábanas. A él le encantaba esa costumbre.De esa manera podía apreciar el cuerpo de su chica mientras dormían. Adoraba verla, para él su mujer era más perfecta que las divas veinteañeras de Hollywood, a pesar de que sus caderas se habían ensanchado a causa de los tres partos y aumentó unos cuantos kilitos que, según ella, fue por culpa de la «depresión post parto».A él no le interesaban las razones, esa nueva apariencia le resultaba igual de exquisita. Había más carne para morder y amar, haciendo que su adicción por esa mujer creciera.Pero además, las noches en que hacía frío ella se refugiaba entre sus brazos para calentarse.Se pegaba a él como si fuera un tatuaje más que lle
Se frotó el rostro con una mano arrepentido por ser tan débil. Perdía facultades, se volvía viejo y lento, y eso no le gustaba. Así quedaría a merced de sus enemigos y tenía una familia que proteger.Arrugó el ceño dispuesto a resolver aquella situación. Eso no podía quedarse así, Elena no debía quitarle potestad de esa manera.No obstante, el agotamiento físico y mental lo dominaba, estaba demasiado cansado y necesitaba un baño.Decidió descansar unos minutos antes de levantarse y meterse en la ducha, y demostrarle a su mujer quien era el hombre en esa casa. Pero se quedó dormido.Al abrir los ojos la luz entraba a raudales en la habitación. Era tan brillante que a él le costó enfocar la vista.Al hacerlo, se encontró en la cama, solo y desnudo. Las voces de sus hijos varones resonaban en las habitaciones contiguas, así como la de su esposa, que los llamaba desde la escalera para que fueran a desayunar.En medio de un gruñido se puso de pie. Cada hueso del cuerpo le chirriaba como si
—No traía documentos en las manos, solo su cartera y su abrigo —se quejó Iván mientras manejaba hacia la dirección que Antonio le había facilitado.Su amigo viajaba con él, sentado en el asiento del copiloto. Revisaba en su móvil las versiones digitales de los diarios locales y nacionales y escuchaba con resignación los dramas de su compañero.—Quizás los llevaba doblados dentro de la cartera.—No. Es una casa grande, con potrero incluido, que ha estado alquilada por años —rebatió con enfado—. Cristóbal mencionó en una ocasión que le enviaría copias de todo para que ella pudiera evaluarlo. Debe tratarse de un fajo grueso de papeles, es imposible que los haya metido en el bolso.—Tal vez a Joander se le volvieron a quedar dentro de la maleta —mencionó con sarcasmo.—Maldito imbécil —rugió Iván y apretó los puños en el volante del auto. Antonio lo observó un instante por el rabillo del ojo. No era habitual que su amigo tuviera esos arranques de celos tan pronunciados. Cuando veía que al
Al dejar a su amigo en la oficina, Iván se dirigió a su taller. Con premura atendió los asuntos pendientes, ansioso por regresar a casa.Sonrió al entrar y encontrarse con la típica escena de todos los días: sus hijos discutían frente al televisor, peleaban entre ellos y con el dragón ubicado tras la pantalla, quien había robado a una princesa que a diario ellos intentaban rescatar.Elena se movía por la cocina afanada en la preparación de la cena mientras su hija, desde su corral, miraba hipnotizada en una pequeña televisión que poseían en esa estancia a su superhéroe favorito. Cuando él entró, la niña aferró sus manitos a la malla e intentó levantarse.—Pa… Pa… Pa… —repetía y señalaba al aparato.—¿Ese flacucho saltarín se parece a papá? —le preguntó divertido.Y la sacó del corral para darle un beso en una de sus sonrojadas mejillas. Ella le abrazó la cabeza y sonrió con felicidad, pero enseguida volvió su atención a la pantalla.Elena, por estar muy concentrada revolviendo unos hu
Después de ayudar en la afanosa tarea de asear y acostar a los niños, Iván se sentó agotado en un sillón ubicado en una esquina de su habitación.Esperaba a Elena con el cuerpo sumergido en un latente estado de tensión, como si fuera un criminal a punto de ser llevado a la horca.Ella entró azorada. Cerró la puerta con energía, se quitó los zapatos con los pies y lanzó sobre la cómoda las pulseras de hueso que había llevado en las muñecas.—¿Qué hice para que desconfiaras tanto de mí? —preguntó con irritación.Él se puso de pie y endureció el ceño para intentar mostrarse igual de enfadado.—¿Me pides que no te oculte cosas y tú lo haces conmigo?—No tienes derecho a reclamar nada.—Entonces, ¿lo de tu primo es parte de una venganza?—¡No seas idiota! —refutó ella y se llegó hasta el clóset mientras se desabotonaba la camisa—. No te he ocultado nada. No hemos tenido tiempo de hablar. Siempre estás a las apuradas, entras y sales de la casa diciendo que tienes muchos compromisos, que te