—No traía documentos en las manos, solo su cartera y su abrigo —se quejó Iván mientras manejaba hacia la dirección que Antonio le había facilitado.Su amigo viajaba con él, sentado en el asiento del copiloto. Revisaba en su móvil las versiones digitales de los diarios locales y nacionales y escuchaba con resignación los dramas de su compañero.—Quizás los llevaba doblados dentro de la cartera.—No. Es una casa grande, con potrero incluido, que ha estado alquilada por años —rebatió con enfado—. Cristóbal mencionó en una ocasión que le enviaría copias de todo para que ella pudiera evaluarlo. Debe tratarse de un fajo grueso de papeles, es imposible que los haya metido en el bolso.—Tal vez a Joander se le volvieron a quedar dentro de la maleta —mencionó con sarcasmo.—Maldito imbécil —rugió Iván y apretó los puños en el volante del auto. Antonio lo observó un instante por el rabillo del ojo. No era habitual que su amigo tuviera esos arranques de celos tan pronunciados. Cuando veía que al
Al dejar a su amigo en la oficina, Iván se dirigió a su taller. Con premura atendió los asuntos pendientes, ansioso por regresar a casa.Sonrió al entrar y encontrarse con la típica escena de todos los días: sus hijos discutían frente al televisor, peleaban entre ellos y con el dragón ubicado tras la pantalla, quien había robado a una princesa que a diario ellos intentaban rescatar.Elena se movía por la cocina afanada en la preparación de la cena mientras su hija, desde su corral, miraba hipnotizada en una pequeña televisión que poseían en esa estancia a su superhéroe favorito. Cuando él entró, la niña aferró sus manitos a la malla e intentó levantarse.—Pa… Pa… Pa… —repetía y señalaba al aparato.—¿Ese flacucho saltarín se parece a papá? —le preguntó divertido.Y la sacó del corral para darle un beso en una de sus sonrojadas mejillas. Ella le abrazó la cabeza y sonrió con felicidad, pero enseguida volvió su atención a la pantalla.Elena, por estar muy concentrada revolviendo unos hu
Después de ayudar en la afanosa tarea de asear y acostar a los niños, Iván se sentó agotado en un sillón ubicado en una esquina de su habitación.Esperaba a Elena con el cuerpo sumergido en un latente estado de tensión, como si fuera un criminal a punto de ser llevado a la horca.Ella entró azorada. Cerró la puerta con energía, se quitó los zapatos con los pies y lanzó sobre la cómoda las pulseras de hueso que había llevado en las muñecas.—¿Qué hice para que desconfiaras tanto de mí? —preguntó con irritación.Él se puso de pie y endureció el ceño para intentar mostrarse igual de enfadado.—¿Me pides que no te oculte cosas y tú lo haces conmigo?—No tienes derecho a reclamar nada.—Entonces, ¿lo de tu primo es parte de una venganza?—¡No seas idiota! —refutó ella y se llegó hasta el clóset mientras se desabotonaba la camisa—. No te he ocultado nada. No hemos tenido tiempo de hablar. Siempre estás a las apuradas, entras y sales de la casa diciendo que tienes muchos compromisos, que te
Elena pasó la noche en la habitación de Ivana. Por la salida de los dientes de la niña su temperatura solía subir levemente durante esas horas.Ella aprovechó la excusa para alejarse de Iván. No porque no deseara estar con él, lo amaba con la misma intensidad de antes, pero si quería que llegaran a un acuerdo razonable tenía que pensar bien sus estrategias.El problema de Joander no había pasado de ser un simple beso en los labios en un momento de privacidad mientras él la convencía de tener un romance a espaldas de Iván. Solo para vivir una aventura placentera.Ese hombre la había confundido con una de esas mujeres agobiadas por la rutina, que no les importaba traicionar los votos matrimoniales con tal de encontrar un poco de relajación y las atenciones que se merecían.La alegría que mostró al tener una salida sola, con amigos, después de cinco años dedicados en exclusiva a sus hijos y a su casa, le aportó a su primo una imagen equivocada.Ella no consideraba el asunto delicado. Era
—Tengo más datos de la vans con la que movilizan su mercancía —continuó Antonio—. Existe una gran posibilidad de que sean ellos quienes tengan secuestrados a mis camiones y a los choferes, pero tenemos que ubicarlos.—No puedo ir a investigar. Elena me espera en casa para resolver el tema de su primo y tengo cosas que hacer en el taller. Para el final de la tarde estaré disponible.—No podemos alargar este problema —puntualizó Antonio con enfado—. Estamos en la mira de esa gente. Sabes muy bien cómo funcionan estos asuntos.Iván suspiró con agobio y se frotó los cortos cabellos con una mano mientras caminaba alrededor de la moto que acababa de reparar. Comenzaba a ponerse nervioso.En otro tiempo de su vida hubiera salido como un perro rabioso en busca de esos sujetos para darles su merecido.Jamás se detuvo ante un conflicto, pero ahora su existencia no estaba simplificada en la supervivencia.—En unos minutos voy a tu oficina —sentenció antes de culminar la llamada.Furioso, se reun
Iván llegó en tiempo record a la escuela. Elena hipaba rodeada de maestras y niños que la veían con semblante fúnebre. Los apartó con la mayor delicadeza que pudo para llegar a ella.—Amor —la saludó al estar a su lado. Se arrodilló frente a la mujer y arropó sus manos con las suyas.—Iván. —Elena lo abrazó con desaliento, pero enseguida lo observó a los ojos para darle noticias—. No aparecen, el portero dice que los vio salir con un hombre.—¿Y dónde está Ivana?—Está conmigo.La voz de Joander sonando a su espalda agitó la furia de Iván. Se puso de pie y afincó una mirada mortal en el primo que se acercaba con su hija en brazos.La niña sollozaba con melancolía, y al verlo, se lanzó a sus brazos con desesperación.—¿Qué demonios haces aquí? —quiso saber mientras tomaba a su hija.Joander sonrió con suficiencia y estuvo a punto de responderle pero la voz angustiada de la directora del plantel se le adelantó.—¡Señor Sarmiento, señor Sarmiento! —pronunció una mujer alta y obesa que se
El camino de la escuela a la casa era corto. Elena siempre lo hacía a pie con sus hijos, pero ese pequeño trayecto fue suficiente para que el mal humor de Iván volara hasta la estratósfera.—¿Cómo es posible que puedas amenazar a un policía y no termines preso por eso? —indagó Joander aplicando a la pregunta un tono de voz que a Iván le pareció burlesco.Él apretó las manos en el volante y observó con los ojos entrecerrados al primo a través del retrovisor.—Pensé que habías vuelto a Colombia —fue su respuesta. Joander delineó una sonrisa vanidosa en su rostro y miró la cabeza de Elena que se mantenía rígida en el asiento frente a él, angustiada por la pérdida de sus hijos.—Tuve un imprevisto.En silencio llegaron a la casa, bajaron del vehículo y entraron en la sala. Elena estaba inquieta, aunque había logrado que Ivana se durmiera entre sus brazos.—¿Qué vas a hacer? —averiguó en dirección a su esposo.—Ve y busca las cosas de Ivana, las dejaré con Antonio.Ella lo miró ansiosa, es
Las calles de la ciudad se volvieron un hervidero de acción para Iván. Se sumergió en los lugares más lúgubres, en busca de viejos contactos que en una ocasión avalaron su actividad delictiva.Visitó a antiguos proveedores de armas, de drogas y de otras especias, haciendo correr la imagen de la vans que Antonio le había facilitado y los datos de la empresa fantasma que había negociado con Joander.En ese submundo era posible hallar pistas de cualquier entidad o persona habituada a contrabandear en esa zona.Pero aquel no era un favor gratuito. Ofrecía una alta suma de dinero, así como un buen cargamento de comida a quien le entregara el paradero de esa gente.Iván no escatimó gastos ni esfuerzos, llegó incluso a entrevistarse con las altas jerarquías de los criminales privados de libertad, quienes, a pesar de estar tras las rejas, contaban con la posibilidad de dominar áreas territoriales donde podían vender y distribuir sus mercancías.Lo favorecía el hecho de que a muchos en esa ciu